Una campaña civil (24 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Tsipis ladeó la cabeza, pensativo.

—Es rápida de reflejos y escrupulosamente honrada.

Parecía una triste alabanza, a menos que uno supiera que ésos eran los dos valores que más apreciaba Tsipis.

—Bastante atractiva, en persona —añadió, como si se lo pensara mejor—. Y no tan alta como esperaba.

Mark sonrió.

—Creo que podría valer para el trabajo de futura condesa.

—Miles lo cree también —recalcó Mark—. Y la elección de personal fue por lo visto uno de sus principales talentos militares.

Y cuanto más conocía a Tsipis, más pensaba Mark que era un talento que había aprendido de su padre.

—No es prematuro, desde luego —suspiró Tsipis—. Es de desear que el conde Aral tenga nietos mientras aún está vivo para verlos.

¿Esa observación va también por mí?

—Le echará usted un ojo, ¿no? —añadió Tsipis.

—No sé qué cree usted que podría hacer yo. No puedo obligarla a enamorarse de él. ¡Si tuviera ese tipo de poder sobre las mujeres, lo usaría en mi propio provecho!

Tsipis sonrió vagamente, mirando el lugar que Kareen había dejado libre, y luego de nuevo a Mark.

—Vaya, y yo que tenía la impresión de que sí.

Mark se agitó. Su recién conseguida racionalidad betana había estado perdiendo terreno en lo referido a Kareen, aquella última semana, pues su subpersonalidades se volvían inquietas con la tensión acumulada. Pero Tsipis era su asesor financiero, no su terapeuta. Ni siquiera (esto era Barrayar, después de todo) su Baba.

—Entonces, ¿tiene alguna sospecha de que la señora Vorsoisson corresponde al interés de su hermano? —preguntó Tsipis llanamente.

—No —confesó Mark—. Pero es muy reservada.

¿Se debía eso a que no sentía nada o a un autocontrol tremendo? ¿Quién podría informarlo sobre aquello?

—¡Espere, ah, ya, sé! Le encargaré a Kareen que lo averigüe. Las mujeres chismorrean entre sí sobre ese tipo de cosas. Por eso pasan tanto tiempo juntas en el servicio de señoras, para diseccionar a sus parejas. O eso me dijo una vez Kareen, cuando me quejé porque me dejaba solo demasiado tiempo…

—Me gusta el sentido del humor de esa chica. Siempre me han gustado todas las Koudelka —los ojos de Tsipis chispearon un instante—. La tratará usted adecuadamente, espero.

¡Alerta roja, alerta roja!

—Oh, sí —dijo Mark fervientemente. Gruñido, de hecho, anhelaba tratarla adecuadamente hasta el límite de sus nuevos poderes y habilidades betanas, si ella lo dejaba. Glotón, que tenía por afición darle de comer cenas dignas de gourmets, había tenido un buen día hoy. Asesino acechaba dispuesto a asesinar a cualquier enemigo que ella nombrara, pero Kareen no tenía ningún enemigo, sólo amigos. Incluso Aullido estaba extrañamente satisfecho aquella semana, pues el esfuerzo de todos redundaba en beneficio suyo. Sobre aquel asunto, el Grupo Negro votaba como un solo hombre.

Aquella mujer encantadora, cálida, abierta… En su presencia Mark se sentía como una viscosa criatura de sangre fría que saliera de debajo de la roca donde esperaba morir para ver el inesperado milagro del sol. Bien podría seguirla todo el día, gimoteando piadosamente, a la espera de que ella volviera a iluminarlo durante un glorioso momento. Su terapeuta le había dicho unas cuantas verdades sobre aquella adicción:
No es justo que Kareen soporte toda esa carga, ¿no? Tienes que aprender a dar, en abundancia, y no sólo tomar, por necesidad
. Cierto, cierto. Pero maldición, incluso su terapeuta apreciaba a Kareen y trataba de reclutarla para su profesión. Todo el mundo apreciaba a Kareen, porque Kareen apreciaba a todo el mundo. Querían estar con ella, y ella quería que se sintieran bien por dentro. Estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por ella. Kareen tenía en abundancia aquello de lo que más carecía Mark: alegría, entusiasmo contagioso, empatía, cordura. La mujer tenía un futuro magnífico como vendedora, qué equipo podrían formar los dos, Mark para los análisis, Kareen para relacionarse con el resto de la humanidad… La mera idea de perderla, por cualquier motivo, hacía que Mark se pusiera frenético.

Su incipiente ataque de pánico se desvaneció y su respiración volvió a la normalidad cuando ella apareció, todavía seguida por Enrique y la señora Vorsoisson. A pesar de la inapetencia general después del almuerzo, Kareen los puso a todos en marcha para la segunda parte de la tarea del día: recoger las piedras para el jardín de Miles. Tsipis les había entregado un holomapa, direcciones, y a dos grandes y amistosos jóvenes con tractores de mano y una aerofurgoneta; la furgoneta siguió al volador mientras Mark se encaminaba hacia el sur, remontando la gris columna vertebral de las Montañas Dendarii. Mark los posó en un valle bordeado por un barranco rocoso. La zona seguía siendo propiedad Vorkosigan, completamente intacta. Mark entendía por qué. La zona virgen de vegetación barrayaresa (bueno, no podías llamarlo bosque, aunque matojos lo resumía bastante bien) se extendía durante kilómetros a lo largo de las impresionantes faldas.

La señora Vorsoisson bajó del volador y se volvió para mirar hacia el norte, hacia las llanuras pobladas del Distrito Vorkosigan. El aire cálido suavizaba el horizonte, convirtiéndolo en una mágica neblina azul, pero la vista abarcaba un centenar de kilómetros. Las nubes blancas e hinchadas se alzaban formando arcos separados, rematadas por otras nubes grises como castillos rivales.

—Oh —dijo, y su boca se fundió en una sonrisa—. Eso sí que es un cielo como Dios manda. Así es como tiene que ser. Comprendo que dijeras que a lord Vorkosigan le gustaba venir aquí, Kareen —extendió los brazos, casi sin darse cuenta, y sus dedos abarcaron el espacio libre—. Normalmente las montañas me parecen murallas a mi alrededor, pero esto… está muy bien.

Los muchachotes de la aerofurgoneta aterrizaron junto al volador. La señora Vorsoisson los guió y llevaron el equipo junto al barranco, donde se pusieron a recoger rocas y piedras Dendarii estéticamente agradables para llevarlas a Vorbarr Sultana. Enrique los siguió como un cachorrito larguirucho y especialmente torpe. Como la bajada iba a ser trabajosa, Mark se limitó a asomarse y luego a pasear por la menos peligrosa pendiente del valle, cogido de la mano de Kareen.

Cuando la rodeó por la cintura y la atrajo hacía sí, ella le dejó hacer, pero cuando trató de colar una sugerencia sexual subliminal mordisqueándole un pecho, ella se envaró y se apartó. Maldición.

—Kareen… —protestó él, quejumbroso.

Ella sacudió la cabeza.

—Lo siento, lo siento.

—No… no te disculpes. Hace que me sienta mal. Quiero que me desees también. Creía que era así.

—Y lo era. Lo es. Yo… —se mordió la lengua y empezó de nuevo—. Creía que era una verdadera adulta, una persona de verdad, allá en la Colonia Beta. Luego regresé aquí… Me doy cuenta de que dependo de mi familia para cada bocado que me llevo a la boca, para cada prenda de vestir, para todo. Y siempre ha sido así, incluso cuando estaba en Beta. Tal vez todo fue… falso.

Él le agarró la mano; al menos ella no se soltó.

—Quieres ser buena. Muy bien, puedo comprenderlo. Pero tienes que tener cuidado sobre cómo defines lo que es bueno. Los terroristas que me crearon me enseñaron eso muy bien.

Ella apretó su mano, por aquel recuerdo terrible, y consiguió ofrecerle una sonrisa de compasión. Vaciló y continuó:

—Son las definiciones contradictorias lo que me está volviendo loca. No puedo ser buena para ambos sitios a la vez. He aprendido a ser una buena chica en la Colonia Beta, y a su modo, fue tan difícil como ser una buena chica aquí. Y mucho más aterrador, en ocasiones. Pero… sentía que me hacía más grande por dentro, si comprendes lo que quiero decir.

—Creo que sí. —Mark esperó no haber sido la causa de ninguna de aquellas cosas aterradoras, pero sospechaba que sí. Muy bien, sabía que era cierto. Algunos momentos habían sido oscuros durante aquel año. Sin embargo, ella había aguantado a su lado—. Pero tienes que elegir por tu propio bien, Kareen, no por el de Barrayar… —inspiró profundamente, para ser sincero—. Ni siquiera por el de Beta.

¿Ni siquiera por el mío?

—Desde que volví, ni siquiera soy capaz de encontrarme a mí misma para preguntármelo.

Mark se recordó que para Kareen aquello era sólo una metáfora. Aunque también él era una metáfora, dentro de su cabeza con la Banda Negra. Una metáfora metastática. Las metáforas se convertían en eso, con la suficiente presión.

—Quiero regresar a la Colonia Beta —dijo ella con voz baja y apasionada, contemplando el abismo sin verlo—. Quiero quedarme allí hasta que sea una adulta de verdad, y pueda ser yo misma esté donde esté. Como la condesa Vorkosigan.

Mark valoró la idea de aquel modelo para la amable Kareen. Pero había que reconocer que su madre no aceptaba tonterías de nadie por ningún motivo. Sin embargo, habría sido preferible para cualquiera tener un poco de esa cualidad sin verse obligado a librar guerras y enfrentarse a peligros para conseguirla.

Kareen preocupada era como el sol apagado. Con aprensión, la tomó de nuevo por la cintura. Por fortuna, ella lo interpretó como lo que pretendía ser, un gesto de consuelo, y no como una nueva intentona inoportuna, y se apoyó en él.

Los miembros de la Banda Negra tenían su función como soldados de choque en caso de emergencia, pero eran unos comandantes pésimos. Gruñido tendría que esperar un poco más. Bien podría fijar una cita con la mano derecha de Mark o algo por el estilo. Aquello era demasiado importante para cagarla, oh, sí.

Pero ¿y si ella por fin hallaba su sitio y no había espacio para él…?

No sacaría nada con aquello. Cambia de tema, rápido.

—A Tsipis parece gustarle la señora Vorsoisson.

Su rostro se iluminó lleno de gratitud.
Por tanto, debo de haber estado presionándola
. Aullido gimió, desde lo más profundo; Mark lo reprimió.

—¿Ekaterin? A mí también.

Así que ahora era Ekaterin; se tuteaban, bien. Tendría que enviarlas al servicio de señoras más a menudo.

—¿Sabes si le gusta Miles?

Kareen se encogió de hombros.

—Eso parece. Está trabajando muy duro en su jardín y todo eso.

—Quiero decir si está enamorada de él. Nunca la he oído llamarlo por su nombre de pila. ¿Cómo puedes estar enamorado de alguien si no lo tuteas?

—Oh, son las cosas de los Vor.

—Ja —Mark dudó—. Es cierto que Miles se está comportando de manera muy Vor. Creo que ese cargo de Auditor se le ha subido a la cabeza. Pero ¿crees que podrías tratar con ella y descubrir algunas pistas?

—¿Quieres que la espíe? —Kareen frunció el ceño—. ¿Te lo ha pedido Miles?

—En realidad no. Fue Tsipis. Está un poco preocupado por Miles. Y… yo también.

—Me gustaría ser amiga de ella…

Naturalmente
.

—No parece que tenga muchas amistades. Ha tenido que cambiar mucho de hogar. Y creo que lo que fuera que le sucedió a su marido en Komarr fue mucho más terrible de lo que quiere hacer ver. Esa mujer está tan llena de silencios que rebosan.

—Pero ¿valdrá para Miles? ¿Será buena para él?

Kareen alzó una ceja.

—¿Alguien se está molestando en preguntarse si Miles será bueno para ella?

—Um… um… ¿por qué no? Es heredero de un conde. Bien situado. Es Auditor Imperial, por el amor de Dios. ¿Qué más podría desear una Vor?

—No sé, Mark. Probablemente depende de la Vor. Yo sé que preferiría estar contigo y con todos y cada uno de los miembros de la Banda Negra en su peor momento durante cien años antes que quedarme encerrada con Miles durante una semana. Él… abruma.

—Sólo si tú lo dejas.

Pero a Mark le encantó en el fondo saber que ella lo prefería a él que al glorioso Miles, y de repente se sintió menos hambriento.

—¿Sabes qué hace falta para detenerlo? Todavía recuerdo cuando éramos niñas, mis hermanas y yo, y visitábamos a lady Cordelia con mamá, y Miles se encargaba de tenernos entretenidas. Era una crueldad encargarle eso a un chico de catorce años, pero ¿qué sabía yo? Decidió que las cuatro debíamos formar un equipo femenino de zapa, y nos hacía desfilar por el jardín de la mansión Vorkosigan, o por el salón de baile cuando llovía. Creo que yo tendría unos cuatro años —frunció el ceño al recordar el pasado—. Lo que Miles necesita es una mujer que le diga que se calme, o será un desastre. Para ella, no para él —al cabo de un instante, añadió sabiamente—: Aunque si lo es para ella, también lo será para él, tarde o temprano.

—Oh.

Los amistosos jóvenes subieron jadeando el barranco y volvieron a bajar con la aerofurgoneta. Terminaron de cargar con golpes y chasquidos, y la furgoneta se alzó en el aire y se dirigió hacia el norte. Poco después, aparecieron Enrique y la señora Vorsoisson, sin aliento. Enrique, que sostenía un enorme puñado de plantas nativas de Barrayar, parecía bastante alegre. De hecho, casi parecía que tenía circulación sanguínea. El científico probablemente no había salido al campo desde hacía años: sin duda era bueno para él, a pesar de que chorreaba por haberse caído al arroyo.

Consiguieron meter las plantas en el compartimento trasero y secar a Enrique, y todos volvieron a entrar en el volador cuando el sol se ponía. Mark se entretuvo probando la velocidad del aparato mientras circundaban el valle una última vez y viraban hacia el norte, de regreso a la capital. La máquina zumbaba como una flecha, dulce bajo sus pies y dedos. Llegaron a las afueras de Vorbarr Sultana antes de que oscureciera.

Dejaron primero a la señora Vorsoisson en casa de sus tíos, cerca de la universidad, con muchas promesas de que se pasaría por la mansión Vorkosigan por la mañana y ayudaría a Enrique a buscar los nombres científicos de sus nuevas muestras botánicas. Kareen se bajó en la esquina de la casa de su familia y le dio a Mark un besito de despedida en la mejilla.
Tranquilo, Gruñido. No era para ti
.

Mark dejó el volador en su rincón del garaje de la mansión Vorkosigan y acompañó a Enrique al laboratorio para ayudarle a dar a las cucarachas mantequeras su cena y ver cómo estaban. Enrique había dejado de cantar nanas a las criaturas, aunque tenía la costumbre de hablar, mitad para ellas y mitad para sí mismo, mientras recorría el laboratorio. En opinión de Mark, el hombre había trabajado solo demasiado tiempo.

Sin embargo, esa noche Enrique tarareó mientras clasificaba su nuevo suministro de plantas siguiendo unos criterios que sólo conocían él y la señora Vorsoisson, colocando algunas en agua y otras sobre papel para que se secaran en el banco del laboratorio.

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