Un guerrero de Marte (30 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Un guerrero de Marte
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—¡Hadron de Hastor! —gritó— Acabo de ser testigo de una resurrección, pero no, eres demasiado real, estás demasiado vivo como para ser un fantasma del otro mundo.

—¡Ahora es cuando estoy vivo! —exclamé— ¡pero ninguno lo estaremos a menos que pueda hablar con tu comandante! ¿Dónde está? —Aquí —dijo una voz a mis espaldas.

Me volví encontrándome con un viejo odwar que había tenido gran amistad con mi padre. Me reconoció de inmediato, pero no había tiempo ni siquiera para intercambiar saludos.

—¡Prevén a la flota que las naves de Jahar están armadas con fusiles de rayos desintegradores que pueden disolver cualquier buque como viste que disolvieron el primero. Sólo son eficaces a corta distancia. Manteniéndose a la distancia de un haad de ellos se está relativamente seguro. Y ahora, si me das tres hombres y apartas el fuego de tu flota de las naves jaharianas al sur de su línea, te daré veinte naves en una hora, naves protegidas con el color azul de Jahar a las que puedes dirigir sus fusiles de rayos desintegradores con toda impunidad.

El odwar me conocía bien y accedió a lo que le había pedido, asumiendo toda la responsabilidad.

Designó a tres padwars de mi propia clase para que me acompañaran. Traje a Tavia a bordo del acorazado y la puse bajo la protección del viejo odwar, aunque ella se opuso tenazmente a separarse de mí.

—Hemos pasado por todo esto juntos, Hadron de Hastor —protestó—; deja que sigamos juntos hasta el final.

Se me había acercado tanto y hablaba en un tono de voz tan bajo que nadie pudo oírla. Tenía fijos en mí sus ojos suplicantes.

—No puedo arriesgarte más, Tavia —dije.

—Eso es que crees que vas a correr un gran peligro —respondió ella.

—Vamos a correr peligro, desde luego —respondí—; estamos en guerra y nunca se puede decir. Pero no te preocupes, volveré sano y salvo.

—Entonces lo que pasa es que temes que me interponga —dijo la muchacha— y que otro haría el trabajo mejor que yo.

—¡Nada de eso! Sólo pienso en tu seguridad.

—Si mueres no viviré, lo juro —dijo—, por tanto, si puedes confiar en que sabré hacer el trabajo de un hombre, llévame contigo en vez de uno de ellos.

Vacilé.

—¡Oh, Hadron de Hastor! Por favor, no me dejes aquí sola—suplicó. No pude resistirme.

—Está bien —respondí—, ven conmigo. Mejor tú que cualquier otro. Así fue como Tavia sustituyó a uno de los padwars a bordo del
Jhama,
ante el considerable disgusto del oficial.

Antes de embarcar en el
Jhama
me volví al viejo odwar.

—Si tenemos éxito —dije—, varios acorazados de Tul Axtar avanzarán lentamente hacia las líneas de Helium enarbolando señales de rendición. Sus tripulaciones habrán sido destruidas. Haz que haya partidas de abordaje listos para subir a bordo.

Ni que decir tiene que todo el personal a bordo del acorazado estaba profundamente interesado en el
Jhama,
aunque todo lo que podían ver del mismo era una escotilla abierta y el ojo del periscopio. La oficialidad y el resto de la tripulación se agrupó en la barandilla y cuando subimos a bordo de la nave invisible y cerré la escotilla oí que nos dedicaban una prolongada ovación.

Mi primera acción puso plenamente de manifiesto cuánto necesitaba a Tavia, ya que la situé en la torreta de popa a cargo del fusil instalado en ella, mientras que uno de los padwars se hizo cargo de los mandos y giró la proa del
Jhama
hacia la flota jahariana.

Yo permanecí de pie en una posición desde la que podía contemplar la cambiante escena en el cristal esmerilado del periscopio y en el momento en que un gran acorazado pasaba lentamente por la imagen en miniatura que tenía delante di instrucciones al padwar para que lo siguiera en línea recta; sin embargo, un instante después vi otro acorazado que se ponía por delante del primera. Era mejor éste, por lo que cambiamos el rumbo para pasar entre los dos.

Avanzaban valientemente hacia la flota de Helium, mientras disparaban sus grandes cañones y reservaban sus fusiles de rayos desintegradores para cuando estuvieran más cerca. ¡Qué espectáculo tan magnífico y, sin embargo, qué impotente! El diminuto e invisible
Jhama,
con sus pequeños fusiles, suponía una amenaza mayor para ellos que toda la flota de Helium. Proseguían su avance, ignorantes del inevitable destino que se cernía sobre ellos.

—Barre la nave de estribor de proa a popa —instruí a Tavia—. Yo me ocuparé de su compañera por nuestra portilla. ¡A media máquina! —dije al padwar que estaba a los mandos.

Pasamos lentamente a sus proas. Oprimí el gatillo de mi fusil y por la diminuta abertura de la mira vi cómo, al pasar las dos naves, las tripulaciones se disolvían al paso de los terribles rayos. Estábamos muy cerca, tanto que pude ver las expresiones de consternación y horror en los rostros de algunos guerreros al observar cómo sus compañeros desaparecían ante sus ojos,pero entonces les llegó el turno y también ellos se desvanecieron en un abrir y cerrar de
ojos,
mientras sus armas y emblemas chocaban con sonido metálico contra el suelo del puente.

Cuando pasamos a popa, una vez terminada nuestra tarea, hice que el padwar pusiera el
Jhama
al costado de una de las naves, a la que abordé rápidamente izando la señal de rendición. Con la muerte del oficial que estaba a los mandos iba a la deriva empujada por el viento, pero me apresuré a arrumbarla de nuevo para dirigir su proa, a media máquina, hacia las naves de Helium. Fijé los mandos y abandoné la nave.

Volviendo al
Jhama,
pasamos rápidamente a la otra nave que unos instantes más tarde también empezó a navegar lentamente hacia la flota del Señor de la Guerra con la señal de rendición ondeando sobre ella.

Habíamos asestado el golpe con tal rapidez que incluso las naves de Jahar más próximas tardaron algún tiempo en darse cuenta de que algo andaba mal. Quizá no pudieran dar crédito a sus ojos al ver cómo dos acorazados de gran porte se rendían sin haber recibido ni un solo disparo; sin embargo, en aquel momento, el comandante de un crucero ligero pareció comprender lo grave de la situación, aunque no pudiera entenderla por completo. Ya nos estábamos desplazando hacia otro acorazado cuando vi que el crucero se lanzaba directamente hacia una de las presas ya capturadas por nosotros y tuve la seguridad de que nunca llegaría hasta la flota de Helium si el crucero conseguía abordarla, algo que tenía que evitar a toda costa. El rumbo que seguía el crucero le llevaría a cruzar por delante de nuestra proa; al pasar lo acribillé con el fusil delantero.

Vi que iba a ser imposible que el
Jhama
alcanzara a este rápido crucero, que se desplazaba a toda velocidad, por lo que nos vimos precisados a dejarle seguir su rumbo. En principio temimos que se lanzaría sobre nuestra presa más próxima y que si chocaba de frente con ella a la velocidad a la que iba el crucero se incrustaría hasta la mitad del casco del acorazado. Por fortuna, pasó rozando la gran nave por el grosor de un cabello y se internó volando a toda velocidad hasta el centro de la flota de Helium.

Al instante se convirtió en blanco de cien cañones; una barrera de proyectiles estallaban a su alrededor y debió recibir no menos de una docena de impactos simultáneos porque desapareció, sin más, convertido en una masa de chatarra que caía a tierra.

Cuando volví a nuestra tarea vi los estragos que estaban causando los poderosos cañones de Helium entre las naves enemigas situadas al norte. Justo cuando las miraba vi que tres grandes acorazados iniciaban su zambullida final, mientras que otros cuatro estaban al garete, empujados sin remedio por el viento, pero otras naves de la poderosa armada se lanzaban ya a la acción. Hasta donde podía apreciarlo, llegaban desde el norte, el sur y el oeste. No parecían tener fin y ahora comprendí que sólo un milagro podía dar la victoria a Helium.

Según había sugerido yo, nuestra propia flota estaba a la espera, concentrando el fuego de los grandes cañones en las naves de Jahar más próximas, tratando constantemente de mantener los mortíferos fusiles fuera de alcance.

Volvimos al trabajo, al lúgubre trabajo que el dios de las batallas nos había asignado. Uno a uno, veinte grandes acorazados rindieron sus puentes desiertos a nuestro empuje y conté que otra veintena, por lo menos, había sido destruida por los cañones del Señor de la Guerra.

En la realización de nuestro trabajo nos habíamos visto obligados a destruir no menos de una docena de naves pequeñas, tales como patrulleros y cruceros ligeros, que ahora volaban erráticos entre las demás naves de la flota jahariana, llevando la consternación, e indudablemente el terror, a los corazones de los guerreros de Tul Axtar ya que las naves más cercanas tenían que haberse dado cuenta, largo tiempo atrás, de que las aeronaves de Helium habían lanzado contra ellos alguna fuerza nueva y extraña.

A estas alturas habíamos llegado tan lejos, por detrás de la primera línea jahariana, que ya ni veíamos las naves de Helium, aunque los estallidos de los proyectiles demostraban que seguían allí.

La experiencia me había demostrado que sería necesario proteger a las naves jaharianas capturadas para evitar que fueran recuperadas, por lo que di la vuelta y tomé una posición desde la que podía vigilar al mayor número posible; hice bien, porque, como comprobé, se hizo necesario destruir las tripulaciones de tres naves más, antes de que llegáramos a la línea de batalla de Helium.

Ya habían enviado tripulantes a una docena de acorazados jaharianos capturados que, con las banderas y pendones de Helium ondeando al viento, habían dado la vuelta y se desplazaban para entrar en acción contra sus hermanos.

Ahí fue donde la moral de Jahar quedó destrozada. Creo que fue demasiado para ellos ya que, sin lugar a dudas, la mayoría pensaba que esas naves se habían pasado voluntariamente al enemigo con toda su oficialidad y resto de tripulantes ya que muy pocos, quizá ninguno, podía saber que aquellos habían sido destruidos.

Hacía mucho tiempo que su jeddak les había abandonado a su suerte. Veinte de sus naves más poderosas se habían pasado al enemigo y, protegidas ahora por el color azul de Jahar y tripuladas por los mejores artilleros de Barsoom, estaban abriendo auténticos surcos entre ellos, extendiendo muerte y destrucción por todos lados.

Una docena de naves de Tul Axtar se rindió voluntariamente, visto lo cual por otras, se dieron la vuelta y se dispersaron. Muy pocas se dirigieron a Jahar, de lo que deduje que pensaban que la ciudad caería inevitablemente.

El Señor de la Guerra no hizo esfuerzo alguno por perseguir a las naves que huían; en vez de ello, estacionó las que habíamos capturado al enemigo, más de treinta en total, alrededor de la flota de Helium para que sirvieran de coraza contra los fusiles de rayos desintegradores del enemigo si se producía un nuevo ataque; luego, lentamente, avanzamos hacia Jahar.

CAPÍTULO XVI

Desesperación

Inmediatamente después de concluir la batalla, el Señor de la Guerra mandó buscarme e instantes después Tavia y yo abordábamos el buque insignia.

El Señor de la Guerra en persona salió a nuestro encuentro.

—Sabía que el hijo de Had Urtur se comportaría como tal —dijo—. Helium nunca podrá pagar la deuda de gratitud que tiene hoy contigo. Has estado en Jahar; lo que has hecho hoy me convence de ello. ¿Podemos ir seguros a tomar la ciudad?

—No —respondí, y le expliqué en breves palabras la poderosa fuerza que Tul Axtar había reunido y el armamento con el que confiaba con dominar el mundo—. Hay, sin embargo, un camino.

—¿Cuál es?

—Manda una de las naves jaharianas capturadas con bandera de parlamento. Creo que Tul Axtar se rendirá porque es un cobarde. Huyó aterrorizado cuando la batalla no había hecho más que empezar.

—¿Respetará una bandera de parlamento?

—Pienso que sí, si la porta una de sus propias naves, protegida con la pintura azul de Jahar—contesté—. Pero, yo acompañaré a la nave con el
Jhama
invisible. Sé cómo entrar en el palacio. Ya hice prisionero a Tul Axtar una vez y quizá pueda hacerlo de nuevo. Si le tienes en tus manos puedes dictar las condiciones a la nobleza, que está asustada ante el terrorífico poder de la multitud hambrienta a la que sólo mantiene a raya el terror instintivo que sienten por su jeddak.

Mientras esperábamos que se abordara el crucero que fue jahariano, que llevaría la bandera de parlamento, John Carter me dijo lo que había retrasado tantos meses la expedición contra Jahar.

El mayordomo del palacio de Tor Hatan, a quien habían confiado el mensaje para John Carter que hubiera dado lugar al descenso inmediato sobre Jahar, murió asesinado cuando se dirigía al palacio del Señor de la Guerra. La sospecha, por tanto, no recayó en Tul Axtar y las naves de Helium exploraron Barsoom durante muchos meses buscando a Sanoma Tora sin éxito.

Fue accidental que Kal Tavan, el esclavo, que había oído mi conversación con el mayordomo, se enterara de que las naves de Helium no habían sido enviadas a Jahar, porque lo normal es que un esclavo no participe de las confidencias de su amo y, entre todos éstos, el que menos confidencias hacía a sus servidores era el arrogante Tor Hatan. Pero Kal Tavan lo oyó por casualidad, se presentó ante el Señor de la Guerra y le hizo el relato.

—Le di la libertad por sus servicios —dijo John Carter—, ya que sus modales delataban que había nacido noble en su país de origen, aunque no me lo dijo. Le di un cargo en la flota. Ha resultado ser un hombre excelente y no hace mucho que le ascendí a dwar. Como nació en Tjanath y prestó servicio en Kobol, estaba más familiarizado con esa parte de Barsoom que cualquier otra persona de Helium. En consecuencia, le puse bajo las órdenes del oficial navegante de la flota y ahora está a bordo del buque insignia.

—Tuve ocasión de fijarme en ese hombre inmediatamente después de que Sanoma Tora fuera raptada —dije—, y me causó muy buena impresión. Me alegro de que sea libre y cuente con el favor del Señor de la Guerra.

Ya estaba abordado el crucero que desplegaría la bandera de tregua. El oficial comandante informó al Señor de la Guerra y, mientras recibía instrucciones, Tavia y yo regresamos al
Jhama.
Habíamos decidido llevar a cabo los dos solos nuestra parte del plan, porque si era necesario raptar a Tul Axtar de nuevo, yo confiaba, además, en encontrar a Phao y Sanoma Tora y, de ser así, la pequeña cabina del
Jhama
estaría bastante abarrotada sin contar con los dos padwars. Estos se mostraron reacios a abandonar la nave porque pensaban que habían tenido la experiencia más gloriosa de sus vidas durante su breve estancia a bordo, pero yo conseguí que el Señor de la Guerra les permitiera acompañar al crucero a Jahar.

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