El Viajero (22 page)

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Authors: John Twelve Hawk

Tags: #La Cuarta Realidad 1

BOOK: El Viajero
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—¿Está en una tribu?

—¿Qué quieres decir?

—Algunos de los que rechazan la Gran Máquina se unen en grupos que viven en distintos niveles de ocultación. Algunas tribus rechazan la comida de la Gran Máquina; otras, la música o el estilo de vestir. Algunas tribus intentan vivir de acuerdo con una fe y rechazan el miedo y el fanatismo de la Máquina.

Vicki se echó a reír.

—Entonces, la Iglesia de Isaac T. Jones es una tribu.

—Exacto. —Maya puso en marcha la furgoneta y empezó a salir del enorme aparcamiento—. Una tribu luchadora es la que se puede defender físicamente de la Máquina. Los Arlequines las usan como mercenarios.

—Hollis Wilson no forma parte de ningún grupo, pero sin duda sabe luchar.

Mientras conducían hacia Los Ángeles sur, Vicki le explicó que su congregación era consciente de que los seguidores más jóvenes podían resultar tentados por el deslumbrante materialismo de la Nueva Babilonia. A los adolescentes se los animaba para que se convirtieran en misioneros en África del Sur o en el Caribe. Se consideraba una buena manera de canalizar las energías juveniles.

Hollis Wilson era miembro de una familia de la congregación, pero no había querido convertirse en misionero y se había dedicado a salir con las pandillas del barrio. Sus padres rezaron por él y lo encerraron en su habitación. En una ocasión en que regresaba a casa a las dos de la madrugada se encontró con un predicador Jonesie que lo esperaba para exorcizarle los demonios del cuerpo. Cuando Hollis fue detenido cerca de un coche robado, el señor Wilson cogió a su hijo y lo matriculó a clases de kárate en la Liga Deportiva de la policía creyendo que un profesor de artes marciales quizá fuera capaz de aportar algo de sentido a la desordenada vida de Hollis.

El disciplinado mundo de las artes marciales fue la verdadera fuerza que apartó a Hollis de la Iglesia. Tras convertirse en cinturón negro de cuarto Dan, Hollis se fue a Sudamérica con uno de sus profesores. Acabó en Río de Janeiro y vivió allí durante seis años, en los que llegó a ser un experto en capoeira, el arte marcial brasileño.

—Luego volvió a Los Ángeles —dijo Vicki—. Lo conocí en la boda de su hermana. Ha abierto una escuela de artes marciales en South Central.

—Descríbemelo. ¿Qué aspecto tiene? ¿Es alto, bajo?

—Ancho de hombros pero delgado, cabello a lo rasta.

—¿Y en cuanto a personalidad?

—Seguro de sí y vanidoso. Se considera un regalo del cielo para todas las mujeres.

La escuela de Hollis Wilson estaba en Florence Avenue, encajada entre un videoclub y una tienda de licores. Alguien había pintado en la ventana que daba a la calle con llamativos caracteres amarillos y rojos: «¡Defiéndete!». «Kárate, kickboxing y capoeira brasileña.» «¡Nada de matrícula!» «Se aceptan principiantes.»

Oyeron un tambor al acercarse a la escuela, y el sonido se hizo más fuerte cuando abrieron la puerta de la entrada. Hollis había construido una recepción con su escritorio y sillas plegables hechas con tablones de madera. Pinchados en un gran corcho figuraban los horarios de clase y los carteles que anunciaban los torneos locales de kárate. Vicki y Maya pasaron ante dos pequeños vestidores con cortinas en lugar de puertas y entraron en una amplia estancia sin ventanas.

Un hombre mayor tocaba los bongos en un rincón, y el sonido rebotaba en las paredes. Vestidos con camiseta y pantalón blanco de algodón, los capoeiristas formaban un círculo y batían palmas al ritmo del tambor mientras observaban pelear a dos de ellos. Uno era un joven hispano en cuya camiseta se leía el lema «Piensa críticamente» y que intentaba defenderse de un negro de unos veinte años mientras éste le daba instrucciones entre golpe y golpe. El negro miró a las dos mujeres, y Vicki tocó el brazo de Maya. Hollis Wilson tenía largas piernas y musculosos brazos. El trenzado cabello le caía sobre los hombros. Tras observarlo unos minutos, Maya se volvió y susurró a Vicki:

—¿Es ése Hollis Wilson?

—Sí. El del pelo largo.

Maya asintió.

—Servirá.

La capoeira es una curiosa mezcla de elegancia y violencia, con cierto parecido con una danza ritual. Cuando Hollis y el hispano acabaron de entrenar, otros dos luchadores entraron en el círculo y empezaron a lanzarse el uno contra el otro en un alarde de volteretas, patadas y puñetazos. Si uno de ellos caía, sabía cómo lanzar una patada hacia arriba apoyándose con las manos en el suelo. El movimiento era continuo y todos tenían las camisetas empapadas de sudor.

Fueron entrando uno tras otro, mientras Hollis intervenía para atacar o defender. El percusionista aumentó el ritmo, y todos los alumnos lucharon un segundo turno y por último una serie final que hacía hincapié en rapidísimas patadas de costado. Hollis hizo un gesto al hombre de los bongos y la lucha finalizó.

Agotados, los alumnos se sentaron en el suelo estirando las piernas y aspirando grandes bocanadas de aire. Hollis no parecía en absoluto cansado. Caminaba ante ellos hablándoles con el tono de un predicador Jonesie.

—Hay tres tipos de respuesta humana: la deliberada, la instintiva y la automática. La deliberada es cuando piensas en tus acciones. La instintiva es cuando simplemente reaccionas, y la automática es cuando haces algo porque ya lo has hecho antes. —Hizo una pausa y contempló a los alumnos que tenía delante. Parecía estar sopesando sus puntos fuertes y sus debilidades—. En la Nueva Babilonia, mucha gente que creéis que actúa deliberadamente está siendo simplemente automática. Al igual que una panda de robots, conducen sus coches por las autopistas, van a trabajar, les dan una nómina a cambio de sudor, dolor y humillaciones y después vuelven a sus casas para escuchar las falsas risas de la televisión. Ya están muertos o se están muriendo, pero no lo saben.

»Hay otro grupo de gente, los chicos y chicas que van de fiesta en fiesta. Fuman hierba, beben alcohol, se enrollan para un poco de sexo rápido. Creen que están conectando con sus instintos, con su fuerza natural, pero ¿sabéis una cosa? También funcionan en automático.

»El guerrero es diferente. El guerrero utiliza la fuerza de su mente y de su corazón para ser instintivo. Los guerreros nunca son automáticos salvo cuando se lavan los dientes.

Hollis hizo una pausa y extendió las manos.

—Intentad pensar, sentir, ser reales. —Entrelazó las manos—. Eso es todo por hoy.

Los alumnos se inclinaron ante su maestro, cogieron sus bolsas de gimnasia, calzaron sus desnudos pies con sandalias y abandonaron la escuela. Hollis limpió un poco de sudor del suelo con una toalla y se volvió para sonreír a Vicki.

—¡Vaya, esto sí que es una sorpresa! ¡Si eres Victory From Sin Fraser, la hija de Josetta Fraser!

—Yo era una cría cuando dejaste la congregación.

—Lo recuerdo. Los rezos del miércoles por la noche. El grupo de jóvenes los viernes por la noche. El club de los domingos. Siempre me gustó cantar. Había buena música en la iglesia, pero todos aquellos rezos no eran para mí.

—Estaba claro que no eras un creyente.

—Creo en muchas cosas. Isaac T. Jones fue un gran profeta, pero no el definitivo. —Hollis caminó hacia la salida—. Bueno, ¿para qué has venido y quién es tu amiga? Las clases para principiantes son los miércoles, jueves y viernes por la tarde.

—No hemos venido a aprender a luchar. Ella es mi amiga, Maya.

—¿Y tú qué eres? —le preguntó a Maya—, ¿una blanca convertida?

—Ése es un comentario idiota —terció Vicki—. El Profeta acepta todas las razas.

—Sólo estoy intentando ajustarme a los hechos, señorita Victory From Sin Fraser. Si no has venido por las clases, será para invitarme a alguna reunión de la iglesia. Supongo que el reverendo Morganfield habrá pensado que conseguirá mejores resultados enviándome dos monadas para que hablen conmigo. Puede que tenga razón, pero no va a salir bien.

—Esto no tiene nada que ver con la congregación —intervino Maya—. Quiero contratarte como luchador. Supongo que tendrás armas o acceso a ellas.

—¿Y quién demonios eres tú?

Vicki miró a Maya pidiendo permiso. La Arlequín movió ligeramente los ojos: «Adelante, díselo».

—Ella es Maya. Es una Arlequín que ha venido a Los Ángeles para buscar a dos Viajeros no nacidos.

Hollis pareció sorprenderse y después rió ruidosamente.

—¡Claro, y yo soy el rey del mundo! ¡No me vengáis con estas chorradas! Ya no quedan Viajeros ni Arlequines. Los han perseguido y matado a todos.

—Confío en que todo el mundo piense igual —dijo Maya con calma—. Las cosas serán más fáciles para nosotros si nadie cree que existimos.

Hollis miró fijamente a Maya y alzó una ceja, como si pusiera en duda el derecho de la joven a estar allí. De repente separó las piernas en posición de combate y lanzó un puñetazo a media velocidad. Vicki gritó, pero Hollis continuó el ataque con otro golpe y una patada cruzada. Mientras Maya retrocedía a trompicones, el estuche portaespadas se le cayó del hombro y rodó por el suelo.

Hollis dio una voltereta que terminó con otra patada cruzada que Maya consiguió bloquear. El karateca se movió más deprisa, atacándola con toda su fuerza y velocidad. Con patadas y puñetazos empujó a Maya contra la pared. Ella paró los golpes con manos y antebrazos, cambió el peso al pie derecho y lanzó una patada dirigida a la entrepierna de Hollis que cayó hacia atrás, rodó por el suelo y volvió a ponerse en pie de un salto con otra combinación.

En ese momento luchaban de verdad y con la intención de hacerse daño. Vicki les gritó que pararan, pero ninguno parecía escucharla. Una vez repuesta de la sorpresa inicial, Maya había recobrado el dominio de la situación, y sus ojos mostraban calma y concentración. Se aproximó lanzando patadas y golpes con la intención de hacer todo el daño posible.

Hollis se alejó de ella brincando a su alrededor. Incluso en una situación así, tenía que demostrar a todos que era un luchador elegante e imaginativo. Con giros y volteretas empujó a Maya por la sala. La Arlequín se detuvo cuando tocó la funda de la espada con el pie.

Fingió lanzar un puñetazo a la cabeza de Hollis, bajó la mano y cogió el estuche. La espada surgió al instante con el guardamanos en posición, mientras Maya se lanzaba contra su atacante. Hollis perdió el equilibrio, cayó hacia atrás y Maya se detuvo. La punta de la hoja se hallaba a cinco centímetros del cuello de Hollis.

—¡No! —gritó Vicki rompiendo el encantamiento.

La violencia y la furia se esfumaron de la sala. Maya apartó el arma mientras Hollis se ponía en pie.

—¿Sabes? Siempre había deseado ver una de estas espadas Arlequín.

—La próxima vez que luchemos así acabarás muerto.

—Pero no volveremos a luchar. Estamos en el mismo bando. —Hollis se volvió e hizo un guiño a Vicki—. Bueno, guapas, ¿y cuánto habíais pensado pagarme?

23

Hollis se sentó al volante de la furgoneta de reparto, y Vicki se instaló en el asiento del pasajero mientras Maya se agachaba en la parte de atrás, lejos de la ventana. A medida que cruzaban Beverly Hills iba captando imágenes sueltas de la ciudad. Algunas viviendas eran de estilo español, con techos de teja roja y jardines. Otras parecían versiones modernas de las villas toscanas. Muchas de ellas eran simplemente grandes y carecían de cualquier estilo identificable, pero exhibían elaborados pórticos y balcones al estilo Romeo y Julieta. Resultaba curioso ver tantas mansiones a la vez grandiosas y carentes de personalidad.

Hollis cruzó Sunset Boulevard y se metió en Coldwater Canyon.

—De acuerdo —anunció—. Nos estamos acercando.

—Quizá estén vigilando el sitio. Aminora y aparca antes de llegar.

Hollis se detuvo unos minutos más tarde, y Maya se acercó a la parte de delante para mirar por el parabrisas. Se habían detenido en una calle residencial donde las casas se hallaban próximas a la acera. Vieron un camión del Departamento de Aguas y Electricidad aparcado a pocos metros de la casa de Maggie Resnick. Un hombre vestido con un mono color naranja trepaba a un poste mientras otros dos lo observaban desde abajo.

—Parece todo normal —comentó Hollis.

Vicki meneó la cabeza.

—No. Están buscando a los hermanos Corrigan. Un camión igual que ése ha estado aparcado los dos últimos días delante de mi casa.

Agachada en el suelo de la parte de atrás, Maya sacó la escopeta de combate de su maletín y la cargó. El arma disponía de una culata de hierro, y Maya la plegó de modo que pareciera una enorme pistola. Cuando volvió a la cabina, un vehículo todoterreno había aparcado tras el camión de la luz. Shepherd se apeó de él, hizo un gesto de asentimiento a los falsos operarios y subió los peldaños de madera que conducían a la entrada de la vivienda de dos pisos. Llamó al timbre y aguardó hasta que una mujer se presentó en la puerta.

—Pon en marcha la furgoneta y ve hacia la casa —ordenó Maya.

Hollis no obedeció.

—¿Quién es el tío rubio ese?

—Es un antiguo Arlequín llamado Shepherd.

—¿Y qué hay de los otros hombres?

—Son mercenarios de la Tabula.

—¿Cómo quieres proceder?

Maya no contestó, y sus compañeros tardaron unos segundos en comprender que se disponía a acabar con Shepherd y los mercenarios. Vicki pareció horrorizarse, y la Arlequín se vio a sí misma a través de los ojos de la joven.

—No vas a matar a nadie —dijo Hollis en voz baja.

—Te he contratado, Hollis. Se supone que eres un mercenario.

—Te expliqué mis condiciones. Te ayudaré y te protegeré, pero no dejaré que te acerques a un desconocido y te lo cargues.

—Shepherd es un traidor —explicó Maya—. Trabaja para...

Antes de que pudiera concluir su explicación, la puerta del garaje se abrió y un joven a lomos de una moto salió a toda velocidad. Mientras saltaba a la acera, uno de los operarios habló a través de una radio portátil. Maya tocó el hombro de Vicki.

—Ése es Gabriel Corrigan —dijo—. Linden me explicó que iba en moto.

Gabriel giró a la derecha en Coldwater Canyon y remontó la colina hacia Mulholland Drive. Unos segundos más tarde, tres motoristas con cascos negros pasaron al lado de la furgoneta en su persecución.

—Parece que hay más gente interesada en él.

Hollis puso en marcha el motor y apretó el acelerador. Derrapando sobre sus gastados neumáticos, la furgoneta de reparto enfiló el cañón. Unos minutos más tarde, giraban por Mulholland Drive, la carretera de dos carriles que seguía la cresta de las colinas de Hollywood. Si se miraba a la derecha se veía una bruma pardusca cubriendo un valle atestado de casas, azules piscinas y edificios de oficinas.

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