Una campaña civil (51 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—La echo de menos —dijo Mark, arrastrando la mano a lo largo de la costura del pantalón—. La necesito. Se supone que tenemos que empezar a presentar los productos de las cucarachas mantequeras a clientes potenciales importantes dentro de unos días. Contaba con Kareen. Yo… no soy un buen vendedor. Lo he intentado. La gente a la que escojo parece acabar acurrucada en el fondo de la sala con montones de muebles por medio. Y Martya es demasiado… directa. Pero Kareen es brillante. Podría venderle cualquier cosa a cualquiera. Sobre todo a hombres de Barrayar. Se tumban y se dan la vuelta, agitando las zarpas al aire y meneando la cola… es sorprendente. Y, y… yo puedo estar tranquilo, cuando ella está conmigo, no importa cuánto me irriten los demás. Oh, quiero que vuelva… —Las últimas palabras escaparon en un gemido apagado.

Miles miró a su madre, y a Mark, y sacudió la cabeza con divertida exasperación.

—No estás usando bien tus recursos barrayareses, Mark. Tienes aquí mismo, en casa, a la potencial Baba más influyente del planeta, ¡y ni siquiera la has utilizado!

—Pero… ¿qué podría hacer ella, dadas las circunstancias?

—¿Con Kou y Drou? Odio pensarlo. —Miles se frotó la barbilla—. Mantequilla, te presento a un rayo láser. Rayo láser, mantequilla. Oops.

Su madre sonrió, pero entonces se cruzó de brazos y contempló pensativa la gran biblioteca.

—Pero ¿po-podrías? —tartamudeó Mark—. ¿Lo harías? No quería pedirlo, después de todas las cosas… que se dijeron la otra noche, pero estoy desesperado. —
Desesperadamente
desesperado.

—No quería intervenir sin una invitación directa —le dijo la condesa.

Esperó, dirigiéndole una sonrisa expectante.

Mark reflexionó. Articuló dos veces esa palabra tan poco familiar, sin pronunciarla, para practicar, antes de lamerse los labios, tomar aire y vocalizarla.

—¿
Ayuda
…?

—¡Vaya, por supuesto, Mark! —Sonrió de oreja a oreja—. Creo que lo que necesitamos es sentarnos juntos, los cinco… tú y yo y Kareen y Kou y Drou… aquí mismo, oh, sí, aquí mismo, en esta biblioteca, y discutirlo.

La visión lo llenó de terror, pero se agarró las rodillas y asintió.

—Sí. Eso es… tú hablarás, ¿no?

—Todo saldrá bien —le aseguró ella.

—Pero ¿cómo conseguirás que vengan?

—Creo que puedes dejarme eso a mí.

Miles miró a su hermano, que sonreía secamente. No parecía dudar lo más mínimo de la afirmación de su madre.

El soldado Pym apareció en la puerta de la biblioteca.

—Lamento interrumpir, milady. Milord, ha llegado el conde Vorbretten.

—Ah, bien. —Miles se puso en pie de un salto y corrió a la mesa, donde empezó a recoger fajos de papeles, documentos y notas—. Llévalo directamente a mi suite, y dile a Ma Kosti que empiece a poner las cosas en marcha.

Mark aprovechó la oportunidad.

—Oh, Pym, voy a necesitar el coche y un conductor dentro de —miró su crono— unos diez minutos.

—Me encargaré de ello, milord.

Pym se marchó; Miles, con expresión de determinación y un puñado de documentos bajo el brazo, salió tras él.

Mark miró vacilante a la condesa.

—Corre a tu reunión —le tranquilizó ella—. Pásate por mi estudio cuando vuelvas, y cuéntame cómo te ha ido.

Parecía verdaderamente interesada.

—¿Crees que te interesaría venir? —ofreció con un estallido de optimismo.

—Ya hablaremos de ello —le sonrió con verdadero placer. Sin duda era una de las pocas personas sinceras del universo. Secretamente animado, se marchó detrás de Miles.

El guardia de SegImp de la puerta dejó pasar a Ivan a la mansión Vorkosigan y luego regresó a su garita al oír una señal de su comunicador. Ivan tuvo que hacerse a un lado mientras las verjas de hierro se abrían y un brillante vehículo blindado salía a la calle. Ivan sintió un breve instante de esperanza al pensar que era Miles quien se marchaba, pero la forma borrosa que lo saludó a través del semiespejo del dosel trasero era demasiado redonda. Era Mark quien salía a alguna parte. Cuando Pym lo condujo hasta la suite de Miles, Ivan encontró a su primo, más esbelto, sentado ante el ventanal con el conde René Vorbretten.

—Oh, lo siento —dijo Ivan—. No sabía que estuvieras ocupado.

Pero era demasiado tarde para huir; Miles, volviéndose sorprendido hacia él, controló un respingo, suspiró, y le indicó que entrara.

—Hola, Ivan. ¿Qué te trae por aquí?

—Mi madre me envía con esta nota. No sé por qué no pudo llamarte por comuconsola, pero no iba a discutir una posibilidad de escapar —Ivan ofreció el grueso sobre, con el sello de la Residencia rematado por el emblema personal de lady Alys.

—¿Escapar? —preguntó René, divertido—. Me pareció que tenías uno de los trabajos más cómodos de Vorbarr Sultana esta temporada.

—Ja —dijo Ivan, sombrío—. ¿Lo quieres? Es como trabajar en una oficina con un puñado de futuras suegras con los nervios a flor de piel, cada una de ellas una pirómana en potencia. No sé dónde encontró mamá a tantas dragones Vor. Normalmente sólo se las encuentra de una en una, rodeadas por una familia entera a la que aterrorizar. Tener que soportarlas a todas de sopetón es inhumano.

Colocó una silla entre Miles y René, y se sentó de manera claramente provisional.

—Mi cadena de mando está construida al revés: hay veintitrés oficiales y sólo un soldado para cumplir órdenes. Yo. Quiero volver a Ops, donde mis oficiales no inician cada loca petición con el amenazador sonsonete de «
Ivan, cielo, serías tan amable
…». Qué no daría yo por oír un grito grave y masculino de «
Vorpatril
»… de alguien que no fuera la condesa Vorinnis, claro está.

Miles, sonriendo, empezó a abrir el sobre, pero se detuvo al escuchar el sonido de más personas que eran admitidas en el vestíbulo.

—Ah —dijo—. Bien. Justo a tiempo.

Para desazón de Ivan, los visitantes que Pym condujo a continuación a las habitaciones de su señor eran lord Dono y Byerly Vorrutyer, y el soldado Szabo. Todos ellos saludaron a Ivan con repulsiva alegría; lord Dono estrechó la mano del conde René con firme cordialidad y se sentó junto a la mesita, frente a Miles. By se situó tras el sillón de Dono y se quedó mirando. Szabo ocupó una silla recta como la de Ivan, un poco apartado de los demás, y se cruzó de brazos.

—Discúlpenme —dijo Miles, y terminó de abrir el sobre. Sacó la nota de lady Alys, la miró y sonrió—. Bien, caballeros. Mi tía Alys escribe: «Querido Miles», las habituales palabras de cortesía, y luego: «Dile a tus amigos que la condesa Vorsmythe hace saber que René puede estar seguro del voto de su marido. Dono necesitará un poco más de empuje, pero el tema de su futuro como votante del partido progresista puede dar fruto. Lady Mary Vorville también tiene buenas noticias para René debido a alguna añorada conexión militar entre el difunto padre de éste y el suyo, el conde Vorville. Pensé que no sería delicado pedirle a la condes Vorpinski el voto para lord Dono, pero ella me sorprendió al aprobar de manera bastante entusiasta la transformación de lady Donna.»

Lord Dono sofocó una risita, y Miles se detuvo para alzar una ceja.

—El conde (entonces lord) Vorpinski y yo fuimos bastante buenos amigos durante un tiempo —explicó lord Dono, con una sonrisa pícara—. Después de lo nuestro, Ivan; creo que estabas en la Tierra en aquella embajada o algo así.

Para alivio de Ivan, Miles no pidió más detalles, y simplemente asintió y siguió leyendo, imitando con su voz las precisas cadencias de la dicción de lady Alys.

—«Una visita personal de Dono a la condesa, para asegurarle la realidad del cambio y lo improbable (improbable está subrayado) de su vuelta atrás en el caso de que lord Dono obtenga el condado, podría ser buena cosa en este apartado.

»Lady Vortugalov informa de que no hay muchas esperanzas para René o Dono por parte de su suegro. Sin embargo, ja, escuchen esto, ha cambiado la fiesta del nacimiento del primer nieto del conde adelantándola dos días, para que coincida con el día en que están previstas las votaciones, y ha invitado al conde a estar presente cuando se abra el replicador. Lord Vortugalov estará allí por supuesto. Lady Vortugalov también menciona que la esposa del encargado de votar en su lugar se muere por una invitación a la boda. Le enviaré una a lady VorT para que se la pase a su discreción. El sustituto del conde no votará contra los deseos de su señor, pero es posible que llegue muy tarde a la sesión de la mañana, o incluso que se la pierda por completo. Esto no es un plus para ti, pero puede que sea un inesperado descuento para Richars y Sigur.»

René y Dono empezaron a tomar notas.

—«El viejo Vorhalas siente una simpatía especial por René, pero no votará contra los intereses del partido conservador en este asunto. Como la rígida honestidad de Vorhalas va unida a otros rígidos hábitos mentales, me temo que el caso de Dono está perdido por esta parte.

»Vortaine también es caso perdido; ahorrad energías. Sin embargo, según fuentes de fiar, su contencioso respecto a las aguas limítrofes de su Distrito con su vecino el conde Vorvolynkin sigue sin resolverse, cada vez con más acritud, para mortificación de ambas familias. Normalmente no consideraría posible separar al conde Vorvolynkin de los conservadores, pero un susurro al oído por parte de su nuera lady Louisa, a quien adora, de que los votos a favor de René y Dono molestarían enormemente, subrayado, a su adversario ha producido sorprendentes resultados. Podéis añadirlo a vuestras listas.»

—Eso sí que es inesperado —dijo René feliz, garabateando con más fuerza.

Miles pasó la página y continuó leyendo:

—«Simon me ha descrito la vergonzosa conducta de», bueno, eso no es pertinente, hum de hum, je, «extremado mal gusto», subrayado, gracias tía Alys, allá vamos, «finalmente, mi querida condesa Vorinnis me ha asegurado que el voto del Distrito Vorinnis puede aplicarse a tus dos amigos. Tu querida tía Alys.

»P.D. No hay ninguna excusa para que esto se haga a la carrera en el último minuto. Esta Oficina desea la rápida aclaración de la confusión, así que las invitaciones serán cursadas a las personas adecuadas con puntualidad y elegancia. En interés de una resolución a tiempo de estos asuntos, considérate libre de encargar a Ivan cualquier tarea para la que puedas encontrarlo útil.»

—¿Qué? —dijo Ivan—. ¡Te has inventado eso! Déjame ver…

Con una sonrisita desagradable, Miles volvió el papel hacia Ivan, que se inclinó sobre su hombro para leer la posdata. Era la letra impecable de su madre, cierto. Maldición.

—Richars Vorrutyer se sentó ahí mismo —dijo Miles, señalando la silla de René—, y me informó de que lady Alys no tenía voto en el Consejo. El hecho de que haya pasado más años en la escena política de Vorbarr Sultana que todos nosotros juntos parece que se le escapó. Lástima —su sonrisa se ensanchó.

Se volvió para mirar por encima del hombro mientras Pym entraba de nuevo en el saloncito empujando un carrito de té.

—Ah. ¿Les apetece algún refresco?

Ivan se asomó, pero para su decepción el carrito de té tenía té. Bueno, y café, y una bandeja de pastelitos de Ma Kosti que parecían un decorativo mosaico alimenticio.

—¿Vino? —sugirió esperanzado a su primo, mientras Pym empezaba a servir—. ¿Cerveza, aunque sea?

—¿A esta hora? —preguntó René.

—Para mí ya ha sido un día muy largo —le aseguró Ivan—. De verdad.

Pym le tendió una taza de café.

—Esto le animará, milord.

Ivan la aceptó, reacio.

—Cuando mi abuelo celebraba reuniones políticas en estas habitaciones, yo siempre sabía si estaba planeando con aliados o negociando con adversarios —les contó Miles a todos—. Cuando trabajaba con amigos, servía café y té y cosas así, y todo el mundo tenía que seguir sereno. Cuando trabajaba con los otros, siempre había una sorprendente abundancia de bebidas alcohólicas de todo tipo. Siempre empezaba por el buen material, además. Más tarde la calidad bajaba, pero para entonces los visitantes ya no estaban en disposición de darse cuenta. Yo siempre me asomaba cuando su lacayo traía el carrito con el vino, porque si me quedaba callado, era menos probable que la gente me viera y me echara.

Ivan acercó la silla a la bandeja de tentempiés. By tomó otra y se colocó de manera igualmente estratégica al otro lado del carrito. Los otros invitados aceptaron las tazas que Pym les ofreció y bebieron. Miles alisó un papel escrito a mano contra su rodilla.

—Primer punto —empezó a decir—. René, Dono, ¿ha dispuesto el lord Guardián del Círculo de Oradores el tiempo y el orden de las votaciones de sus respectivos litigios?

—Una tras otra —replicó René—. La mía es la primera. Confieso que agradezco acabar lo antes posible.

—Perfecto, pero no por el motivo que crees —respondió Miles—. René, cuando toque tratar tu caso, pídele al Círculo que ceda el turno a lord Dono. Cuando su votación haya finalizado, éste te lo devolverá a ti. Ya comprendes por qué, naturalmente.

—Oh. Sí —dijo René—. Lo siento, Miles, no lo había pensado.

—No… del todo —dijo lord Dono.

Miles marcó las alternativas con los dedos.

—Si te nombran conde Vorrutyer, Dono, entonces podrás votar a favor de René, con lo que sumará otro voto. Pero si René va primero, el escaño del Distrito Vorrutyer estará vacío y contará como un voto en blanco. Y si René pierde por, digamos, un voto, también perderás el voto Vorbretten en tu ronda.

—Ah —dijo Dono, comprendiendo—. Y esperas que tus oponentes hagan ese mismo cálculo. De ahí el valor del cambio de último minuto.

—Eso es.

—¿Habrán previsto algo así? —preguntó Dono ansiosamente.

—Por lo que sé, no están al corriente de vuestra alianza —replicó By, con un gesto levemente burlesco.

Ivan lo miró con mala cara.

—¿Y cuánto tiempo pasará hasta que se enteren? ¿Cómo sabremos que no correrás a contarle a Richars todo lo que pase aquí?

—No lo hará —dijo Dono.

—¿Sí? Puede que tú estés seguro de qué lado está By, pero yo no.

By sonrió.

—Esperemos que Richars comparta tu confusión.

Ivan sacudió la cabeza; mordisqueó un pastelito de gambas que pareció fundirse en su boca y lo acompañó de un sorbo de café.

Miles rebuscó bajo su asiento y sacó un gran fajo de transparencias. Separó las dos de encima, y tendió una a Dono y otra a René.

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