Vacas, cerdos, guerras y brujas (22 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Bienaventurados los que hacen obras de paz. (Mateo 5:9) No os imaginéis que vine a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz, sino espada. (Mateo 10:34) Si uno te abofetea la mejilla derecha, vuélvele también la otra. (Mateo 5:39) ¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien la división. (Lucas 12:51) Todos los que empuñan espada, a espada perecerán. (Mateo 26:52) Quien no tenga espada, venda su manto y cómprese una. (Lucas 22:36) Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen. (Lucas 6:27)

Y habiendo hecho un azote de cordeles, echoles a todos del templo… y desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. (Juan 2:15)

Debo señalar también en este momento la interpretación evidentemente falsa o dada tradicionalmente a lo que Jesús dijo cuando le preguntaron si los judíos debían pagar impuestos a los romanos: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Esto sólo podía significar una cosa para los galileos que habían participado en la rebelión de Judas de Galilea contra los impuestos, a saber: "No pagar". Pues Judas de Galilea había dicho que todas las cosas en Palestina pertenecían a Dios. Pero los autores de los evangelios y sus lectores probablemente nada sabían de Judas de Galilea, por lo que conservaron la respuesta sumamente provocativa de Jesús en el supuesto erróneo de que mostraba una actitud genuinamente conciliatoria hacia el gobierno romano.

Después de haberle capturado, los romanos y sus clientes judíos continuaron tratando a Jesús como si fuera el líder de una rebelión militar-mesiánica real o pretendida. El Sanedrín le procesó por haber dicho profecías blasfemas o falsas. Pronto le encontró culpable y le entrego a Poncio Pilatos para un segundo juicio con acusaciones seculares. La razón de esto parece clara.

Como he mostrado en el capítulo sobre el cargo, los mesías populares en contextos coloniales siempre son culpables de un crimen político-religioso, nunca simplemente religioso. A los romanos no les preocupaba e absoluto la violación de los códigos religiosos de los nativos realizada por Jesús pero les inquietaba profundamente su amenaza de destruir el gobierno colonial.

Las predicciones de Caifás sobre cómo la muchedumbre reaccionaría una vez que se mostrara a Jesús indefenso se verificaron totalmente. Pilatos exhibió públicamente al hombre condenado y no se alzó ninguna voz en señal de protesta. Pilatos llegó incluso a ofrecer dejar en libertad a Jesús si la turba lo deseaba. Los evangelios afirman que Jesús era inocente, pero debemos recordar que Pilatos era un militar astuto y de mano dura, que siempre tuvo problemas con la turba de Jerusalén. Según Josefo, Pilatos atrajo una vez a varios miles de personas al estadio de Jerusalén, les rodeó de soldados y amenazó con cortarles la cabeza. En otra ocasión, sus hombres se infiltraron entre la turba poniéndose ropas civiles sobre la armadura y a una señal determinada golpearon a todos los que encontraban a su alcance. Al presentar a Jesús al gentío que hasta ayer mismo le había adorado y protegido, Pilatos se sirvió de la lógica inexorable de la tradición militar-mesiáncia para impresionar a los nativos con su propia estupidez. Ahí estaba su libertador presuntamente divino, Rey del Sacro Imperio Judío, totalmente desvalido frente a unos pocos soldados romanos. La multitud pudo muy bien haber respondido exigiendo la muerte de Jesús como impostor religioso, pero Pilatos no estaba interesado en crucificar a charlatanes religiosos. Para los romanos Jesús era sólo otro personaje subversivo que merecía el mismo destino que todos los demás bandidos y revolucionarios agitadores de masas que seguían saliendo del desierto. Esta es la razón por la que el título sobre la cruz de Jesús rezaba "Rey de los Judíos".

S.G.F. Brandon, antiguo decano de la Escuela de Teología de la Universidad de Manchester, nos recuerda que Jesús no fue crucificado solo; los evangelios relatan que su destino fue compartido por otros dos criminales declarados culpables. ¿Cuál fue el crimen por el que los compañeros de Jesús fueron condenados a muerte? En las versiones en legua inglesa de los evangelios, se dice que eran "ladrones". Pero el término original del manuscrito griego para ellos era lestai, precisamente el mismo término que Josefo utilizó para aludir a los bandidos-zelotes. Brandon cree que incluso podemos especificar todavía más quiénes eran en realidad estos "bandidos". Marcos afirma que en el transcurso del proceso de Jesús, la cárcel de Jerusalén encerraba cierto número de prisioneros que "habían participado en un motín". Si los compañeros de Jesús provenían de estos amotinados, la horrorosa escena del Gólgota cobra una unidad que de lo contrario estaría ausente: el supuesto Rey mesiánico de los judíos en el centro, flanqueado por dos bandidos-zelotes, una escena compatible con todo lo que sabemos de la mentalidad de los oficiales coloniales resueltos a enseñar la ley y el orden a los nativos rebeldes.

Los cuatro evangelios convergen en el espectáculo sombrío del sufrimiento de Jesús en la cruz mientras a los discípulos no se les ve por ninguna parte. Los discípulos no podían creer que un mesías permitiera ser crucificado. Todavía no habían vislumbrado la más pequeña idea de que el culto a Jesús tenía que ser el culto de un salvador pacífico más que vengativo. De hecho, como apunta Brandon, el evangelio de Marcos alcanza fuerza dramática por el fracaso de los discípulos en captar la razón por la que el mesías no destruiría a sus enemigos y no se libraría de la muerte.

Sólo después de la desaparición del cuerpo de Jesús de la tumba se llegó a comprender su aparente falta de poder mesiánico. Algunos discípulos comenzaron a tener visiones, lo que les permitió comprender que la prueba habitual del carácter mesiánico, la victoria, no se aplicaba a Jesús. Inspirados por sus visiones, dieron el paso importante, pero no totalmente sin precedentes, de argüir que la muerte de Jesús no demostraba que era falso mesías; más bien demostraba que Dios había proporcionado a los judíos otra oportunidad crítica de mostrarse dignos de la alianza. Jesús volvería si la gente se arrepentía de sus dudas y pedía el perdón de Dios.

No hay razón alguna para suponer que esta reinterpretación del significado de la muerte de Jesús condujera de golpe a un rechazo del significado militar y político de su condición mesiánica. Hay elementos de juicio que respaldan el punto de vista sostenido de modo convincente por el profesor Brandon: la mayor parte de los judíos que esperaban la vuelta de Jesús en el período entre su crucifixión y la caída de Jerusalén, seguían esperando un mesías que derrocaría a Roma y convertiría a Jerusalén en la capital del Sacro Imperio Judío. Al principio de los "Hechos de los Apóstoles", relato de Lucas sobre lo sucedido tras la muerte de Jesús, el significado político de la vuelta de Jesús predomina en la mente de los apóstoles. La primera cuestión que plantearon al Jesús resucitado es: "Señor, ¿en esta sazón vas a restablecer el reino a Israel?"

Otra fuente del Nuevo Testamento, el "Libro del Apocalipsis", describe la vuelta de Jesús como un jinete con muchas diademas sobre la cabeza, montando en un caballo blanco, que juzga y hace guerra, cuyos ojos son como "llama de fuego", viste un manto "salpicado de sangre", y rige a las naciones con "vara de hierro", y que vuelve a "pisar el lagar del vino del furor de la cólera del Dios omnipotente".

También encontramos elementos de juicio que coinciden sobre este punto en los Manuscritos del Mar Muerto. He dicho hace un momento que la idea de un mesías que resucita de entre los muertos tenía precedentes. Los Manuscritos del Mar Muerto aluden a un "maestro de la justicia" a quien dan muerte sus enemigos pero que vuelve para cumplir la tarea mesiánica. Como los quamranitas, los primeros cristianos judíos se organizaron en una comuna mientras esperaban la vuelta de su "maestro de la justicia".

En los "Hechos de los Apóstoles" se afirma:

Y todos los que habían abrazado la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común; y vendían las posesiones y los bienes, y lo repartían entre todos, según que cada cual tenía necesidad… Porque tampoco había entre ellos menesteroso alguno; pues cuantos había propietarios de campos o casas, vendiéndolo, traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles.

Es de gran interés el hecho de que los Manuscritos del Mar Muerto contengan prescripciones para establecer comunidades de judíos penitentes en las ciudades, que se organizarían siguiendo las mismas directrices comunistas.

Esta es una prueba adicional de que los combatientes de Quamran y los cristianos judíos respondían de forma similar a condiciones similares o eran en realidad aspectos o ramas de un mismo movimiento militar-mesiánico.

Como he indicado al principio de este capítulo, la imagen de Jesús como el mesías pacifista no se perfeccionó probablemente hasta después de la caída de Jerusalén. Durante el intervalo entre la muerte de Jesús y la redacción del primer evangelio, Pablo sentó las bases para el culto del mesianismo pacífico.

Pero aquellos para los que Jesús era principalmente un redentor militarmesiánico judío, dominaban el movimiento en el período de la actividad guerrillera en expansión que llevó a la confrontación del año 68 d.C. El entrono práctico en el que se escribieron los evangelios, que describen un mesías puramente pacífico y universal, era la consecuencia de la infructuosa guerra judía contra Roma. Un mesías puramente pacífico era una necesidad práctica cuando los generales que acababan de derrotar a los revolucionarios mesiánicos judíos -Vespasiano y Tito- llegaron a ser los gobernantes del imperio romano. Antes de esta derrota, era una necesidad práctica para los cristianos judíos de Jerusalén permanecer fieles al judaísmo. Después de ella, los cristianos judíos de Jerusalén ya no podían dominar a las comunidades cristianas de otras partes del imperio, mucho menos a todos aquellos cristianos que vivían en Roma bajo la tolerancia de Vespasiano y Tito. Como consecuencia de la desafortunada guerra mesiánica, la negación de que el culto cristiano había nacido de la creencia judía en un mesías que iba a derrocar el imperio romano, pronto se convirtió en un imperativo práctico.

La comuna de Jerusalén era dirigida por un triunvirato, llamado los "pilares" en los "Hechos de los apóstoles" integrado por Santiago, Pedro y Juan. Entre éstos, Santiago, identificado por Pablo como el "hermano del Señor" (se desconoce la conexión genealógica precisa), pronto demostró ser la figura preeminente. Santiago encabezó la lucha contra el intento de Pablo de oscurecer los orígenes militar-mesiánicos judíos del movimiento de Jesús.

Aunque Jerusalén siguió siendo el centro del cristianismo hasta el año 70 d.C., el nuevo culto se difundió pronto fuera de las fronteras de Palestina hasta muchas de las comunidades de comerciantes, artesanos y sabios judíos que residían en todas las ciudades importantes del imperio romano. Los judíos de ultramar conocían a Jesús a través de misioneros que recorrían las sinagogas del extranjero. El nombre de nacimiento de Pablo, el más importante de estos misioneros, era Saulo de Tarso, un judío que hablaba griego, cuyo padre había adquirido la ciudadanía romana para él y su familia.

Pablo insistía en que se había convertido en apóstol de Jesús por la autoridad de la revelación y sin contacto directo con los apóstoles originarios en Jerusalén. En su epístola a los Gálatas, escrita entre los años 49 y 57 d.C., Pablo decía que había realizado su actividad misionera en Arabia y Damasco durante tres años y que nunca había hablado con ninguno de los apóstoles originarios. Esta carta declara que en aquel tiempo hizo una breve visita a Simón Pedro y habló con Santiago, "el hermano del Señor".

En los quince años siguientes, Pablo se puso en camino de nuevo, viajando de ciudad en ciudad. Sus primeros conversos eran casi siempre judíos. Esto tenía que ser así puesto que los judíos estaban más familiarizados con el linaje profético que, según Pablo, se consumaba en Jesús. Aun cuando Pablo no hubiera estudiado con rabinos, no hubiera hablado hebreo y no se hubiera considerado judío, sin embargo, habría descubierto que los judíos dispersos por la parte oriental del imperio romano eran el pueblo más apropiado para responder a la llamada del culto de Jesús. No sólo constituían uno de los grupos más numerosos de personas desplazadas en el imperio, sino que también se encontraban entre los más influyentes y hasta el año 71 d.C., gozaron de muchos privilegios que se negaban a otras etnias. Pablo tenía entre 3 y 7 millones de judíos fuera de Palestina entre los cuales hacer proselitismo, más del doble de los que tenía Santiago en el interior de Palestina; y prácticamente todos los judíos extranjeros vivían en ciudades grandes o pequeñas.

Pablo realizaba un esfuerzo especial para reclutar entre los no judíos cuando era rechazado por alguna comunidad judía de ultramar. Pero esto tampoco constituía novedad alguna. Atraídos por las ventajas sociales económicas de que gozaban los judíos como consecuencia de su larga experiencia en ambientes cosmopolitas, siempre había habido un flujo incesante de conversos al judaísmo. Los conversos varones eran acogidos como judíos siempre que estuvieran dispuestos a cumplir los mandamientos y se circuncidaran. La mayor novedad relacionada con la actividad proselitista de Pablo no era su mensaje mesiánico, sino su voluntad de bautizar a los no judíos como cristianos sin preocuparse de que se circuncidaran o se confirmaran como judíos.

Los "Hechos de los Apóstoles" declaran que pablo volvió a Jerusalén tras una ausencia prolongada y suplicó a Santiago y a los ancianos de Jerusalén que no obstaculizaran sus esfuerzos por convertir a los no judíos al cristianismo. El veredicto de Santiago consistió en que los no judíos podían convertirse al cristianismo sin someterse a la circuncisión siempre que renunciaran a adorar a otros dioses, la fornicación y la carne estrangulada o manchada de sangre.

Pero Santiago y los miembros de la comuna de Jerusalén insistían en que los cristianos incircuncisos eran inferiores a los cristianos judíos. Pablo relata que cuando Simón Pedro le visitó en Antioquia, todos los cristianos comían juntos. Pero con la llegada de una comisión de investigación enviada por Santiago, Simón Pedro cesó inmediatamente de comer con los cristianos incircuncisos "por temor a que fueran partidarios de la circuncisión", es decir, por temor a que los comisionados cristianos judíos se lo dijeran a Santiago.

Fue una ventaja para Pablo, dada su audiencia de ultramar, el que no recalcase bien el papel privilegiado asignado a los hijos de Israel en el Sacro Imperio Judío. También le supuso una ventaja el ignorar los componentes militares y políticos mundanos en la misión mesiánica de Jesús. Pero las innovaciones ecuménicas de Pablo crearon un problema estratégico que nunca fue capaz de resolver. Inevitablemente, le llevó a un conflicto más profundo con Santiago y los miembros de la comuna de Jerusalén, ya que la supervivencia de los cristianos de Jerusalén, dependía de su capacidad de mantener su reputación como patriotas judíos de buena fe. Para sobrevivir entre las diferentes facciones envueltas en la guerra cada vez más intensa con Roma, era esencial que Santiago continuara rindiendo culto en el templo de Jerusalén y que sus seguidores mantuvieran una imagen de devoción a la ley judía. Su creencia en la pronta reaparición de Jesús había aumentado, no disminuido, su fe en la alianza con Yahvé.

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