El asesinato de Rogelio Ackroyd (13 page)

BOOK: El asesinato de Rogelio Ackroyd
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— ¿Usted se llama Úrsula Bourne? —preguntó el inspector.

—Sí, señor.

— ¿Se va usted de la casa?

—Sí, señor.

— ¿Por qué?

—Cambié de sitio unos papeles de la mesa de Mr. Ackroyd. Se enfadó y le dije que lo mejor sería que me fuera. Él me contestó que sí y que lo hiciera cuanto antes.

— ¿Se encontraba usted en el dormitorio de Mr. Ackroyd anoche para preparar la cama?

—No, señor. Eso es trabajo de Elsie. Yo nunca entro en esas habitaciones.

—Debo decirle, hija mía, que una importante cantidad de dinero ha desaparecido del cuarto de Mr. Ackroyd.

Por fin la vi cambiar de expresión y un intenso rubor le cubrió el rostro.

—No sé nada de ese dinero. Si usted cree que yo lo cogí y que el señor me despidió por eso, se equivoca.

—No la acuso de haberlo robado. No se enfade.

La muchacha le miró fríamente.

—Si lo desea, puede registrar mi habitación —señaló desdeñosamente—. Pero no encontrará nada.

Poirot intervino de pronto.

—Fue ayer por la tarde cuando Mr. Ackroyd la despidió o usted se despidió, ¿verdad?

La muchacha asintió.

— ¿Cuánto tiempo duró la entrevista?

— ¿La entrevista?

—Sí, la entrevista entre usted y Mr. Ackroyd en el despacho.

—No lo sé.

— ¿Veinte minutos? ¿Media hora?

—Algo así.

— ¿No duró más?

—Más de media hora, no.

—Gracias, mademoiselle.

Miré a Poirot con curiosidad. Estaba ordenando los objetos que cubrían la mesa y los ojos le brillaban de un modo peculiar.

—Gracias, basta con eso —dijo el inspector.

Úrsula se marchó y Raglán se volvió hacia miss Russell.

— ¿Cuánto tiempo hace que está aquí? ¿Tiene usted una copia de las referencias que le dieron de ella?

Sin contestar a la primera pregunta, miss Russell se acercó a un archivador, abrió uno de los cajones y sacó un puñado de cartas sujetas por una pinza. Escogió una de ellas y la ofreció al inspector.

—No está mal. Mrs. Richard Folliott, Marby Grange, Marby. ¿Quién es esa mujer?

—Pertenece a una buena familia del condado.

—Bien. —El inspector le devolvió el sobre—. Vamos a interrogar a la otra camarera, Elsie Dale.

Era una muchacha alta y gruesa, rubia, de rostro agradable, pero de expresión algo estúpida. Contestó de buena gana a nuestras preguntas y se mostró muy disgustada al enterarse de la desaparición del dinero.

—No creo que esconda nada —observó el inspector después de despedirla—. ¿Y Parker?

Miss Russell apretó nuevamente los labios y no contestó.

—Tengo el presentimiento de que este hombre nos reserva una sorpresa —continuó el inspector—. Lo cierto es que no veo cuándo tuvo la oportunidad de hacerlo. Sus ocupaciones le mantienen atareado después de la cena y cuenta con una buena coartada para la velada. Lo sé porque le he dedicado una especial atención. Gracias, miss Russell. De momento dejaremos las cosas como están. Es muy probable que Mr. Ackroyd dispusiera en persona del dinero.

El ama de llaves nos dio las buenas tardes y nos alejamos.

Yo salí de la casa junto a Poirot.

—Me pregunto —dije, rompiendo el silencio— qué papeles serían los que esa muchacha tocó para que Ackroyd se enfureciera de tal modo. Acaso en eso esté la clave del misterio.

—El secretario dijo que no había papeles de importancia en la mesa —recordó Poirot.

—Sí, pero... —Me detuve.

— ¿Le parece extraño que Ackroyd se enfadara tanto por una nimiedad?

—Sí, lo confieso.

—Pero, ¿es realmente una nimiedad?

—Desde luego —admití—. No sabemos qué había en esos papeles. Pero Raymond dijo...

—Deje a Mr. Raymond fuera de la cuestión un minuto. ¿Qué le ha parecido la muchacha?

— ¿Qué muchacha? ¿La camarera?

—Sí, Úrsula Bourne.

—Me
pareció
una buena chica.

Poirot repitió a continuación mis palabras, pero puso el énfasis en la segunda palabra

—Le pareció una buena chica.

Sacó algo del bolsillo y me lo alargó.

—Mire, amigo mío. Voy a enseñarle algo.

El papel era la lista que el inspector le había dado a Poirot horas antes. Seguí la línea que marcaba el dedo del belga y vi una pequeña cruz hecha con lápiz ante el nombre de Úrsula.

—Tal vez no se ha fijado usted, mi buen amigo, pero en esta lista hay una persona cuya coartada no tiene confirmación: Úrsula Bourne.

— ¿No creerá usted...?

—Doctor Sheppard, no me atrevo a creer nada. Úrsula Bourne quizá mató a Ackroyd, pero confieso que no veo el motivo para ello. ¿Y usted?

Me miraba fijamente, tan fijamente, que me sentí algo molesto.

— ¿Y usted? —insistió.

—Ni el menor motivo —respondí con firmeza.

Poirot desvió la mirada, frunció el entrecejo y murmuró:

—Puesto que el chantajista era un hombre, ella no puede serlo.

Tosí ligeramente.

—En cuanto a eso... —empecé, vacilando.

Poirot se volvió hacia mí.

— ¿Qué iba a decir?

—Nada, nada. Sólo que, en su carta, Mrs. Ferrars mencionaba a una persona sin especificar su nombre, pero Ackroyd y yo dimos por descontado que se trataba de un hombre.

Poirot no parecía escucharme. Y murmuraba entre dientes.

—Es posible, después de todo... Sí, es posible, pero entonces debo ordenar mis ideas de nuevo. ¡Método, orden! Nunca lo he necesitado tanto. Todo tiene que encajar en su sitio o, de lo contrario, sigo una pista falsa. ¿Dónde se encuentra Marby?

—Al otro lado de Cranchester.

— ¿A qué distancia?

—A unas catorce millas.

— ¿Podría usted ir allí? ¿Mañana por ejemplo?

— ¿Mañana? Veamos. ¿Mañana es domingo? Sí, puedo arreglarlo. ¿Qué quiere usted que haga allí?

—Que vea a Mrs. Folliott y se entere de cuanto pueda respecto a Úrsula Bourne.

—Muy bien, pero el encargo no es de los que me entusiasmen demasiado, créame.

—No es hora de poner dificultades. La vida de un hombre depende tal vez de esto.

— ¡Pobre Ralph! —dije suspirando—. ¿Usted cree en su inocencia?

Poirot me miró y su aspecto era muy grave.

— ¿Quiere usted saber la verdad?

—Desde luego.

—Pues ahí va. Amigo mío, todo tiende a demostrar su culpabilidad.

— ¿Qué?

—Sí, ese estúpido inspector, pues es un estúpido, no le quepa la menor duda, está convencido de que él es el culpable. Yo busco la verdad y la verdad me lleva cada vez hacia Ralph Patón. Motivo, oportunidad, medios. Sin embargo, no dejaré ningún cabo suelto. He prometido a miss Flora hacer todo lo posible, y la pequeña estaba muy segura de su inocencia, muy segura.

Capítulo XI
-
Poirot me encarga una visita

Al día siguiente por la tarde, al llamar a la puerta de Marby Grange, estaba un poco nervioso. Me preguntaba qué esperaba Poirot que encontrara. ¿Acaso deseaba permanecer en la sombra como cuando interrogué al comandante Blunt? Mis meditaciones fueron interrumpidas por la aparición de una elegante camarera.

Mrs. Folliott estaba en casa. Me hicieron pasar a un gran salón, que contemplé con curiosidad mientras esperaba a la dueña de la casa. Había allí algunos hermosos jarrones de porcelana, grabados y muchos almohadones y cortinajes. Era, a todas luces, un salón femenino.

Al entrar Mrs. Folliott, una mujer alta, de cabellos castaños algo despeinados y una sonrisa encantadora, dejé la contemplación de un Bartolozzi que colgaba de una de las paredes. .

— ¿El doctor Sheppard?

—Sí, así me llamo. Debo pedirle mil perdones por molestarla, pero deseo informes de una camarera que usted empleó hace algún tiempo llamada Úrsula Bourne.

Al oír el nombre, la sonrisa desapareció de su rostro y su cordialidad dejó sitio a una marcada frialdad.

— ¿Úrsula Bourne?

—Sí. ¿Tal vez no recuerda usted el nombre?

—Sí, lo recuerdo muy bien.

— ¿Dejó de trabajar aquí hace un año, según creo?

—Sí, sí, así es.

— ¿Cumplió bien su cometido mientras trabajó en su casa?

—Sí.

— ¿Cuánto tiempo estuvo a su servicio?

—Un año o dos. No lo recuerdo con exactitud. Es muy capaz. Estoy segura de que quedará satisfecho de su trabajo. No sabía que se iba de Fernly Park.

— ¿Puede usted decirme algo más de ella?

— ¿De ella?

—Sí. ¿De dónde viene, quién es su familia?

La expresión de Mrs. Folliott se volvió todavía más fría.

—No lo sé.

— ¿Dónde sirvió antes de entrar en su casa?

—Lo siento, pero no lo recuerdo.

Un ligero enfado se mezclaba ahora a su excitación. Irguió la cabeza con un gesto que me era vagamente familiar.

— ¿Son realmente necesarias todas estas preguntas?

—No, en absoluto —dije, fingiendo sorpresa y como excusándome—. No pensaba que le molestaría contestarlas. Lo siento mucho.

Su enfado se desvaneció y quedó confusa.

—No me molesta responder a sus preguntas, le aseguro que no. Pero me extrañan, nada más.

Una de las ventajas de ser médico es que se adivina casi siempre cuando la gente miente. La actitud de Mrs. Folliott me daba a entender que la molestaban muchísimo mis preguntas. Estaba inquieta, contrariada. Era evidente que escondía algún secreto. La juzgué como a una mujer que no estaba acostumbrada a esconder sus emociones, ni a mentir, por lo que se sentía violenta al tener que hacerlo. Hasta un niño se hubiera percatado de ello.

Pero también estaba claro que no tenía la intención de decirme nada más. No me enteraría a través de Mrs. Folliott de ningún misterio relacionado con Úrsula Bourne.

Vencido, me excusé una vez más y salí de la casa.

Fui a ver a dos enfermos y llegué a casa a eso de las seis. Caroline me esperaba con el té preparado y su rostro revelaba esa excitación peculiar que conocía tan bien. Estaba buscando información o bien tenía noticias interesantes que comunicar. Me pregunté cuál de las dos cosas sería.

—He tenido una tarde interesantísima —empezó, cuando me dejaba caer en mi sillón y alargaba los pies hacia el fuego, que ardía alegremente.

— ¿De veras? ¿Ha venido, quizá, miss Gannett? —Esa digna mujer es uno de nuestras principales cotillas.

—Piensa, piensa bien, a ver si lo adivinas —dijo Caroline muy complacida.

Fui dando nombres hasta acabar con todos los informadores de mi hermana. Ésta continuaba negando con la cabeza de un modo triunfante. Al final me lo dijo.

— ¡Mr. Poirot! ¿Qué te parece?

Me parecía un sinfín de cosas, pero tuve el cuidado de no decirlas a Caroline.

— ¿Por qué ha venido?

—Para verme, naturalmente. Me ha dicho que, conociendo a mi hermano como le conoce, esperaba tener el placer de conocer a su encantadora hermana, quiero decir tu encantadora hermana.

— ¿De qué ha hablado?

—Mucho de él y de los casos que le han sido confiados. Conoce al príncipe Paul de Mauritania, el que acaba de casarse con una bailarina.

-¿Sí?

—Hace unos días leí un párrafo muy interesante sobre ella en
Society Snnippets
donde se decía que era en realidad una gran duquesa rusa, una de las hijas del zar, que logró escapar de los bolcheviques. Pues bien, resulta que Poirot descubrió un crimen misterioso en el que iban a verse involucrados. El príncipe Paul estaba loco de gratitud.

— ¿No le regaló acaso un alfiler de corbata con una esmeralda del tamaño de un huevo de paloma? —pregunté sarcásticamente.

—No me lo ha dicho, ¿por qué?

—Por nada. Creía que era la costumbre, por lo menos así es en las novelas de detectives. El superdetective tiene siempre sus habitaciones llenas de rubíes, perlas y esmeraldas, regaladas por sus reales clientes.

—Es muy interesante escuchar esas historias de boca de sus protagonistas —dijo mi hermana complacida.

Debería serlo por lo menos para Caroline. Yo no podía dejar de admirar el ingenio de Poirot que supo escoger el tema que más complacía a una solterona de un pequeño pueblo.

— ¿Te ha dicho que la bailarina era realmente una gran duquesa?

—No estaba autorizado a revelarlo —contestó Caroline dándose aires de importancia.

Me pregunté hasta qué punto Poirot habría alterado la verdad al hablar con mi hermana. Era posible que no hubiera dicho nada, sino dejado creer mucho enarcando las cejas o encogiéndose de hombros.

—Después de eso, supongo que estás dispuesta a comer en su mano.

—No seas vulgar, James. No sé dónde aprendes esas expresiones tan ordinarias,

—Probablemente en casa de mis enfermos, que son mi único lazo con el mundo exterior. Por desgracia, no hay entre ellos ni príncipes reales ni interesantes
emigres
rusos.

Caroline se subió las gafas sobre la frente y miró con atención.

—Estás de mal humor, James. Debe de ser el hígado. Toma una píldora azul esta noche.

Al verme en mi casa, nadie diría nunca que soy doctor en medicina. Caroline receta tanto para mí como para ella.

— ¡Maldito sea mi hígado! —dije con irritación-—. ¿Habéis hablado del crimen?

—Naturalmente, James. ¿Acaso se puede hablar de otra cosa en este pueblo? He conseguido aclararle algunos puntos a Mr. Poirot, que se ha mostrado muy agradecido. Dice que tengo el instinto de un verdadero detective y una intuición maravillosa de la naturaleza humana.

Caroline se parecía a un gato harto de crema. Ronroneaba de placer.

—Ha hablado mucho de las células grises del cerebro y de sus funciones. Dice que las suyas son de primera calidad.

—No me extraña —observé amargamente—. La modestia no se cuenta entre sus cualidades.

—Me gustaría, James, que no fueras tan criticón. Mr. Poirot considera muy importante que Ralph aparezca cuanto antes y que explique cómo empleó su tiempo. Afirma que su desaparición producirá una impresión malísima en la encuesta.

— ¿Qué le has contestado?

—Que estaba de acuerdo con él —dijo mi hermana con aire de suficiencia—. Además, le he explicado cómo la gente juzga los hechos.

—Caroline —manifesté con un tono severo—, ¿le has dicho a Mr. Poirot lo que oíste en el bosque el otro día?

—Sí —contestó Caroline muy ufana.

Me levanté y empecé a andar por el cuarto.

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