Una campaña civil (54 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—Gregor… aunque aprecio tu gesto de confianza al rechazar mi dimisión…

Tío Vorthys alzó las cejas.

—¡No habrás ofrecido tu dimisión como Auditor por esta miserable patraña, Miles!

Miles se encogió de hombros.

—Pensé que lo tradicional era que un Auditor Imperial no sólo fuera honrado, sino que lo pareciera. La autoridad moral y todo eso.

—No siempre —dijo Gregor suavemente—. Heredé un par de malditos sinvergonzones de mi abuelo Ezar. Y a pesar de que lo llamaban Dorca
el Justo
, creo que el principal criterio de mi bisabuelo para nombrar a sus Auditores fue su habilidad para aterrorizar convincentemente a un puñado de vasallos bien duros. ¿Puedes imaginar el valor que tendría que tener una de las Voces de Dorca para, digamos, enfrentarse al conde Pierre
Le Sanguinaire
?

Miles sonrió al imaginarlo.

—Dado el entusiasta fervor con que mi abuelo recordaba al viejo Pierre… no quiero ni imaginarlo.

—Si la confianza pública en tu voto como Auditor es tan mala, mis condes y ministros tendrán que acusarte ellos mismos. Sin mi ayuda.

—Es improbable —gruñó el tío Vorthys—. Es un asunto feo, muchacho, pero dudo que eso llegue a pasar.

Miles no estaba tan seguro.

—Ya has dado todos los pasos adecuados —dijo Gregor—. Déjalo, Miles.

Miles asintió aliviado, aunque a Ekaterin le pareció algo reacio.

—Gracias, señor. Pero quería añadir que también estaba pensando en las implicaciones personales, que van a empeorar antes de que esto acabe. ¿Estás seguro de que me quieres de pie en el círculo de tu boda, mientras este clamor persiste?

Gregor le dirigió una mirada directa, aunque levemente dolida.

—No escaparás tan fácilmente a tus deberes sociales. Si la generala Alys no solicita que te retire, allí estarás.

—¡No estaba intentando escapar… de nada! —se interrumpió, al ver la sombría diversión de Gregor.

—Delegar, en mi trabajo, es algo maravilloso. Puedes hacer saber a todo el que ponga objeciones a que mi hermanastro esté en mi círculo de boda, que presente sus quejas a lady Alys y sugiera los cambios de último minuto en sus disposiciones… si se atreve.

Miles no pudo apartar de sus labios la sonrisa maliciosa, aunque lo intentó valientemente. Bastante valientemente. Casi.

—Pagaría por verlo —su sonrisa volvió a desaparecer—. Pero este asunto continuará apareciendo mientras…

—Miles —Gregor alzó una mano para interrumpirlo. Sus ojos estaban iluminados por algo a caballo entre la diversión y la exasperación—. Tienes en casa, posiblemente, la mayor fuente viviente de experiencia política barrayaresa del siglo. Tu padre ha tratado con peleas de partidos más feas que ésta, con y sin armas, desde antes de que tú nacieras. Ve y cuéntale tus problemas. Dile que yo te he dicho que te dé ese sermón sobre el honor contra la reputación que me dio la última vez. De hecho… dile que lo solicito y exijo.

Un gesto de la mano y se levantó de su sillón, poniendo un enfático final al tema. Todos se pusieron en pie.

—Lord Auditor Vorthys, unas palabras antes de que te marches. Señora Vorsoisson… —tomó de nuevo la mano de Ekaterin—, ya hablaremos otra vez cuando vaya menos apurado de tiempo. Las prioridades de seguridad han impedido el reconocimiento público, pero espero que sea usted consciente de que el Imperio tiene una deuda personal de honor con usted, a la que puede recurrir cuando lo necesite y cuando quiera.

Ekaterin parpadeó, y estuvo a punto de protestar. ¿Seguro que era por Miles por lo que había hecho un hueco en el calendario? Pero ésa era la única referencia a los otros acontecimientos de Komarr que se atrevían a hacer delante de Nikki. Consiguió asentir y murmurar las gracias por el tiempo y la atención imperial concedida. Nikki, imitándola, hizo lo mismo.

El tío Vorthys se despidió de Nikki y de ella, y se quedó para hablar con su señor antes de tomar la nave. Miles los escoltó al pasillo, donde le dijo al hombre de librea que esperaba:

—Yo los acompañaré, Gerard. Manda traer el coche de la señora Vorsoisson, por favor.

Empezaron a caminar por el edificio. Ekaterin miró por encima del hombro el despacho privado del Emperador.

—Eso ha sido… eso ha sido más de lo que esperaba —miró a Nikki, que caminaba entre ellos. Tenía la expresión fija, pero no apurada—. Más fuerte.

Más duro
.

—Sí —dijo Miles—. Ten cuidado con lo que pides… Hay motivos especiales por los que confío en la capacidad de juicio de Gregor más que en la de nadie. Pero… creo que tal vez no soy el único pez que no piensa en el agua. Gregor tiene que soportar por rutina presiones diarias que a mí, bueno, me volverían loco, o completamente irritable. A cambio, nos sobrevalora a todos, y nosotros… nos esforzamos por no decepcionarlo.

—Me ha dicho la verdad —dijo Nikki. Continuó caminando en silencio un instante más—. Me alegro.

Ekaterin guardó silencio, satisfecha.

Miles encontró a su padre en la biblioteca.

El conde Vorkosigan estaba sentado en uno de los sofás que flanqueaban la chimenea, con un lector en la mano. Por su atuendo semiformal, una túnica verde oscuro y pantalones que recordaban los uniformes que había usado durante casi toda su vida. Miles dedujo que iba a salir pronto, sin duda para asistir a una de las muchas comidas oficiales que los Virreyes parecían obligados a tragarse antes de la boda de Gregor. Recordó la intimidatoria lista de compromisos que lady Alys le había adjudicado y, que empezaría pronto. Ahora era muy dudoso que se atreviera a tratar de mitigar sus rigores sociales y culinarios haciendo que Ekaterin lo acompañara.

Miles se sentó en el sofá frente a su padre; el conde alzó la cabeza y lo miró con cauteloso interés.

—Hola. Pareces un poco cansado.

—Sí. Acabo de volver de una de las entrevistas más difíciles de mi carrera auditorial. —Miles se frotó la nuca, todavía dolorosamente tenso. El conde alzó amablemente las cejas—. Le pedí a Gregor que informara a Nikki Vorsoisson de todo este lío de las calumnias hasta el límite que juzgara aconsejable. Puso el límite mucho más lejos de lo que habríamos hecho Ekaterin o yo.

El conde se acomodó y soltó su lector.

—¿Piensas que comprometió la seguridad?

—En realidad no —admitió Miles—. Cualquier enemigo que capturara a Nikki para interrogarlo sabría más de lo que él sabe. Podrían vaciarlo con diez minutos de pentarrápida sin causar ningún daño. Tal vez incluso lo devolvieran. O no… No constituye un riesgo mayor para la seguridad que antes. Y no hay más riesgo ni menos de que lo usen para presionar a Ekaterin (o a mí). La verdadera conspiración fue controlada férreamente. Ése no es el problema.

—¿Y el problema es…?

Miles apoyó los codos en las rodillas y miró su reflejo distorsionado en las punteras de sus botas.

—Pensé que, a causa del príncipe Serg, Gregor sabría cómo podría comprender alguien que su padre fue un criminal. Si puedes llamar así al príncipe Serg, por sus vicios secretos.

—Sí que puedo —susurró el conde—. Criminal, y medio loco en el momento de su muerte.

El entonces almirante Vorkosigan había sido testigo de la desastrosa invasión escobariana a los más altos niveles, reflexionó Miles. Se enderezó; su padre lo miró a la cara y sonrió sobriamente.

—El disparo fortuito de esa nave escobariana fue lo más afortunado que le haya pasado jamás a Barrayar. Sin embargo, en retrospectiva, me temo que tratamos bastante mal a Gregor en ese aspecto. ¿He de suponer que él lo hizo mejor?

—Creo que trató a Nikki… bien. En cualquier caso, Nikki no experimentará esa especie de sorpresa tardía hacia su mundo. Naturalmente, comparado con Serg, Tien no era más que tonto y venal. Pero fue duro verlo. Ningún niño de nueve años debería tener que afrontar algo tan vil, tan cerca del corazón. ¿Qué será de él?

—Acabará por cumplir diez años —dijo el conde—. Uno hace lo que tiene que hacer. Creces o pereces. Es de esperar que crezca.

Miles tamborileó con los dedos sobre el brazo tapizado del sofá.

—La sutileza de Gregor todavía me asombra. Al admitir el pecado de Tien, metió a Nikki en nuestro grupo. Ahora Nikki tiene también un interés velado en mantener la tapadera, para proteger la reputación de su difunto padre. Extraño. Y eso es lo que me trae a verte, por cierto. Gregor pide… solicita y exige, nada menos, que me des ese sermón que le diste sobre el honor contra la reputación. Debe de haber sido memorable.

El conde frunció el entrecejo.

—¿Sermón? Oh. Sí —sonrió brevemente—. Así que lo recuerda, bien. Uno se pregunta a veces, con los jóvenes, si algo de lo que les dices llega a calar, o si estás lanzando tus palabras al viento.

Miles se agitó incómodo, preguntándose sin esa última observación iba dirigida también a él. Vale,
cuánto
de esa última observación.

—¿Mm? —lo instó.

—Yo no lo habría llamado sermón. Sólo una distinción útil, para clarificar ideas. —Abrió la mano, la palma hacia arriba, en un gesto de equilibrio—. La reputación es lo que los demás saben de ti. El honor es lo que tú sabes de ti mismo.

—Mm.

—La fricción tiende a aumentar cuando las dos cosas no son iguales. En el asunto de la muerte de Vorsoisson, ¿cómo te consideras?

¿Cómo consigue llegar al centro con un solo tajo como ése?

—No estoy seguro. ¿Cuentan los pensamientos impuros?

—No —dijo el conde firmemente—. Sólo los actos de voluntad.

—¿Qué hay de los actos de ineptitud?

—Una zona gris, y no me digas que no has vivido en esa penumbra antes.

—La mayor parte de mi vida. No es que no haya saltado a la cegadora luz de la competencia de vez en cuando. Es mantener la altitud lo que me derrota.

El conde alzó las cejas y sonrió con picardía, pero se abstuvo de mostrar su acuerdo.

—Bien. Entonces me parece que tus problemas inmediatos se encuentran en el reino de la reputación.

Miles suspiró.

—Siento como si me hubieran roído las ratas. Pequeñas ratas corrosivas, moviéndose demasiado rápido para que yo pueda volverme y golpearlas en la cabeza.

El conde se estudió las uñas.

—Podría ser peor. No hay ninguna sensación más hueca que quedarte con tu honor hecho añicos a tus pies mientras la opinión pública te recompensa. Eso sí que destruye el alma. Lo contrario es, simplemente, muy muy irritante.

—Mucho —dijo Miles amargamente.

—Ja. Bien. ¿Puedo ofrecerte alguna reflexión que te sirva de consuelo?

—Por favor.

—Primero, esto también pasará. A pesar de los indudables encantos del sexo, el asesinato, la conspiración, y más sexo, la gente acabará por aburrirse de la historia, y algún que otro tipo cometerá un grave error público y la atención general pasará al nuevo juego.

—¿
Qué
sexo? —murmuró Miles, exasperado—. No ha habido sexo ninguno. Maldición. O esto merecería mucho más la pena. ¡Ni siquiera la he
besado
todavía!

El conde hizo una mueca.

—Mis condolencias. En segundo lugar, dada la naturaleza de esta acusación, no se presentará contra ti ningún otro cargo menos excitante y que exacerbe menos la sensibilidad de la gente en el futuro. En el futuro cercano, al menos.

—Oh, magnífico. ¿Significa eso que soy libre para provocar tumultos ahora, mientras no sea un asesinato premeditado?

—Te sorprendería. —Un poco de tristeza acudió a los ojos del conde, aunque Miles no pudo imaginar por qué recuerdo, pero luego sus labios volvieron a sonreír—. Tercero, no se pueden controlar los pensamientos… o yo ya lo habría hecho. Tratar de dar forma o responder a lo que cada idiota de la calle piensa, basándonos en la poca lógica y en aún menos información, sólo serviría para volverte loco.

—Las opiniones de algunas personas importan.

—Sí, a veces. ¿Has determinado cuales?

—La de Ekaterin. La de Nikki. La de Gregor. —Miles vaciló—. Eso es todo.

—¿Qué, tus pobrecitos padres no están en esa lista?

—Lamentaría perder tu buena opinión —dijo Miles lentamente—. Pero en este caso, no sois los que… no estoy seguro de cómo expresarlo. Usando la terminología de mamá… no se ha pecado contra vosotros. Así que vuestro perdón no cuenta.

—Mm —dijo el conde, frotándose los labios y mirando a Miles con fría aprobación—. Interesante. Bien. Si te sirve de consuelo, yo diría que en este lugar —indicó agitando el dedo Vorbarr Sultana y, por extensión, toda Barrayar— adquirir fama de persona sibilina y peligrosa, que mata sin remordimientos para conseguir sus fines y proteger sus cosas, no es tan malo. De hecho, puede que te sea útil.

—¡Útil! ¿Entonces te ha resultado beneficioso el nombre de
Carnicero de Komarr
? —dijo Miles indignado.

Los ojos de su padre se entornaron, en parte por diversión, en parte por aprecio.

—Me ha parecido una… maldición mixta. Pero sí, he usado el peso de esa reputación, de vez en cuando, para influir en algunos hombres susceptibles. Por qué no, pagué por ello. Simon dice que ha experimentado el mismo fenómeno. Después de heredar SegImp de Negri
el Grande
, todo lo que tuvo que hacer para enervar a sus oponentes fue quedarse allí plantado y mantener cerrada la boca.

—He trabajado con Simon. Sí que era enervante. Y no sólo por su chip de memoria, o por el recuerdo del fantasma de Negri. —Miles sacudió la cabeza. Sólo su padre podía, con total sinceridad, considerar a Simon Illyan un subordinado normal y corriente—. De todas formas, la gente puede haber considerado a Simon siniestro, pero nunca corrupto. No habría dado la mitad de miedo si hubiera podido proyectar convincentemente esa implacable indiferencia hacia, bueno, cualquier apetito humano.

Hizo una pausa, reflexionando sobre el estilo de su antiguo comandante y mentor.

—Pero maldición, si… si mis enemigos consideran que poseo el más mínimo sentido de la moral, ¡que al menos me consideren competente en mis vicios! Si fuera a asesinar a alguien, habría hecho un trabajo mucho mejor, no este horrible lío. ¡Nadie habría imaginado siquiera que se había cometido un asesinato, ja!

—Te creo —le tranquilizó el conde. Ladeó la cabeza, súbitamente curioso—. Ah… ¿lo has hecho alguna vez?

Miles se hundió en el sofá y se rascó la mejilla.

—Hubo una misión para Illyan… No quiero hablar del asunto. Fue un trabajo difícil y desagradable, pero lo conseguimos —sus ojos se clavaron en la alfombra.

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