Vacas, cerdos, guerras y brujas (17 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Dijeron que una vez finalizada la guerra Madang formaría parte de la Gran Esfera de coprosperidad del Este Asiático japonesa. Todos participarían en la buena vida venidera. Entretanto había que trabajar; los nativos eran necesarios para ayudar a derrotar a los australianos y a sus aliados americanos. Los nativos corrieron a prestar ayuda en la descarga de barcas y aviones; actuaban como porteadores y traían regalos de vegetales frescos. Los pilotos americanos derribados se quedaban sorprendidos y disgustados por la hostilidad desplegada contra ellos en la selva. Nada más pisar tierra eran rodeados por hombres primitivos pintados, que ataban sus manos y pies, les colgaban de postes, y les llevaban corriendo hasta el oficial japonés más cercano. Los japoneses recompensaron a los profetas del cargo regalándoles espadas de samurai y nombrándoles oficiales de la fuerza de policía local.

Pero el rumbo de la guerra pronto acabó con este intervalo eufórico. Los australianos y americanos tomaron la iniciativa y cortaron las líneas de aprovisionamiento japonesas. Cuando su situación militar se deterioró, los japoneses cesaron de pagar los alimentos y el trabajo. Cuando Tagarab, que portaba su espada samurai, protestó, fue fusilado. Los "antepasados" empezaron a saquear los huertos de los nativos, los cocotales y las plantaciones de bananas y de caña de azúcar. Robaron hasta el último pollo y cerdo. Después se lanzaron sobre los perros y se los comieron, y cuando se acabaron los perros cazaron a los nativos y también se los comieron.

Los australianos que volvieron a ocupar Madang en abril de 1944 encontraron a los nativos hoscos y reacios a cooperar. En algunas áreas en las que los japoneses no habían sido especialmente activos, los profetas del cargo predecían la vuelta de los japoneses en mayor número que antes. Para ganarse la lealtad del resto de la población, los australianos empezaron a hablar del "desarrollo" en el período de la posguerra. Dijeron a los líderes nativos que en la paz venidera, negros y blancos vivirían juntos en armonía. Todo el mundo iba a tener una vivienda digna, electricidad, vehículos de motor, barcos, buenas ropas y abundancia de alimentos.

En esta época, los líderes nativos más mundanos e inteligentes estaban convencidos de que los misioneros eran embusteros rematados. El profeta Yali, cuya carrera voy a relatar desde ahora, se mostró especialmente inflexible en este punto. Yali había permanecido fiel a los australianos durante la guerra siendo recompensado con el grado de sargento mayor del ejército australiano. Le llevaron a Australia donde los australianos querían mostrarle cuál era el secreto del cargo: centrales azucareras, fábricas de cerveza, un taller de reparación de aviones, los depósitos de mercancías de los muelles. Aun cuando Yali pudo ver por sí mismo algunos aspectos del proceso de producción, también constató que no todos los que iban en coche a todas partes vivían en grandes mansiones trabajaban en centrales azucareras y fábricas de cerveza. Pudo observar cómo hombres y mujeres trabajaban en grupos organizados, pero no logró captar los principios últimos sobre cuya base se organizaba su trabajo. Nada de lo que vio le ayudó a comprender por qué de aquella inmensa profusión de riqueza ni siquiera una gota llegaba a sus compatriotas.

Lo que más impresionó a Yali no fueron las carreteras, los semáforos y los rascacielos, sino el Museo de Queensland y el Zoo de Brisbane. Para su asombro, el museo estaba repleto de artefactos nativos de Nueva Guinea. Una de las salas contenía incluso una máscara ceremonial de su propio pueblo que se utilizaba en los grandes rituales de la pubertad de los tiempos pasados: la misma máscara que los misioneros habían calificado de "obra de Satanás".

Ahora, la máscara, celosamente guardada tras la vitrina, era venerada por sacerdotes con hábitos blancos y una riada ininterrumpida de visitantes bien vestidos, que hablaban en tono confidencial. El museo también encerraba vitrinas en las que se conservaban cuidadosamente algunas variedades extrañas de huesos de animales. En Brisbane, Yali fue llevado al Zoo donde vio cómo los blancos alimentaban y cuidaban a los animales más extraños.

Cuando llegó a Sidney, Yali prestó mucha atención al número de perros y gatos que la gente tenía como animales domésticos.

Sólo después de la guerra comprendió Yali, cuando asistía a la conferencia del gobierno en Port Moresby, capital de Nueva Guinea australiana, hasta qué punto los misioneros habían estado mintiendo a los nativos. En el transcurso de la conferencia se mostró a Yali un libro que contenía ilustraciones de simios y monos que progresivamente se asemejaban cada vez más a los hombres. Finalmente se dio cuenta de la verdad: los misioneros habían dicho que Adán y Eva eran los antepasados del hombre, pero en realidad los blancos creían que sus propios antepasados eran monos, perros, gatos y otros animales. Estas eran precisamente las creencias que los nativos habían conservado hasta que los misioneros les habían embaucado para que abandonaran sus tótems.

Después, al discutir sus experiencias con el profeta Gurek, Yali aceptó la sugerencia de que el Museo de Queensland era en realidad Roma, el lugar al que los misioneros habían conducido los dioses y mitos de Nueva Guinea para controlar el secreto del cargo. Si pudieran atraer de nuevo a Nueva Guinea a estos viejos dioses y diosas, nacería una nueva era de prosperidad.

Pero primero tendrían que abandonar el cristianismo y restablecer sus ceremonias paganas.

La duplicidad de los misioneros enfureció a Yali. Estaba dispuesto y deseoso de ayudar a los funcionarios australianos a eliminar todos los vestigios de cultos cargo en los que Dios o Jesús tuvieran alguna importancia. Merced a los servicios prestados por Yali durante la guerra, su familiaridad con Brisbane y Sidney y su denuncia elocuente de los cultos, el oficial de distrito de Modang supuso que Yali no creía en el "cargo". Pidió a Yali que tomara la palabra en mítines populares convocados por el gobierno. Este ridiculizó con entusiasmo los cultos cargo cristianos y aseguró a todo el mundo que el cargo nunca llegaría salvo que la gente trabajara mucho y obedeciera a la ley.

También estaba dispuesto a colaborar con los funcionarios australianos porque todavía no había perdido la fe en las promesas que le hicieron cuando estuvo en el ejército durante la guerra. Yali guardó en la memoria las palabras pronunciadas por un oficial de reclutamiento de Brisbane en 1943: "En el pasado, vosotros, los nativos, habéis permanecido atrasados, pero ahora, si nos ayudáis a ganar la guerra y a liberarnos de los japoneses, nosotros los europeos os ayudaremos. Os ayudaremos para que tengáis casas con tejados de hierro galvanizado, paredes de madera, luz eléctrica y vehículos motorizados, buques, buenas ropas y alimentos de calidad. La vida será muy diferente para vosotros después de la guerra."

Millares de personas vinieron a escuchar cómo Yali denunciaba el viejo camino hacia el cargo. Yali, provisto de una plataforma y de altavoces, rodeado por funcionarios radiantes y hombres de negocios blancos, acogió con entusiasmo su tarea. Cuanto más denunciaba las antiguas creencias en el cargo, más comprendían los nativos que él, Yali, conocía el verdadero secreto del cargo. Cuando la palabra de esta interpretación llegó a los "manipuladores" de Yali en el gobierno, le pidieron que pronunciara más discursos para decir a los nativos que no era un antepasado que había vuelto, y que no conocía el secreto del cargo. Estas negativas en público convencieron a los nativos que Yali tenía poderes sobrenaturales y traería el cargo.

Cuando fue invitado a Port Moresby, junto con otros portavoces nativos leales, sus seguidores en Madang creían que volvería al frente de una enorme flota de barcos cargo. Tal vez el mismo Yali creyera que se le iban a otorgar algunas concesiones importantes. Se dirigió directamente al administrador en cuestión y le preguntó cuándo iban a obtener los nativos la recompensa que el oficial de Brisbane les había prometido. ¿Cuándo recibirían los materiales de construcción y la maquinaria de las que les había hablado todo el mundo? El informe del profesor Lawrence sobre la respuesta del funcionario a Yali se encuentra en "Road Belong Cargo".

Se dice que el oficial respondió que la administración estaba naturalmente agradecida por los servicios de las tropas nativas frente a los japoneses y que, de hecho, iba a dar a la gente una recompensa importante. El gobierno australiano estaba vertiendo enormes sumas de dinero en el desarrollo económico, educativo y político como compensación por los daño de la guerra, y proyectaba mejorar los servicios médicos, la higiene y la salud. Sería, claro está, un proceso lento, pero finalmente la gente apreciaría los resultados de los esfuerzos de la administración. Pero una recompensa como la que se imaginaba Yali —una distribución gratuita de cargo en grandes cantidades—, era totalmente imposible. El funcionario lo sentía, pero ésta era precisamente propaganda realizada en tiempos de guerra por oficiales europeos irresponsables que no lo habían pensado bien.

Los administradores respondieron a las preguntas sobre cuándo podrían contar los nativos con electricidad, que la tendrían tan pronto como pudieran pagarla. Yali quedó muy amargado. El gobierno había mentido tanto como los misioneros.

Cuando regresó de Port Moresby, Yali estableció una alianza secreta con el profeta del cargo Gurek. Bajo la protección de Yali, Gurek difundió la noticia de que las divinidades de Nueva Guinea, no las divinidades cristianas, eran la verdadera fuente de cargo. Los nativos debían abandonar el cristianismo y volver a sus prácticas paganas para adquirir riqueza y felicidad. Tenían que volver a introducir los artefactos y rituales tradicionales así como la cría del cerdo y la caza. También debían realizar las ceremonias de iniciación masculina. Además, tenían que levantar pequeñas mesas, cubiertas con tela de algodón y decoradas con botellas llenas de flores. En estos altares (inspirados en las escenas domésticas observadas en los hogares australianos), las ofrendas de alimento y tabaco inducirían a las divinidades originarias y a los antepasados a enviar cargo. Los antepasados traerían rifles, munición, equipo militar, caballos y vacas. De aquí en adelante Yali recibiría el título de Rey, y el Viernes día del nacimiento de Yali, sustituiría al domingo como día de descanso de los nativos. Gurek afirmó que Yali podía realizar milagros y que era capaz de matar a las gentes escupiéndoles o maldiciéndoles.

El mismo Yali recibió reiteradas órdenes de patrullar para reducir al silencio a los partidarios del culto a Jesús. Aprovechó estas oportunidades para suprimir a los profetas rivales y establecer una extensa red de sus propios boss boys en las aldeas. Impuso multas y castigos, reclutó mano de obra y mantuvo su propia fuerza policial. Yali financió su organización mediante un sistema clandestino de redistribución. Prometía ser un "gran hombre" de verdad.

Los misioneros incitaron a los administradores a desembarazarse de Yali, pero tuvieron dificultades en demostrar que él estaba detrás de la conducta cada vez más insolente de los nativos. Incluso resultó difícil demostrar que había un culto cargo, puesto que todos los miembros del culto a Yali habían recibido instrucciones de jurar que no creían en el cargo. Se había dicho a los nativos que si se atrevían a revelar sus actividades, los europeos les robarían de nuevo los dioses de Nueva Guinea. Si se les preguntaba sobre la mesa y las flores, deberían responder que simplemente querían embellecer sus hogares como hacen los europeos. Cada vez que se acusaba a Yali de provocar disturbios, éste protestaba diciendo que nada tenía que ver con los extremistas de las aldeas que habían desvirtuado sus propias convicciones expuestas en público.

Muy pronto el gobierno australiano tuvo que hacer frente a lo que consideró una rebelión abierta. En 1950 Yali fue detenido y procesado bajo la acusación de incitación a la violación y privación de la libertad de otros. Fue declarado culpable y condenado a seis años de prisión. Sin embargo, la carrera de Yali no acabó. Mientras permaneció en la cárcel, los miembros del culto seguían explorando el horizonte en espera de su vuelta triunfal al frente de una flota de buques mercantes y navíos de guerra. Durante los años sesenta se otorgó finalmente a los pueblos nativos de Nueva Guinea cierto tipo de concesiones políticas y económicas. Los seguidores de Yali le dieron crédito a éste por el índice de crecimiento en la construcción de escuelas, la apertura de los consejos legislativos a los candidatos nativos, la elevación de los salarios y el final de la prohibición sobre el consumo de bebidas alcohólicas.

Tras su puesta en libertad, Yali decidió que el secreto del cargo se encontraba en la Asamblea de Nueva Guinea. Trató de ser elegido para el Consejo de Madang, pero fue derrotado. Cuando envejeció se convirtió en objeto de gran veneración. Le visitaban una vez al año "floristas" que se llevaban su semen en botellas. La gente continuaba ofreciéndole regalos y allegó fondos para convertir a cristianos que deseaban purificarse de los pecados del cristianismo y volver a los cultos autóctonos. La última profecía de Yali consistió en que Nueva Guinea alcanzaría la independencia el 1 de agosto de 1969. Se preparó para esta ocasión nombrando embajadores para el Japón, China y Estados Unidos.

Toda actividad humana aparecerá inescrutable si se reduce a un rompecabezas con fragmentos demasiado pequeños para estar relacionados con el cuadro histórico global. Visto desde una trayectoria de duración adecuada, el cargo se nos muestra como la solución de un conflicto escorado y obstinado siguiendo la ley del mínimo esfuerzo. El cargo era el precio de la lucha por los recursos naturales y humanos de un continente insular. Cada fragmento de rapacidad civilizada y la totalidad estaba firmemente fundada en sólidos castigos y recompensas en vez de en fantasmas.

Como otros grupos, salvajes o civilizados, cuyos dominios y libertad se ven amenazados por invasores, las gentes de Madang intentaron obligar a los europeos a regresar a sus casas. No al principio de todo, puesto que transcurrieron varios años antes de que los invasores exhibieran su apetito insaciable de tierras vírgenes y mano de obra nativa barata. Sin embargo, el intento de exterminar al enemigo no tardó en producirse. Estaba condenado al fracaso porque, como en muchos otros capítulos de la guerra colonial, las fuerzas contendientes eran muy desiguales. Los nativos de Madang adolecían de dos desventajas insuperables: carecían de armas modernas y estaban fragmentados en cientos de pequeñas tribus y aldeas incapaces de unirse contra un enemigo común.

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