—Se volvió hacia la joven— ¿Quieres venir?
Terri se encogió de hombros.
—Probablemente será más seguro que quedarme en el laboratorio.
Warne vio cómo Sarah los miraba. Luego se quitó el distintivo turquesa de la solapa y lo enganchó en la solapa de Warne.
—Es un distintivo de gerencia. Nadie te detendrá ni te hará preguntas mientras lo lleves.
Se apartó de Warne para volverse hacia el hombre sentado en la silla.
—Señor Smythe, usted podría descansar aquí. Acuéstese, si cree que se sentirá mejor. ¿Qué le parece?
El hombre asintió.
Warne miró al robot que tenía a su lado.
—Tuercas, quedar —ordenó con voz severa. El robot volvió las cámaras hacia él, como sí le rogase que anulara la orden, cuando vio que Warne no decía nada, emitió un sonido de protesta y retrocedió lentamente hasta situarse en un rincón.
—Tengo que entregarle el segundo disco a John Doe a las cuatro de la tarde, en la sala de los espejos holográficos —le dijo Sarah a Warne—. Después me quedaré con Georgia en el centro médico hasta que tú regreses. Ten cuidado, no hagas nada que pueda provocar una represalia. Infórmame de lo que hayas encontrado, y si hay algo que podamos hacer…
—Espera un segundo —la interrumpió Warne—. ¿Tú tienes que entregar el disco?
—Lo dejó muy claro. Para asegurarse de que esta vez no le tendiéramos ninguna trampa.
—Jesús. —Warne hizo una pausa. Después, impulsivamente, le dio un abrazo—. Ten cuidado.
—Tú también. —Sarah le dio un beso en la mejilla y se apartó.
Warne vio por encima del hombro de Sarah cómo Terri los miraba con mucha atención.
— ¿Qué es el Núcleo? —preguntó Warne.
Caminaban por un amplio pasillo del nivel B, donde estaban los despachos de la división de operaciones del casino.
—Es la estación central de Utopía —respondió Ralph Peccam—. Usted estaba en robótica en Carnegie-Mellon, ¿no?
—Así es.
—¿Los tipos de la red tenían un armario de cableado?
—Por supuesto.
—Pues piense en el Núcleo como un armario de cableado. Solo que muchísimo más grande.
El hombre se tapó la nariz con el codo de la americana cuando estornudó ruidosamente.
Warne pensó que llamarlo «hombre» era un tanto exagerado; con los cabellos rojos y el rostro pecoso, Peccam se parecía más a un adolescente camino de su clase de álgebra que al mejor técnico de vídeo de Utopía. Solo mirarlo hacía que Warne se sintiera como un anciano.
Pensó de nuevo en la sala VIP y la expresión en el rostro de Allocco cuando lo miraba. No había estado muy lejos de desprecio. «Acabamos de decirle que esos tipos quieren matarlo —había dicho—, y ahora quiere salir para ir a buscarlos.» Warne sabía, por la opresión en el pecho y los rápidos latidos de su corazón, que era lo último que deseaba hacer, pero también sabía que no podía quedarse tranquilamente en la sala, sin hacer otra cosa que comer tarta de café y mirar reposiciones de Atmósfera. Tampoco podía quedarse en el centro médico a la espera de que Georgia se despertara o que llegara la siguiente oleada de víctimas. Recordó el episodio en Aguas Oscuras: la súbita y terrible sacudida; los alaridos de terror que le llegaban desde las alturas; y, sobre todo, la expresión en los ojos de Georgia.
Lo dominó la furia contra las personas que estaban provocando todo este sufrimiento. Si podía descubrir algo, enterarse de algo que pudiese salvar el parque de Sarah, lo haría. No es mucho, pero estaba a su alcance.
—¿Qué encontraremos en el Núcleo? —preguntó Poole.
—Nada más que kilómetros de cables, conexiones, relés —respondió Peccam. Habían llegado a un cruce, y los guió por un pasadizo—. En realidad no es más que un sitio donde reunieron todos los cableados del parque alrededor de una excavación hecha para alojar los raíles de la montaña rusa al final del primer descenso. Una caja dentro de otra caja. Aquí nunca viene nadie excepto para realizar alguna tarea de mantenimiento. Me costó encontrar a alguien con una tarjeta de acceso. —Les mostró la tarjeta de plástico que llevaba colgada alrededor del cuello—. Me han dicho que es un lugar oscuro. Espero que a alguien se le haya ocurrido traer una linterna. — EL técnico miró a sus acompañantes—. Maldita sea —murmuró.
¿Qué es lo que buscamos?
—Un router —respondió Terri—. Una caja gris, de unos treinta centímetros de largo, por quince de fondo y diez de algo. Lo instalaron ilegalmente en algún lugar del Núcleo. —Le enseñó unas hojas—. Estos son los planos de la configuración de la red, así que tengo una idea aproximada de la ubicación. En cuanto entremos, estaremos en condiciones de rastrearlo.
—Probablemente hay más de cien routers en el Núcleo —comentó Peccam—. ¿Por qué cree que este en particular es ilegal?
—Realicé un rastreo interno de su red —contestó Warne—. Su identificador no se corresponde con los demás.
Esta vez fue Peccam quien se mostró desconcertado.
—¿Cómo se puede saber?
—Toda pieza de hardware tiene un código de identificación que comunica cuando se le envía una señal. Encontré un código que no se correspondía con las demás configuraciones.
Según los esquemas de Terri, es un router que está en el Núcleo.
—Bueno, si usted lo dice —manifestó Peccam, con un tono que dejaba claro su escepticismo profesional.
Warne lo miró. La incertidumbre superó la tensión que sentía. Era probable que los estuviese llevando a una búsqueda sin sentido. Aquello que le había parecido una idea brillante en el laboratorio de Terri ahora parecía una tontería.
Malgastarían una hora en la búsqueda y seguramente encontrarían algún circuito defectuoso. Lo más lógico habría sido quedarse en el laboratorio para continuar trabajando hasta dar con el código y desconectar los robots que tenían cambiadas las instrucciones.
El pasillo acababa en una puerta con un cartel rojo que decía: «PELIGRO ALTO VOLTAJE.
Prohibida la entrada al personal no autorizado».
—Es aquí —dijo Peccam. Cogió la tarjeta y la acercó al lector.
Poole le sujetó la muñeca.
—¿Qué hace? —protestó Peccam.
—No estamos siguiendo el protocolo de enfrentamiento.
—¿Protocolo de enfrentamiento? No es más que una sala de cableado.
—No me importante si es un té de las damas de la caridad. No actuar de acuerdo con el protocolo es asegurarse el fracaso. —Poole señaló la puerta—. Haga caso al profesional.
Debemos tratar esto como una infiltración. Una vez dentro, haremos un reconocimiento. Si es seguro, podrá continuar con la búsqueda del router.
—Maldita sea. De haber sabido que íbamos a jugar a los soldados, me habría traído la ropa de camuflaje.
Poole lo miró de arriba abajo.
—No le habría venido mal —manifestó desdeñosamente.
Peccam metió la tarjeta en el lector.
Se oyó un chasquido y la puerta se abrió. Poole les ordenó con un gesto que esperaran.
Miró una vez por encima del hombro. Después, bien pegado al marco, empujó la puerta con un dedo. Warne advirtió que se trataba de una puerta insonorizada.
Con un movimiento veloz que recordó al de una serpiente, Poole asomó la cabeza. Durante un instante permaneció inmóvil y a continuación les indicó que lo siguieran.
El interior estaba mal iluminado. Cables y cordones de diferentes grosores y colores cubrían las paredes a ambos lados de un angosto pasillo. Warne tuvo la sensación de encontrarse encerrado entre las paredes de una casa de pesadillas e intentó ver el techo del pasillo. Grupos de luces como puntos parpadeaban por todas partes. Unos seis metros más adelante, una escalerilla metálica subía hasta una pasarela que recorría la pared exterior. Los chasquidos de los interruptores y los relés sonaban en la oscuridad como insectos mecánicos, y como ruido de fondo había un tronar apenas audible.
A Warne se le encogió el corazón al ver todos aquellos cables. La convicción de que todo esto era una tontería se hizo más fuerte. No tenía ningún sentido, nunca encontrarían el router en semejante laberinto.
El ruido aumentó de intensidad hasta convertirse en un estruendo insoportable al tiempo que temblaba el suelo.
—¡Por todos los demonios! —gritó Poole a voz en cuello—. ¿Qué es eso?
—La Máquina de los Alaridos —respondió Peccam. Sacó un pañuelo de papel del bolsillo, se sonó la nariz y guardó el pañuelo—. Los raíles pasan por debajo del nivel del parque, al otro lado de esta pared. —La señaló—. El Núcleo es como una caja alrededor del agujero. ¿Por qué cree que pusieron todos estos cables aquí? No hay ningún otro uso para este espacio.
Warne hizo una mueca y le volvió la espalda al ruido. Por encima del estruendo, le pareció escuchar unos gritos de alegría.
El grupo esperó, inmóvil, mientras el ruido disminuía hasta apagarse del todo. El silencio que siguió pareció más acentuado después del terrible rugido.
Warne miró de nuevo a Terri. Tenía los ojos muy abiertos, los labios apretados y su rostro mostraba una palidez que rivalizaba con la bata blanca.
—¿No dijiste que eras claustrofóbica? —susurró.
—Sí. El metro, los túneles… Ni siquiera me monto en ninguna de las atracciones.
—¿Cómo haces para estar aquí sin que te dé un ataque?
Para colmo aquí está muy oscuro.
Caminaron por el pasillo en fila india.
El Núcleo tenía la forma de un cuadrado delimitado por cuatro largos y angostos pasillos que se encontraban en ángulo recto. Poole se detuvo en la primera esquina y asomó la cabeza con mucho cuidado.
El estornudo de Peccam sonó como una bomba.
Poole se apartó rápidamente, miró furioso al técnico y se llevó un dedo a los labios.
Warne notó que se le aceleraba el pulso y tuvo que recordarse que el lugar estaba desierto. Como mucho, se encontrarían con una caja de metal con cables y luces que no debería estar allí, y eso si los acompañaba la suerte. Sin embargo, la tensión creció en el grupo hasta hacerse casi palpable, En parte, Poole era el responsable, con todas esas precauciones y su absurdo comportamiento militar. También influía el silencio, que en la oscuridad era como una presencia hostil. Además, el súbito estruendo de la montaña rusa le había puesto los nervios a flor de piel. Fuera como fuere, el grupo que siguió a Poole en su avance por la maraña electrónica lo hizo con el mayor sigilo posible.
Encontraron a un robot de limpieza que se movía lentamente junto a la pared exterior. Era poco más que una aspiradora dotada con cámaras. Warne pensó que más tarde tendría que revisar su programa.
Cuando estaban por la mitad del segundo pasillo, volvió a sonar el estruendo. Esta vez, Warne no esperó. Se apartó de la pared interior, inclinó la cabeza para apoyar una oreja contra el hombro y se tapó la otra con la mano. Vio que Terri lo imitaba. Esperaron a que el ruido se alejara y reanudaron la marcha.
En menos de un minuto, llegaron a la siguiente esquina. De nuevo, Poole asomó la cabeza.
«¿Por qué tomarse la molestia?», se preguntó Warne; en la penumbra no se veía más allá de unos cinco metros. Siguió a Poole por el tercer pasillo. Comenzó a temblar. Hacía mucho frío. Solo les quedaba recorrer un pasillo más y habrían vuelto al punto de partida.
Entonces se habría acabado el reconocimiento y podrían ocuparse de encontrar el router.
Eso, por supuesto, si…
Absorto en sus pensamientos, Warne chocó contra Poole. El guardaespaldas se había detenido bruscamente y ahora permanecía inmóvil. Poole levantó la mano derecha, con la palma hacia delante. Warne escuchó la respiración forzada de Peccam detrás de ellos.
Aguzó la vista para ver en la penumbra.
Le pareció ver una forma delante, allí donde se acababa el campo visual. La cautela de Poole era contagiosa, y se puso tenso. Ahora estaba seguro: había una figura inclinada sobre algo.
Poole avanzó con el sigilo de un gato, con la mano en alto. Warne lo siguió. La figura se hizo más clara: un hombre delgado vestido con un mono azul, sentado en una silla, con la espalda apoyada en una caja con ruedas. Tenía las orejas cubiertas con unos auriculares.
Parecía estar escribiendo con la mirada puesta en una pequeña pantalla que sujetaba entre las rodillas.
El suelo comenzó a sacudirse a medida que se acercaba otro grupo de vagonetas.
Con mucha lentitud, Poole le hizo un gesto a Warne para ordenarle que retrocediera. El ruido fue en aumento, y se percibió claramente el chirrido de las ruedas contra los raíles.
Al final del pasillo, el hombre levantó la cabeza.
Poole se detuvo en el acto. Warne vio cómo el hombre echaba una ojeada al pasillo, vio el brillo de sus ojos cuando advirtió su presencia. Mientras lo observaba, el hombre comenzó a escribir de nuevo; primero despacio y después rápidamente.
Poole avanzó un paso.
El hombre del mono azul continuó mirándolos. Escribió una línea, apretó el intro, escribió de nuevo. Después, con mucha tranquilidad, metió la mano en una caja. El rugido de las vagonetas llenó el espacio como si fuese una presencia física.
Poole dio un paso más.
Instantáneamente, con una velocidad asombrosa, el hombre se levantó, y el teclado que había aguantado sobre los muslos voló por los aires. Poole gritaba a voz en cuello, pero Warne no podía oírlo en medio del estruendo. El hombre miró en derredor por una fracción de segundo, como si buscara algo. Después metió la mano en el interior del mono y la sacó.
Poole se volvió en el acto y de un empellón tumbó a Warne en el suelo. Mientras caía, Warne vio un súbito destello que alumbraba el pasillo. Poole echó a correr por el pasillo con unos movimientos que recordaban el andar de un cangrejo. El desconocido apuntó de nuevo, y se produjo un segundo fogonazo. Warne escuchó un silbido por encima de la cabeza y, en cuanto disminuyó el estruendo de la montaña rusa, la detonación de un arma de fuego. Se encogió instintivamente, la espalda apretada contra los cables de la pared.
Luego se volvió hacia Terri para vigilar que estuviese protegida.
Poole y el hombre del mono azul habían iniciado una lucha desesperada, Warne vio cómo Poole descargaba dos tremendos puñetazos contra el rostro de su oponente. El hombre se tambaleó y sacudió la cabeza como si quisiera despejarse. Luego se echó hacia delante enarbolando el arma, Poole lo golpeó en la muñeca dos veces con el canto de la mano, y el arma cayó al suelo. El hombre retrocedió para adoptar una postura de arte marcial y después giró sobre sí mismo con gran rapidez para lanzar un puntapié contra el estómago de Poole. El guardaespaldas trastabilló, y el hombre prosiguió el ataque con puntapiés contra la cabeza. Poole se protegió de los golpes, momento en que el hombre aprovechó para emprender la huida y desaparecer de la vista en la siguiente esquina.