—¡Rápidos! —gritó— ¡La guardia! ¡Se ha escapado!
Dejé escapar un suspiro de alivio: si Haj Osis no podía verme, nadie podría. Mi plan había tenido éxito.
No me atreví a regresar al salón del trono y huir por los corredores con los que estaba familiarizado porque oí los ruidos de carreras hacia la antesala y estaba seguro de que, aunque no pudieran verme, me podían palpar y con la carrera mi manto de invisibilidad, o al menos parte de él, podía dejarme al descubierto, lo que indudablemente supondría mi muerte.
Corrí rápidamente hacia la otra salida, corrí el pestillo, abrí la puerta y me volví a mirar a Haj Osis. Tenía los ojosfijos en la salida y estaban desencajados de incredulidad y horror. Por un momento no me di cuenta de la causa del terror de Haj Osis, pero entonces caí en ello y sonreí: había visto y oído que el pestillo se corría y la puerta se abría empujada por manos fantasmales.
Tuvo que haber sentido una vaga sospecha de la verdad porque se volvió rápidamente a la otra puerta y gritó una advertencia con voz de falsete.
—¡No entrar hasta que hayan pasado cinco xats! ¡Os lo mando yo, Haj Osis, el jed!
Cerrando la puerta a mis espaldas y sin dejar de sonreír, me apresuré por el corredor buscando una rampa que me condujera a los niveles superiores del palacio, desde el que podría localizar con facilidad la sala de guardia y el hangar donde había dejado mi aeronave.
El pasillo por el que entré conducía directamente a las habitaciones reales.
Al principio me resultó difícil acostumbrarme a mi invisibilidad y cuando, sin darme cuenta, entré en una habitación en la que había varias personas, mi primer impulso fue darme la vuelta y echar a correr, pero aunque avancé directamente hasta el campo de visión de uno de los ocupantes de la habitación y estaba a una distancia de un par de metros sin atraer su atención, aunque sus ojosestaban aparentemente directamente encima de mí, recuperé rápidamente la confianza. Seguí cruzando la habitación tan despreocupado como si estuviera en la mía propia, en Helium.
Las habitaciones reales parecían interminables y aunque buscaba constantemente la salida hacia uno de los principales corredores del palacio, constantemente daba con lugares donde no quería estar y donde nada tenía que hacer, en ocasiones con bastante embarazo, como cuando entré en una acogedora habitación privada del gineceo en el momento en que estaban convencidas de que no esperaban a ningún hombre extraño.
No podía volverme, sin embargo, pues no tenía tiempo que perder, así es que, cruzando la habitación seguí por otro pasillo breve, sólo para saltar de la sartén al fuego: había entrado en las habitaciones privadas de la propia jeddara. Buena cosa fue para la dama real que fuera yo, y no Haj Osis, el que entró inesperadamente, porque su postura era de lo más comprometida y por el correaje de su guapo acompañante comprendí que era un esclavo. Me retiré disgustado, porque la habitación no tenía otra salida y fui a dar, de forma totalmente accidental, con uno de los principales corredores del palacio, un pasillo lleno de ajetreo con esclavos, guerreros y cortesanos, con hombres, mujeres y niños que deambulaban de un lado a otro a donde les llevaran sus quehaceres, o sentados en los bancos tallados que se alineaban ante las paredes.
Todavía no estaba acostumbrado a mi nuevo y sorprendente estado de invisibilidad. Podía ver a la gente que me rodeaba y parecía inevitable que me vieran. Vacilé un instante en la entrada que me había conducido al pasillo. Una esclava que llegaba por él se volvió repentinamente hacia la puerta donde estaba yo. Me miraba directamente, pero su mirada parecía atravesarme. Durante un instante me sentí consternado y entonces, dándome cuenta de que estaba a punto de chocar conmigo me aparté rápidamente. La muchacha pasó a mi lado, pero era evidente que detectó mi presencia, porque se detuvo y miró rápidamente en torno, con una expresión de sorpresa en sus
ojos.
Luego, ante mi mayúscula sorpresa, salió por la puerta: no me había visto, aunque sin duda me oyó al apartarme. Con una renovada sensación de confianza me uní al gentío del pasillo, abriéndome camino entre la gente evitando entrar en contacto con alguna persona buscando en todo momento la entrada a una rampa ascendente. La encontré y poco después llegué al piso superior del palacio, donde una breve búsqueda me llevó a la sala de guardia al pie de la rampa que conducía a los hangares reales.
Los guerreros francos de servicio que había en la sala de guardia entretenían su ocio de distintas maneras. Había quien estaba limpiando su correaje y pulimentando su insignia; dos jugaban al jetan, mientras otros hacían correr unas diminutas esferas numeradas hacia una serie de orificios igualmente numerados, un juego de suerte verdaderamente fascinante que denominaban yano y que es, supongo, casi tan antiguo como la civilización barsoomiana. Se oían risas y juramentos de los luchadores. ¡Cómo se asemejan los guerreros de todo el mundo! De no ser por sus correajes e insignias, aquellos hubieran pasado por un destacamento de la guardia de palacio de Helium.
Pasando entre ellos ascendí la rampa hacia la azotea donde estaban los hangares. Dos guerreros de guardia bloqueaban mi avance casi en lo más alto de la rampa. El espacio que quedaba entre ellos era muy estrecho y temí ser detectado. Al detenerme no pude por menos que oír su conversación.
—Te digo que le atacaron por la espalda —dijo uno—. Nunca supo quién le había matado.
Deduje que estaban hablando del guardia cuya vida había segado yo.
—¿Pero de dónde vino el asesino? —preguntó el otro.
—El padwar cree que tiene que haber sido un compañero de la guardia. Va a haber una investigación y nos van a preguntar a todos.
—¡Yo no fui! ¡Era mi mejor amigo!
—¡Tampoco fui yo!
—Le gustaban mucho las mujeres y quizá…
Los pasos de un guerrero que corría por la rampa distrajeron mi atención y dieron término a su charla. Ahora me encontraba en una posición muy precaria. La rampa era estrecha y el hombre que venía podría chocar fácilmente conmigo. Tenía, por tanto, que pasar por entre los centinelas inmediatamente y abrirme camino hacia la azotea. Ahora había espacio apenas suficiente para pasar entre el guerrero de mi izquierda y la pared de la rampa, si no daba un paso atrás, por lo que acopiando todo el valor que pude me deslicé lentamente por detrás y puedo asegurarles que lancé un suspiro de alivio cuando estuve al otro lado.
El guerrero que subía la rampa había llegado ya a donde estaban los dos hombres.
—Han descubierto al asesino del hangar —les dijo—. No es otro que el espía de Jahar que dijo llamarse Hadron de Hastor quien, junto con otro espía, Nur An, fue sentenciado a La Muerte. Escapó de forma milagrosa y volvió al palacio de Haj Osis. Además del centinela del hangar mató a Yo Seno, pero fue capturado después de atacar al príncipe Haj Alt.
Se escapó otra vez y ahora está en algún lugar del palacio. El padwar de la guardia me ha enviado para deciros que redobléis la vigilancia. Será grande la recompensa para el que capture a Hadron de Hastor, vivo o muerto.
—Por mi insignia que me gustaría que tratara de escapar por aquí —exclamó uno de los centinelas.
—Nunca lo hará a la luz del día.
Sonreí mientras avanzaba rápidamente hacia el hangar. Llegar al tejado sin quitarme el manto que me cubría era difícil, pero me las arreglé. Tenía el tejado vacío ante mí, no había nave alguna a la vista, pero sonreí de nuevo para mis adentros, sabedor de lo que había allí. Busqué el ojo del periscopio que me revelaría la presencia de la nave, pero no era visible. No me preocupé mucho por ello, ya que comprendí que estaría vuelto hacia otra dirección. Bastaba con que anduviera hasta donde había dejado la aeronave, lo que hice con los brazos extendidos.
Crucé el tejado de un lado a otro, ¡pero no encontré la nave! Ni que decir tiene que estaba perplejo. Sabía con certeza que la había dejado allí. Quizá el viento la había desplazado ligeramente, por lo que empecé a buscar por otra parte del tejado, pero con un resultado igualmente decepcionante. Ya empezaba a sentir aprensión por lo que decidí hacer una búsqueda sistemática por todo el tejado hasta que cubrí cada centímetro cuadrado del mismo y me convencí que el peor de los desastres había caído sobre mi cabeza: mi nave había desaparecido. ¿Dónde estaría? Ni que decir tiene que el compuesto de invisibilidad tiene sus pegas. Mi nave estaría probablemente, casi con toda seguridad, a escasos metros de mí, pero no podía verla. Un viento suave soplaba del sudeste. Si la nave se había elevado, tenía que haber avanzado en dirección noreste, pero, aunque forcé mi vista para escrutar aquel punto de la rosa de los vientos, no pude encontrar el diminuto ojo del periscopio.
Debo admitir que me sentí momentáneamente desalentado. Daba la impresión de que cada vez que tenía el éxito al alcance de mi mano, alguna suerte maligna me impedía alcanzarlo, pero agité la cabeza para alejar aquel pensamiento de debilidad, erguí la cabeza y me dispuse a afrontar el futuro y lo que pudiera traer.
Estudié unos instantes mi posición en todos sus aspectos y traté de encontrar la mejor solución al problema. Debía rescatar a Tavia, pero pensé que sería inútil no disponiendo de la aeronave. Tenía que hacerme con una y sabía que estaban justo debajo de mí, en los hangares reales.
Por la noche, los hangares estarían cerrados con llave y vigilados por centinelas. Si quería un aparato, tenía que cogerlo ahora y el éxito de mi acción dependería de la rapidez y la audacia.
Los aviones reales suelen ser rápidos y si los de Haj Osis no constituían una excepción a esta norma barsoomiana general, podía confiar en distanciarme de mis perseguidores… si era capaz de pasar ante los centinelas del hangar.
De una cosa estaba seguro: no podría llevar a cabo mi plan si permanecía en el tejado del hangar, por lo que descendí con cautela, eligiendo el momento en que la atención de los centinelas estaba centrada en otro lugar ya que siempre cabía el riesgo de que el viento me despojara en parte del manto, dejando mis extremidades al descubierto.
Me deslicé con rapidez al interior del hangar y después de inspeccionar las aeronaves elegí una que estaba seguro de que podría transportar fácilmente a cuatro personas y que, a juzgar por su aerodinamismo, tendría una velocidad considerable.
Trepé a la carlinga y me situé ante los mandos; con sumo cuidado elevé la nave unos centímetros y entonces abrí el regulador en todo lo que daba.
Pude ver, directamente delante, por la puerta abierta del hangar, a los centinelas de pie en lados opuestos de la habitación. Cuando la nave salió a pleno sol lanzaron simultáneamente un grito de sorpresa y alarma. Siendo, como eran, bravos guerreros, se lanzaron a la carga sacando sus espadas largas y vi que pretendían abordarme antes de que alcanzara altura, pero uno de ellos se paró repentinamente, con los ojos desencajados y se hizo a un lado.
—¡Sangre de mis primeros antepasados! —gritó— ¡no hay nadie en la cabina!
Su compañero había descubierto lo mismo, indudablemente, porque saltó a un lado mientras yo, con la hélice rugiendo, salí como una centella del hangar real del jed de Tjanath.
Pero el asombro de los centinelas sólo duró un instante. Inmediatamente oí el ulular de las sirenas y el sonido de los grandes gongs y, al mirar hacia atrás, vi que ya habían lanzado un avión en mi persecución. Era un biplano y, casi al instante, comprendí que era mucho más rápido que el avión elegido por mí y, entonces, para empeorar las cosas, vi las naves patrulla que se elevaban de los hangares situados en diversos lugares de la azotea del palacio. Era evidente que todos habían visto mi nave y se dirigían hacia ella; parecía imposible que pudiera escapar; un patrullero se acercaba cualquiera que fuera la dirección que tomara yo; volaba ya ascendiendo en espiral buscando con la mirada cualquier vía de escape que se abriera ante mí.
¡Parecía perdido! Mi nave era demasiado lenta; mis perseguidores, numerosos.
No podría aguantar mucho, pensé, y, en aquel preciso instante vi algo por mi portilla de babor a un poco más de altura que me produjo la sorpresa más grande de mi vida. No era más que un pequeño ojo redondo de cristal, pero que significaba la vida, y más que la vida: la vida y felicidad de Tavia… y, naturalmente, de Sanoma Tora.
Un patrullero se aproximaba diagonalmente desde abajo y se situó casi encima de mí cuando dirigí mi avión hasta situarlo debajo del ojo flotante, juzgando la distancia con tal precisión que sólo había distancia para mi cabeza con la quilla de la nave invisible. Localizando una de las escotillas, que estaban construidas de manera que se abrieran tanto desde el interior como desde fuera, me introduje rápidamente en el
Jhama,
nombre que le había dado Phor Tak.
Cerré la escotilla y salté a los mandos, elevándome inmediatamente por encima de cualquier peligro inmediato. Luego, haciéndome a un lado, observe a mis perseguidores.
Pude leer la consternación en sus rostros a medida que se situaban al costado del aparato real robado por mí y se daban cuenta de que no había nadie a bordo. Como no nos habían visto, ni a mí ni a mi nave, lo tuvieron difícil para encontrar cualquier explicación al fenómeno.
Mientras les vigilaba se hizo necesario cambiar de posición constantemente a causa del elevado número de patrulleros y otras naves que se reunían. No deseaba abandonar las inmediaciones del palacio por completo porque mi intención era permanecer allí hasta después de que anocheciera, momento en que haría otra intentona por llevar a Tavia y Phao a bordo del
Jhama.
También tenía pensado hacer un reconocimiento de la torre este durante el día y tratar de ponerme en comunicación con Tavia, si ello era posible. Ya estábamos en el quinto zode. El sol se pondría dentro de unos cincuenta xats
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Deseaba iniciar mi plan de rescate a la brevedad posible, en cuanto oscureciera, ya que la experiencia me había enseñado que los planes no siempre se desarrollan con la suavidad que lo hacen en el proyecto.
Un guerrero de uno de los patrulleros había abordado la nave real que yo había robado y la dirigía hacia el hangar. La seguían algunas aeronaves, mientras otras volvían a sus estacionamientos. Por encima de mí sólo se mantenía vigilante un patrullero y, al observarle, caí en la cuenta de que un joven oficial que estaba de pie en el puente había visto el ojode mi periscopio. Vi que señalaba hacia él e inmediatamente después el avión cambió su curso y se dirigió recto hacia mí. No dudé en apartarme instantáneamente girando el periscopio de manera que no pudiera verlo y seguirme.