Arminda prácticamente convertida en isla, islote más bien, rodeada por todos lados de maletas. Desapareció el botones y Susan regresó para terminarse la copita de jerez y a ver qué pasa ahora, le daba tantos nervios ver a Juan Lucas enterrado en su revista y sin leer. Esa nadita de jerez le dio la solución: linda, dejó la copita sobre la mesa, se sentó en el sofá y, nerviosísima, le regaló a Arminda la mejor de sus sonrisas, Arminda dio un paso atrás y le contestó con la mueca que era su sonrisa, con lo cual el asunto volvió a cero y todo empezó nuevamente, sólo que esta vez con una ligera variante: Juan Lucas, escuchó una voz que decía algo de Julius y de un regalito y, al levantar la cara para mirar de reojo, se encontró con Arminda convertida en viajera recién llegada, miró de frente, convertida en un mendigo que se ha sacado la lotería, que aún no tuvo tiempo para comprarse un traje nuevo, pero que ya llega a instalarse en un hotelazo, con unas increíbles maletas de cuero de chancho. Susan, por su parte, continuaba mirando a Arminda y buscando la solución, la encontró por fin: encender un cigarrillo. Cogió el paquete que había sobre la mesa, delante de ella, extrajo uno, lo encendió, primera pitada, exhaló el humo, miró a Arminda y nuevamente el asunto volvía a cero, pero esta vez se anticipó arrojándose sobre el timbre.
—Voy a llamar a alguien para que busque a Julius —dijo—; nosotros tenemos que cambiarnos para salir.
No fue necesario porque en ese instante Julius abrió la puerta y apareció descubriendo de entrada que en la media luz de la suite todo andaba un poco raro, entre tristísimo y absurdo. «Hola Arminda», dijo, tropezándose con una de las maletas. Juan Lucas aprovechó la ocasión para dejar la revista a un lado y ponerse de pie, diciendo: «De vez en cuando se escriben cosas buenas.» Susan lo miró, creyéndole, y se puso también de pie. Se marchaban los dos, cuando de pronto Arminda, cambiando por completo de personalidad, empezó a abrirse paso entre las maletas y a avanzar, diciéndole a Julius que ya tenía nueve años y que este año iba a estar entre los más grandes en el Inmaculado Corazón. «Le he traído un regalito al niño», anunció, interrumpiendo la fuga de los señores. Abrió su cartera negra y extrajo el regalito para Julius. Juan Lucas encendió un cigarrillo para hacer algo menos que callarse la boca y se dispuso a presenciar la escena millonario e incomodísimo. La primera pitada lo convenció de que Arminda no importaba y la segunda de que Julius era un imbécil nato. Más bien Susan, interesadísima y trasladándose una vez más al hipódromo, seguía la apertura del paquete con un delicioso y falso entusiasmo. Lo que no era muy seguro es que pudiera mantenerlo, porque el paquetito la verdad es que iba perdiendo lo de te traigo un regalito y se iba convirtiendo en lo que era: el regalo de una mujer pobre a un niño millonario, y en pena...
... En la pena que tú nunca olvidarás, Julius. Porque cuando se es así, cuando el día de tu santo o el de Año Nuevo o el de Navidad o cualquier otro día en que haya que querer y ser querido, cuando un día como hoy te entristece hasta regresar del Golf e irte a pasear por la piscina ya vacía y oscura, cuando se es así, cuando toda esperada alegría lleva su otra cara de pena inmensa, peor aún, de amenaza constante e indefinida de pena inmensa, de pena que tiene que llegar en algún momento, cuando tú has visto en la piscina vacía de gente, vacía de las niñas que te recordaban a Cinthia, vacía de Bertha que la estaba escarmenando, vacía de Celso y Daniel que no han venido a verte en todo el verano, que solos se están construyendo esas casas que tú no logras imaginarte, vacía de ese muchacho que encontraste besando a su chica, cuando por fin hay una tarde, una noche ya casi en que los del barrio Marconi no le van a pegar a nadie, pero es que no estaban, cuando en el fondo del agua que tanto frío te daba mirabas las piedras, los cuchillos de Tarzán reposando y eran tristes ahí, inmóviles bajo el agua cristalina, azul pena, cuando la piscina estaba vacía de tus amigos de este verano y era extraño cómo siempre la soledad y el frío te dan ganas de ir al baño y sentías tu cuerpo, te sentías tú, te daban esos momentos tan raros y pensabas que en la suite se estaría mejor pero te quedabas, te ibas quedando y veías allá lejos, sobre el mostrador, en el bar, las butifarras de otro momento como esta mañana cuando ella vino y te dio los minutos de felicidad que amenazan siempre con pena más tarde, en cualquier momento, en cualquier momento Julius y puede ser ahora, ahora en que por ser tu santo aparece Vilma sentada en una banca y tú la miras y no hay absolutamente nadie, absolutamente nada, sólo la amenaza de la pena y que ya es tu tristeza y que no sabes por qué no tarda en ser peor aunque siga sin pasar nada, aunque ahora sea Nilda la que habla a gritos al borde de la piscina y la gente la mira y es horrible hasta la vergüenza, hasta tu vergüenza, cuando sientes mas de ese frío y la necesidad de ir al baño es mayor y te entretienes con ella hasta recordar que ayer no vino Arminda y que puede venir hoy porque es tu santo y te ves salir de la carroza porque llega Cinthia del colegio y te sigues quedando Julius, y sabes que tu vida estará llena de esos momentos, de esa amenaza de pena que ya es tristeza que te recordará siempre, cuando las bancas que rodean la piscina se convierten en huecos que se tragan a la gente y oscurecen verdes, cuando los botones rodean a Juan Lucas que esta noche te va a llevar al Aquarium, cuando el momento es definitivamente la pena que tú nunca olvidarás, Julius, entonces, dejas toda la amenaza en la piscina vacía de seres queridos o impresionantes y regresar a la suite y entras y saludas y te tropiezas con una extraña, triste atmósfera, han encendido las luces, las lámparas esas que dan la media luz, han colocado sabe Dios cómo las maletas de Juan Lucas casi rodeando a Arminda, qué triste está la suite al abrir y ver la espalda de Arminda, qué apariencia tan rara va adquiriendo todo mientras avanzas con Arminda hacia la mesa frente a la cual están parados ella y él siguiendo hartos una escena que no debió ser triste, que sucedió para que escucharas esas palabras tipo Nilda, de mi voluntad, de mi voluntad niño, y ella terminaba de abrirte el paquete y hubo el momento en que somos mudos y sentimos como un vértigo negro y el momento en que ellos agradecieron para marcharse, de mi voluntad, Julius, ésas son tus palabras y otros nunca conocerán tu significado para esas palabras en una suite del Country Club, un día de tu santo, y la media luz de las lámparas como empujada por la pena oscura que se iba amontonando en los rincones y crecía hacia ustedes, crecía cuando escuchaste el traje de Susan descender de seda por su piel, allá en el baño, mientras Arminda te entregaba el regalo y tú no sabías qué decirle porque era un par de medias amarillas, a cuadritos y nunca podrías usarlas por horribles, cuando cogiste de su mano el pomo con el agua azul, perfume seguro para Arminda por el color y el frasco, que fue cuando la voz de mierda de Juan Lucas, allá en el baño, pronunció la palabra estoque, dijo se ha anticipado, y las letras que tú no querías que te dijeran nada, te habías defendido hasta ese instante, las letras fueron palabras y tuvieron sentido para ti, de mi voluntad, niño, de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño, las palabras fueron de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño, la etiqueta pegada al pomo de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño de mi voluntad niño loción para después de afeitarse de mi voluntad niño de mi voluntad niño... «Se ha anticipado en varios años», dijo Juan Lucas. «Poor thingy tal vez Carlos podría...», empezaba a decir Susan, pero mejor era salir y decírselo a ellos mismos:
—Darling, no vamos a usar el Mercedes... Arminda debe estar cansada, ¿por qué no la acompañas hasta su casa con Carlos?
A Carlos no le gustó mucho la idea, pero en fin, por ser santo del niño... En cambio Julius había subido muy alborotado al Mercedes. Permanecer un rato más con Arminda lo entusiasmaba, tal vez conversando con ella y con Carlos lograría alejar un poco de su mente la escena del regalo, en todo caso el paseo iba a servir para matar el tiempo que hubiera tenido que pasar solo en la suite, esperando que Susan y Juan Lucas regresaran del cóctel para llevarlo a comer al Aquarium. Sentado adelante, al lado de Carlos, seguía con gran atención el camino que llevaba desde San Isidro hasta la Florida. Arminda viajaba en el asiento posterior. Hacía ya algunos minutos que había enmudecido, asaltada por el recuerdo de Pajarito. Desde que entraron a la avenida Javier Prado empezó a recordar el alboroto de la zambita, la desesperación que le habían producido todos aquellos árboles y las dos hileras de arbustos bordeando el jardín que avanzaba como un listón verde, entre la doble pista de la avenida. Miró un instante a Julius y pensó que podría descargarle su historia, pero ya hacía varios minutos que ahí nadie abría la boca, hacía también varios años que ella no contaba una historia. Mejor continuar callada y aprovechar que era un viaje de reposo, por una vez en auto y no en un ómnibus repleto; mejor cerrar los ojos para no ver más a Pajarito y descansar. Apoyó la cabeza sobre el espaldar del asiento y trató de dormirse. Carlos había encendido la radio sin consultar, porque después de todo la que iba atrás era señora pero no la señora y, en lo que se refiere al niño, Carlos se cagaba olímpicamente en sus gustos musicales. Julius ni cuenta se dio de que habían encendido la radio; llevaba un buen rato dedicado a mirar cómo cambia Lima cuando se avanza desde San Isidro hacia la Florida. Con la oscuridad de la noche los contrastes dormían un poco, pero ello no le impedía observar todas las Limas que el Mercedes iba atravesando, la Lima de hoy, la de ayer, la que se fue, la que debió irse, la que ya es hora de que se vaya, en fin Lima. Lo cierto es que de día o de noche las casas dejaron de ser palacios o castillos y de pronto ya no tenían esos jardines enormes, la cosa como que iba disminuyendo poco a poco. Había cada vez menos árboles y las casas se iban poniendo cada vez más feas, menos bonitas en todo caso porque acababan de salir de tenemos los barrios residenciales más bonitos del mundo, pregúntale a cualquier extranjero que haya estado en Lima, y empezaban a verse los edificiotes esos cuadrados donde siempre lo que falla es la pintura de la fachada, esos con el clásico letrero SE ALQUILAOVENDEDEPARTAMENTOS;edificios tipo nosmudamos-de-Chorrillos, del-viejo-caserón-de-barro-aLince; edificios menos grandes con tienda, bar o restaurancito abajo y arriba las medio pelos a montones o son ideas que uno se hace; casona vieja: pensión adaptada para el futbolista argentino recién contratado, medio gordo ya pero que fue bueno, pensión también para galán de radioteatro de la misma nacionalidad, que viene a ver qué pasa y para lo de la nostalgia de Buenos Aires, aunque a veces los de Lima sacan sus leyes y se habla un poco del artista nacional y todo eso, mi casa, tu casa, su casa, exentas de comentario por la costumbre de verlas y porque son nuestras; casa tipo Villa Carmela 1925; quinta tipo familia-venida-a-menos; el castillo Rospigliosi, mezcla de la cagada y ¡viva el Perú!; chalecito de la costurera y de la profesora; casa estilo con-mi-propio-esfuerzo, una mezcla del palacio de gobierno y Beverly Hills; casa estilo buque, la chola no alcanza al ojo de buey y no te abre por miedo, todo medio seco; tudores con añadidos criollos; casa torta de pistache de uno que la cagó y sale feliz hacia un Cadillac rosado de hace cinco años, estacionado en la puerta; edificio para galán argentino ya establecido, con departamento tipo pisito que puso ella; edificio bien terminado, muy caro, venta de departamentos en propiedad horizontal, que está de moda; edificio altísimo, orgullo nacional, ¡yo ahí por nada con los temblores que hay en Lima!, con muchas oficinas en alquiler y, en el punto más alto, penthouse para amigo soltero de Juan Lucas. Después, ya por el centro, es donde se arman las peloteras, tremendos pan con pescado de lo moderno aplastando a lo antiguo y los balcones limeños además. Pero van saliendo también de ahí y el Mercedes atraviesa toda una zona que no tarda en venirse abajo desde hace cien años y desciende a un lugar extraño, parece que hubieran llegado a la luna: esos edificios enormes, de repente, entre el despoblado y las casuchas con gallinero, son como pálidas montañas y hay una extraña luminosidad, ni más ni menos que si avanzaran ahora por un lago seco, dentro del cual el camino se convierte en caminito que el tiempo ha horrado y el Mercedes sufre nostálgico de las más grandes autopistas. Arminda como que despierta ahí atrás y Julius, al principio se desconcierta, no puede imaginarse, no sabe qué son, ¡claro!, son casuchas, ¡claro!, ya se llenó todo de estilos mi-brazo, aunque de vez en cuando se repite alguna de las chalecito, una costurerita bien humilde tal vez, y de repente ¡zas! la choza, para que veas una Julius, mira, parece que se incendia pero es que están cocinando; no muy lejos, el edificio donde puede vivir el profesor de educación física del colegio; por momentos edificios cubiertos de polvo y por momentos también un cuartel o un descampado y Carlos se siente algo perdido, aunque siendo criollo se orienta pronto y quién dijo miedo, a ver señora, usted dirá por dónde, y Arminda, medio desconcertada porque viene en auto y no en ómnibus, no sabe qué responder y el Mercedes avanza perdido para que Julius vea más de esa extraña hondura, lejana como la luna del Country Club.
El Mercedes se cubría de polvo y no tardaban en robarle vasos y cromos, mientras Guadalupe removía algo en una olla tipo paila y miraba a Arminda sin entender a los otros dos, al niño sobre todo. Julius se había quedado de pie, cerca de la puerta y un chiflón se filtraba por la rendija, enfriándole la espalda hasta el estornudo, pero no se atrevía a avanzar. Además, por primera vez en una casa, en pleno comedor y la sala no está por ninguna parte, una gallina lo estaba mirando de reojo, nerviosísima, y bajo la media luz de una bombilla colgando de un techo húmedo, todo al borde del corto circuito y el incendio, familia en la calle. Y él ya no sabía hacia dónde mirar y es que miraba ahí para no mirar allá y sentía que continuaba insultando a Guadalupe, a Arminda, tal vez hasta a Carlos porque el piso está frío y es de tierra, porque la cocina es de ladrillo, porque en la vitrinita no como las enormes del palacio tres saleritos enverdecen porque no son de plata y hay una tacita rajada y una naranja y tres plátanos mosqueados y las cuatro sillas alrededor de la mesa son distintas y la cocina que es de ladrillo está en el comedor y allá también la mirada es insulto y ahí también y aquí también, la gallina, la gallina, los pollitos, ahora: Julius da un paso, después se hubiera agachado, los hubiera acariciado: la gallina y los pollitos salen disparados, un insulto más, él que iba a acariciarlos y a sonreírle a Guadalupe, ha espantando a los animalitos, han cacareado además y él ha vuelto a insultar a Guadalupe, que no entiende y es sorda y por eso él cree que lo odia. Mirar a Carlos tal vez no sea insultar pero Carlos se ha olvidado de él. Carlos, cancherísimo, se frota las manos y mira sonriente, como diciendo ¿y ese tecito, señora? Arminda les pide que se sienten y se acerca con la tetera hirviendo, la deja sobre la mesa y va por las tazas; en el camino le pregunta a Guadalupe si desea y Julius cree que Guadalupe lo odia definitivamente porque ni siquiera contesta. Arminda no insiste, no sabe tomar té por la noche mi comadre, está cada día más sorda Guadalupe.