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Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

Despertando al dios dormido (17 page)

BOOK: Despertando al dios dormido
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. Otra sección del tapiz se iluminó con colores brillantes.

—Así que Ûte decidió pintar otro retrato encima del monstruo y colocar el medallón como aviso —exclamó por fin Julia, deseosa de aportar su parte al relato—. Pero… ¿qué representan los símbolos? ¿Y cómo consiguió el efecto óptico que produce el cuadro?

Con una brusquedad que la sobresaltó, Basia y Fabio se giraron hacia ella. Tenían una expresión extraña en el rostro y cruzaron las miradas durante un momento. Fabio se encaminó hacia la mesita y Julia vio que allí descansaba su maletín, todavía cerrado.

—El efecto óptico al que te refieres —dijo Basia con lentitud y en un tono mucho más bajo, mirándola con intensidad— es la reacción de la mente humana, que se niega a ver la realidad subyacente en el cuadro, pues aunque tu mente consciente no puede ver al monstruo, tu cerebro sí lo está registrando y, como su naturaleza es demasiado espantosa para ser asimilada, simplemente la niega. Pero ¿a qué símbolos te refieres?

Julia miró con incredulidad a Basia y vio que Fabio le estaba ofreciendo el maletín. Lo asió y lo depositó a su lado.

—Los símbolos del medallón —respondió mientras lo abría—. ¿No habéis visto los símbolos? Son unos glifos que hay alrededor del medallón y que se parecen a la escritura cuneiforme. Todavía no sé lo que representan —añadió mientras les tendía las ampliaciones informáticas—, excepto que son algo parecido a fonemas que sólo un batracio o un pez pueden emitir.

Basia y Fabio habían cambiado radicalmente de actitud. Se inclinaron sobre las fotos con avidez y las estudiaron en silencio durante un par de minutos. Después se volvieron para mirar al unísono a Julia, que volvió a tensarse, esperando con los nervios a flor de piel.

—¿Cómo lo has averiguado? —inquirió Fabio con voz ronca—. ¿Hay alguien más implicado en esto?

—Sólo un antiguo conocido mío, un profesor de Historia que trabaja en Londres —respondió Julia sin querer comprometer de momento al viejo arqueólogo—. Pero ni siquiera sabe de dónde lo he sacado. Lo demás es información que saqué de la hemeroteca de
The Times
.

La expresión de desconcierto que se plasmaba ahora en las caras de sus interlocutores indicó a Julia que aún había bastantes partes del tapiz que no habían sido tejidas.

—¿Qué información conseguiste en
The Times
? —preguntó Basia.

Julia sacó las fotocopias de los microfilmes hallados en la hemeroteca y el análisis preliminar que había hecho el profesor Baxter de los símbolos del medallón. A medida que iba explicando los detalles que la habían conducido hasta la desconcertante referencia del pozo de Nueva Escocia, la incredulidad de Fabio y Basia se transmutó en evidente preocupación mientras las expresiones de sus rostros se iban endureciendo.

Cuando Julia terminó con su descripción de los hechos, procurando detallar al máximo cada uno de los pasos seguidos, se hizo un profundo silencio en la habitación, turbado únicamente por el chisporroteo del fuego que iba languideciendo.

—La situación es mucho más grave de lo que habíamos supuesto —dijo finalmente Basia. Su voz sonó hueca, desprovista de cualquier matiz o inflexión que pudiera traicionar su estado de ánimo—. Los datos que has descubierto dan la vuelta a todo este asunto. No sabíamos nada de los símbolos ni de su posible significado. Sabemos que la isla de Oak es una tapadera, pero desconocemos el verdadero alcance de la operación.

—Los símbolos del medallón no pueden estar ahí por casualidad —terció Fabio, mirando con atención las fotocopias—. Ûte sabía a la perfección qué estaba pintando, y eso parece ser la clave de algo, una letanía, una invocación, un mensaje que hemos de interpretar cuanto antes para conocer su significado. Si la Starfish Alliance ha cerrado la isla, es que hay un plan en marcha y hemos de darnos prisa o será demasiado tarde para detener lo que estén urdiendo.

—¿La Starfish Alliance ha cerrado la isla de Oak? —repitió Julia. La hermética compañía y sus investigaciones secretas cobraron una nueva dimensión.

Basia afirmó con la cabeza y se levantó del sillón. Asió una de las maletas metálicas que había depositado en la mesita y la trasladó hasta la mesa que estaba frente a la gran librería. Cuando la abrió, Julia vio que contenía un complejo panel electrónico, en el que empezaron a encenderse lucecitas e indicadores a medida que Basia iba pulsando teclas y diminutos interruptores. Luego se colocó un auricular en el oído y pulsó un botón.


Auro, domine, quattro, controllo
—oyó que repetía en voz baja en un minúsculo micrófono. Julia pescó alguna palabra suelta de la conversación casi susurrada que mantuvo Basia con alguien, pero no consiguió entender casi nada. El poco latín que sabía estaba demasiado oxidado para poder seguir una conversación, pero fue suficiente para ver que estaba pidiendo instrucciones dado el cariz que había tomado la situación.

Julia se giró y se encaró con Fabio.

—Pero ¿por qué estabas en la subasta de Londres? —preguntó—. Ya teníais el lienzo.

—En efecto —respondió el aludido—, pero queríamos saber quién más podría estar interesado en su compra. Podría darnos alguna pista útil, así que decidimos presentarnos y ver quién pujaba.

—¿Y la pantomima que montaste?

Fabio soltó una risita y dio otro sorbetón.

—No puedo resistir ciertas tentaciones —confesó con una sonrisa de culpabilidad reflejada en su rostro moreno—. En cualquier caso, para cazar a un lobo primero hay que hacerle salir del cubil.

—Y nada mejor que ver la reacción del público asistente a la puja para determinar quién era el lobo —suspiró Julia mientras otro cabo se ataba en su cabeza.

Mientras hablaba, Fabio había dejado el material de Julia y estaba examinando todo lo que había por el suelo y encima del sofá con atención. Sin saber muy bien cuál era su papel en todo aquel intríngulis, pero impaciente por hacer algo, Julia se levantó del sofá y se acercó a la librería, recogiendo a su paso los libros que se encontraban diseminados por el suelo.

La vista del desorden que imperaba en el salón le recordó a su anterior habitante.

—¿Qué le ha ocurrido al profesor Grosshinger?

Fabio alzó la cabeza y se la quedó mirando un momento, antes de contestar.

—No lo sabemos, Julia —dijo volviendo de nuevo la vista a los papeles que tenía en las manos—. Puede que haya escapado, puede que ya esté muerto o quizá algo peor…

—La policía no mencionó nada de un ataque —objetó Julia.

Fabio volvió a levantar la cabeza para mirarla, y esta vez su mirada reflejaba un brillo socarrón.

—El Vaticano tiene formas de filtrar lo que no ha de salir a la luz pública. ¿Cómo crees que hemos encontrado la finca? La policía austríaca es muy eficiente —añadió con una risita.

Julia asintió lentamente con la cabeza, mientras otro par de piezas sueltas encajaban en el rompecabezas. Entre ellas el «simpático» oficial del cuartelillo. Casi podía verle alzando el teléfono mientras ella salía por la puerta de la comisaría. Había sido seguida desde el principio de la insensata aventura, a pesar de los esfuerzos que había hecho para impedirlo. Se encogió de hombros con un suspiro y volvió su atención a la pequeña pila de libros que había recogido.

Mientras los iba colocando en los huecos que había en los estantes examinó de paso la biblioteca. La mayoría eran tomos de psicología, psiquiatría aplicada e historia, plagados de anotaciones y fórmulas garabateadas en los bordes de las páginas en lo que parecía ser alemán.

Sin embargo, entre la pila que había estado junto al sofá descubrió
Antropogénesis
, el tercer volumen de la
Doctrina Secreta
de Madame Blavatsky, la traducción hecha por varios miembros no identificados de la Sociedad Teológica Inglesa. Su estado evidenciaba que había sido leído varias veces y presentaba marcas y dobleces en muchas páginas. Julia buscó el resto de tomos que componían la gigantesca obra de la escritora rusa, pero no los halló.

—¿Buscas algo en concreto, Julia? —oyó que le preguntaba Fabio.

Julia le comentó el descubrimiento y juntos se pusieron a buscar por el suelo, mirando por debajo y por encima de los muebles, pero el resto de la colección no apareció.

Al rebuscar en el otro extremo de la habitación, Julia se entretuvo examinando uno a uno los retratos que había en la pared del gran mapamundi. Eran fotografías de pequeño tamaño de gente, en su mayoría pescadores, faenando en las barcas, bailando en una taberna con jarras de cerveza en las manos, trabajando en algún oficio que Julia no acertó a distinguir o simplemente posando sonrientes. Todas las fotos eran antiguas, a juzgar por la tonalidad sepia, por la fisonomía y la forma de vestir de los retratados, y parecían estar tomadas en algún lugar de la costa de Inglaterra o de Irlanda.

Julia no pudo por menos que asociar las fotos con la nota que había hallado en una de las reseñas biográficas que situaba la muerte de la pintora en el asilo Webster de Irlanda. También podía haber mil motivos más, ya que el profesor Grosshinger había pasado bastantes años por esas latitudes tras su deserción de Alemania. Tras tomar nota mentalmente del detalle, trasladó su atención al gran mapa. También era antiguo, y mostraba la superficie del planeta de forma física, sin países ni demarcaciones políticas. En dos de las cuatro esquinas que flanqueaban el planisferio ovoide había dibujos más detallados de los casquetes polares, en otra había una representación coloreada de las zonas verdes y secas del planeta y la última mostraba la situación de las principales placas tectónicas que unían los continentes.

Julia levantó una esquina del mapa para ver si había algo detrás y entonces vio un detalle que se le antojó extraño. Había una serie de manchas claras que destacaban en la oscuridad de la pared. Observando con más atención, descubrió que se debían a luz de la lámpara que traspasaba el mapa a través de unos agujeros diminutos que habían pasado desapercibidos en el primer examen. Volvió a dejarlo caer y examinó de cerca la zona. En efecto, alrededor de donde supuso que estaría Nueva Escocia había un pequeño grupo de orificios del tamaño de un alfiler, como si se hubiera pinchado algo para sujetarlo cerca de esa zona.

Una corazonada la llevó escalera arriba hasta el destrozado dormitorio-estudio del profesor. A pesar de que lo sabía, no pudo evitar un escalofrío de horror al ver el segundo cuerpo sin vida que yacía encima de los restos de su congénere. Tras buscar por entre los papeles que había por el suelo, siempre manteniendo un ojo sobre la forma inmóvil, encontró tres fotografías en blanco y negro, más recientes, que tenían un pequeño agujerito en la parte superior. En una se podía ver una extraña máquina sujeta a unas vigas y varios hombres sonrientes. En otra se veía una escalerilla que bajaba hacia lo que parecía ser un pozo oscuro y la última mostraba a un hombre de mediana edad ataviado con una gabardina forrada y sombrero de ala, de facciones que denotaban su origen germánico, tras el que se podía entrever una tienda de campaña y un pequeño camión con algo parecido a una grúa.

Tras bajar de nuevo al salón, Julia siguió examinando el mapa en busca de otras marcas. Al cabo de un rato encontró un grupo de agujeritos en una zona de la costa suroeste de Irlanda. El profesor había encontrado un nexo entre los dos lugares. Con toda probabilidad, aquel descubrimiento le habría costado la vida.

—Mirad esto.

Basia y Fabio, que estaban conferenciando en un rincón de la sala, acudieron con rapidez y Julia les mostró lo que acababa de descubrir. Los tres convinieron en que había que registrar la casa palmo a palmo para tratar de hallar los datos que lograran situar las piezas que faltaban. Fabio se fue al piso de arriba, Julia se quedó examinando la planta baja y Basia desapareció por la escalera del sótano.

Pero aparte de lo que ya había descubierto, Julia no halló nada más relevante que una caja de alfileres con cabeza de plástico y, tras alimentar el fuego, se sentó en el sofá para repasar todo lo que tenían hasta el momento.

El calor que emanaba de la chimenea, la bajada de adrenalina y el agotamiento que arrastraba la hicieron bostezar. Las llamas del fuego atraían su mirada como un imán y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no sucumbir al sueño. Al mirar su reloj, vio que era casi medianoche.

Florencia, esa misma noche

Unos discretos golpes en la puerta sacaron al padre Marini de su concentración. A partir de la clausura de la isla de Oak, los informes de casi todos los puntos de control mostraban que la actividad se había incrementado. Algo estaba sucediendo y todavía no sabían qué era.


Avanti
—dijo, volviendo la mirada hacia el acalorado eclesiástico de rostro enjuto y ojos hundidos que se acercaba apresuradamente con unos papeles—. ¿
Quo accidit, pater Bonnaccio
?

—Hemos recibido noticias del equipo 4, padre Marini —respondió el aludido, tendiéndole los papeles—. Al parecer, han hallado algo más que la pista del cuadro. Han encontrado a una posible
candidatus
.

El padre Marini cogió los mensajes casi con un zarpazo y los revisó con detenimiento.

—¿Dónde están ahora?

—En Viena, padre —el padre Bonnaccio hizo una pausa y se aclaró la garganta—. Creo que deberíamos ir a Londres para mayor seguridad y realizar allí la
probatio
antes de traerla aquí. La última vez casi provocamos una tragedia.

«Cur meorum me miseriarum admones?»
[1]
, pensó el padre Marini citando a Julio César, mientras las atroces imágenes de lo ocurrido años atrás surgían de las profundas sombras donde había conseguido arrinconarlas.

—Está bien, padre Bonnaccio —dijo tras una larga pausa—. Informe a los equipos. Salimos hacia Londres en cuanto sea posible.

Capítulo X

Julia se despertó al ser zarandeada con suavidad por un hombro. Basia se había recogido la cabellera negra en una práctica cola de caballo. Julia hubiese jurado que habían pasado un par de segundos, pero la claridad que entraba por las ventanas le indicó que había estado durmiendo varias horas.

—Buenos días —le estaba diciendo Basia—. No quisimos despertarte, necesitabas dormir después de todo lo que ha pasado. Además tuvimos una noche muy tranquila. Tenemos noticias interesantes —añadió mientras le alargaba otro minibrik de zumo.

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