Read Vacas, cerdos, guerras y brujas Online
Authors: Marvin Harris
«Las brujas, varones y hembras, que han pactado con el diablo, sirviéndose de ciertos ungüentos y recitando ciertas palabras son conducidas durante la noche a tierras lejanas».
Andrés Laguna, un médico del siglo XVI que ejercía en Lorraine, describió el descubrimiento del tarro de una bruja «lleno hasta la mitad de un cierto ungüento verde con el que se untaban; cuyo olor era tan fuerte y repugnante que se mostró que estaba compuesto de hierbas frías y soporíferas en grado sumo, que son la cicuta, la hierba mora, el beleño, y la mandrágora». Laguna logró un bote lleno de este ungüento y lo utilizó para llevar a cabo un experimento con la mujer de un verdugo de Metz. Untó a esta mujer desde la cabeza hasta los pies, tras lo cual «ella se quedó dormida de repente con un sueño tan profundo, con sus ojos abiertos como un conejo (también parecía una liebre cocida) que no podía imaginar cómo despertarla». Cuando Laguna logró finalmente que se levantara, había estado durmiendo durante 36 horas.
Se quejó: «¿Por qué me despiertas en este momento tan inoportuno? Estaba rodeada de todos los placeres y deleites del mundo». Entonces sonrió a su marido que estaba allí, «que apestaba a ahorcado», y le dijo: «bribón, sabes que te he puesto los cuernos, y con un amante más joven y mejor que tú».
Harner ha reunido algunos de estos experimentos con ungüentos en los que intervenían las mismas brujas. Todos los sujetos caían en un sueño profundo, y cuando se les despertaba, insistían en que habían estado lejos en un largo viaje. Por consiguiente, el secreto del ungüento era conocido por muchas personas que vivían en la época de la locura de las brujas, aun cuando los historiadores modernos han tendido generalmente a olvidar o minimizarlo. La mejor exposición de un testigo ocular sobre el tema fue realizada por uno de los colegas de Galileo, Gíambattista della Porta, quien obtuvo la formula de un ungüento que contenía hierba mora.
Tan pronto como está preparado, untan la parte del cuerpo, frotándose antes a conciencia, de modo que su piel se vuelve de color rosa… Así en algunas noches de luna se creen transportadas a banquetes con música y danzas, copulando con los jóvenes a los que más desean. Tan grande es la fuerza de la imaginación y de la apariencia de las imágenes, que la parte del cerebro llamada memoria está casi repleta de este tipo de cosas; y puesto que ellas mismas son muy propensas, por inclinación de fa naturaleza, a la creencia, se aferran a las imágenes de tal modo que el mismo espíritu se altera y no piensan en otra cosa durante el día y la noche.
Harner, que ha estudiado el empleo de alucinógenos por los chamanes entre los jíbaros del Perú, cree que el agente alucinógeno activo en los ungüentos de las brujas era la atropina, un poderoso alcaloide descubierto en plantas europeas tales como la mandrágora, el beleño y la belladona (¡hermosa señora!). El rasgo más sobresaliente de la atropina es el ser absorbible a través de la piel intacta, una característica que se aprovecha en los emplastos de belladona aplicados sobre la piel con el fin de aliviar los dolores musculares.
Algunos experimentadores modernos han recreado ungüentos de brujas basándose en fórmulas conservadas en documentos antiguos. Un grupo de Göttingen, Alemania,. relata haber caído en un sueño de 24 horas en el que soñó con «viajes excitantes, danzas frenéticas y otras aventuras misteriosas de este tipo relacionadas con orgías medievales». Otro experimentador que simplemente inhaló los humos del beleño habla de la «sensación loca de que mis pies se volvían más ligeros, se dilataban y se desprendían de mi cuerpo… al mismo tiempo experimenté una sensación embriagadora de volar».
Pero, ¿qué papel desempeñaba el bastón o la escoba que todavía podemos observar en la actualidad entre las piernas de las «brujas» en la víspera del día de Todos los Santos? Según Harner, no era un simple símbolo fálico:
El empleo del bastón o escoba era indudablemente algo más que un acto simbólico freudiano; servía para aplicar la planta que contenía atropina a las membranas vaginales sensibles, así como para proporcionar la sugestión de cabalgar sobre un corcel, una ilusión típica del viaje de las brujas al aquelarre.
Si la explicación de Harnet es correcta, entonces la mayor parte de los aquelarres «verdaderos» implicaban experiencias alucinógenas. El ungüento siempre se aplicaba antes de que las brujas fueran al aquelarre, nunca después de haber estado allí. De modo que fuere cual fuere la razón que se escondía tras la decisión papal de utilizar la inquisición para extirpar la brujería, no se podía tratar de la creciente popularidad de los aquelarres. Naturalmente lo que pudo haber sucedido es que mucha gente empezó a «viajar». No voy a excluir esta posibilidad. Sin embargo, sabemos que la inquisición era capaz de conseguir los nombres de la gente vista en los inexistentes aquelarres. ¿Por qué entonces debemos suponer que estas personas eran «viajeros» habituales?
Dado que la inquisición no se ocupaba de identificar a las brujas sobre la base de su posesión de ungüentos (El Martillo de las Brujas tiene poco que decir sobre este tema) me parece probable que la mayor parte de las «verdaderas brujas» —los «viajeros» habituales— nunca fueron identificados y que la mayor parte de la gente quemada nunca había «viajado».
Los ungüentos alucinógenos explican muchas de las características específicas de la creencia en la brujería. La tortura explica la propagación de estas creencias mucho más allá de la órbita de los usuarios reales de los ungüentos, Sin embargo, persiste el enigma de por qué tuvieron que morir 500.000 personas por crímenes cometidos en los sueños de otras personas.
Para resolver este enigma debemos retomar el análisis de la tradición militarmesiánica.
La mayor parte de la gente no sabe que los levantamientos de índole militarmesiánica eran tan corrientes en la Europa de los siglos XIII al XVII como lo habían sido en Palestina durante las épocas griega y romana. Ni tampoco que la Reforma Protestante constituye en muchos aspectos la culminación o el resultado de esta agitación mesiánica. Como sucedió con sus predecesores en Palestina, los brotes de fervor mesiánico en Europa se dirigían contra el monopolio de la riqueza y el poder que detentaban las clases gobernantes. Mi explicación de la locura de la brujería consiste en que fue en gran parte. creada y sostenida por las clases gobernantes como medio de suprimir esta ola de mesianismo cristiano.
No es accidental el que la brujería empezara a tomar un auge creciente junto con violentas protestas mesiánicas contra las injusticias sociales y económicas. El Papa autorizó el empleo de la tortura contra las brujas poco antes de la Reforma Protestante, y la locura de la brujería alcanzó su apogeo durante las guerras y revoluciones de los siglos XVI y XVII que pusieron fin a la era de unidad cristiana.
Para las masas europeas, el ocaso del feudalismo y el surgimiento de monarquías nacionales fuertes fue un período de gran tensión. El desarrollo del comercio, los mercados y la banca obligó a los propietarios de tierra y capital a desarrollar empresas orientadas hacia la maximización de los beneficios. Esto sólo se podía alcanzar poniendo fin a las relaciones paternalistas de pequeña escala características de los burgos y los señoríos feudales. Las tierras se dividieron, los siervos y criados fueron sustituidos por aparceros y arrendatarios campesinos, y los señoríos independientes se convirtieron en empresas agrícolas de cultivos comercializables. La gente del campo perdió sus parcelas de subsistencia y sus granjas familiares, y gran cantidad de campesinos desposeídos marcharon a las ciudades en busca de empleo como trabajadores asalariados. A partir del siglo XI la vida se volvió más competitiva, impersonal y comercializada, empezó a regirse más por el beneficio que por la tradición.
A medida que crecía la depauperación y la alienación, cada vez más gente empezó a hacer predicciones sobre la segunda venida de Cristo. Muchos vieron que el final del mundo se manifestaba ante sus ojos en el pecado y la lujuria de la Iglesia, la polarización de la riqueza, la escasez y las pestes, la expansión del Islam y las guerras incesantes entre facciones rivales de la nobleza europea.
El principal teórico del mesianismo de la Europa Occidental fue Joaquín de Fiore, cuyo sistema profético ha sido calificado por el historiador Norman Cohn de «el más influyente de los conocidos en Europa hasta la aparición del marxismo». Entre 1190 y 1195 Joaquín, que era un abad calabrés, descubrió cómo calcular el momento en que el presente mundo del sufrimiento daría paso al reino del espíritu. Joaquín creía que la primera edad del mundo era la Edad del Padre, la segunda la Edad del Hijo, la tercera la Edad del Espíritu Santo. La tercera edad sería el Sabbath o día de descanso, en el que no habría necesidad de riqueza o propiedad, trabajo, alimento o abrigo; la existencia sería puro espíritu y todas las necesidades materiales serían superfluas. Las instituciones jerárquicas como el Estado y la Iglesia serían sustituidas por una comunidad libre de seres perfectos.
Joaquín predijo que la Edad del Espíritu empezaría hacia el año 1260. Esta fecha se convirtió en el objetivo de varios movimientos de corte militarmesíánico basados en la creencia de que el emperador Federico II (11941250), iba a anunciar la Tercera Edad.
Federico desafió abiertamente el poder del Papa, lo que causó la colocación de su reino bajo un entredicho papal que prohibía el bautismo, el matrimonio, la confesión y los demás sacramentos. El ala fanática de la pobreza de la orden franciscana, conocida como los Espirituales, apoyó a Federico.
Afirmaban que Federico pronto realizaría el papel de Cristo, limpiando la Iglesia de riqueza y lujo y destruyendo al clero. Federico fue proclamado en Alemania Salvador por los predicadores errantes de Joaquín, quienes denunciaron al Papa, administraron sacramentos y dieron la absolución desafiando la prohibición papal. Uno de estos predicadores, el hermano Arnoldo, dijo en Suabia que Cristo volvería en el año 1260 y confirmaría el hecho de que el Papa era el Anticristo, y el clero los «miembros» del Anticristo. Todos ellos serían condenados por vivir en el lujo, y explotar y oprimir al pobre. Federico II confiscaría entonces la gran riqueza de Roma y la distribuiría entre los pobres, los únicos cristianos verdaderos.
Como ocurrió con el mesías cristiano la muerte prematura de Federico en el año 1250 no destruyó las fantasías mesiánicas asociadas con su gobierno. Se convirtió en un «Emperador Durmiente», y en el año 1284 un hombre que afirmaba ser el Federico «despertado» atrajo seguidores en Neuss antes de ser quemado por herejía. Cientos de años más tarde, todavía serían quemados algunos Federicos salvadores.
Norman Cohn describe un documento militar-mesiánico conocido como el Libro de los Cien Capítulos escrito a principios del siglo XVI, que predecía el retorno de Federico sobre un caballo blanco para gobetnar al mundo entero.
El clero, desde el Papa hasta el último sacerdote, seria aniquilado al ritmo de 2.300 por día. El emperador también mataría a todos los prestamistas, los mercaderes fraudulentos y los juristas sin escrúpulos. Se confiscaría toda la riqueza para distribuirla entre los pobres; la propiedad privada sería abolida, y todas las cosas se tendrían en común: «Toda propiedad se convertirá en una sola propiedad, entonces habrá un solo pastor y un solo redil».
Como preparación para la tercera edad predicha por Joaquín de Fiore, bandas de hombres especializados en autoflagelarse con correas con puntas de hierro comenzaron a recorrer las ciudades. Al llegar a las plazas, estos «flagelantes» se desnudaban hasta la cintura y se azotaban en la espalda hasta que fluía la sangre. Inicialmente los flagelantes practicaban la penitencia como medio de «enderezar la senda» para la tercera edad. Pero sus actividades se volvieron cada vez más subversivas y anticlericales, especialmente en Alemania después del año 1260. Cuando empezaron a afirmar que el simple acto de participar en una de sus procesiones absolvía a un hombre de pecado, la Iglesia les declaró herejes y se vieron obligados a actuar en secreto. Salieron a la superficie en el año 1348 cuando la Peste Negra asolaba Europa. Los flagelantes culparon a los judíos de la Peste Negra e incitaron a las masas en todas las ciudades para masacrar a los habitantes judíos. Poniéndose por encima del Papa y del clero, afirmaban que su sangre tenía el poder de redimir y que eran un ejército de santos que salvaría al mundo de la ira de Dios.
Apedreaban a los sacerdotes que intentaban detenerlos, interrumpían los oficios religiosos habituales, confiscaban y redistribuían los bienes de la Iglesia.
El movimiento de flagelantes culminó en una sublevación mesiánica dirigida por Kontad Schmid, quien afirmaba ser el Emperador Dios Federico. Schmíd azotó a sus seguidores y les bañó en su propia sangre como una forma superior de bautismo. Como los creyentes en el cargo de Nueva Guinea, la gente de Turingia vendió sus posesiones, rehusó trabajar y se preparó a ocupar su puesto en el coro angélico que estaría más próximo al EmperadorDios después del Juicio Final. Este acontecimiento estaba fijado para el año 1369. Merced a la intervención enérgica de la Inquisición, Schmid fue quemado antes de poder ultimar su obra. Años más tarde, todavía se veían flagelantes en Turingia, y trescientos de ellos fueron quemados en un solo día en el año 1416.
Una manera de librarse de los pobres alienados que provocaban disturbios era reclutar su ayuda en las Guerras Santas o Cruzadas, que pretendían reconquistar Jerusalén del Islam. No obstante varias de estas cruzadas fracasaron y se convirtieron en movimientos revolucionarios mesiánicos dirigirlos contra el clero y la nobleza. En la Cruzada de los Pastores, por ejemplo, un monje renegado llamado Jacobo afirmó haber recibido una carta de la Virgen María convocando a todos los pastores para liberar el Santo Sepulcro. Decenas de millares de pobres siguieron a Jacobo a todas partes, armados con horcas, hachas y puñales que blandían en el aire cuando entraban en una ciudad, intimidando a las autoridades para que les dieran una recepción adecuada. Jacobo tuvo visiones, curó enfermos, dio banquetes milagrosos en los que el alimento aparecía con más rapidez de la que podía ser comido, denunció al clero y mató a todos los que se atrevieron a interrumpir sus sermones. Sus seguidores marcharon de ciudad en ciudad, atacando a los clérigos o ahogándoles en el río.