Vacas, cerdos, guerras y brujas (20 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Finalmente la rebelión fue aplastada por un nuevo gobernador, Félix, quien prendió a Eleazar y lo envió a Roma, probablemente para ser estrangulado en público. "Los bandidos a los que crucificó", señala Josefo, "y los habitantes locales confabulados con los que capturó y castigó eran tantos que no se podían contar".

En Jerusalén los asesinatos por los hombres del puñal que escondían sus armas bajo sus mantos se habían vuelto entonces algo corriente. Una de sus víctimas más famosas fue el Sumo Sacerdote Jonatan. En medio de todo este derramamiento de sangre, los contendientes militar-mesiánicos aparecían una y otra vez. Josefo hace referencia a un conjunto de líderes mesiánicos como:

Canallas, estafadores y embusteros menos criminales por sus actos que por sus intenciones, que causaban, empero, tanto daño como los asesinos. Pretendiendo estar inspirados, planeaban provocar cambios revolucionarios induciendo a la turba a actuar como si estuviese posesa, y conduciéndoles a tierras desérticas bajo el pretexto de que allí Dios les mostraría señales de la libertad venidera.

Félix interpretó esta correría como la primera etapa de una sublevación y ordenó a la caballería romana hacer pedazos a la turba.

A continuación vino un "falso profeta" egipcio judío. Reunió a varios millares de gente "embaucada", les condujo al desierto, después volvió sobre sus pasos e intentó atacar Jerusalén, confirmando, si es que los romanos lo necesitaban, que toda esta gente era políticamente peligrosa. Josefo describe así la situación en Palestina alrededor del año 55 d.C.

Los fraudes religiosos y los jefes bandidos unieron sus fuerzas e indujeron a mucha gente a la rebelión. Se dividieron en grupos y recorrieron el campo, saqueando las casas de los acaudalados, matando a sus ocupantes y prendiendo fuego a las aldeas, hasta que su locura furiosa penetró hasta el último rincón de Judea. Dia a día, el combate adquiría mayor ferocidad.

En el año 66 d.C., los bandidos estaban en todas partes; sus agentes se habían infiltrado entre los sacerdotes del templo y habían forjado una alianza con Eleazar, el hijo del Sumo Sacerdote Ananías. Eleazar emitió una especie de declaración de independencia: una orden que impedía el sacrificio diario de animales dedicado a la salud de Nerón, emperador reinante. Las facciones proromanas y antirromanas empezaron a combatir en las calles de Jerusalén: de una parte los hombres del puñal, los esclavos libertos y el populacho de Jerusalén, capitaneados por Eleazar; de la otra, los sumos sacerdotes, la aristocracia herodiana y la guardia real romana.

Entretanto, en el interior, Manahem, el último hijo superviviente de Judas de Galilea, tomó la fortaleza de Masada, proporcionó a sus bandidos las armas arrebatas del arsenal y marchó sobre jerusalén. Irrumpiendo en el caótico escenario, Manahem tomó el mando de la insurrección ("como un rey", dice josefo). Expulsó a las tropas romanas, logró el control del área del templo y asesinó al Sumo Sacerdote Ananías. Manahem se vistió entonces con las ropas reales y seguido por una comitiva de bandidos armados se dispuso a entrar en el santuario del templo. Pero Eleazar, posiblemente para vengar la muerte de su padre, tendió una emboscada a la comitiva. Manahem huyó pero fue capturado y "muerto por tortura prolongada".

Los judíos continuaron la lucha, convencidos de que todavía aparecería el verdadero mesías. Tras varios reveses de los romanos, Nerón llamó a su mejor general, Vespasiano, veterano de las campañas contra los britanos. Los romanos recuperaron lentamente el control de las ciudades más pequeñas, empleando para ello 65.000 hombres e ingenios militares y técnicas de asedio más avanzados.

Tras la muerte de Nerón en el año 68 d.C, Vespasiano se convirtió en e candidato electo para el cargo de emperador. Su hijo, Tito, dotado de todos los hombres y equipos que podía necesitar, puso fin a la guerra. Pese a la resistencia fanática, Tito logró entrar en Jerusalén en el año 70 d.C., prendiendo fuego al templo saqueando y quemando todo lo que encontró a su paso.

Reflexionando sobre el hecho de que el asedio de Jerusalén había costado a los judíos más de un millón de muertos, Josefo denunció amargamente los oráculos mesiánicos. Hubo presagios terribles —luces resplandecientes en el altar, una vaca que parió un cordero, carros y regimientos armados que corrían por el cielo en la puesta del sol—, pero los bandidos y sus profetas abominables no comprendieron estos signos de su ruina. Estos "estafadores y falsos mensajeros engañaron al pueblo para que creyera que conseguirían, pese a todo, la salvación sobrenatural".

Incluso después de la caída de Jerusalén, los bandidos todavía no podían creer que Yahvé les había abandonado. Un esfuerzo más heroico —un sacrificio más de sangre— y Yahvé decidiría finalmente enviar al verdadero ungido. Como he mencionado con anterioridad, el último sacrificio ocurrió en la fortaleza de Masada en el año 73 d.C. Un bandido llamado Eleazar, descendiente de Ezequías y de Judas de Galilea, exhortó a la fuerza superviviente de 960 hombres, mujeres y niños a matarse unos a otros antes que entregarse a los romanos.

En síntesis: entre los años 40 a.C. y 73 d.C., Josefo menciona por lo menos cinco mesías militares judíos, sin incluir a Jesús o Juan el Bautista. Estos son:

Atrongeo, Teudas, el anónimo "canalla" ejecutado por Félix, el "falso profeta" egipcio judío y Manahem. Pero Josefo alude repetidas veces a otros mesías o profetas de mesías que no se molesta en nombrar o describir. Por añadidura, parece muy probable que el linaje entero de guerrilleros bandidoszelotes descendientes de Ezequías a través de Judas de Galilea, Manahem y Eleazar, fuera considerado por muchos de sus seguidores mesías o profetas de mesías. Podemos concluir que en la época de Jesús, había tantos mesías en Palestina como en la actualidad hay profetas del cargo en los Mares del Sur.

La caída de Masada no marcó el final del estilo de vida militar-mesiánico judío. El impulso revolucionario, continuamente recreado por las exigencias prácticas del colonialismo y la pobreza, estalló de nuevo sesenta años después de Masada en un drama mesiánico todavía más espectacular. En el año 132, Bar Kochva, "Hijo de una Estrella", organizó una fuerza de 200.000 hombres y estableció un reino judío independiente que duró tres años. A causa de las victorias milagrosas de Bar Kochva, Akiba, el rabino jefe de Jerusalén le aclamó como mesías. La gente decía ver a Bar Kochva montado sobre un león. Los romanos no habían encontrado desde Aníbal un oponente militar de tal osadía; luchaba en primera línea y en los lugares más peligrosos. Roma perdió una legión entera antes de acabar con él. Los romanos arrasaron mil aldeas, mataron 500.000 personas y deportaron a millares como esclavos.

Después generaciones de sabios judíos amargados hablarían arrepentidos de Bar Kochva como el "hijo de una mentira", que les había embaucado para que perdieran su tierra natal.

La historia muestra que el estilo de mida militar-mesiánico judío constituyó un fracaso adaptativo. No consiguió restablecer el reino de David; antes bien provocó la pérdida total de la integridad territorial del reino judío. Durante los 1.800 años siguientes los judíos serían una minoría subordinada dondequiera que vivieran. ¿Significa esto que el mesianismo militar era un estilo de vida caprichoso, poco práctico, incluso maníaco? ¿Tenemos que concluir, siguiendo a Josefo y a los que después condenaron a Bar Kochva, que los judíos perdieron su tierra natal al permitir que la quimera mesiánica les embaucara para atacar el poder invencible de Roma? Creo que no.

La revolución judía contra Roma fue provocada por las desigualdades del colonialismo romano, no por el mesianismo militar judío. No podemos juzgar a los romanos como "más prácticos" o "realistas" simplemente porque fueron los vencedores. Ambas partes emprendieron la guerra por razones prácticas y mundanas. Supongamos que George Washington hubiera perdido la Guerra de la Independencia Americana. ¿Tendríamos entonces que concluir que el Ejército continental fue víctima de una conciencia de estilo de vida irracional entregada a la quimera llamada "libertad"?

En la cultura, como en la naturaleza, frecuentemente sistemas que son producto de fuerzas selectivas no logran sobrevivir, no porque sean deficientes o irracionales, sino porque encuentran otros sistemas que están mejor adaptados y son más poderosos. Creo haber mostrado que el culto del mesías vengativo, al igual que el cargo, estaba adaptado a las exigencias prácticas de una lucha colonial. Tuvo gran éxito como medio de movilizar la resistencia de masas en ausencia de un aparato formal para reclutar y entrenar un ejército. No me atrevería a afirmar que los bandidos-zelotres se hallaban engañados salvo que se pueda demostrar que la probabilidad de su derrota era tan grande desde un primer momento que ningún esfuerzo podía haber conducido a un resultado distinto del que nos revela actualmente la historia.

Pero no hay modo alguno de demostrar que los bandidos-zelotres podían haber predicho la inevitabilidad de su derrota. La historia nos enseña con igual contundencia que Judas de Galilea tenía razón y que los Césares se equivocaban en lo que atañe a la presunta invencibilidad del imperio romano.

El imperio romano no sólo fue finalmente destruido, sino que los pueblos que lo destruyeron eran coloniales como los judíos, y muy inferiores a los romanos en número, equipamiento y técnicas militares.

Casi por definición, la revolución significa que una población explotada debe adaptar medidas desesperadas frente a grandes dificultades para derrocar a sus opresores. Clases, razas y naciones aceptan habitualmente el desafío de estas dificultades no porque sean embaucados por ideologías irracionales, sino porque las alternativas son lo bastante detestables como para que valga la pena de correr riesgos todavía mayores. Creo que esta es la razón por la que los judíos se rebelaron contra Roma. Y también la razón por la que la conciencia militar mesiánica judía experimentó una gran expansión en la época de Jesús.

En la medida en que el culto del mesías vengativo estaba arraigado en la lucha práctica contra el colonialismo romano, el culto del mesías pacífico toma la forma de una paradoja aparentemente inexplicable. El mesías pacifico del cristianismo aparece en el momento más inverosímil en la trayectoria de 180 años de guerra contra Roma. El culto a Jesús se desarrolló mientras la conciencia militar-mesiánica se aceleraba, se extendía y se elevaba hasta el éxtasis sin mancha de la gracia de Yahvé. Su aparición en el tiempo parece totalmente equivocada. En el año 30 d.C. el impulso revolucionario de los bandidos-zelotes no había encontrado todavía ningún obstáculo importante.

El templo estaba intacto y era escenario de grandes peregrinaciones anuales.

Los hijos de Judas de Galilea estaban vivos. El terror de Masada era todavía imposible de imaginar. ¿Qué razones podían tener los judíos para suspirar por un mesías pacífico tantos años antes de que el sueño militar-mesiánico ungiera a Manahem y Bar Kochva? ¿Qué razones podía haber para entregar Palestina a los señores feudales romanos cuando el poder romano ni siquiera había hecho aún una muesca en el borde del escudo sagrado de Yahvé? ¿Por qué una nueva alianza mientras la antigua era todavía capaz de sacudir por dos veces el imperio romano?

El secreto del Príncipe de la Paz

La elaboración onírica de la civilización occidental no difiere radicalmente de las de otros pueblos. Sólo necesitamos un conocimiento de las circunstancias prácticas para penetrar sus misterios.

En el caso presente, hay en realidad muy pocas opciones prácticas entre las que elegir. Sería más conveniente si la fecha del ministerio de Jesús fuera incorrecta, si se pudiera mostrar que Jesús no había empezado a instar a sus compatriotas judíos a amar a los romanos hasta después de la caída de Jerusalén. Pero es inconcebible un error de 40 años en la cronología convencional de acontecimientos como la rebelión de Judas de Galilea contra los impuestos o el gobierno de Poncio Pilatos.

Aunque no podemos equivocarnos sobre el momento en que habló Jesús, hay muchas razones paras suponer que estamos equivocados en cuanto al contenido de sus enseñanzas. Una sencilla solución práctica a las preguntas planteadas al final del capítulo anterior consiste en que Jesús no era tan pacífico como se suele creer, y que sus verdaderas enseñanzas no representaban una ruptura fundamental con la tradición del mesianismo militar judío. Una fuerte tendencia a favor de los bandidos-zelotes y en contra de los romanos impregno probablemente su ministerio original. Es probable que la ruptura decisiva con la tradición mesiánica judía se produjera sólo después de la caída de Jerusalén, cuando los cristianos judíos que vivían en Roma y en otras ciudades del imperio se desprendieron de los componentes político-militares originales de las doctrinas de Jesús como respuesta adaptativa a la victoria romana. Al menos éste es en síntesis el argumento que emplearé ahora para relacionar las paradojas del mesianismo pacífico con la conducción de los asuntos humanos prácticos.

La continuidad entre las enseñanzas originales de Jesús y la tradición militarmesiánica viene sugerida por el estrecho vínculo existente entre Jesús y Juan el Bautista. Vestido con pieles de animales y alimentándose sólo de langostas y miel silvestre, Juan el Bautista corresponde claramente a este tipo de hombres santos a los que Josefo describe como errantes por las tierras yermas del Valle del Jordán, incitando a los campesinos y esclavos y creando conflictos a los romanos y a su clientela judía.

Los cuatro evangelios están de acuerdo en que Juan el Bautista fue el precursor inmediato de Jesús. Su misión consistió en realizar la obra de Isaías, ir al desierto -las tierras del interior plagadas de bandidos y repletas de cuevas en las que resonaban los ecos de la alianza de Yahvé- y proclamar a los cuatro vientos: "Aparejad el camino del Señor, enderezad sus sendas." (Arrepentios de vuestros pecados, reconoced vuestra culpa para que podáis ser recompensados con el imperio prometido). Juan "bautizaba" a los judíos que confesaban su culpa y verdaderamente deseaban la penitencia, bañándoles en un río o fuente para purificar simbólicamente sus pecados. Según los evangelios, Jesús fue el penitente más famoso del Bautista. Tras haberse bañado en el río Jordán, Jesús emprendió la fase culminante de su vida, el período de predicación activa que le llevó a su muerte en la cruz.

La carrera del Juan el Bautista reproduce la pauta de los oráculos del desierto descritos en el capítulo anterior. Cuando las multitudes que le rodeaban se hicieron demasiado numerosas, fue detenido por el guardián más cercano de la ley y el orden romanos. Dio la casualidad de que éste era el rey marioneta, Herodes Antipas, gobernador de la parte de Palestina al este del Jordán donde el Bautista había sido más activo.

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