El Viajero (21 page)

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Authors: John Twelve Hawk

Tags: #La Cuarta Realidad 1

BOOK: El Viajero
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—No he hecho nada malo.

Ella agitó la mano, y una voluta de humo de cigarrillo serpenteó en el aire.

—¡Claro que sí, Gabriel! Todos hemos cometido delitos. La primera pregunta es: ¿te busca la policía?

Gabriel le hizo un breve resumen del fallecimiento de su madre y a continuación le describió a los hombres que habían atacado a Michael en la autopista, el encuentro con el Señor Bubble y el tiroteo en la fábrica de confección. Maggie lo dejó hablar casi sin interrupciones, sólo para preguntarle alguna vez cómo era que sabía ciertas cosas.

—Pensaba que Michael podía meterte en problemas —le comentó—. La gente que oculta su dinero al fisco suele estar involucrada en otro tipo de actividades criminales. Si Michael hubiera dejado de pagarles la renta del edificio de oficinas, ellos no se habrían molestado en llamar a la policía, sino que habrían contratado unos cuantos matones para que lo localizaran.

—Puede tratarse de otra cosa —comentó Gabriel—. Cuando éramos pequeños y vivíamos en Dakota del Sur, unos tipos vinieron a por mi padre, nos quemaron la casa, y mi padre desapareció, pero nunca supimos el motivo. Mi madre nos contó una historia descabellada antes de morir.

Gabriel siempre había evitado hablar de su familia, pero en ese momento era incapaz de detenerse. Desveló unos cuantos detalles de su vida en Dakota del Sur y relató lo que su madre les había dicho en su lecho de muerte. Maggie se había pasado la vida escuchando a sus clientes explicar sus crímenes, y se había acostumbrado a no demostrar escepticismo antes de que acabaran la historia.

—¿Eso es todo, Gabriel? ¿Algún otro detalle?

—Es todo lo que recuerdo.

—¿Te apetece un coñac?

—No. Ahora no.

Maggie sacó una botella de coñac francés y se sirvió una copa.

—No voy a descartar lo que os dijo vuestra madre, pero no encaja con lo que yo sé. La gente se mete en líos por tres motivos: sexo, orgullo o dinero. A veces por los tres a la vez. El gángster del que te habló Michael, Vincent Torrelli, fue asesinado en Atlantic City. Por lo que me has contado de Michael, creo que cedió a la tentación de aceptar financiación ilegal y que después pensó en un modo de no devolver el dinero.

—¿Crees que Michael estará bien?

—Seguramente. Necesitan mantenerlo con vida si desean proteger su inversión.

—¿Qué puedo hacer para ayudarlo?

—No puedes hacer casi nada —contestó Maggie—. Así pues, la pregunta es: ¿voy a implicarme en esto? Supongo que no tendrás dinero, ¿verdad?

Gabriel meneó la cabeza.

—Me caes bien, Gabriel. Nunca me has mentido y eso da gusto. Yo me paso la vida tratando con mentirosos profesionales, y al final cansa.

—Sólo quería un poco de consejo, Maggie. No te estoy pidiendo que te metas en algo que puede resultar peligroso.

—La vida es peligrosa. Eso es lo que la hace interesante. —Acabó el coñac y tomó una decisión—. De acuerdo. Te ayudaré. Es mi
mitzvah
[4]
y me permite poner en práctica mis poco utilizados instintos maternales. —Maggie abrió un armario de la cocina y sacó un frasco de píldoras—. Ahora, compláceme y tómate unas vitaminas.

22

Cuando Victory From Sin Fraser tenía ocho años, una prima que había ido a visitarla a Los Ángeles le habló de un valiente Arlequín que se había sacrificado por el Profeta. La historia la impresionó tanto que se sintió inmediatamente atraída por aquel misterioso grupo de defensores. A medida que Vicki fue creciendo, su madre, Josetta, y su predicador, el reverendo J. T. Morganfield, intentaron apartarla de la creencia en la Deuda No Pagada. Normalmente, Vicki era una obediente servidora de su congregación, pero en ese punto se negó a cambiar de opinión. La Deuda No Pagada se convirtió en su sustituto del alcohol o de las salidas nocturnas a escondidas. Fue su único y verdadero acto de rebelión.

Josetta se enfureció cuando su hija le confesó que se había reunido con un Arlequín en el aeropuerto.

—Debería darte vergüenza —le dijo—. El Profeta dijo que es pecado desobedecer a los padres.

—El Profeta también dijo que uno puede desobedecer un mandato menor si es para seguir la voluntad de Dios.

—¡Los Arlequines no tienen nada que ver con la voluntad de Dios! —exclamó Josetta—. Te rebanarán el cuello y después se enfadarán porque tu sangre les ha manchado los zapatos.

Al día siguiente de que Vicki hubiera ido al aeropuerto, un camión de la compañía eléctrica apareció en su calle. Un negro y sus dos ayudantes empezaron a trepar a los postes de la luz y a comprobar las líneas; sin embargo, Josetta no se dejó engañar. Los falsos operarios tardaban dos horas en almorzar y no parecían acabar nunca la tarea. Uno de ellos se pasaba el día observando la casa de los Fraser. Josetta ordenó a su hija que no saliera y que se mantuviera alejada del teléfono. El reverendo Morganfield y otros miembros de la congregación se vistieron con su mejor ropa y empezaron a pasarse por la casa para reunirse y rezar. Nadie iba a irrumpir y a secuestrar a aquella criatura del Señor.

Vicki estaba en apuros por haber ayudado a Maya, pero no lo lamentaba. La gente casi nunca le hacía caso, pero en esos momentos toda la congregación hablaba de lo que había hecho. Dado que no podía salir, pasaba la mayor parte del tiempo pensando en Maya. ¿Se encontraría a salvo la Arlequín? ¿La habría matado alguien?

Tres días después de su acto de desobediencia, estaba mirando por la ventana de atrás cuando vio a Maya saltar la valla del jardín. Por un momento, Vicki tuvo la impresión de haber conjurado a la Arlequín en sus sueños.

Mientras cruzaba el patio, Maya sacó una pistola automática del bolsillo de su abrigo. Vicki abrió la puerta corredera de cristal y agitó la mano.

—Ten cuidado —le dijo—. Hay tres hombres trabajando en la calle. Hacen ver que son de la compañía eléctrica, pero creemos que pertenecen a la Tabula.

—¿Han entrado en la casa?

—No.

Maya se quitó las gafas oscuras al pasar del salón a la cocina. La pistola desapareció en el bolsillo, pero su mano derecha rozó la punta del estuche portaespadas que llevaba al hombro.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Vicki—. ¿Puedo prepararte algo para desayunar?

La Arlequín permaneció al lado del fregadero, escrutando cada objeto y rincón de la estancia, y por primera vez en su vida Vicki vio la cocina de forma distinta. Los cacharros y las sartenes de color verde pálido, el negro reloj de pared, la linda figurita de cerámica de la caja de galletas. Todo era normal y denotaba seguridad.

—Shepherd es un traidor —dijo Maya—. Trabaja para la Tabula, y tú lo ayudaste, así que también tú puedes ser una traidora.

—Yo no te traicioné, Maya. Lo juro en el nombre del Profeta.

La Arlequín parecía cansada y vulnerable y no dejaba de mirar a su alrededor, como si alguien pudiera atacarla en cualquier momento.

—La verdad es que no confío en ti, pero en este instante no me quedan muchas más opciones. Estoy dispuesta a pagar por tu colaboración.

—No quiero dinero Arlequín.

—Garantiza cierta lealtad.

—Te ayudaré a cambio de nada, Maya. Simplemente, pídemelo.

Al mirar los ojos de Maya comprendió que le estaba pidiendo algo muy difícil tratándose de una Arlequín. Solicitar la ayuda de otra persona significaba cierto grado de humildad y el reconocimiento de la propia debilidad. Los Arlequines se apoyaban en el orgullo y en su inquebrantable confianza en ellos mismos.

Maya murmuró unas palabras. Luego lo volvió a intentar, hablando lentamente.

—Quiero que me ayudes.

—Sí. Me encantará hacerlo. ¿Tienes algún plan?

—He de encontrar a esos dos hermanos antes de que la Tabula los capture. No tendrás que empuñar ni un cuchillo ni una pistola. No tendrás que hacer daño a nadie. Basta con que me ayudes a contratar a un mercenario que no me traicione. La Tabula es muy poderosa en este país y Shepherd los está ayudando. No puedo hacerlo sola.

—Vicki... —Su madre había oído las voces—. ¿Qué ocurre? ¿Tenemos visita?

Josetta era una mujer grandota con un ancho rostro. Esa mañana llevaba un traje de chaqueta y pantalón color verde oscuro y un relicario donde guardaba la foto de su difunto esposo. Entró en la cocina y se detuvo al ver a la desconocida. Las dos mujeres se miraron fijamente. De nuevo, Maya alzó la mano hasta el estuche de la espada.

—Madre, ella es...

—Ya sé quién es: una pecadora y asesina que ha traído la muerte a nuestras vidas.

—Estoy intentando localizar a dos hermanos —dijo Maya—. Puede que sean Viajeros.

—Isaac T. Jones fue el último Viajero. No ha habido otros.

Maya apoyó la mano en el brazo de Vicki.

—La Tabula está vigilando la casa. A veces cuentan con equipos que les permiten ver a través de las paredes. No puedo quedarme más tiempo. Sería peligroso para todos nosotros.

Vicki se interpuso entre su madre y la Arlequín. Hasta ese momento, la mayor parte de su vida se le antojaba difusa y sin sentido, igual que una fotografía desenfocada donde unas figuras borrosas se alejaran de la cámara. Sin embargo se le presentaba la oportunidad de escoger. El Profeta había dicho que caminar resultaba fácil, pero que hallar el verdadero camino exigía fe.

—Voy a ayudarla.

—No —contestó Josetta—. No te doy mi permiso.

—No necesito permiso, madre.

Vicki cogió el bolso y salió al patio de atrás. Maya la atrapó cuando llegaba al final del césped.

—Recuerda sólo una cosa: trabajamos juntas, pero todavía no me fío de ti.

—De acuerdo. No te fías de mí. ¿Qué es lo primero que tenemos que hacer?

—Saltar la valla.

Thomas «Camina por la Tierra» había facilitado a Maya una furgoneta Plymouth de reparto. No tenía ventanillas laterales, de modo que podía dormir en la parte de atrás si era necesario. Cuando Vicki subió a la furgoneta, Maya le ordenó que se desvistiera.

—¿Y por qué?

—¿Tu madre y tú os habéis quedado en casa los últimos dos días?

—No todo el tiempo. Fuimos a ver al reverendo Morganfield.

—La Tabula habrá entrado y registrado en vuestra casa. Probablemente habrán colocado cuentas rastreadoras en vuestra ropa y equipaje. Tan pronto como os alejéis de la zona, un satélite seguirá vuestro rastro.

A pesar de sentirse bastante incómoda, Vicki fue a la parte de atrás y se quitó los zapatos, la blusa y el pantalón. Un estilete apareció en la mano de Maya, y ésta lo utilizó para registrar cada costura y dobladillo.

—¿Has hecho arreglar los zapatos hace poco? —preguntó.

—No. Nunca.

—Pues alguien ha utilizado un martillo con uno de ellos.

Maya metió la punta de la hoja bajo el tacón y lo desprendió. En su interior habían tallado una oquedad. Le dio la vuelta, y una bolita rastreadora le cayó en la palma de la mano.

—Estupendo. Ahora ya saben que has salido de la casa.

Maya arrojó el rastreador por la ventanilla y se dirigió a un barrio cercano en la Western Avenue. Compraron un par de zapatos nuevos para Vicki y después pasaron por una iglesia adventista del séptimo día y cogieron unos cuantos folletos religiosos. Haciéndose pasar por representante de dicha congregación, Vicki fue hasta la casa de Gabriel, al lado de la autopista, y llamó a la puerta. No había nadie en la vivienda, pero aun así se sintió observada.

Las dos mujeres condujeron hasta el aparcamiento de unos almacenes y se sentaron en la parte de atrás de la furgoneta. Mientras Vicki observaba, Maya conectó un ordenador de bolsillo a un teléfono vía satélite y marcó un número.

—¿Qué estás haciendo?

—Entrando en internet. Es peligroso a causa de Carnivore.

—¿Y qué es eso?

—Un programa de vigilancia desarrollado por vuestro FBI. La Agencia de Seguridad Nacional tiene herramientas todavía más poderosas, pero mi padre y sus amigos Arlequines han seguido utilizando el nombre «Carnivore» porque les recordaba que debían tener cuidado al utilizar internet. Carnivore es un programa sabueso que olfatea todo lo que pasa por una red determinada. Está pensado para páginas particulares y direcciones de correo electrónico, pero también detecta ciertas palabras clave y frases.

—¿Y la Tabula conoce ese programa?

—Tienen un acceso no autorizado a través de sus sistemas de vigilancia de internet. —Maya empezó a teclear en el ordenador—. Uno puede evitar Carnivore utilizando un lenguaje neutro que no contenga palabras clave.

Vicki se instaló en el asiento de delante y observó el aparcamiento mientras Maya localizaba a otro Arlequín. La gente salía del almacén llevando enormes carros de la compra cargados con comida, ropa y equipos electrónicos. Los carros pesaban mucho con tantos artículos, y aquellos ciudadanos se inclinaban hacia delante para empujarlos hasta sus vehículos. Vicki recordó una lectura del colegio sobre Sísifo, un rey griego condenado a empujar eternamente una gran roca montaña arriba.

Tras mirar en distintas páginas web e introducir distintas contraseñas, Maya encontró a Linden. Vicki miró por encima del hombro de Maya mientras ésta enviaba mensajes con el lenguaje neutro. Shepherd, el Arlequín traidor, se convirtió en «el nieto de un buen hombre» que se había unido a «una empresa de la competencia» y estropeado «un negocio conjunto».

—«¿Estás sana?» —preguntó Linden.

—«Sí.»

—«¿Problemas en la negociación?»

—«Dos veces el plato frío.»

—«¿Suficientes herramientas?»

—«Las justas.»

—«¿Estado físico?»

—«Cansada, pero sin daños.»

—«¿Tienes ayuda?»

—«Un empleado local de Jones & Company. Hoy contrataré un profesional.»

—«Bien. Hay fondos disponibles.»

La pantalla quedó en blanco unos segundos. Luego, Linden escribió:

—«Hablé con mi amigo hace cuarenta y ocho horas. Me dijo que miraras en...»

El informador de Linden en la Fundación Evergreen le había proporcionado seis direcciones para localizar a Michael y a Gabriel Corrigan. Eran breves notas que decían: «Juega al golf con M» o «Amigo de G».

—«Gracias.»

—«Intentaré buscar más información. Buena suerte.»

Maya anotó las direcciones y apagó el ordenador.

—Tenemos unas direcciones más que comprobar —dijo a Vicki—, pero necesito contratar un mercenario, alguien que me cubra las espaldas.

—Conozco a una persona.

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