Una campaña civil (52 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—Siempre he querido probar esto —dijo animadamente—. Lo saqué del desván anoche. Era una de las viejas tácticas de ayuda de mi abuelo. Creo que aprendió el truco de su padre. Supongo que podría diseñar un programa en la comuconsola que hiciera lo mismo. Son los planos de los escaños de la cámara del Consejo.

Lord Dono estudió una a contraluz. Dos filas de cuadrados en blanco formaban un semicírculo en la página.

—Los escaños no tienen nombre —dijo.

—Si necesitas usar esto, se supone que te los sabes —explicó Miles. Tomó uno más y se lo tendió—. Llévatelo a casa, rellénalo y memorízalo, ¿eh?

—Excelente —dijo Dono.

—La teoría es que se usan para comparar dos votaciones muy reñidas. Colorea cada Distrito (digamos, rojo para no, verde para sí, en blanco para los desconocidos o los indecisos) y ponlos uno encima de otro. —Miles dejó caer un puñado de rotuladores sobre la mesa—. Cuando acabas con dos rojos o dos verdes, ignora a ese conde. No te hace falta o tienes influencia sobre él. Cuando tienes dos blancos, un blanco y un color o un rojo y un verde, considera a esos hombres como aquellos en los que tienes que concentrarte.

—Ah —dijo René, tomando dos rotuladores. Se apoyó sobre la mesa y empezó a colorear—. Qué elegante y qué simple. Siempre he intentado hacerlo mentalmente.

—Cuando empiezas a hablar de cinco o seis votaciones reñidas, con sesenta hombres, nadie puede retenerlo en la cabeza.

Dono, los labios fruncidos pensativamente, llenó una docena de recuadros, y luego se acercó a René para situar el resto de los nombres en su emplazamiento. René, advirtió Ivan, coloreaba muy meticulosamente, llenando a la perfección cada recuadro. Dono garabateaba con trazos rápidos y osados. Cuando terminaron, compararon las dos transparencias.

—Vaya —dijo Dono—. Parece que te señalan, ¿no?

Empezaron a murmurar mientras elaboraban su lista de nombres que necesitaban trabajar. Ivan se limpió del uniforme las migas del pastelillo de gambas. Byerly se dignó a sugerir una o dos correcciones en la distribución de marcas y blancos, basándose en las impresiones que, oh qué casualidad, había sacado durante sus visitas en compañía de Richars.

Ivan dobló el cuello, contando verdes y dobles verdes.

—Todavía no lo habéis conseguido —dijo—. No importa cuántos votos obtengan Richars y Sigur, no importa cuántos valedores se retiren hoy, necesitáis una mayoría clara de treinta y un votos, o no conseguiréis vuestros Distritos.

—Estamos trabajando en ello, Ivan —dijo Miles.

Por el brillo de sus ojos y la expresión peligrosamente alegre, Ivan supo que su primo estaba lanzado. Miles estaba disfrutando con aquello. Se preguntó si Illyan y Gregor lamentarían alguna vez el día en que lo retiraron de su amado cuerpo de operaciones encubiertas galácticas y lo trajeron a casa. Borra eso:
cuándo
lamentarían ese día.

Para desazón de Ivan, el pulgar de su primo descendió claramente sobre un par de cuadrados en blanco que él esperaba que pasara por alto.

—El conde Vorpatril —dijo Miles—. Ajá —le sonrió a Ivan.

—¿Por qué me miras? No es que Falco Vorpatril y yo seamos amigos de francachela. De hecho, la última vez que vi al viejo me dijo que era un caradura, y la vergüenza de mi madre y de todos los demás Vorpatril bien aprovechados. Bueno, no dijo bien aprovechados, sino de provecho. Pero viene a ser lo mismo.

—Oh, a Falco le haces gracia —Miles contradijo implacable la experiencia personal de Ivan—. Aún más, no tendrás problemas para hacer que Dono lo vea. Y ya que estás en ello, puedes hablarle bien de René.

Sabía que llegaría a esto, tarde o temprano
.

—Soportaría el mal trago si tuviera que presentarle a lady Donna como mi prometida. Nunca le cayeron bien los Vorrutyer. Presentarle a lord Dono como futuro colega… —Ivan se estremeció y contempló al hombre barbudo, que le devolvió la mirada alzando el labio de manera peculiar.

—¿Prometida, Ivan? —inquirió Dono—. No sabía que te importara.

—Bueno, y ya he perdido mi oportunidad, ¿no? —dijo Ivan, malhumorado.

—Sí, ahora y durante todos estos cinco años que he estado clavada en el Distrito. Estaba allí. ¿Dónde estabas tú? —Dono rechazó la queja de Ivan con un gesto; el diminuto destello de amargura en sus ojos marrones hizo que Ivan se rebullera por dentro. Dono vio su incomodidad y sonrió lenta y maliciosamente—. Lo cierto, Ivan, es que todo este episodio es culpa tuya, por ser tan lento.

Ivan dio un respingo.
Maldita sea, esta mujer, hombre, persona me conoce demasiado bien

—De todas formas —continuó Dono—, ya que la elección es entre Richars y yo, Falco tiene que cargar con un Vorrutyer de un modo u otro. La cuestión es con cuál.

—Y estoy seguro de que podrás señalarle todas las desventajas de Richars —intervino Miles amablemente.

—Que lo haga otro. Yo no —dijo Ivan—. Los oficiales de servicio no pueden involucrarse en partidos políticos, así que está claro.

Se cruzó de brazos y mantuvo su dignidad, aunque de manera algo precaria dada su situación sobre la silla.

Miles señaló la carta de su madre.

—Pero tienes una orden clara de tu superior. Por escrito, nada menos.

—¡Miles, si no quemas esa maldita carta después de esta reunión, no estás en tu sano juicio! ¡Quema tanto que me sorprende que no haya salido ardiendo ella sola!

Escrita a mano, entregada a mano, ninguna copia electrónica o por otro sistema en ninguna parte… implicaba la orden destrúyela-después-de-leerla.

Miles mostró los dientes con una sonrisita.

—¿Me estás enseñando a hacer mi trabajo, Ivan?

Ivan lo miró con mala cara.

—Me niego a dar un paso más en este asunto. Le dije a Dono que llevarlo a tu cena era el último favor que le haría, y voy a mantener mi palabra.

Miles lo miró.

Ivan se agitó, incómodo. Esperaba que a Miles no se le ocurriera llamar a la Residencia para que reiteraran sus órdenes. Enfrentarse a su madre parecía más seguro
in absentia
que en persona. Adoptó una expresión hosca, se agazapó en su silla y esperó (con cierta curiosidad) a ver qué chantaje creativo o soborno o táctica disuasoria emprendería Miles para hacerlo cumplir su voluntad. Acompañar a Dono a ver a Falco Vorpatril iba a ser condenadamente
embarazoso
. Estaba pensando en cómo presentarse ante Falco como elemento completamente al margen, cuando Miles dijo:

—Muy bien. Pasando a otro tema…

—¡He dicho que no! —chilló Ivan, desesperado.

Miles lo miró, levemente sorprendido.

—Te he oído. Muy bien: estás libre. No te pediré nada más. Puedes relajarte.

Ivan se acomodó, lleno de un profundo alivio.

Y no, se aseguró, de profunda decepción. Y desde luego no de profunda alarma.
Pero… pero… pero… el enano molesto me necesita para que le saque las castañas del fuego

—Pasando a otro tema —continuó Miles—, llegamos al asunto de los trucos sucios.

Ivan lo miró horrorizado.
Diez años siendo el mejor agente de Illyan en operaciones encubiertas de SegImp

—¡No lo hagas, Miles!

—¿Qué no haga qué?

—Lo que sea que estás pensando. No lo hagas. No quiero tener nada que ver con ello.

—Lo que estaba a punto de decir —dijo Miles, dirigiéndole una mirada extremadamente seca—, era que
nosotros
, como estamos del lado de la verdad y la justicia, no necesitamos recurrir a engaños como, digamos, el soborno, el asesinato o formas más suaves de persuasión física o —¡eh! —al chantaje —sus ojos brillaron—. Necesitamos estar atentos por si nuestros adversarios ejecutan alguno de esos movimientos. Empezando por lo obvio… poned a los soldados a vuestro servicio en alerta máxima, aseguraos de que vuestros vehículos están vigilados para que no les hagan nada y que tenéis rutas y vías alternativas para llegar al Castillo Vorhartung la mañana de la votación. También, destacad a todos los hombres de confianza y recursos que podáis para aseguraros de que nada extraño impida la llegada de vuestros simpatizantes.

—Si no vamos a jugar sucio, ¿cómo defines esa maniobra de los Vurgalov y el replicador uterino? —preguntó Ivan, indignado.

—Como un golpe de inesperada buena fortuna. Ninguno de los aquí presentes tiene nada que ver con eso —repuso Miles, tan tranquilo.

—Entonces, ¿no es un truco sucio si no es identificable?

—Correcto, Ivan. Aprendes rápido. El abuelo se habría sentido… sorprendido.

Lord Dono parecía pensativo, mientras se acariciaba suavemente la barba. Su sonrisita le daba escalofríos a Ivan.

—Byerly —Miles miró al otro Vorrutyer, que mordisqueaba un canapé y estaba adormilado o escuchando, dependiendo de qué significaran aquellos ojos entreabiertos—. ¿Has oído algo que debamos saber del grupo de Richars o Vormoncrief?

—Hasta ahora, parecen haberse limitado a la solicitud de votos habitual. Creo que aún no se han dado cuenta de que los están alcanzando.

René Vorbretten miró a By, dubitativo.

—¿De veras? No según mi escrutinio. Y cuando se den cuenta, si lo hacen… y apuesto a que Boriz Vormoncrief se dará cuenta tarde o temprano, ¿cómo crees que reaccionarán?

By alzó una mano y la agitó de un lado a otro en un gesto pendular.

—El conde Vormoncrief es perro viejo. Pase lo que pase, vivirá para votar otro día. Y otro, y otro. No es indiferente al destino de Sigur, pero no creo que cruce el límite por él. Richars… bueno, este voto es interesante para Richars también, ¿no? Empezó furioso por verse obligado a defenderse. Richars es un polvorín que puede estallar —esta imagen no parecía preocupar a By; de hecho, por lo visto le proporcionaba cierta satisfacción íntima.

—Bien, manténnos informados si cambia algo en ese frente —dijo Miles.

Byerly hizo un saludito, colocándose la mano sobre el corazón.

—Vivo para servir.

Miles dirigió a By una mirada penetrante; Ivan se preguntó si aquella sardónica mención de la vieja frase de SegImp encajaba demasiado bien con alguien que había derramado tanta sangre y perdido tantos huesos al servicio del Imperio. Se estremeció previendo la respuesta de Miles si éste decidía censurar a By por su gracia, pero para alivio de Ivan, Miles lo dejó pasar. Después de unos cuantos minutos más nombrando condes y objetivos, la reunión se disolvió.

15

Ekaterin esperaba en la acera, con Nikki de la mano, mientras el tío Vorthys despedía a su esposa y su chófer cargaba las maletas en la trasera del vehículo de tierra. Después de la inminente reunión, el tío Vorthys iba a ir directamente al espaciopuerto y de ahí a Komarr en correo imperial, para encargarse de
unos cuantos asuntos técnicos
, como le había dicho a Ekaterin. El viaje era la culminación, suponía ella, de las largas horas que había pasado últimamente encerrado en el Instituto Imperial de Ciencias; en cualquier caso, no pareció tomar a la profesora por sorpresa.

Ekaterin reflexionó sobre Miles y su peculiar sentido de la información. Había estado a punto de desmayarse la noche anterior cuando el tío Vorthys hizo que Nikki y ella se sentaran y les dijo quién era el «hombre de autoridad» de Miles, el tipo que creía que podría comprender a Nikki porque también él había perdido a su padre joven. El emperador Gregor no tenía aún cinco años cuando el gallardo príncipe Serg voló en pedazos en la órbita de Escobar durante la retirada de aquella malhadada aventura militar. En el fondo, se alegraba de que nadie se lo hubiera dicho hasta que la audiencia fue confirmada, o se habría sumido en un estado de nervios aún peor. Era incómodamente consciente de que la mano con la que sujetaba a Nikki estaba un poco demasiado húmeda, un poco demasiado fría. Él debía aprender de los adultos; ella tenía que parecer tranquila, por su bien.

Todos se acomodaron por fin en el compartimento trasero, se despidieron de la profesora y se pusieran en marcha. Ekaterin decidió que estaba aprendiendo educación. La primera vez que viajó en el coche de cortesía que el Imperio le proporcionaba a su tío, no supo interpretar su suave manejo como una pista de su grado de blindaje, ni al atento conductor como miembro de SegImp hasta los huesos. A pesar de todos los intentos de su tío por no caer en los hábitos de los Altos Vor, se movía en los mismos círculos que habitaba Miles con igual facilidad: Miles porque había vivido allí toda su vida, su tío porque su formación de ingeniero le ayudaba a medir a los hombres por otros criterios.

El tío Vorthys sonrió amorosamente a Nikki y le dio una palmadita en la mano.

—No estés tan asustado, Nikki —tronó tan tranquilo—. Gregor es un buen tipo. Te encontrarás a gusto, y él contigo.

Nikki asintió, vacilante. Era su traje negro lo que le hacía parecer tan pálido, se dijo Ekaterin. Su único traje bueno; se lo había puesto por última vez en el funeral de su padre, una desagradable ironía que Ekaterin decidió ignorar. Ella decidió no ponerse el vestido del funeral, al menos. Su traje diario negro y gris estaba un poco gastado, pero tendría que valer. Al menos estaba limpio y planchado. Tenía el pelo recogido con ordenada severidad, trenzado en un rodete sobre la nuca. Tocó el bultito del pequeño colgante de Barrayar, oculto bajo la blusa negra de cuello alto, para tranquilizarse en secreto.

—No parezcas asustada tú tampoco —le dijo el tío Vorthys.

Ella sonrió débilmente.

El trayecto desde el distrito universitario hasta la Residencia Imperial fue breve. Los guardias comprobaron su identidad y les franquearon el paso por las altas verjas de hierro. La Residencia era un enorme edificio de piedra de varias veces el tamaño de la mansión Vorkosigan, de tres pisos de altura y construido, a lo largo de un par de siglos y con cambios radicales de estilo arquitectónico, en forma de cuadrado hueco algo irregular. Se dirigieron hacia un pórtico secundario, al este.

Una especie de alto servidor de la casa, con la librea Vorbarra, los recibió y los guió por dos larguísimos y resonantes pasillos hasta el ala norte. Nikki y Ekaterin se quedaron mirando a su alrededor. Nikki abiertamente, Ekaterin con disimulo. El tío Vorthys parecía indiferente a la decoración, digna de un museo; había recorrido aquel pasillo docenas de veces para entregar sus informes profesionales al gobernador de tres mundos. Miles había vivido en aquel lugar hasta que cumplió los seis años, según había dicho. ¿Se había sentido oprimido por el sombrío peso de la historia, o lo había considerado todo su terreno de juegos personal? Adivina.

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