—Tienes quince años. Debes considerarte como un joven. Ya no eres ningún niño.
—¿Es mi cumpleaños?
Estaban en el dormitorio de Duncan, donde Patrin acababa de levantarlo de la cama con un vaso de zumo de cítricos.
—No sé cuando es tu cumpleaños.
—¿Tienen cumpleaños los gholas?
Patrin guardó silencio. Estaba prohibido hablar de gholas con el ghola.
—Schwangyu dice que tú no puedes responder a esa pregunta —dijo Duncan.
Patrin habló con obvio azoramiento:
—El Bashar desea que te diga que tu clase de adiestramiento se retrasará un poco esta mañana. Quiere que realices tus ejercicios de piernas y rodillas hasta que seas llamado.
—¡Ya los hice ayer!
—Yo simplemente cumplo las órdenes del Bashar. —Patrin tomó el vaso vacío y dejó a Duncan solo.
Duncan se vistió rápidamente. Debían estarle esperando para el desayuno en el Comedor Comunal.
¡Malditas sean!
No necesitaba desayunar. ¿Qué estaba haciendo el Bashar? ¿Por qué no podía empezar las clases a su hora?
¡Ejercicios de piernas y rodillas!
Aquello era simplemente una excusa para mantenerlo entretenido porque a Teg le había surgido otra tarea inesperada. Rabioso, Duncan tomó un Camino Prohibido hasta una Ventana Prohibida.
¡Hagamos que castiguen a los malditos guardias!
Los olores que penetraban por la abierta ventana le resultaban evocadores, pero no podía situar los recuerdos que se agitaban en los bordes de su consciencia.
Sabía que había recuerdos allí. Duncan consideraba aquello aterrador pero atrayente… como caminar por el borde de un acantilado o enfrentarse abiertamente a Schwangyu.
Nunca había caminado por el borde de un acantilado ni se había enfrentado abiertamente a Schwangyu, pero podía imaginar algo así.
Ver simplemente una holofoto de un librofilm representando un sendero al borde de un acantilado era suficiente para crear un nudo en su estómago.
En cuanto a Schwangyu, a menudo había imaginado una irritada desobediencia y había sufrido la misma reacción física.
Alguien más en mi mente
, pensó. No sólo en su mente…
en su cuerpo
. Podía captar otras experiencias, como cuando se despertaba sabiendo que había soñado pero sintiéndose incapaz de recordar el sueño.
Este otro sueño evocaba unos conocimientos que sabía no poseer. Sin embargo, los poseía.
Podía nombrar algunos de los árboles cuyo olor percibía, pero esos nombres no estaban en las grabaciones de la biblioteca.
Aquella Ventana Prohibida estaba prohibida porque atravesaba uno de los muros exteriores del Alcázar y podía ser abierta. A menudo lo estaba, como ahora, para ventilación.
La ventana podía alcanzarse desde su habitación subiéndose sobre una balaustrada y deslizándose por el pozo de aireación de una despensa. Había aprendido a hacer todo aquello sin que quedaran huellas de su paso ni en la balaustrada ni en el pozo de aireación ni en la despensa. Muy pronto se había dado cuenta de que las personas adiestradas por la Bene Gesserit podían leer indicios extremadamente sutiles. Él podía leer algunos de esos indicios, gracias a las enseñanzas de Teg y Lucilla.
Manteniéndose amparado por las sombras del pasillo superior, Duncan centró su atención en las laderas boscosas que trepaban hasta los rocosos pináculos. Encontraba algo atrayente en el bosque. Los pináculos más allá poseían una cualidad mágica. Era fácil imaginar que ningún ser humano había hollado jamás aquellas tierras. Qué magnífico sería perderse allí, ser tan sólo una persona, sin tener que preocuparse de que otra persona morara en él. Un extraño en su interior.
Con un suspiro, Duncan se dio la vuelta y regresó a su habitación por su ruta secreta. Sólo cuando estuvo de vuelta en la seguridad de su habitación se permitió decirse que lo había conseguido una vez más. Nadie iba a ser castigado por su aventura.
Castigos y dolor, que colgaban como un aura en torno a los lugares prohibidos para él, únicamente conseguían que Duncan ejercitase una extrema cautela cuando quebrantaba las reglas.
No le gustaba pensar en el dolor que Schwangyu podía llegar a causarle si le descubría en una Ventana Prohibida. Incluso el peor de los dolores, sin embargo, no conseguiría hacerle gritar, se dijo. Nunca había gritado, ni siquiera ante sus más retorcidos trucos. Simplemente la miraba fijamente, odiándola pero absorbiendo su lección. Para él, las lecciones de Schwangyu eran directas: pulían su habilidad para moverse sin ser observado, sin ser visto ni oído, sin dejar ninguna huella que traicionara su paso.
En su habitación, Duncan se sentó en el borde de su camastro y contempló la vacía pared frente a él. Una vez, mientras miraba aquella pared, se había formado una imagen allí… una mujer joven con el pelo color ámbar claro y unos rasgos dulcemente redondeados. Le miró desde la pared y sonrió. Sus labios se movieron sin producir ningún sonido. Duncan había aprendido ya a leer los labios, sin embargo, y pudo captar claramente las palabras:
—Duncan, mi dulce Duncan.
¿Era su madre?, se preguntó. ¿Su auténtica madre?
Incluso los gholas tenían auténticas madres en algún lugar, muy lejos en el pasado. Perdida en los tiempos más allá de los tanques axlotl tenía que existir una mujer que lo había llevado en su seno y… y lo había amado. Sí, lo había amado porque él era su hijo. Si ese rostro en la pared era su madre, ¿cómo había encontrado su imagen el camino hasta allí? No podía identificar el rostro, pero deseó que fuera su madre.
La experiencia lo asustó, pero el miedo no le impidió desear que se repitiera. Fuera quien fuese aquella mujer joven, su aleteante presencia lo había impresionado. El extraño dentro de él sabía quién era. Estaba seguro de ello. A veces, deseaba ser ese extraño tan sólo por un instante… lo suficiente como para reunir todos aquellos recuerdos ocultos… pero temía ese deseo. Podía perder su identidad real, pensó, si el extraño penetraba en su consciencia.
¿Sería aquello algo parecido a la muerte?, pensó.
Duncan había visto la muerte antes de cumplir los seis años. Sus guardias habían repelido a unos intrusos, y uno de los guardias resultó muerto. Cuatro intrusos habían muerto también. Duncan había observado los cinco cuerpos ser metidos en el Alcázar… los músculos fláccidos, los brazos colgantes. Algo esencial había desaparecido de ellos. No quedaba nada para hacer brotar de ellos sus recuerdos… propios o extraños.
Los cinco habían sido llevados a algún lugar muy adentro del Alcázar. Oyó a un guardia decir más tarde que los cuatro intrusos estaban cargados con «shere». Aquel fue su primer encuentro con la idea de una Sonda Ixiana.
—Una Sonda Ixiana puede captar la mente incluso de una persona muerta —explicó Geasa—. El shere es una droga que te protege de la sonda. Tus células estarán totalmente muertas antes de que el efecto de la droga desaparezca.
Una atenta escucha reveló a Duncan que los cuatro intrusos habían sido sondeados de todos modos por otros medios. Esos otros medios no le fueron explicados, pero sospechó que debía tratarse de algún secreto de la Bene Gesserit. Pensó en ello como en otro truco infernal de las Reverendas Madres. Debía animar a los muertos y extraer información de la indefensa carne. Duncan visualizó unos músculos despersonalizados agitándose a voluntad de un diabólico observador.
El observador era siempre Schwangyu.
Tales imágenes llenaban la mente de Duncan pese a todos los esfuerzos de sus maestros por disipar «las estupideces inventadas por la ignorancia». Sus maestros decían que esas alocadas historias servían únicamente para crear temor hacia la Bene Gesserit entre los no iniciados. Duncan se negó a creer que él estuviera entre los iniciados. Mirando a la Reverenda Madre, siempre pensaba:
¡Yo no soy uno de ellos!
Lucilla fue más persistente, más tarde.
—La religión es una fuente de energía —dijo. Tienes que saber reconocer esta energía. Puede ser dirigida hacia tus propias finalidades.
Sus finalidades, no las mías,
pensó él.
Imaginó sus propias finalidades y proyectó sus propias imágenes de sí mismo triunfante sobre la Hermandad, especialmente sobre Schwangyu. Duncan tuvo la impresión de que sus proyecciones imaginarias eran una realidad subterránea que trabajaba en él desde aquel lugar donde moraba el extraño. Pero aprendió a asentir y aparentar que él también consideraba divertida aquella credulidad religiosa.
Lucilla reconoció la dicotomía en él. Le dijo a Schwangyu:
—Cree que hay que temer a las fuerzas místicas, y si es posible evitarlas. Mientras persista en su creencia, no puede aprender a utilizar nuestro conocimiento más esencial.
Se reunieron para lo que Schwangyu llamó «una sesión regular de evaluación», sólo ellas dos en el estudio de Schwangyu. Era poco después de su ligera cena. Los sonidos del Alcázar en torno a ellos eran los de la transición… el inicio de las patrullas nocturnas, el personal fuera de servicio disfrutando de uno de sus breves períodos de tiempo libre. El estudio de Schwangyu no había sido completamente aislado contra tales cosas, una invención deliberada de los renovadores de la Hermandad. Los adiestrados sentidos de una Reverenda Madre podían detectar muchas cosas de los sonidos que les rodeaban.
Schwangyu se sentía más y más perdedora en esas «sesiones de evaluación». Cada vez resultaba más obvio que Lucilla no podría ser vencida por aquellas que se oponían a Taraza. Lucilla era también inmune a los subterfugios manipuladores de una Reverenda Madre. Y, lo peor de todo, entre Lucilla y Teg estaban impartiendo habilidades altamente volátiles al ghola. Extremadamente peligroso. Por encima de todos sus demás problemas, Schwangyu alimentaba un creciente respeto hacia Lucilla.
—Él cree que utilizamos poderes ocultos para practicar nuestras artes —dijo Lucilla—. ¿Cómo puede haber llegado a una idea tan peculiar?
Schwangyu captaba la desventaja impuesta por esta pregunta. Lucilla sabía ya que aquello había sido hecho para debilitar al ghola. Lucilla estaba diciendo:
¡La desobediencia es un crimen contra nuestra Hermandad!
—Si él desea nuestro conocimiento, seguramente lo obtendrá de vos —dijo pensativa Schwangyu. No importaba lo peligroso que fuera, aquello, desde el punto de vista de Schwangyu, era realmente una verdad.
—Su anhelo de conocimiento es mi mejor palanca —contraatacó Lucilla—, pero ambas sabemos que esto no es suficiente.
—No había reproche en el tono de Lucilla, pero Schwangyu lo captó de todos modos.
¡Maldita sea! ¡Está intentando vencerme!,
pensó Schwangyu. Varias respuestas penetraron en la mente de Schwangyu:
«Yo no he desobedecido mis órdenes.» ¡Pah!
¡Una repugnante excusa!
«El ghola ha sido tratado de acuerdo con las prácticas de adiestramiento estándar de la Bene Gesserit.»
«Inadecuado e incierto. Y este ghola no era un objeto estándar de educación. Había profundidades en él que solamente podían ser equiparadas por una Reverenda Madre. ¡Y ese era el problema!
—He cometido errores —dijo Schwangyu.
¡Aquí!
Aquella era la respuesta de doble filo que otra Reverenda Madre apreciaría.
—No cometisteis ningún error cuando lo dañasteis —dijo Lucilla.
—Pero fracasé en anticipar que otra Reverenda Madre podía poner al descubierto los fallos en él —dijo Schwangyu.
—Desea nuestros poderes únicamente para escapar de nosotras —dijo Lucilla—. Está pensando:
Algún día sabré tanto como ellas y entonces huiré.
Cuando Schwangyu no respondió, Lucilla dijo:
—Eso quedó claro. Si huye, tendremos que perseguirlo y destruirlo nosotras mismas.
Schwangyu sonrió.
—No cometeré vuestro error —dijo Lucilla—. Os diré abiertamente que sé que podéis verlo vos misma. Ahora comprendo por qué Taraza envió a una Imprimadora para alguien tan joven.
La sonrisa de Schwangyu desapareció.
—¿Qué es lo que estáis haciendo?
—Estoy ligándolo a mí de la misma forma en que ligamos a todas nuestras acólitas a sus maestros. Estoy tratándolo con sinceridad y lealtad, como si fuera una de las nuestras.
—¡Pero él es un hombre!
—Y por eso le será negada la agonía de la especia, pero nada más. Creo que está respondiendo.
—¿Y cuando llegue el momento del último estadio de la imprimación? —preguntó Schwangyu.
—Sí, eso será delicado. Vos pensáis que va a destruirle. Ese, por supuesto, era vuestro plan.
—Lucilla, la Hermandad no se muestra unánime en seguir los designios de Taraza con respecto a ese ghola. Seguro que vos sabéis eso.
Era el más poderoso argumento de Schwangyu, y el hecho de que hubiera sido reservado para este momento decía mucho. Los temores que podía producir otro Kwisatz Haderach estaban profundamente asentados, y la disensión en la Bene Gesserit era comparablemente poderosa.
—Procede de un primitivo stock genético, y no está siendo educado para ser un Kwisatz Haderach —dijo Lucilla.
—¡Pero los tleilaxu han interferido en su herencia genética!
—Sí, cumpliendo nuestras órdenes. Han acelerado sus respuestas nerviosas y musculares.
—¿Es eso todo lo que han hecho? —preguntó Schwangyu.
—Habéis visto los estudios celulares —dijo Lucilla.
—Si pudiéramos hacer tanto como los tleilaxu no los necesitaríamos —dijo Schwangyu—. Poseeríamos nuestros propios tanques axlotl.
—Creéis que nos han ocultado algo —dijo Lucilla.
—¡Lo han tenido completamente fuera de nuestra observación durante nueve meses!
—He oído todos esos argumentos —dijo Lucilla.
Schwangyu alzó las manos en un gesto de capitulación.
—Entonces es todo vuestro,
Reverenda Madre
. Y las consecuencias caerán sobre vuestra cabeza. Pero no conseguiréis echarme de este puesto, no importa lo que informéis a la Casa Capitular.
—¿Echaros? Por supuesto que no. No deseo que vuestra facción envíe a alguien que nosotras no conozcamos.
—Hay un límite a los insultos que os voy a permitir —dijo Schwangyu.
—Y hay un límite a la traición que Taraza va a aceptar —dijo Lucilla.
—Si obtenemos otro Paul Atreides o, Dios lo prohíba, otro Tirano, será obra de Taraza —dijo Schwangyu—. Decidle que yo he dicho esto.
Lucilla se puso en pie.