«... A Juan le hubiera encantado firmar. Te ruego que lo disculpes; acaba de llamarme para avisar que tiene mucho trabajo y que no vendrá hasta muy tarde. No puedo esperar porque el chofer tiene que irse y quiero mandártela esta misma noche. Perdóname por haberme demorado tanto, pero es que se trataba de un asunto tan penoso...»
—Increíble —dijo Susan, interrumpiendo la lectura de la carta.
—Está completamente histérica —añadió Juan Lucas.
—Celso, ¿ya se fue el chofer de mi prima Susana?
—¿No me digas que le vas a contestar?
—No, darling... pero por lo menos decirle que he leído su carta y que por favor lo olvide todo; así me evito llamarla por teléfono.
—¡Nada, hombre! ¡Qué la vas a llamar! ¡Está completamente loca!
—Poor thing! Juan no le hace el menor caso.
—Y si Juan le hiciera el menor caso, nadie le haría el menor caso a Juan. —Soltó Juan Lucas, imitando la compasión de Susan.
—Está bien, Celso; dígale al chofer que puede irse.
—Bien, señora.
—¡Pero si eso ocurrió hace siglos!...
—Llámala y dile que Bobby es novio de la íntima amiga de Peggy.
—A propósito de Bobby, darling, estoy encantado de que sea enamorado de esa chica... nunca me acuerdo de su nombre... Todo está muy bien, darling, pero últimamente bebe mucho y cada día viene más tarde...
—Cosa tuya, mujer; a mí no me metas en esos enredos. Además, es natural a su edad...
—Pero es que está muy excitado y muy violento. Por otra parte, cada mes trae peores notas; es su último año de colegio y sería una lástima que lo perdiera.
—Bueno, ¿y qué se hace en estos casos? ¿Quieres mandarlo a los Estados Unidos?
—Me parece que no es el momento, darling...
—Yo lo único que puedo hacer es cortarle la propina.
A mala hora le cortaron la propina. Bobby empezó a robarle la cartera a Susan todas las tardes, hasta que ella comprendió por qué nunca encontraba un céntimo en su bolso y decidió esconder el dinero en la caja fuerte del palacio. Pero Bobby no se dio por vencido y anduvo varios días tratando de descubrir la fórmula para abrir la caja. Imposible, no daba con ella, mezclaba y mezclaba números pero no daba con la combinación. Y para esta noche necesitaba dinero más que para cualquier otra noche. Primero tenía que llevar a Rosemary al cine, y luego correr al burdel porque, según la matrona, la tal Sonia regresaba hoy. La matrona le había dicho, días atrás, cuando él llegó preguntando por la de la cara conocida, que en efecto esa muchacha trabajaba ahí, pero que estaba de vacaciones en el sur y que a su regreso se la tendría listita. Mientras tanto podría entretenerse con las otras chicas, las había mejores. Lo de mejores le pareció un poco exagerado a Bobby, pero tampoco era falso que de vez en cuando se veía una buena puta donde Nanette. Claro que resultaba un poco caro el asunto, pero ninguna solución mejor que la de seguirse gastando el dinero allí mientras olvidaba a Maruja. Costara lo que costara tenía que olvidarla, y la verdad es que lo venía logrando, hasta que el dinero se le agotó... ¡Y justo hoy que llega la tal Sonia!, ¡justo ahora mamá se ha puesto fuerte!, ¡todo lo esconde en esta caja de mierda! Le metió su puñetazo a la caja fuerte, por supuesto que así tampoco la abrió, pero el resultado fue de todos modos positivo porque otra caja acababa de abrírsele en la imaginación: Bobby salió disparado rumbo a la sección servidumbre y al dormitorio de Celso.
Una hora más tarde, Celso apareció en el bar de verano donde, aprovechando los primeros rayos de sol de la primavera, Juan Lucas, Susan y Luis Martín Romero conversaban de toros y maldecían al empresario porque este año tampoco iba a traer al Briceño que seguía haciendo delirar al público español y que, según dicen, cada día está más torero y más clásico. «Voy a tener que meter manos en el asunto», amenazaba Juan Lucas, cuando la voz de Celso lo interrumpió.
—Me han robado la caja del Club Amigos de Huarocondo, conteniendo la suma de mil quinientos soles oro.
—¿Qué? —preguntó Susan, sorprendida.
—La caja del Club Amigos de Huarocondo que, en su calidad de tesorero, me corresponde guardar.
Susan recordó de qué caja se trataba, Julius a menudo había hablado de ella, una caja de galletas Field llenecita de billetes sucios.
—Hay que hacer algo, Celso.
—Hay que encontrarla; a lo mejor con ese dinero sobornamos al empresario para que traiga al Briceño —intervino jocoso el gordo Romero, y Celso lo mandó a la puta de su madre con los ojos llenos de lágrimas, comer, beber y reírse no más sabe el gordo lebidinoso...
—Existen sospechas —se atrevió Celso, dando un paso adelante.
—A ver, hijo, ¿qué pasa? —preguntó Juan Lucas, recordando que Celso llevaba por lo menos quince años al servicio de la familia.
—Existen sospechas —repitió Celso, obligando al gordo Romero a tomarse un trago.
—Tienen que ser los obreros; son los únicos que andan por ahí cerca.
—¿Qué obreros? —preguntó Susan.
—Los que están instalando el ascensor, mujer...
—Ah verdad...
—Mira, muchacho, ándate a la comisaría del barrio y tráete un policía.
—Existen sospechas —insistió Celso, dando otro paso adelante.
—Por eso mismo; viene un policía y lo arregla todo; dile al comisario que es en mi casa...
—Dile que se trata de un asunto de menor cuantía —intervino el gordo Romero, copa en mano y carcajeándose. Juan Lucas festejó la salida del crítico taurino, Susan también, pero a Celso no le hizo la menor gracia y casi da otro paso adelante... Sabe Dios por qué dio tres pasos atrás y se marchó.
Anunció el robo en la repostería y la Decidida, llenándose de redonda honradez, dijo que estaba dispuesta a pasar por la pantalla. Nadie le entendió, pero Carlos añadió que con qué derecho se acusaba a los obreros cuando todos sabían quién era el ladroncito.
—Tiene razón don Carlos —intervino Abraham; pero Abraham siempre decía que Carlos tenía razón y cada día estaba más maricón.
—Anda y dile a los señores que ha sido Bobby —dijo Carlos—; ¿acaso no le ha estado robando también a su mamá?
—Don Carlos tiene toda la razón...
La Decidida aceptó los argumentos de Carlos, y hasta se convenció de que Bobby era el ladroncito, pero prefería llegar a ese mismo resultado por vías mucho más democráticas. Decía que para nada se necesitaba a un policía, que ellos eran capaces de llevar a cabo la investigación sin la intervención de terceras personas ajenas al fraude. Lo primero que había que hacer era llamar a todos los obreros, al maestro también, que estaban instalando el ascensor y que cada uno fuera probando su falta de culpa y, una vez ésta establecida, todos juntos fueran donde los señores a decir que sólo quedaba un culpable y ése era su propio hijo de los señores.
—¡Yo no cocino con tanto obrero metido aquí!
—Un egoísta es usted —acusó la Decidida.
—Y usted qué será...
—Bueno, bueno —intervino Carlos—; todo se puede hacer, pero creo que lo mejor y más rápido es que Celso vaya donde los señores y les diga de frente que fue el niño Bobby.
—Yo lo acompaño si quiere —dijo la Decidida. —No. Solo voy.
Celso regresó hasta el bar de verano, donde Juan Lucas, Susan y Luis Martín seguían conversando de toros y toreros.
—Existen sospechas —-dijo Celso, dando tres pasos adelante.
—Celso, ¿ha sido el niño Bobby, no es cierto? —preguntó Susan. —Sí, señora.
—Aquí tiene —intervino Juan Lucas extendiéndole un cheque—; ¿está bien así, a su nombre, o quiere que le haga otro a nombre del Club ese?
Mientras tanto, en el cine, Bobby sonreía con las incidencias de la película y, de rato en rato, volteaba a contemplar el perfil de Rosemary. Ahora lo único que le faltaba era ir donde Nanette y encontrar a la tal Sonia, tenía que ser ella a pesar de que usaba otro nombre, Sonia tenía que ser su nombre de combate. Le apretó la mano a Rosemary, y ella volteó a mirarlo sonriente: «Bobby, le dijo al oído, estoy muy contenta de ser tu enamorada.» — «Yo también», le dijo él, acercándose más para besarle la frente. Sí, le gustaba tanto o más que Peggy y todo había salido a pedir de boca, porque ella había sido la mejor amiga de Peggy y ahora era la peor enemiga. Pero nada le había gustado tanto como enterarse de que Pipo Lastarria la había ciriado antes que a Peggy, se le había declarado y todo, pero ella le había dicho que no. Seguro que Pipo cirio a Peggy por despecho; en el fondo soy yo el que le ha quitado a Rosemary. Claro que entonces recordó que también Pipo le había quitado a Peggy, pero Rosemary estaba a su lado y él la besó de nuevo y esta noche me voy donde Nanette. Con lo de esta tarde tenía dinero suficiente para varias veces con Sonia. Luego empezaría a portarse bien y otra vez le darían su propina y para fin de año todo habría vuelto a la normalidad.
Pero donde Nanette le dijeron que la tal Sonia aún no había regresado y que ya seguro no volvía hasta el verano, alguien parece que la había retenido en el sur. Bobby maldijo un rato pero las malas compañías con que andaba lo convencieron de que Sonia no era lo mejor del burdel y que con todo ese dinero podía pasarse varias noches cojonudas. Sin embargo, esa misma noche, al regresar al palacio, decidió que sus notas lo ponían en peligro de perder el año y que iba a retirarse un poco de chez Nanette, porque ya sólo faltaban octubre y noviembre para los exámenes finales. «Volveré en verano, cuando regrese Sonia.»
Al día siguiente confesó haber sido él quien se había robado el dinero de la caja. Juan Lucas le dijo que eso ya todos lo sabían y que más bien se trataba de reponer el dinero ahora mismo. Bobby alegó que lo había gastado en pagar una deuda, qué querían que hiciera si lo tenían sin propina, de qué iba a vivir. Juan Lucas le dijo que la próxima propina se la daría cuando aprobara los exámenes finales, y él respondió qué me importa, pensando que le quedaban más de mil soles para los meses siguientes y que casi no los iba a necesitar porque iba a encerrarse a estudiar. Juan Lucas no quiso quedarse con esa respuesta y tuvo la brillante idea de decirle que mejor no le daba propina hasta que no aprobara su examen de ingreso a donde diablos y demonios fuera a ingresar. Eso ya no le gustó tanto a Bobby, mucho menos cuando pensó que en verano Sonia volvía a trabajar donde Nanette. Pero él tampoco toleraba que Juan Lucas lo dejara mal parado, y ya empezaba a sonreírse, como quien dice siempre queda algún recurso, cuando ¡paff! se le vino la idea a la cabeza, qué bruto, cómo no lo pensé antes: la alcancía de Julius, años que la tenía y todo el mundo metía en ella monedas y billetes, ¡qué bruto!... ¡pero si la tiene desde que nació!... Las mil y una noches con Sonia pagado por Julius... Bobby soltó la risa y Juan Lucas casi le llama cornudo, pero mejor no meterse con los hijos de Susan... Donde sí tenía que meter la mano era en la Empresa Taurina.
—... Y por eso no puede ir a toros —le explicaba Juan Lastarria al arquitecto de moda, mirando avergonzadísimo a Susana, íntegramente vestida con el hábito del Señor de los Milagros. Habían estado los dos bebiendo en el bar del castillo, cuando de pronto apareció Susana, íntegramente vestida con el hábito del Señor de los Milagros, y él no tuvo más remedio que presentársela.
—¿Te vas a confesar?
—Vengo de confesarme.
—Bien. Mándanos a Víctor con más hielo.
—Ya está haciendo su calorcito —dijo el arquitecto, sonriendo, mientras Susana desaparecía.
—¡ Ah!, pero eso alegra la fiesta —exclamó Lastarria, empinándose ligeramente por detrás del mostrador.
—¿Usted también es aficionado?
—Como Juan Lucas, vamos; en realidad es él quien me ha enseñado a apreciar la feria de octubre, su colorido, su fiesta, su... su...
El arquitecto casi le pregunta ¿y si hay feria en marzo, es usted también aficionado a toros?
—Juan Lucas entiende mucho —dijo, en cambio.
—A su lado se aprende mucho...
—Indudablemente.
Juan Lastarria sintió que ya no tardaba en arrojarle el whisky en la cara al arquitecto.
—Usted no es aficionado a toros, ¿no, arquitecto? —preguntó, en cambio.
—He ido un par de veces, pero no me atrae.
—¿Y qué deporte practica?
—Tabla.
Juan Lastarria se descubrió sacando pechito, «ya no necesito eso, pensó, la costumbre». Felizmente por ahí venía Víctor con el hielo y aprovechó la empinada para recibir el baldecito de plata.
—La señora manda decir que no beba usted tanto, señor; después, dice la señora, se pasa usted la noche dando saltos en la cama.
—Dígale a la señora... ¡Salud!, arquitecto.
—Parece que Juan Lucas está furioso porque no viene el Briceño este año tampoco.
—Ya por ahí he oído decir que piensa meter mano en la Empresa. Pues a ver si cuando venga el Briceño me decido a probar una vez más; a lo mejor si es tan grande como dice Juan Lucas, hasta me vuelvo aficionado...
—Lo dificulto; eso es algo que está en la sangre; o le gusta a usted la primera vez que va o no le gusta nunca... Eso es algo que está en la sangre... ¿Más whisky, arquitecto?
—Gracias. ¿Ha visto usted torear al Briceño?
—Sí. ¿Hielo?
—Gracias. ¿ En Madrid ?
—En Lima... en cine, solamente.
—Aja...
—En casa de Juan Lucas, en rueda de amigos, los rolíos que Juan Lucas tomó durante su última estadía en Madrid. Excelente calidad de película. Comentada por Luis Martín Romero, ¿lo conoce? —¿El crítico taurino?
—Hay que conocerlo; insuperable cuando está de humor. ¡Pipo ven!... Uno de mis diablos. —Qué hubo, papá.
—Saluda al arquitecto; él dibujó la casa de tu tío Juan Lucas y ahora está dibujando, diseñando la nuestra. —¿Éste es el mayor?
—El donjuán de la familia. ¿Vas a salir, muchacho? —Si convences a mamá... —Toma dinero. —Chau, papá.
—Novio de Peggy... Bueno, usted no la conoce; hija de los embajadores del Canadá... Muchacho serio y estudioso. ¿Tiene usted hijos, arquitecto?
—Ya tengo uno.
—Parece mentira cómo pasa la vida; cualquiera diría que fue ayer que estaba usted bailando con Susan en la fiesta aquélla...
—Tiene usted un hermoso bar, Juan.
—Estaba usted soltero, recién regresado...
—¡Juan! ¡Juan! Pipo ha vuelto a salir de noche! Mañana tiene que levantarse temprano para el colegio. ¿Quién le ha dado...?
—Yo le he dado permiso.