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Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

Despertando al dios dormido (20 page)

BOOK: Despertando al dios dormido
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—Hay algo en Irlanda —oyó que decía la voz lejana de Basia—, algo que está relacionado con los símbolos de los medallones y los de la isla de Oak. Pero ¿qué es? El pozo de la isla de Nueva Escocia no parece tener fondo y la Starfish Alliance está muy interesada en mantener a la gente fuera de allí…

Una vez más, la memoria fotográfica que tenía Julia para el arte pictórico le proporcionó la solución. Se alzó del sofá como impelida por un resorte y se aproximó al mapa con el diario abierto, sin apercibirse de que Fabio, alarmado, estaba desenfundando el arma y mirando en todas direcciones. Los contornos coincidían en forma y en tamaño con los representados por el mapa de placas tectónicas del planeta que había en la esquina inferior derecha. Por alguna razón, el profesor había reproducido el esquema en su diario y había dibujado además un par de marcas en dos de las zonas que correspondían con exactitud a los agujeros de Nueva Escocia e Irlanda. Julia leyó con dificultad los párrafos anteriores y posteriores al dibujo, pero no consiguió entender más que palabras inconexas como
Ungestüm lava
(lava volcánica);
Druck
(presión);
Wasser
(agua); y
erhitzt
(calor).

Iba a volverse para comentar sus impresiones cuando un relámpago iluminó la sala y el miedo le atenazó la garganta y el vientre con garra de hierro, haciéndola olvidar por completo todo lo demás. El trueno sonó bastante cercano. Un nuevo ataque estaba a punto de comenzar.

Fabio se convirtió de pronto en un torbellino de actividad. Sacó el rifle y le acopló una mirilla telescópica, revisó el cargador y se apostó en la ventana. Basia, por su parte, cerró las dos maletas de golpe y se volvió hacia Julia, mientras cogía el otro rifle.

—Hemos de salir de aquí inmediatamente —le espetó—. ¿Qué has decidido, Julia? ¿Te vas a Barcelona o vienes con nosotros? —añadió con sequedad, mirándola con ojos helados.

—Me voy con vosotros —dijo Julia con firmeza tras un instante de titubeo, y vio cómo Fabio daba un cabezazo de asentimiento. El intervalo entre el relámpago y el trueno que acompañó sus palabras le permitió contar sólo hasta tres. Esta vez todo iba mucho más aprisa.

Basia asió el maletín de Julia y se lo dio mientras guardaba el libro, los diarios y el bastón de coral en bolsas de plástico.

—Recoge las fotos del mapa, coge el coche y reúnete conmigo en la carretera —le ordenó antes de salir y echar a correr por el camino hacia la verja de entrada.

Totalmente desconcertada por el repentino cambio de ritmo, pero consciente de la urgencia que se requería de ella, Julia recogió con presteza las fotos y los documentos esparcidos por la mesita y el suelo del salón y los metió en el maletín. Tras un instante de indecisión, sin saber muy bien por qué, arrancó también el mapamundi. Finalmente, recogió los guantes, su maltrecho abrigo y salió volando hacia el garaje. Fabio la siguió corriendo hacia atrás, cubriendo la retirada con el rifle, y cuando estuvieron al lado del coche, le dio un apretón en el hombro y siguió corriendo a toda velocidad hacia la entrada de la finca.

La lluvia había arreciado y el suelo estaba fangoso. El Sköda seguía tapado con la lona y Julia se alegró de haberlo hecho cuando comprobó con alivio que arrancaba. Al llegar a la verja de la entrada, vio que Basia estaba aguardándola con el rifle y alcanzó a ver la silueta de un todoterreno negro que se alejaba carretera abajo. Basia le hizo señas para que se cambiara de asiento y ocupó el del conductor, instando a Julia a ponerse el cinturón de seguridad mientras ella también lo hacía.

Julia temió por su vida cuando el coche arrancó, haciendo volar una montaña de grava y barro, y se lanzó en pos del otro vehículo, negociando curvas y cambios de rasante como si se tratara de un rally. Los árboles se deslizaban a los lados con rapidez escalofriante y por suerte no se cruzaron con ningún otro vehículo hasta que llegaron al cruce con la autovía. Una vez allí, Basia aminoró un poco la velocidad, tomó la ruta que llevaba de nuevo a Viena y se relajó en el asiento.

—Hemos de llegar a Londres cuanto antes —le explicó a Julia, que había permanecido muda y aferrada a su asiento—. Hemos de entregar todo este material para que sea analizado por los expertos.

—¿Qué significan los símbolos de los medallones? —susurró Julia con voz ronca.

—Según lo que se decía en las cartas, tengo la certeza de que la losa de piedra de Oak actúa de protección
mágica
contra la apertura del pozo y también que fue colocada allí, hace mucho tiempo, por alguien que probablemente nunca identificaremos —respondió Basia sin dejar de mirar al frente mientras seguía conduciendo a gran velocidad—. Aparentemente, no se pueden quitar, a menos que se pronuncie correctamente la invocación que deshace el conjuro. Alguna estancia del
Libro de Dzyan
debe contener alguna pista que nos permita frenarlos. Están intentando romper el sello que protege el pozo, pero… ¿para qué?

Un sonido parecido al de apisonar gravilla retumbaba en la mente de Julia.

—¿Magia? —farfulló volviéndose hacia Basia con la cara desencajada—. Oh, Dios, oh, Dios —musitó con desespero—. Aún quedan más sorpresas, ¿verdad?

Basia golpeó el volante con la mano y emitió un chasquido de consternación con la lengua.

—Maldición, Julia —exclamó, volviéndose a mirarla durante un breve instante con expresión ceñuda—. Ni siquiera has llegado a ver la punta del iceberg. Hay mucho más que monstruos ahí fuera. El mundo real tiene más secretos que los que han pasado a la historia oficial. Y la magia es uno de ellos.

Julia sintió cómo se le venía abajo otra sección de su estantería mental.

—Pero la magia no existe… —aventuró con tono quedo—. La magia tradicional es en realidad algo que la ciencia ha conseguido desvelar parcialmente, y lo demás sólo son conjeturas sin sentido.

—¿Crees que la ciencia puede explicar lo que te está sucediendo, Julia? —preguntó Basia sin cambiar la expresión—. ¿Crees realmente que todo esto puede estar pasando por
causas naturales
?

—Nnno, pero…

—Escúchame, Julia. Algunas leyendas y cultos pretéritos que aparecen en los libros han existido realmente —siguió diciendo Basia—, y sus misterios van más allá de la simple enajenación mental provocada por algún brebaje alucinógeno.

—Entonces, ¿existen los magos?

—Cualquiera puede ser mago. Tan sólo se requiere la voluntad de hacerlo y el conocimiento de lo que puede y no puede hacerse. ¿Recuerdas a Houdini, el escapista más famoso del mundo? Es el ejemplo perfecto de un hombre corriente que tenía algo en su interior que le permitía hacer cosas extraordinarias.

—Pero ¿y yo? Yo no he hecho nada extraordinario…

—Todavía no —rectificó Basia con énfasis.

Recorrieron unos kilómetros más en silencio, mientras Julia sentía cómo le hervía la cabeza con preguntas. Su infancia y sus padres estaban pasando a primer plano en el caos que en pocos días había destrozado su vida por completo. Caras deformes con ojos imposibles, símbolos indescifrables, revelaciones aterradoras, todo se estaba superponiendo a gran velocidad en su mente apabullada.
Flash
.
Flash
.
Flash
.

Julia soltó un gemido y se cogió la cabeza con las manos, incapaz de frenar el alud.

—Cálmate, Julia —oyó que le decía Basia—. Todo a su debido tiempo. No intentes asimilar todo o perderás tu equilibrio mental.

—¿Mi equilibrio mental? —casi gritó, con la voz cargada de cinismo—. ¿Crees realmente que todavía me queda algo de cordura?

Los bosques sombríos se deslizaron velozmente ante ella en el silencio que siguió.

—Lo siento, Julia —espetó finalmente Basia con cierta acritud y soltando un bufido—. Ya sé que te han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. No es nada fácil reconocer que tras la vida relativamente plácida del mundo civilizado existe una realidad plagada de terrores que ni siquiera nos atrevemos a conjurar en sueños. —Soltó el volante un instante y cogió el antebrazo de Julia con un mano sorprendentemente cálida—. Pero ahora hemos de anteponer el bien de muchos al bien de unos pocos. Necesitamos encontrar algo que nos permita descifrar los símbolos del medallón, o ya no va a ser necesario que te preocupes por tu cordura o por la civilización.

Otro pensamiento azotó como un látigo el castigado cerebro de Julia.

—¡El profesor Baxter! —casi gritó, volviéndose hacia Basia, que la miró con alarma—. El historiador que se ofreció a traducirme los símbolos en Londres podría sernos de utilidad, y todavía no sabemos qué significan o cómo se utilizan. Deberíamos ir a verlo antes de dirigirnos a Irlanda.

—¿Roderick Baxter? —exclamó Basia—. ¿El
curator
del Museo Británico te ayudó con la transcripción?

—¿Conoces al profesor? —preguntó Julia estupefacta.

—Baxter es una eminencia en su campo y a veces le consultamos discretamente cuando nos encontramos con algo que no podemos descifrar —contestó Basia haciendo una mueca—. No nos ha dicho nada de este asunto… Ojalá lo hubiese hecho. Bien, esto puede alterar los planes.

Basia paró en el arcén y pasó al asiento de atrás, donde descansaba el maletín transmisor. Lo puso en marcha y comunicó los nuevos datos a alguien. Guardó silencio unos instantes y después comunicó a Fabio el cambio de planes mediante el diminuto transmisor que volvía a llevar colocado en el oído. Siguiendo órdenes de sus superiores, ella y Julia se dirigirían a Londres. Fabio debía seguir hasta Irlanda y aguardarlas allí, en un aeródromo cercano al puerto de Cleggan, de donde partía el trasbordador hacia la isla de Inishbofin, frente a la que suponían estaba el objetivo final.

Mientras seguían avanzando en dirección a Viena, Julia se puso a reflexionar. No sabía qué le aguardaba en Londres, ni tampoco qué representaba pertenecer a la organización vaticana. Todavía había muchos cabos sueltos y pocas respuestas, entre ellas qué iba a ser de su vida. «Si sobrevivo», pensó con un estremecimiento.

De repente, se irguió en el asiento y se giró hacia Basia.

—Por cierto —preguntó con cierto recelo—, ¿cómo me seguisteis la pista? Puse bastante empeño en evitarlo y parece que no sirvió de nada.

Basia la miró con un brillo malicioso en los ojos y sonrió.

—Te puse un localizador en el abrigo mientras estabas en la hemeroteca. Todavía lo llevas puesto en el cuello.

Julia se palpó el cuello del baqueteado abrigo y notó un diminuto bulto en la nuca. Inició un movimiento para quitárselo, pero Basia se lo impidió con rapidez.

—Es mejor que sigas llevándolo durante un tiempo —dijo, mirándola brevemente con expresión seria—. Al menos hasta que este asunto finalice. Sería muy peligroso que te perdiéramos la pista ahora.

Julia abrió la boca para replicar pero la volvió a cerrar. Tenía razón. Ya había demostrado que lo suyo no era la acción y sus reacciones frente a los monstruos no habían sido precisamente las más adecuadas. Gracias al dispositivo, le habían salvado la vida dos veces y las cosas no parecían ir a mejor.

—De acuerdo —concedió—. Otra cosa, Basia. ¿Cómo me encontraron
ellos
?

La mujer guardó silencio durante unos momentos mientras el veloz Sköda seguía acortando la distancia que las separaba de Viena.

—¿Sueñas a menudo con el mar, Julia?

La inesperada pregunta le produjo un torbellino de imágenes y sensaciones oníricas.

—A veces —respondió dubitativa—. Pero casi nunca me acuerdo de lo que he soñado.

La imagen de la horrenda cabeza de pez salpicándole la cara la asaltó.

—Soñé que una mujer con facciones monstruosas me tiraba agua a la cara —dijo abriendo mucho los ojos, mientras se daba cuenta de su verdadero significado.

Vio que Basia asentía sin decir nada. Un jirón de pavor volvió a sacudirle las entrañas. «Un sueño tan real, —recordó estremeciéndose—, un sueño que no fue un sueño, sino un conjuro.»

—¿Quieres decir que esos monstruos pueden
entrar
en tus sueños? —inquirió con el temor aflorando en su voz.

—Sólo en los sueños de ciertas personas —contestó Basia—. Es una especie de contacto telepático del que hemos podido averiguar muy poca cosa. Pero al parecer son capaces de lanzar conjuros
a través
de los sueños de alguien que…

Basia enmudeció. Julia se volvió para mirarla. Tenía los labios prietos formando una línea recta.

—¿Alguien que… qué? —insistió Julia, cuya inquietud iba en aumento.

Basia la miró con expresión inescrutable y exhaló con fuerza por la nariz.

—Hay personas como tú que están a caballo entre los dos mundos —dijo finalmente, fijando la vista en la carretera—. Hasta ahora sólo hemos hallado personas que voluntaria o involuntariamente han sido
preparadas
para esto, sobre todo mujeres.

Julia se tensó en el asiento.

—¿Preparadas? —exclamó, notando que el miedo volvía a crecer—. ¿Preparadas por quién? ¿Y para qué?

Basia se mordió el labio inferior y frunció el entrecejo.

—Será mejor que te lo explique el padre Marini —respondió tras una pausa—. Está más acostumbrado que yo a este tipo de…

—¡No! —la interrumpió con voz agria—. Tengo derecho a saber el porqué de este maldito asunto. ¡Maldita sea, Basia! ¡Se trata de mi vida, por el amor de Dios!

—Está bien, está bien —claudicó ella, manteniendo un tono tranquilo de voz—. Cálmate. Te lo explicaré lo mejor que pueda.

Varios kilómetros más tarde, Basia había detenido el coche en una zona de descanso. Sin decir nada, acariciaba con suavidad la espalda de una desconsolada Julia que sollozaba sin poder contenerse, doblada sobre el asiento.

Todo encajaba tras la descarnada historia que había oído, mientras sus recuerdos de niñez afloraban uno tras otro. Ahora veía a sus padres sellar los pactos secretos con los monstruos a cambio de oro, y entendía los esfuerzos de éstos por lograr un espécimen de híbrido que pudiera integrarse entre los humanos para destruirlos desde dentro. Ahora sí comprendía el propósito de los terribles experimentos que habían culminado en espantosas abominaciones, de las cuales Ûte había sido el resultado tras su estancia en el asilo Webster. Todo encajaba con precisión aterradora en un relato imposible, pero del que sus propios progenitores habían sido protagonistas.

La pregunta que primaba por encima de cualquier otra era: ¿por qué? ¿Por qué su familia, por qué ella? ¿Qué podía ofrecer ella, humana insignificante, a unas deidades omnipotentes que odiaban a su raza desde tiempos inmemoriales, excepto un poco de sangre que, a buen seguro, no iba a ser suficiente para aplacar ninguna venganza milenaria?

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