Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (24 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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La máxima del duque de Palma y de su mano derecha era
think big
, pensar en grande, el primer lema que te enseñan el primer día que vas a clase en una escuela de negocios estadounidense. Y pensando en grande se marcaron las metas más ambiciosas que pudieron imaginar. La obsesión era aprovechar al máximo su
know how
, como le gustaba repetir a Diego Torres en sus interlocuciones. De nuevo, máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo. La pareja estaba de moda y todos en el grupo estaban satisfechos con los resultados.

Esta buena sintonía se sustentaba en un pacto de caballeros para repartirse las ganancias a través de sus sociedades instrumentales. Pese a que Diego Torres controlaba con sus cuñados más empresas pantalla que Urdangarin, el reparto debía ser equitativo. De tal manera que entre las entidades de uno y otro debían cargar al Instituto Nóos facturas falsas que alcanzaran un importe similar. Esa era la clave para que no hubiera problemas y la base de una próspera relación profesional y personal.

Sirva de ejemplo para calibrar la envergadura de los beneficios que solo desde la sociedad patrimonial de los duques de Palma, Aizoon, que formaba parte de la docena de entidades que montaron para saquear Nóos, se desvió del instituto «sin ánimo de lucro» más de un millón de euros. Siempre de la misma manera, con recibos que rezaban, uno tras otro, un concepto tan genérico como el de «gestión de la logística» de los foros que organizaban. Un cometido que en ningún caso corrió a cargo del duque de Palma y de la infanta Cristina, sino de los empleados de la entidad oficialmente benéfica que dirigían.

Había dinero para todos, incluida la hija del rey, que de golpe vio disparado el valor de las acciones de la sociedad que tenían establecida en su domicilio de Pedralbes. El contable Miguel Tejeiro, en un correo electrónico que elaboró el 20 de junio de 2007 con todos los datos necesarios para llevar a cabo la declaración de renta y patrimonio de la duquesa de Palma, valoraba, en pleno apogeo del imperio Nóos, a cuánto ascendía «su parte». Porque los temas fiscales, también de la infanta, habían sido confiados a los cuñados de Torres tras permanecer durante años en manos de los eficientes y honrados fiscalistas adscritos a Zarzuela.

Tejeiro estableció que los dos principales bienes que poseía la hija del rey eran, de una parte, el palacete de Pedralbes, que tenía un valor catastral de 1,4 millones de euros y que fue adquirido ante notario por 6,3 millones de euros; y de otra, el 50 por ciento de la empresa Aizoon, cuyo valor ascendía ya a «572.496,38 euros». De tal manera que la infanta Cristina había conseguido semejante plusvalía apenas unos años después de haber invertido 1.500 euros en constituir la sociedad.

Aizoon se convirtió así en su principal vía de ingresos, que dejaba pequeños los 90.000 euros que percibía de sueldo en la Fundación La Caixa o la asignación de 72.000 euros que, tal y como dejó escrito el cuñado de Torres en sus notas, percibe cada año de la Casa Real. Un dato, este último, que era uno de los secretos mejor guardados por La Zarzuela y que, sin embargo, doña Cristina también confesó al pariente del socio de su marido como símbolo del nivel de confianza que habían adquirido ambas familias. Conclusión: buena parte de los datos más sensibles de palacio estaba en manos de unos
piernas
a los que, como se ha visto, les importaba un comino el cumplimiento de la ley.

Querían que no hubiera secretos entre ellos y que la relación fuera lo más natural y fluida posible. Además, no había ningún motivo por el que preocuparse ni por el que discutir, porque las cosas les marchaban a todos bien, muy bien. Torres había dado muestras suficientes de lealtad e Iñaki reiteraba a la infanta que su profesor y amigo siempre les sería fiel.

Con el manantial inagotable de dinero que entraba en su empresa patrimonial, los duques de Palma hicieron frente al pago de las mensualidades de su hipoteca del palacete y sufragaron su reforma y acondicionamiento. Aizoon sirvió para abonar 439.000 euros a la empresa de carpintería Passi Diseny y a Cristalería Juventud, que se encargaron de poner a punto la vivienda para que no se pareciera en nada a la original. Los responsables de ambas empresas explican que cambiaron la casa «de arriba abajo» y que emplearon los mejores materiales de que disponían para instalar el suelo, las puertas y las ventanas de aluminio. «Esto es como el que se compra un Mercedes», explicó gráficamente el dueño de la carpintería escogida, al mismo tiempo que recalcaba que el matrimonio se decantó por «lo más caro». Aizoon lo pagaba todo, las obras y el servicio, incluidos los sueldos del matrimonio rumano que contrataron para que estuvieran internos, Monalisa y Lucian Nonosel. Un matrimonio que vivía en Pedralbes, cuidaba el jardín, limpiaba la casa y se hacía cargo de los niños. Lo habían elegido Cristina e Iñaki en una entrevista personal que mantuvieron y pronto conectaron con el duque de Palma a través de su afición por el F. C. Barcelona.

El matrimonio Urdangarin-Borbón cargó sus grandes operaciones a Aizoon, pero también pasó a vivir con el dinero de esta empresa. Con una periodicidad casi semanal, tanto Iñaki Urdangarin como la infanta Cristina, cada uno por su cuenta, emitían facturas a su nombre a la sociedad para sacar cantidades que rondaban los 600 euros y con las que hacían frente a sus gastos diarios. Aizoon pasó a pagar las facturas de sus móviles personales, el alquiler de los vehículos que necesitaban para desplazarse, los recibos de luz y de gas de la casa y las comidas y cenas en los más reputados restaurantes barceloneses. Si tenían que hacer una fiesta en casa, encargaban siempre un
catering
a una empresa especializada en su comida preferida, la japonesa, a la que llegaron a pagar 5.000 euros por ágape. Acondicionaron una bodega en el domicilio para mantener a punto sus botellas de vino y se llegaron a gastar, de nuevo con cargo a la empresa patrimonial que llenaban con fondos del Instituto Nóos, casi 10.000 euros solo en este concepto. Aizoon se acabó convirtiendo en un cajón de sastre al que se cargaba cualquier recibo por importante que fuera. El alquiler de las carpas para los eventos que realizaban en el jardín, los centros de flores, las entradas para los espectáculos a los que asistían, las mudanzas y hasta el casco y los guantes de la moto
trail
BMW de Iñaki.

Aizoon vivía del Instituto Nóos y los duques de Palma pasaron a vivir de Aizoon. Hasta pusieron a sueldo a una persona de su más estricta confianza, Mario Sorribas, al que acabaron utilizando como chico para todo. El bueno de Mario lo mismo se encargaba de portar la maleta a Iñaki en las reuniones que hablaba con los operarios del palacete o coordinaba el traslado de muebles. Si había que hacer algún trámite con el banco, Mario Sorribas se ponía de acuerdo con Julita Cuquerella, la secretaria personal del duque, y se ponían manos a la obra.

Era como un cuento de hadas. El buen rollito era tal que los matrimonios se habían llegado a prestar dinero. Los duques de Palma entregaron 400.000 euros a los Torres-Tejeiro para que pudieran acelerar su cambio de vivienda, y tal era el grado de complicidad entre ambos que no les apremiaron para su devolución. Formaba parte de una relación de colaboración mutua y sincera.

Hasta que de pronto comenzaron a surgir los primeros recelos y las primeras envidias. Llegaron sin avisar pero se resistían a marcharse. Diego Torres y Ana Tejeiro, siguiendo el ejemplo de sus socios, se cambiaron de casa y se compraron un precioso chalé de 1,5 millones de euros en Sant Cugat del Vallés. Un cubo moderno, de color blanco, encajonado en una parcela en la que sobresale la vivienda, con unos amplios ventanales que llenan de luz el interior. Ellos emprendieron también su particular escalada social y económica y empezaron a necesitar más y más dinero para mantener su tren de vida.

El acuerdo tácito seguía intacto y consistía en que ninguno de los dos matrimonios ganara más que el otro. Pero la cuadratura de las cuentas comenzó, por primera vez, a rechinar. Empezó a extenderse entre ambos la convicción de que uno trabajaba más que el otro. O de que la aportación del uno era infinitamente más valiosa que la de la parte contraria.

Diego Torres, envalentonado por su súbito ascenso, empezó a decir que el único que trabajaba era él y que Iñaki se limitaba a poner la cara y a no dar un palo al agua. Como si no hubiera sido ese el pacto que habían alcanzado desde el primer momento. Por su parte, el duque de Palma comenzó a sospechar que Torres se estaba cobrando ese supuesto papel protagonista por su cuenta y con cargo al negocio conjunto. Es decir, que el reparto de beneficios, pese a lo establecido, no era equitativo. Hasta que saltó la primera chispa, que provocó un incendio que se propagó con una velocidad inusitada.

El 21 de julio de 2008, Diego Torres confeccionó una liquidación rutinaria correspondiente a los últimos proyectos conjuntos. Se la envió, como hacía siempre, al contable del grupo, su cuñado Marco Antonio Tejeiro, y desató de golpe todos los infiernos. «He hecho los cálculos suponiendo que vamos al 50 por ciento. Obviamente calculando los beneficios, deduciendo los costes», se limitaba a indicar el profesor de ESADE a su pariente, sabedor de que lo que estaba escribiendo no era tanto para que lo leyera su cuñado sino su socio.

Se refería concretamente a cinco trabajos que habían llevado a cabo. Entre otros, un informe de responsabilidad social corporativa para la empresa Aguas de Valencia, unas jornadas sobre turismo y deporte en Lanzarote y un trabajo para redireccionar la estrategia de mecenazgo de la firma francesa Pernod Ricard. En el primero de estos encargos, Diego Torres, sobre un importe total de 100.000 euros, la cantidad mínima establecida para las grandes corporaciones, se fijaba para sí mismo unos honorarios de 30.000 euros. Esta cifra contrastaba con la que le asignó al duque de Palma y que rebajó a poco más de una quinta parte: 5.561 euros. Lo más curioso de todo es que teóricamente Iñaki Urdangarin había abandonado oficialmente Nóos dos años antes. Pero, como se ve, fue una mascarada más.

Los agravios comparativos se volvían a reproducir en el último de los proyectos referenciados, el de Pernod Ricard, que contaba con un presupuesto de 42.000 euros. Torres dejó constancia en su informe de que habían registrado unas pérdidas de 16.192 euros. Pese a ello, se volvió a reservar unos honorarios de 32.000 euros en concepto de «128 horas de trabajo» y volvió a incumplir, sobre el papel, el pacto establecido de repartir los beneficios al 50 por ciento. Le reservó solo 6.300 euros.

En este caso, Torres explicó por correo electrónico a su cuñado que «se producen pérdidas» y que, «en lugar de compensarlas», había «aplicado el criterio que le resulta más favorable a él, es decir, pagarle una comisión por el proyecto aunque sea deficitario». Que Torres le robara dinero le sacaba de sus casillas, pero que encima le perdonara la vida era algo que el duque de Palma no podía soportar.

Tres días, tres, tardó en contestar Urdangarin intentando contener su furia. Tras revisar las cuentas y en un tono educado pero firme, sentenció, dirigiendo su misiva directamente a su socio: «He sabido de tu propuesta de facturación de los proyectos compartidos. Estos son tus números, no los entiendo y, es más, estoy en total desacuerdo. Me parece increíble. Por ello, te pido que si crees que me corresponde algo, hables con Marco. Un saludo. Iñaki Urdangarin». Lo que parecía una simple disparidad de criterios sin mayor importancia escondía, sin embargo, el estallido de la gran guerra.

Iñaki montó en cólera, habló con Cristina, no paró de gritar desaforado que su socio le estaba «robando» y tras buscar en su cabeza un confidente con el que compartir su malestar, llamó al hombre que se había convertido en su padrino en Valencia. Quien le había conseguido, precisamente, el contrato con el gigante del agua en la ciudad del Turia. El empresario Miguel Zorío, propietario de Lobby Comunicación, le había ayudado a abrirse camino presentándole a lo más granado de la clase política y empresarial. Su arquitectura física es minúscula al lado de la de Iñaki, pero está dotado de una inteligencia natural que llevó al duque a convertirle de facto en su nuevo asesor. Le fue cediendo cada vez más protagonismo en su vida personal y profesional a la misma velocidad con la que se lo retiraba a Torres.

La entrada en escena de este tercer hombre provocó los celos del profesor de ESADE, que veía a Zorío como su inminente sustituto y estaba convencido de que Iñaki estaba potenciando su figura para vengarse de él.

El dueño de Lobby Comunicación y el duque de Palma compartían la afición por el atletismo y el fútbol. Se cayeron bien desde el primer momento y se dio, además, la circunstancia de que Zorío ocupaba la vicepresidencia del Valencia C. F., el equipo preferido de Miguel, el hijo del duque de Palma.

El número dos del club les colaba de incógnito en el estadio para saludar a los jugadores y Urdangarin padre e hijo entraban en Mestalla a lomos de su BMW de
trail
con los cascos puestos y sin que nadie los reconociese. Ningún paso daba el duque de Palma en Valencia sin contar con Zorío, al que encargó que buscase nuevas líneas de negocio entre su cartera de clientes que le permitirían diversificar su actividad y no volcarla exclusivamente en Torres.

Zorío es un gran relaciones públicas, pero tiene además la peculiaridad de estar provisto de un buen talante a prueba de bombas y nunca pierde la compostura. Parece incluso que cuanto más tensa es la situación en la que se encuentra, más fría resulta ser su respuesta. Se limitó, por lo tanto, a guardar silencio y a escuchar la acalorada locución del yerno del rey sin introducir una sola apostilla. Se limitó a esperar, paciente, su turno.

—¡Mi socio me está robando! ¡Es un sinvergüenza, estoy harto y voy a encargar una auditoría que analice todas las cuentas! —estalló el yerno del rey ante su nuevo hombre de confianza.

Zorío fue precisamente quien había presentado al duque de Palma a uno de sus mejores clientes, Eugenio Calabuig, dueño de Aguas de Valencia. Este vio rápidamente la posibilidad de que el yerno del rey le echara un cable en sus negocios y accedió a encargar al Instituto Nóos uno de aquellos manidos informes que vendían como condición sine quo para establecer una relación comercial estable. Zorío había hecho de puente en aquel negocio por cuyo cobro ahora se peleaban y de ahí que se convirtiera en la persona más indicada para escuchar los desconsolados lamentos del duque de Palma. Urdangarin y Torres pactaron este cobro pero Iñaki insistía en que su socio se había asignado unilateralmente unos honorarios desproporcionados.

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