El Viajero (19 page)

Read El Viajero Online

Authors: John Twelve Hawk

Tags: #La Cuarta Realidad 1

BOOK: El Viajero
9.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

La pantalla del televisor mostró la imagen de un viejo edificio de dos plantas.

—Hace unas cuantas noches, los dos hermanos se reunieron en una residencia para enfermos terminales donde se encontraba ingresada su madre. Nuestra gente no tenía equipos de imagen térmica, pero disponían de un escáner de voz. Esto fue lo que Rachel Corrigan contó a sus hijos.

La débil voz de una mujer moribunda sonó por los altavoces:

«Vuestro padre era un Viajero... Un Arlequín llamado Thorn nos encontró... Si tenéis el poder debéis ocultárselo a la Tabula.»

El rostro de Boone reapareció en la pantalla.

—Rachel Corrigan murió esa noche, y los dos hermanos se marcharon de la residencia. El señor Pritchett dirigía el grupo y fue él quien tomó la decisión de capturar a Michael Corrigan. Por desgracia, Gabriel siguió a su hermano por la autopista y atacó uno de nuestros vehículos. Los hermanos Corrigan consiguieron escapar.

—¿Dónde se encuentran ahora? —preguntó Nash.

Lawrence miró mientras una nueva imagen aparecía en el monitor. Un tipo corpulento con aspecto de hawaiano y un hispano calvo armado con una escopeta escoltaban a los hermanos Corrigan mientras salían de una casa.

—A la mañana siguiente, uno de nuestros equipos de vigilancia vio al hermano y a dos guardaespaldas en casa de Gabriel. Media hora después, el mismo grupo fue al apartamento de Michael y recogió ropa y enseres personales.

»Los cuatro hombres condujeron hacia el sur de Los Ángeles hasta una fábrica de ropa en City of Industry. La fábrica es propiedad de un sujeto llamado Frank Salazar. Se ha hecho rico con el hampa, pero ahora es propietario de varios negocios legales. Es socio inversionista de uno de los edificios de oficinas de Michael Corrigan. En estos momentos, sus hombres custodian a los dos hermanos.

—¿Y siguen todavía en la fábrica? —preguntó Nash.

—Así es. Solicito permiso para montar un ataque esta noche y hacerme con ellos.

Los hombres alrededor de la mesa permanecieron en silencio unos segundos. Luego, el calvo representante de Moscú tomó la palabra.

—Esa fábrica... ¿está en una zona pública?

—Así es. Hay dos edificios de apartamentos a unos quinientos metros.

—Este comité hace tiempo que tiene decidido evitar acciones que puedan llamar la atención de la policía.

El general Nash se inclinó hacia delante.

—Si esto fuera una ejecución de rutina, pediría al señor Boone que esperase mejor oportunidad, pero la situación ha cambiado muy deprisa. Gracias al ordenador cuántico tenemos la oportunidad de hacernos con un poderoso aliado. Si el Proyecto Crossover tiene éxito, habremos conseguido por fin la tecnología necesaria para controlar a toda la población.

—Pero necesitamos un Viajero —objetó uno de los presentes.

El general Nash tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—Sí. Y, por lo que sabemos, los Viajeros ya no existen. Esos dos jóvenes son los hijos de un conocido Viajero, y eso significa que pueden haber heredado el don. Hemos de apoderarnos de ellos. No nos queda otra alternativa.

18

Maya permaneció sentada en silencio y observando a los tres hombres. Había tardado en recuperarse de la descarga eléctrica, y todavía notaba una sensación de ardor en el pecho y en el hombro izquierdo. Mientras se hallaba inconsciente, los tres habían cortado una vieja correa de ventilador y le habían atado las piernas con ella. Además, tenía las manos esposadas detrás de la silla. En esos momentos intentaba controlar su furia y hallar un rincón de calma en su corazón. «Piensa en una piedra —solía decirle su padre—, en una piedra negra y lisa. Sácala de un torrente de la montaña y sostenla en la mano.»

—¿Por qué no habla? —preguntó Bobby Jay—. Si yo estuviera en su lugar te estaría llamando de todo.

Shepherd observó a Maya y rió.

—Está pensando en el modo de rebanarte la garganta. Su padre le enseñó a matar cuando era pequeña.

—Qué fuerte...

—No. Es una locura —dijo Shepherd—. Esa otra Arlequín, la irlandesa que llaman Madre Bendita fue a un pueblo de Sicilia y mató a trece personas en diez minutos. Intentaba rescatar a un sacerdote católico que había sido secuestrado por unos mafiosos locales que trabajaban como mercenarios. El sacerdote recibió un balazo y murió desangrado en un coche, pero Madre Bendita escapó. Y ahora, lo juro por Dios, hay un altar en una capilla al lado de la carretera al norte de Palermo que incluye una pintura de Madre Bendita como el Ángel de la Muerte. Al diablo con eso. Es una maldita psicópata. Eso es lo que es.

Masticando chicle y rascándose, Tate se acercó a la silla y se inclinó de modo que su boca quedó a pocos centímetros de la cara de Maya.

—¿Es eso lo que estás haciendo, encanto? ¿Pensando en cómo matarnos? Vamos, eso no es agradable.

—Mantente alejado de ella —le advirtió Shepherd—. Déjala en la silla. No abras las esposas. No le des comida ni agua. Volveré tan pronto como localice a Pritchett.

—¡Traidor!

Maya debería haber permanecido en silencio —no se conseguía nada conversando—, pero la palabra pareció acudir por sí misma a sus labios.

—Esa palabra implica traicionar —contestó Shepherd—. Pero ¿sabes? No tengo nada que traicionar. Los Arlequines ya no existen.

—No podemos permitir que la Tabula se haga con el control.

—Tengo noticias para ti, Maya. Los Arlequines están fuera de circulación porque la Hermandad ya no persigue a los Viajeros. Van a capturarlos y utilizar su poder. Eso es lo que tendrían que haber hecho hace años.

—No mereces el nombre de Arlequín. Has traicionado la memoria de tu familia.

—Tanto a mi abuelo como a mi padre lo único que les interesaba eran los Viajeros. Ninguno de ellos se preocupó nunca de mí. Somos iguales, Maya. Ambos fuimos educados por gente que creía en una causa perdida.

Shepherd se volvió hacia Bobby Jay y Tate.

—No la perdáis de vista ni un momento —les dijo, y acto seguido salió de la estancia.

Tate fue hasta la mesa y cogió el cuchillo de lanzar de Maya.

—Mira esto —le dijo a su hermano—. Está perfectamente equilibrado.

—Vamos a quedarnos con los cuchillos y su espada Arlequín, y a llevarnos una propina cuando Shepherd regrese.

Maya flexionó ligeramente los brazos y las piernas, esperando una oportunidad. Cuando era mucho más joven, su padre la había llevado a un club del Soho donde se jugaba al billar a tres bandas. Eso le había enseñado a pensar con antelación y a organizar una secuencia de acciones. La bola blanca golpeaba la bola roja y después rebotaba en las bandas.

—Shepherd le tiene demasiado miedo. —Sosteniendo el cuchillo, Tate se acercó a Maya—. Los Arlequines tienen esa fama, pero no hay nada que la respalde. Mírala. Tiene dos brazos y dos piernas como todo el mundo.

Tate empezó a hundir la punta del arma en la mejilla de Maya. La piel se hundió y después cedió. Tate presionó un poco más, y apareció una gota de sangre.

—Mira esto. También sangra. —Con cuidado, igual que un escultor modelando barro, le hizo un corte poco profundo que le iba desde la mejilla hasta la clavícula.

Maya notó que la sangre le goteaba de la herida y le corría por la piel.

—¿Lo ves? —dijo Tate—. Sangre roja. Igual que tú o yo.

—Deja de hacer tonterías o vas a meternos en problemas —le espetó Bobby Jay.

Tate sonrió aviesamente y volvió a la mesa. Durante unos segundos dio la espalda a Maya y la ocultó de la vista de su hermano.

Maya se dejó caer de rodillas y echó los brazos hacia atrás tanto como pudo. Cuando se liberó de la silla pasó las manos por debajo de la pelvis y las piernas hasta tenerlas delante de ella. Se puso en pie con las muñecas y los tobillos atados aún y saltó hacia la mesa, más allá de Tate. Dio una voltereta en el aire, agarró la espada y aterrizó ante Bobby Jay. Sorprendido, éste metió la mano en la chaqueta de cuero buscando un arma. Maya blandió la espada con ambas manos y le asestó un tajo en la garganta. La sangre brotó de la arteria seccionada. Bobby Jay empezó a caer, pero ella ya se había olvidado de él. Deslizó la hoja por la correa de ventilador y se liberó las piernas.

«Muévete más deprisa. ¡Ya!»

Dio la vuelta alrededor de la mesa hacia Tate mientras éste metía una mano bajo la sudadera y sacaba una automática. Cuando alzó el arma, Maya se movió hacia la izquierda, descargó un golpe con el filo de la espada y le cortó el brazo. Tate aulló y trastabilló hacia atrás, pero ella se le echó encima mientras le asestaba cortes en el cuello y en el pecho una y otra vez.

Tate cayó al suelo y Maya se incorporó sobre su cuerpo, aferrando la espada. El mundo se hizo más pequeño, concentrándose igual que una estrella negra en un pequeño punto de rabia, miedo y júbilo.

19

Los hermanos Corrigan habían pasado cuatro días viviendo en el último piso de la fábrica de ropa. Esa tarde, el Señor Bubble llamó a Michael y le aseguró que sus negociaciones con la familia Torrelli en Filadelfia iban como la seda. En cuestión de una semana, más o menos, Michael tendría que firmar unos documentos de cesión de propiedad y después quedaría libre.

Deek se presentó a última hora de la tarde y encargó comida china. Luego envió a Jesús Morales abajo para que esperara la furgoneta de reparto y empezó una partida de ajedrez con Gabriel.

—En la trena se juega cantidad al ajedrez —comentó Deek—. Pero allí todos juegan igual. No saben más que atacar y seguir atacando hasta que se cargan al rey.

En la fábrica reinaba un profundo silencio cuando las máquinas de coser no estaban en funcionamiento y el personal se había marchado a casa. Gabriel oyó que un coche se acercaba por la calle y se detenía enfrente del edificio. Se asomó a la ventana de la cuarta planta y vio un conductor chino apearse con dos bolsas de comida.

Deek contempló el tablero considerando su siguiente jugada.

—Alguien se cabreará cuando Jesús le pague. Ese tío ha hecho un largo trayecto y el rácano de Jesús le dará una propina miserable.

El conductor cogió el dinero y empezó a encaminarse hacia su vehículo. De repente, metió la mano bajo la cazadora y sacó una pistola. Se puso a la altura de Jesús, levantó el arma y le voló la tapa de los sesos. Deek oyó el disparo y corrió a la ventana mientras dos coches llegaban a toda velocidad. Un grupo de hombres saltó de los vehículos y siguió al chino dentro del edificio.

Deek sacó el móvil y habló rápidamente:

—Enviad unos colegas ahora mismo. Acaban de entrar seis tipos armados. —Colgó, cogió su fusil de asalto M—16 y le hizo un gesto a Gabriel—. Ve y busca a Michael. Quédate con él hasta que el Señor Bubble venga y nos ayude.

El corpulento samoano bajó con cautela por la escalera, y Gabriel corrió por el pasillo y encontró a Michael de pie ante los camastros plegables.

—¿Qué ocurre?

—Están atacando el edificio.

Oyeron una ráfaga de disparos amortiguada por las paredes. Deek se encontraba en el hueco de la escalera disparando contra los atacantes. Michael parecía confundido y asustado. De pie en el umbral observó a Gabriel, que cogía una oxidada pala.

—¿Qué estás haciendo?

—Salgamos de aquí.

Gabriel rompió con la pala la parte inferior del marco de una ventana. Arrojó la pala a un lado, tiró de la ventana hacia arriba y miró fuera. Un alero de cemento de diez centímetros de ancho corría a lo largo de la pared. El tejado del edificio vecino se hallaba casi a un par de metros, al otro lado de un callejón, y un piso por debajo de donde ellos se encontraban atrapados.

Algo explotó en el interior de la fábrica, y las luces se apagaron. Gabriel corrió hasta el rincón, cogió la espada japonesa de su padre y la metió con la empuñadura hacia abajo en su mochila de manera que únicamente sobresalía la punta de la vaina. Se escucharon más disparos. Deek gritó de dolor.

Gabriel se echó la mochila a la espalda y volvió a la ventana abierta.

—Vamos. Podemos saltar hasta el edificio de al lado.

—Yo no puedo hacer eso —contestó Michael—. La pifiaré y fallaré.

—Tienes que intentarlo. Si nos quedamos aquí nos matarán.

—Yo hablaré con ellos, Gabe. Puedo convencer a cualquiera.

—Olvídalo. No han venido para hacer ningún trato.

Gabriel salió por la ventana y se puso de pie en el alero sujetándose con la mano izquierda a la ventana. De la calle llegaba la luz suficiente para ver el tejado, pero el callejón entre los dos edificios no era más que una mancha oscura. Contó hasta tres, saltó por el aire y cayó en la superficie de tela asfáltica de la azotea. Poniéndose rápidamente en pie, se volvió hacia la fábrica.

—¡Date prisa!

Michael vaciló. Hizo ademán de salir por la ventana, pero se retiró.

—¡Puedes hacerlo! —Gabriel comprendió que tendría que haberse quedado con su hermano y haberlo ayudado a saltar primero—. Acuérdate de lo que siempre dices: debemos permanecer juntos. Es la única manera.

Un helicóptero dotado de una luz reflectora rugió en el cielo. El haz perforó la oscuridad, rozó brevemente la abierta ventana y siguió por la parte superior de la fábrica.

—¡Vamos Michael!

—¡No puedo! Voy a buscar un lugar donde esconderme.

Michael metió la mano en el bolsillo de su abrigo, cogió algo y lo tiró a su hermano. Cuando el objeto cayó en la azotea, Gabriel vio que se trataba de una pinza para billetes que sujetaba una tarjeta de crédito y un fajo de billetes de veinte dólares.

—Me reuniré contigo en el cruce de Wilshire Boulevard y Bundy a las doce del mediodía —le dijo Michael—. Si no estoy allí, espera veinticuatro horas y vuelve a intentarlo.

—Van a matarte.

—No te preocupes. Todo saldrá bien.

Michael desapareció en la oscuridad y Gabriel se quedó solo. El helicóptero volvió a sobrevolar el edificio y se mantuvo en el aire con los motores rugiendo y la gran hélice levantando restos y suciedad. La luz cayó sobre los ojos de Gabriel. Era como mirar el sol. Medio deslumbrado por el resplandor, corrió dando tumbos por la azotea hasta una escalera de incendios, la agarró y dejó que la gravedad lo empujara hacia abajo.

20

Maya se quitó las prendas manchadas de sangre y las metió en una bolsa de basura. Los dos cadáveres se encontraban a escasos metros de ella, e intentó no pensar en lo que acababa de suceder. «Mantente en el presente —se dijo—. Concéntrate en una sola acción a la vez.» Filósofos y poetas habían escrito acerca del pasado, pero Thorn había enseñado a su hija a evitar semejantes distracciones. La hoja de la espada era el modelo adecuado mientras centelleaba en el aire.

Other books

Forbidden by Pat Warren
Animate Me by Ruth Clampett
A Dom Is Forever by Lexi Blake
Da Silva's Mistress by Tina Duncan
Red Dawn by J.J. Bonds
Mistwood by Cypess, Leah