Read Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos Online
Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta
Tags: #Ensayo, #Biografía
—Estate tranquilo, Iñaki, que voy a hablar con Diego y lo intento arreglar.
Zorío colgó al duque de Palma y marcó el número del profesor de ESADE, que daba línea pero no contestaba. Lo intentó varias veces sin éxito. La espera se prolongó durante dos interminables días en los que Urdangarin esperaba y desesperaba al comprobar que ni siquiera se dignaba ponerse al teléfono. Hasta que, por fin, devolvió la llamada.
—He hablado con Iñaki y está muy dolido por el reparto de beneficios que has establecido en el tema de Aguas de Valencia. Te llamo para ver si podéis llegar a un acuerdo —dijo Zorío en plan casco azul de la ONU.
La intermediación de Zorío fue replicada violentamente por Torres.
—El problema de Iñaki es que se ha creído que soy su siervo. No estoy dispuesto a seguir haciendo yo todo el trabajo y a que siga sin dar un palo al agua. Le puedes decir de mi parte que a mí me iba mejor antes de conocerle que ahora y que no tengo ninguna necesidad de seguir con él. Si se cree que poniendo la cara se va a llevar todo el dinero, lo lleva claro…
El propietario de Lobby Comunicación se limitó a escuchar detenidamente a Torres para reproducir a Iñaki, a continuación, la conversación con el máximo nivel de detalle. Cuando terminó de hablar el socio del duque de Palma, se despidió amablemente, al comprobar que no había ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo, y telefoneó a Urdangarin para reportarle el contenido de la charla. Ni siquiera le dio tiempo a empezar a hablar. Tomó la palabra Iñaki y de su auricular salió un tono de voz igual de alterado que el de su anterior interlocutor.
—¿A que no sabes por qué ha tardado mi socio dos días en llamarte?
—Pues la verdad es que no tengo ni idea —respondió, intrigado, Miguel Zorío.
—Porque ha esperado a cobrar él solito la factura de 100.000 euros del informe de Aguas de Valencia —le confesó Urdangarin.
—¡Joder!
—Hasta aquí hemos llegado. Ya no aguanto más. Se acabó.
Y nunca más.
Entre el menudeo y el desahogo pasando por la avaricia pura y dura.
Cuando la discapacidad se utiliza para hacer dinero.
La tupida cabellera del marqués de San Saturnino y conde de Fontao, blanca como la nieve, se mantenía firme, como una cortina helada, en aquella calurosa reunión que precedió al verano de 2006. El aire era espeso y el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Las miradas del abogado José Manuel Romero Moreno y las de Iñaki Urdangarin y Diego Torres se evitaban y al cruzarse provocaban violentas acometidas visuales. El también letrado Raimon Bergós seguía a lo suyo, ajeno al lenguaje gestual que se estaba desarrollando a su alrededor, y ultimaba todos los trámites para desposeer al duque de Palma de su condición de presidente del Instituto Nóos. Preparaba los impresos que debían ser aportados al registro de fundaciones con la nueva configuración de la directiva y dejaba todo listo para la salida del duque de Palma, la infanta Cristina y su secretario personal, Carlos García Revenga. Todo iba a quedar visto para sentencia a la espera de que los protagonistas estamparan sus respectivas firmas en las casillas correspondientes.
Era un mero trámite formal, pero el asesor real quiso dejarlo a punto cuanto antes para no tener que desplazarse de nuevo a Barcelona y eternizar las gestiones. Bergós estaba ensimismado, sumergido entre papeles, mientras Urdangarin y su socio comenzaron a intercambiarse miradas cómplices sin que hubiera mediado un solo elemento que justificara que se relajase el ambiente. La tensión inicial se diluyó y dio paso a una calma agradable, calma chicha, más bien.
La decisión transmitida por el embajador real la había aceptado la pareja a regañadientes. Pero ello no iba a alterar el resto de sus planes. De ahí que en medio de aquel incómodo encuentro, ambos se lanzaran una mueca cómplice. Como la de dos niños que, tras recibir un castigo, se confabulan para poner en marcha una nueva travesura puenteando al profe de turno. Se pararon a pensar un instante y se dieron cuenta de que lo que realmente les preocupaba no era lo que ya habían hablado con el emisario real, sino los planes que todavía tenían que abordar. Eso sí que no podía fallar bajo ningún concepto. Eso era lo que en realidad les inquietaba y debían amarrar a toda costa. Sin necesidad de intercambiarse una sola palabra, se dieron cuenta de que había llegado el momento de hacerlo. Y actuaron en consecuencia.
El conde de Fontao había recalcado que podían seguir haciendo lo que les viniese en gana. Siempre y cuando, eso sí, no apareciese Urdangarin como presidente. Pues muy bien. Hecha la ley, hecha la trampa. La pareja tomó la palabra a Romero Moreno, al que empezaron a lanzar sonrisas impostadas, y en un tono intencionadamente cómplice, Torres se dirigió al abogado y amigo personal del rey y le formuló una pregunta aparentemente inocente:
—No hay ningún problema en que sigamos creando fundaciones, ¿verdad?
—En absoluto, si se cumple la condición que hemos hablado no hay ningún problema.
—Mire, es que tenemos en mente un nuevo proyecto encaminado a la integración social a través del deporte y queremos crear una nueva institución —insistió Torres.
—El único requisito es que no la presida el duque de Palma —apuntó en su réplica el abogado de más confianza del jefe del Estado.
Arrancada esta autorización explícita, Torres miró de reojo a Urdangarin, el duque de Palma le devolvió el gesto guiñándole el ojo y se pusieron manos a la obra. Implicaron al propio conde de Fontao y confiaron de nuevo en el asesoramiento de Bergós, especialista en el montaje de este tipo de entidades benéficas. A eso se llama hacer de la necesidad virtud. De tal forma que de aquel encuentro hostil nació una nueva institución a la que ninguno de los asistentes a aquella cita le daba la más mínima importancia, salvo el duque de Palma y su mano derecha, que habían concentrado todas sus preocupaciones en ella. Solo el dinámico dúo estaba en el secreto, «en el lío», que dicen los chavales hoy día.
Habían conseguido, sin que Fontao y Bergós se hubieran percatado, revertir la situación. La reprimenda del emisario real se había convertido en un salvoconducto para poner en marcha el nuevo proyecto que tenían en mente y que no podía torcerse bajo ningún concepto. Se denominaría Fundación Deporte, Cultura e Integración Social y se conocería por su acrónimo «trabalenguas» (FDCIS). Se trataba de una nueva entidad que, siguiendo fielmente las nuevas instrucciones otorgadas, estaría presidida por Torres. Aunque de facto, y como no podía ser de otra manera, estaría apadrinada por el marido de la infanta Cristina. Se consultó a Fontao e Iñaki Urdangarin fue nombrado presidente, pero del consejo asesor, un cargo meramente decorativo en el que le acompañaba un rosario de personalidades de primer nivel entre las que destacaban, por citar algunos ejemplos, la soprano Montserrat Caballé y el jinete Cayetano Martínez de Irujo. El duque de Palma y Torres arrancaron también el «sí» del campeón olímpico de vela José Luis Doreste, el de destacados jugadores de balonmano como David Barrufet y Dragan Škrbić y el de la alpinista Edurne Pasabán. Tantearon a cantantes como Miguel Bosé y Alejandro Sanz y a futbolistas como Samuel Eto’o, y pasaron a presentarse de la noche a la mañana como dos grandes benefactores que iban a conseguir utilizar el deporte para conseguir la integración en la sociedad de los más desfavorecidos. En concreto, de niños marginados, enfermos de cáncer y discapacitados físicos o psíquicos.
No habían abandonado la idea de los foros ni de los informes de Nóos. Simplemente querían desarrollar, en paralelo, esta nueva actividad. Era como si se hubieran concienciado a sí mismos de la necesidad de aplicarse su propia medicina, de lo importante que es para la imagen de una marca invertir en iniciativas benéficas y sociales. Como si quisieran potenciar la proyección del Grupo Nóos con esta nueva variante humanitaria.
Torres se encargó, de nuevo, del diseño administrativo y Urdangarin se volcó en llamar y en enviar cartas a lo más granado del deporte español, así como a un selecto grupo de
celebrities
, para revestir la iniciativa de una impronta de seriedad. El duque de Palma remitió invitaciones, en calidad de responsable de ese órgano consultivo, a todos los miembros del Comité Olímpico Internacional. Y uno por uno le fueron respondiendo. El uruguayo Julio César Maglione le contestó que la iniciativa que había puesto en marcha era «muy interesante y muy importante para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos del mundo» y añadía que para él constituía «un alto honor formar parte de la fundación». Lo propio hizo el peruano Iván Dibos, que remitió su contestación en sentido afirmativo al tiempo que aseguraba haber quedado «gratamente impresionado» por el nuevo proyecto. «Me siento sumamente honrado de la invitación que me hace, la cual acepto gustoso». Y así, iban picando uno detrás de otro el nuevo cebo tendido por el yerno del rey, que hacía sentirse unos privilegiados a todos los nuevos patronos de una entidad que se ponía de largo con unos fines tan loables.
Urdangarin y Torres configuraron los correspondientes estatutos. Establecieron que el objeto social de esta nueva fundación consistía en «impulsar el uso de la cultura y el deporte como herramientas de integración social». «Queremos realizar una contribución a la mejora de la sociedad, mostrando cómo la cultura y el deporte pueden ser magníficos instrumentos para lograr la integración social de colectivos desfavorecidos», rezaba su cínica declaración de intenciones. Para conseguir «sus finalidades», la nueva fundación se comprometía a «organizar cursos, seminarios, conferencias, reuniones, a editar y distribuir libros y revistas, a impulsar y desarrollar programas de investigación y alcanzar un nivel de interlocución y presencia social, tanto con relación a los medios de comunicación como con las universidades». Sobre el papel, el planteamiento volvía a ser impecable. Pero solo sobre el papel.
La configuración legal se planteó de manera idéntica a la del Instituto Nóos, hasta el punto de que parecía una entidad con vocación de sustituir a la matriz del grupo en el caso de que esta cayese en desgracia. «Es una entidad sin ánimo de lucro, sujeta a la Ley 50/2002 de 26 de diciembre de fundaciones y demás disposiciones aplicables», señalaba su acta fundacional.
Aquel repentino interés por los colectivos más desfavorecidos sorprendió hasta al propio conde de Fontao, que no entendía muy bien a qué respondía realmente aquella nueva idea, pero otorgó el correspondiente plácet. Autorizó para su constitución el trasvase de los activos de una fundación similar que habían constituido previamente Urdangarin y Torres bajo la denominación de Areté, lo que demostraba que llevaban tiempo dándole vueltas a la misma idea. Ese dinero acabaría desembocando en la nueva Fundación Deporte, Cultura e Integración Social. Fontao se colocó de presidente de la moribunda Areté para proceder a su disolución un año y medio después y dejó expedito el camino para la nueva entidad. Quedaba salvado, por lo tanto, el escollo de la Casa Real y nacía el proyecto con una vocación aparentemente benéfica por parte de la pareja, que comenzó a organizar actos en la Semana Catalana de Vela con niños discapacitados físicos y psíquicos y enfermos oncológicos.
Urdangarin asistía a los eventos y se dejaba fotografiar con los jóvenes, que pasaban inolvidables jornadas navegando por aguas de Barcelona y completaban la actividad física con talleres de papiroflexia y bautismos de mar. El duque de Palma no solo dedicaba así su actividad profesional a la investigación empresarial, sino también a la ayuda a los colectivos más desfavorecidos. Revestía su figura de un perfil de ejecutivo exitoso pero lo recubría al mismo tiempo de una pátina de buena persona. Exactamente lo que se le había exigido siempre como miembro de la familia real. Encarnaba, por lo tanto, la «ejemplaridad» que debe guiar cada uno de los actos de sus integrantes y poco a poco iba acaparando el protagonismo que tanto ansiaba, despojándose de su incómoda condición de «marido de» la hija del rey. Era, ante los ojos de la sociedad española, un filántropo y un benefactor, un hombre de bien.
Siguiendo el ejemplo de Nóos, Urdangarin y Torres configuraron una lista de potenciales «donantes» de su nueva iniciativa y no repararon en nombres. La intención volvía a ser que una selección de entidades públicas y privadas costease todos los actos que llevaran a cabo.
Además de las «administraciones públicas, ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas y gobierno central», que tan buenos resultados les habían dado hasta ahora, se fijaron como objetivo, y así lo dejaron anotado en sus archivos, conseguir la ayuda económica de entidades «semipúblicas». Era el caso de «cámaras de comercio, patronales, federaciones, mutuas» y hasta del «Comité Olímpico Español». La relación de posibles mecenas de la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social la completaban «bancos» como el «BBVA, Santander, Banesto y Popular» y «cajas» como «La Caixa, Caixa de Cataluña, Caixa Penedés, Caixa Terrassa, Caixa Sabadell, Caixa Laietana, Caixa Girona, Caixa Tarragona, Cajamadrid, Bancaja, CAM y Sa Nostra».
Pero consideraron además que existía un compendio de empresas que estarían deseosas de colaborar en el nuevo proyecto. Era el caso, a su juicio, de «Catalana Occidente, Winterthur, Repsol, Iberdrola, Abertis, Skoda, Inditex, Telefónica, Volvo, SGAE, KPMG, DKV, Cortefiel, Planeta o Samsung».
La Fundación Deporte, Cultura e Integración Social emergía con la misma ambición que su hermana mayor y a los pocos meses de vida logró recaudar 60.000 euros de Telefónica, 30.000 euros de la Sociedad General de Autores (SGAE), que presidía Teddy Bautista, 25.000 de Repsol y 100.000 euros largos de la Fundación Madrid 2016, liderada por el alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón para conseguir que la capital fuera la nueva sede de los Juegos Olímpicos.
La bisoña entidad hacía constar en su memoria anual, tras su primer ejercicio de andadura, que había «desplegado una interesante labor fundamentalmente orientada a presentarse en sociedad y a generar alianzas». Pero también, «a sondear el estado del arte mundial [
sic
] en materia del uso del deporte y la cultura como herramientas de integración social».
Con los fondos recaudados, sin embargo, y pese al afán por publicitar sus iniciativas, llevaron a cabo muy contadas actividades. «Un evento solidario dedicado al derecho a la educación para todos en el litoral de Valencia» y «una regata adaptada para las personas con discapacidades intelectuales y visuales cuyo objetivo fue la promoción de la igualdad social». Pero poco más. Como tercer y último proyecto «apoyaron a un navegante en solitario, Hugo Ramón, en su travesía atlántica en el marco de la regata Transat 6.50 en atención a un proyecto deportivo y social a beneficio de los afectados por el cáncer infantil».