Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (26 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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La fundación presumía además de haber establecido «contactos y conversaciones con cerca de treinta entidades de diversa naturaleza en Estados Unidos y España que nos han permitido acercarnos al conocimiento de realidades y modos de proceder interesantes». Pero su actividad se reducía realmente a un puñado de actos que volvían a antojarse pocos para justificar la cantidad de dinero recaudada. Con estas explicaciones, Urdangarin y Torres despachaban la actividad de esta nueva fundación, que nació el 13 de diciembre de 2006 y que dos años después gozaba ya de una magnífica salud económica, al haber conseguido llenar sus arcas con 420.000 euros.

Sin embargo, en el entramado de Nóos, como el de la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social, nada era realmente lo que parecía. Detrás de esta máscara inofensiva y de una página web en la que el dúo ensalzaba sus supuestos logros, que iban siempre acompañados de la fotografía del marido de la infanta Cristina, latía el golpe más inmoral de cuantos idearon jamás. Bajo aquel diseño de tramoya y cartonaje se escondía un concepto que no constaba ni en los estatutos ni en las memorias anuales. Era un secreto entre los dos, el eslabón que les acabaría manteniendo unidos para siempre y que nada tenía que ver con la filantropía que promulgaban. Era el reverso tenebroso de la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social, que solo era visible ante los ojos de sus promotores.

Urdangarin pagó con fondos de Aizoon la minuta del abogado Raimon Bergós para que montase aquella estructura y pidió a un íntimo amigo suyo, el empresario Joaquín Boixareu, que emitiera dos facturas falsas al Instituto Nóos para sacar los 30.000 euros necesarios para depositar el capital social que exige la ley para una fundación de estas características, según ha constatado la fiscalía. Era un secreto entre los dos.

Boixareu es el gran desconocido entre la pléyade de amigos, sinceros o interesados, del matrimonio ducal. Como cualquier amigo de Iñaki que se precie, Joaquín Boixareu también es un antiguo ESADE. Parece como si para trabajar con el entorno urdangarinesco hubiera que haber pasado por las aulas de la prestigiosísima escuela de negocios situada, por cierto, en el ya celebérrimo Pedralbes. Escuela de negocios que fue la primera en depurar responsabilidades con los implicados en Nóos. No le tembló el pulso a la hora de poner de patitas en la calle a Diego Torres en septiembre de 2011, cuando
El Mundo
destapó el caso que ha conmocionado a España.

Boixareu es un hijo de la más alta burguesía catalana, de orígenes metalúrgicos para más señas. Su progenie creó Aceros Boixareu, compañía radicada en Sant Adrià del Besòs que con el paso de los años entró en declive, suspendió pagos y se insertó en el
holding
Irestal, cuyo consejero delegado es ahora el amigo del marido de la infanta. No puede afirmarse que su singladura empresarial sea precisamente un camino de rosas. Hay bastantes espinas, una de ellas Spanair, la aerolínea de Gonzalo Pascual y Gerardo Díaz Ferrán que la Generalitat quiso convertir en la «compañía de bandera» de la «nación catalana [
sic
]». «En esta operación, Ramón [Boixareu] palmó bastante pasta y prestigio», confiesa uno de sus íntimos. Otro gatillazo fue su intento de asalto a Fomento Nacional del Trabajo, la patronal catalana, en la que se topó con el numantinismo del ahora presidente de la CEOE, Juan Rosell.

FDCIS, el instrumento destinado teóricamente a integrar en la sociedad a los más necesitados, pasó a ostentar la mayoría del capital de la sociedad De Goes Center for Stakeholder Management. O lo que es lo mismo, de la tapadera que Urdangarin y Torres habían constituido para llevarse los fondos del Instituto Nóos al paraíso fiscal caribeño de Belice. La cándida institución que sacaba a navegar a niños invidentes y que les organizaba talleres de manualidades albergaba en sus entrañas un monstruo, un plan preconcebido para evadir fondos a paraísos fiscales y engañar a Hacienda.

La estrategia resultaba tan sencilla en su disposición práctica como maquiavélica en su esencia. De las fugas de dinero del Instituto Nóos al conglomerado de empresas instrumentales que manejaban, el flanco más vulnerable de todos era el que acababa en el paradisiaco enclave caribeño. En el muy hipotético caso de que se destapase el tinglado, ambos se podían enfrentar a una severa condena por delito fiscal, amén de otras responsabilidades penales por camuflar la fuga de capitales.

Por tanto, qué mejor plan podían urdir que hacer depender la sociedad de Belice de una fundación de estas características. El diseño era propio de una mente calenturienta, pero efectivo. Las actividades altruistas, los rostros de famosos y, por supuesto, la presencia del yerno del rey como miembro destacado de esta nueva plataforma conformarían el señuelo perfecto para desviar la atención de los curiosos.

Si los bienintencionados inspectores de la Agencia Tributaria inspeccionaban en algún momento los pagos millonarios del Instituto Nóos a aquella extraña sociedad denominada De Goes, que simulaba prestar trabajos de asesoría, se toparía de pronto con que su capital dependía de otra ONG. Para ahuyentar cualquier tipo de sospecha y espantar a los investigadores, estaba destinada a la ayuda de los niños discapacitados, marginados y enfermos de cáncer. ¿En qué cabeza humana podía caber que el yerno del rey, el pluscuamperfecto y admirado Urdangarin, emplease una entidad de este tipo para llevarse el dinero al exterior y defraudar a Hacienda? El montaje era tan inverosímil a primera vista como cruelmente real.

Aquella tapadera, que les había proporcionado el asesor fiscal Salvador Trinxet, abrió una sucursal en España y otra en Londres. Ambas se llamaban igual y pasaron a estar interconectadas, convirtiéndose de facto en una sola. Era lo que técnicamente se denominan «sociedades espejo», que, como indica su denominación, distraen la atención la una de la otra y convierten la trama societaria en una auténtica ceremonia de la confusión.

El dinero comenzó a fluir por las arterias de De Goes, llegándose a canalizar una cantidad que rondó pronto el millón de euros. El procedimiento era mecánico y reproducía el sistema empleado por el resto de sociedades instrumentales. La empresa emitía facturas al Instituto Nóos fingiendo haberle prestado una serie de servicios que jamás tuvieron lugar y absorbía los fondos.

El dinero iba a parar automáticamente a una empresa con sede en España y en Inglaterra que, a su vez, dependía de otra de nombre Blossomhill Assets, radicada en Belice. Si se seguía tirando de aquella enrevesada madeja, aparecía el testaferro panameño Gustavo Alberto Newton Herrera como último propietario oficial del negocio. Ni rastro de Urdangarin ni de Diego Torres. Newton Herrera había firmado un contrato privado con Torres por el cual este podía disponer del dinero cuando quisiera y le otorgaba en él plenos poderes en las cuentas bancarias que la sociedad había abierto en Luxemburgo. Allí habían acabado físicamente los fondos que se repartirían a partes iguales el duque de Palma y su mano derecha mediante calculadas extracciones en efectivo. El vehículo para evadir capitales ya era suyo, lo habían probado y funcionaba a las mil maravillas.

Planearon canalizar cada vez más volumen de ingresos a De Goes para pagar el mínimo posible de impuestos al beneficiarse de las exenciones fiscales de Belice. El plan consistía en llegar a introducir en esta especie de sistema hidráulico de grandes dimensiones hasta 5 millones de euros, que era la cantidad que estimaban que podían recaudar en un futuro inmediato.

Los rostros de los niños invidentes, navegando en compañía de Torres y de su mujer, que intercambiaban carantoñas con ellos, ocultaban una realidad paralela de la que se habían convertido en inocentes víctimas. Sus juegos, sus sonrisas y su candidez se habían convertido en un mero instrumento para evadir impuestos a gran escala.

Al probar aquella máquina y comprobar que funcionaba como un reloj suizo, Diego Torres, enloquecido por su afán de evadir impuestos, aprovechó para introducir un nuevo ingrediente en esta malévola coctelera. Consumado el fraude fiscal, había que abordar el vaciado de las arcas de la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social. El socio del duque de Palma se sentó a pensar un instante, caviló alguna fórmula y se le encendió la bombilla. Lanzó su mirada a su velero
Octium
. Una embarcación estilizada, con un casco blanco de fibra de vidrio y una eslora imponente de 10,6 metros, una manga de 3,5 metros, dos camarotes y un salón espacioso. Su juguete preferido, con el que salía a navegar los fines de semana en solitario, siempre navegaba en solitario, y con el que se evadía de los contratos, las cifras y la farragosa teoría.

Y se puso a escribir. Confeccionó un contrato de alquiler por el cual pasó a ceder sobre el papel su barco privado a la fundación de niños discapacitados a cambio de 12.000 euros al semestre. De una parte, firmaba, como arrendadora del barco, su mujer, Ana Tejeiro. Y de otra, Diego Torres, presidente de la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social. Lo había probado casi todo, pero se acababa sorprendiendo a sí mismo. Y no pudo dejar de esbozar otra sonrisa más de satisfacción. Convenciéndose a sí mismo de lo hábil que era para ganar dinero.

Capítulo 14

Los actores mudos: Di Pietro Castro y Eliot Ness Horrach.

La caída de Pepote.

La vida comienza a torcerse cuando uno menos se lo espera por el flanco más imprevisto. En ocasiones se vuelve contra uno como si fuera una maldición. Aguarda su turno hasta mostrar su peor cara en el momento en el que la víctima se encuentra disfrutando de su particular momento la gloria. Es así de traicionera y cruel a veces, pero sus imprevisibles designios son inexorables. Cuando uno se da cuenta ya no hay marcha atrás y todo se ha torcido para siempre. Se trata de una regla incontrolable y a veces injusta, pero siempre igualitaria. Afecta a ricos y pobres y no excluye a los miembros de la familia real por el mero hecho de serlo, devolviendo a estos últimos a la realidad, arrancándoles el aura de imbatibilidad que les envuelve. Ni siquiera ellos pueden controlarlo todo. Siempre queda algún cabo suelto que puede devolverles a la realidad. En esta ocasión la acometida vital fue lenta y empezó cebándose con su entorno más próximo, constituyendo un primer aviso.

Si había alguien que había ayudado al duque de Palma y a su socio Diego Torres, ese era Pepote Ballester. Había sido el mejor embajador posible del Grupo Nóos en Baleares, se había comportado como un miembro más del equipo, había demostrado una dedicación y una lealtad inquebrantable e Iñaki Urdangarin solo encontraba palabras de agradecimiento para con él. Aquellos primeros encuentros fugaces en los Juegos Olímpicos y en la lejana Residencia Blume se habían afianzado con el tiempo. Su relación de amistad se fundamentaba en una sólida argamasa entremezclada de dinero público y lealtades mutuas. Acabaron confiando el uno en el otro, se consideraron parte de un mismo proyecto, les guiaba un objetivo común y la familia real contrajo con aquel simpático y dicharachero regatista una importante deuda moral reconocida por todos sus miembros. Pepote se había portado bien y a la Casa Real en general y a los duques de Palma en particular les recorría un profundo sentimiento de gratitud y una sensación de débito con él.

Urdangarin y Torres celebraban en compañía del medallista olímpico la buena marcha del negocio en uno de los mejores restaurantes de Mallorca. Casa Fernando, radicado en la barriada de Ciudad Jardín, a los pies del mar, en plena bahía de Palma, se distingue con un simple golpe de vista, en la segunda línea, por la pequeña barca de pesca que tiene empotrada en su frontispicio y por sus toldos de color azul marino. Es célebre por sus pescados de roca a la plancha. El mostrador acristalado de la entrada, que se abre paso entre los marcos de fotos de las celebridades que han pisado sus salones y en la que ocupa un lugar destacado una imagen del rey, parece una red de arrastre recién recogida. Calamares de potera con sus grandes ojos todavía vívidos entrelazan con sus tentáculos un banco entero de gambas rojas de Sóller. Los lomos de los gallos de San Pedro asoman como las quillas de un velero y miran desafiantes a los miembros de una familia de
cap roig
, el tradicional cabracho, que aguarda su turno para ser asado a la parrilla. La escena la dominan siempre varios meros, con sus gestos afables y sus enormes fauces abiertas de par en par, que se acomodan en una balsa de pimientos del piquillo.

Las mesas de madera de este restaurante, que se convierten cada mediodía en el sueño de un hambriento, hacía tiempo que no recibían la visita del trío. Pese a la buena sintonía entre todos ellos, la relación se había enfriado paulatinamente. En las sociedades pequeñas, y la de Mallorca lo es, cuando se altera una costumbre fija es un síntoma inequívoco de que algo ocurre.

Fue decisiva en el distanciamiento la derrota de Jaume Matas en las elecciones autonómicas y municipales de 2007, en las que volvió a quedarse a las puertas de la mayoría absoluta y se hizo con el poder un «hexapartito» encabezado por el socialista Francesc Antich. El cambio de gobierno dio al traste con los foros de Baleares y la edición correspondiente a dicho ejercicio nunca se llegó a celebrar. Los socialistas cortaron de raíz la relación mercantil con Urdangarin y la presencia del duque de Palma en la vida pública de las Islas se volvió a reducir al ámbito del complejo de Marivent, donde acabó atrincherada la relación personal con el otrora todopoderoso director general de Deportes, entre partidos de pádel y la melancolía de los buenos tiempos no tan lejanos que habían vivido juntos.

Los intensos vínculos de antaño se fueron relajando y se congelaron para siempre por un suceso inesperado. Ni Pepote ni por supuesto Urdangarin ni Torres llegaron a calibrar hasta qué punto aquel imprevisto acabaría condicionando la vida de todos ellos en un futuro inmediato.

El destino se cebó violentamente con Pepote Ballester, como si se la tuviera guardada por algo. El Olimpo por el que había deambulado con soltura se derrumbó sobre él, pasando de golpe de ser uno de los rostros más envidiados del panorama político social de las Islas a uno de los más denostados. Fue un proceso rápido y letal, que se extendió con la misma virulencia con la que le atacó, también sin avisar, una peligrosa leucemia, que le ha llevado a temer por su propia vida y contra la que lucha estoicamente.

Mallorca demostró que es capaz de celebrar los ascensos en su escalafón social con la misma rapidez con la que precipita a sus héroes a las más estrepitosas de las caídas. De la noche a la mañana nadie conocía a Pepote ni había tenido relación alguna con él ni, por supuesto, se jactaba de ser amigo suyo. Pasó a ser un apestado, un incómodo intruso en la claustrofóbica élite local insular, que lo arrojó al mar como un despojo devorado por la justicia y la envidia social.

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