Me quedé asombrado ante la aparente simplicidad de la explicación y, claro está, como soldado que soy, comprendí la tremenda ventaja que la posesión de estos dos secretos científicos daría a la nación que los controlara. Para la seguridad, sí; para la existencia misma de Helium, tenía que hacerme con ellos y, si eso no era posible, habría que destruir a Phor Tak antes de que el secreto de su infernal poder llegara a manos de otra nación. Quizá consiguiera que el viejo Phor Tak me cobrara afecto hasta el extremo de persuadirle para que entregara loa secretos a Helium a cambio de que Helium le ayudara en la tarea de fraguar su venganza de Tul Axtar.
—Phor Tak —le dije—, tienes en tu mano dos secretos que en poder de una potencia amistosa y beneficiosa traerían la paz eterna a Barsoom.
—¡Hola! —gritó— Pero yo no quiero la paz. ¡Quiero guerra! ¡Guerra, guerra!
—Muy bien —concedí, dándome cuenta de que mi sugerencia no estaba acorde con el enloquecido proceso de su cerebro enfermo—. Tengamos guerra, pues, y ¿qué pueblo de Barsoom está mejor equipado para la guerra que Helium? Si quieres guerra, establece una alianza con Helium.
—No necesito recurrir a Helium —gritó—. No necesito aliados. Haré la guerra, y la haré solo. Con la Muerte Voladora puedo destruir armadas completas, ciudades completas, naciones enteras. Empezaré por Jahar. Tul Axtar será el primero que sienta el peso de mi devastador poder. Cuando la flota de Jahar haya caído sobre los tejados de Jahar y los muros de Jahar se hayan derrumbado sobre las orejas de Tul Axtar, destruiré Tjanath. Helium tendrá noticias mías después. La orgullosa y poderosa Helium temblará y se postrará de rodillas a los pies de Phor Tak. Seré el jeddak de todos los jeddaks, el dueño del mundo.
Mientras hablaba, su voz había ido subiendo de tono hasta alcanzar un tono penetrante; temblaba poseído por el frenesí.
Era necesario destruirle, no sólo por el bien de Helium, sino por el de todo Barsoom; había que acabar con aquella mente enferma, enloquecida, si comprobaba que era imposible dirigirla o engatusarla para mis propios fines. Sin embargo, decidí no omitir sacrificio alguno que me llevara a una conclusión satisfactoria de esta peregrina aventura. Era consciente de que las mentes enloquecidas suelen ser volubles y confiaba en que en un momento de absurdo capricho Phor Tak pudiera revelarme el secreto de la Muerte Voladora y del compuesto de invisibilidad. Esta confianza retrasaba temporalmente su muerte; cumplirla significaría perdonarle, pero sabía que debería actuar con cautela, que a la menor sospecha de doblez la desconfianza de Phor Tak crecería y sería yo el que resultara destruido.
Aquella noche me debatí inquieto entre la seda y las pieles de mi lecho, abrumado por mis pensamientos y planes. Tenía que poseer aquellos secretos, ¿pero cómo? Sabía que sólo existían en su cerebro, porque me dijo que no había fórmulas escritas, planes o especificaciones de ninguno de los dos. Tenía que sacárselos de algún modo y la mejor forma de hacerlo era dejarme querer por él. Decidí llevar adelante mis planes en este sentido hasta donde pudiera.
Un instante antes de quedarme dormido, mis pensamientos volvieron a Sanoma Tora y a la urgente misión que me había llevado a iniciar la que había desembocado en la más extraña aventura de mi carrera. Me hice un reproche a mí mismo al darme cuenta de que Sanoma Tora no había ocupado mi mente en primer plano mientras estaba tumbado haciendo planes para el futuro, pero su recuerdo me hizo concebir un plan por el que no sólo podría acudir en su ayuda, sino también progresar en la amistad de Phor Tak: aliviado en este sentido no tardé en quedarme dormido.
Ya estaba avanzada la mañana cuando tuve la oportunidad de hablar con el viejo inventor, y me referí de inmediato al asunto que ocupaba mi mente.
—Phor Tak —le dije—, estás en desventaja al desconocer las condiciones que existen en Jahar y el tamaño y lugar donde se encuentra la flota. Nur An y yo iremos a Jahar y obtendremos la información que necesitas para que tus planes tengan éxito. De este modo, Nur An y yo también asestaríamos un golpe a Tul Axtar al tiempo que estaríamos en condiciones de atender los asuntos que requieran nuestra presencia en Jahar.
—¿Pero cómo vais a llegar a Jahar? —preguntó Phor Tak.
—Podrías dejamos que usáramos una aeronave.
—No tengo ninguna —respondió— y no sé nada sobre ellas. No me interesan. Ni siquiera podría construir una.
Decir que me quedé sorprendido y abrumado sería decir muy poco, pero si antes había abrigado alguna duda sobre que el cerebro de Phor Tak estaba anormalmente desarrollado, se habría desvanecido cuando admitió que no sabía cosa alguna sobre aeronaves, porque me dio la impresión de que apenas habría un hombre, mujer o niño en cualquiera de las naciones voladoras de Barsoom que no fuera capaz de construir alguna especie de avión.
—¿Pero cómo esperas transportar la Muerte Voladora a las inmediaciones de la flota jahariana si careces de aeronaves? ¿Cómo esperas demoler el palacio de Tul Axtar o reducir a ruinas la ciudad de Jahar?
—Ahora que Nur An y tú estáis aquí para ayudarme, puedo hacer que mis esclavos trabajen a vuestras órdenes y fabricar fácilmente una docena de torpedos diarios. Una vez que estén terminados procederemos a lanzarlos y en su momento se abrirán camino hasta Jahar y la flota. No hay duda al respecto: incluso si tardan un año, terminarán por encontrar su presa.
—Si no se topan con algún obstáculo —sugerí—, pero, incluso así, ¿qué placer sacarás de tu venganza si no puedes presenciar ninguna parte de ella?
—¡Hola! Ya he pensado en ello —respondió Phor Tak—, pero no se puede tener todo.
—Lo puedes tener.
—¿Cómo?
—Cargando tus torpedos en una nave y volando hasta Jahar —respondí.
—No —respondió testarudo—, lo haré a mi manera. ¿Qué derecho tienes a interferir en mis planes?
—Sólo quería ayudarte —dije, tratando de apaciguarle empleando un tono y una actitud conciliadoras.
—Y hay otro pensamiento —dijo Nur An— que sugiere que podría ser aconsejable seguir los planes de Hadron.
—Estáis los dos contra mí —exclamó Phor Tak.
—En modo alguno —le aseguró Nur An—. Lo que me mueve a sugerirlo es nuestro ferviente deseo de ayudarte.
—Bien, ¿y cuál es vuestro plan? —inquirió el anciano.
—El tuyo prevé la destrucción de las armadas de Tjanath y Helium tras la caída de Jahar —exclamó Nur An—. Esto, por lo menos en lo que se refiere a la armada de Helium, no puedes esperar lograrlo a una distancia tan grande y sin tener conocimiento del número de naves que haya que destruir, ni los torpedos serán atraídos de la misma forma hacia ellos como lo son hacia los buques de Jahar, porque los buques de estas otras naciones no están protegidos con la pintura azul de Jahar. Por tanto, será necesario que te acerques a Tjanath y después a Helium y, para tu propia protección, utilizaras la pintura azul de Jahar en tu nave, ya que nunca puedes estar seguro a menos que estés en tierra en el momento en que destruyas toda la armada de Jahar o todos sus fusiles de rayos desintegradores.
—Es cierto —dijo Phor Tak pensativo.
—Y, además —prosiguió Nur An—, si envías más torpedos que el número necesario, los que permanezcan descontrolados serán atraídos por la pintura azul de tu propia nave y serás destruido por tus propios aparatos.
—Habéis tirado por tierra todos mis planes —se lamentó Phor Tak¿Por qué pensáis eso?
—Si no hubiera pensado esto te habrían destruido —le recordó Nur An. —Bien, ¿qué debo hacer? No tengo una nave. No puedo construir una nave.
—Nosotros podemos obtener una —dije.
—¿Cómo?
La conversación entre Nur An y Phor Tak me había sugerido un plan que les esbocé a grandes rasgos. Nur An se sintió entusiasmado con la idea, pero Phor Tak no parecía demasiado contento con ella. Yo no podía entender en qué basaba su objeción y, entre paréntesis, tampoco me preocupaba demasiado ya que, finalmente, había admitido que se vería obligado a actuar según mi sugerencia.
Justo al lado del laboratorio de Phor Tak había un taller muy bien montado, y en él trabajamos Nor An y yo durante semanas, empleando los servicios de una docena de esclavos, hasta que logramos construir la que sin duda era la aeronave de aspecto más sorprendente que me había correspondido contemplar jamás. En pocas palabras, era un cilindro acabado en punta por cada extremo y se parecía mucho a la maqueta de La Muerte Voladora que estaba encima del banco. Dentro de su carcasa exterior había otro cilindro más pequeño y, entre las paredes de ambos, los tanques de flotación. Los tanques y los lados de las dos carcasas mostraban las portillas de observación a cada lado de la nave, así como a proa y popa. Estas portillas se cubrían por completo con los cierres abisagrados en el exterior, que se accionaban desde dentro. Había dos escotillas en la quilla y otras dos arriba que conducían a un estrecho corredor por todo lo alto del cilindro. En las torretas a proa y a popa iban montados dos fusiles de rayos desintegradores. Por encima de los controles había un periscopio que transmitía la imagen de todo lo que entrara en su campo de visión a una placa de cristal esmerilado situada delante del piloto. Todo el exterior del aparato fue pintado, en primer lugar, con la horrorosa pintura azul que le protegería de los fusiles de rayos desintegradores de Jahar, sobre la que pulverizamos una capa del compuesto de invisibilidad, Los cierres que protegían las mirillas estaban revestidos del mismo modo, con lo que el buque alcanzaba una invisibilidad prácticamente total al cerrarlos, siendo el único punto visible el diminuto ojo del periscopio.
Careciendo de los conocimientos técnicos suficientes que me permitieran construir un nuevo tipo de motores, tuve que contentarme con uno de los de tipo antiguo, mucho menos eficiente.
Finalmente, el trabajo quedó terminado. Teníamos una nave en la que cabían cuatro tripulantes sin apreturas y resultaba extraordinario apreciar este hecho y, al mismo tiempo, ser incapaz de ver otra cosa que no fuera el diminuto ojo del periscopio cuando los cierres bajaron sobre las portillas, e incluso el ojo del periscopio resultaba invisible, a menos que girara en la dirección del observador.
A medida que el trabajo se acercaba al final, me di cuenta de que los modales de Phor Tak se iban haciendo más nerviosos a irritables. Sacaba faltas de todo y en varias ocasiones casi detuvo el trabajo que hacíamos en la nave.
Ahora, por fin, estábamos listos para partir. Se aprovisionó a la nave de municiones, agua y provisiones y en el último minuto instalamos una brújula de control del destino a la que más tarde habríamos de dar las más sentidas gracias.
Sin embargo, cuando sugerí nuestra salida inmediata, Phor Tak vaciló, aunque no quiso darme a conocer las razones de su objeción.
En el momento presente, sin embargo, perdí la paciencia y dije al anciano que iríamos de todos modos, lo quisiera o no.
No estalló de ira, como me temía, sino que se echó a reír y había algo en su risa que me sonó más terrible que la ira.
—Crees que soy tonto —dijo— y que te dejaría ir llevando mis secretos a Tul Axtar, pero estás equivocado.
—También tú lo estás —salté encrespado—. Estás equivocado si piensas que te vamos a traicionar y lo estás también si piensas que puedes impedir que nos vayamos.
—¡Hola! —rió—. No puedo impedir vuestra salida, pero puedo impedir que lleguéis a Jahar o cualquier otro sitio. No he permanecido ocioso mientras trabajábais en la nave. He construido la Muerte Voladora a tamaño real y ha sido sintonizada para buscar esta nave. Si os vais en contra de mis deseos, os seguirá y destruirá. ¡Hola! ¿Qué os parece?
—Me parece que eres un viejo estúpido —grité exasperado—. Tienes la oportunidad de hacerte con la ayuda leal de dos guerreros honrados y prefieres convertirlos en tus enemigos.
—Enemigos que no pueden hacerme daño —me recordó—. Tengo vuestras vidas en mi mano. Habéis ocultado bien vuestros pensamientos, pero no lo bastante. He podido leer cada uno de ellos para saber que pensáis que estoy loco y, además, he recibido la impresión de que nada os detendrá para impedir que pueda usar mi poder contra Helium. No tengo duda de que me ayudaréis contra Jahar, y quizá también contra Tjanath, pero mi auténtica meta es Helium, el imperio más poderoso y orgulloso de Barsoom. Helium me proclamará jeddak de todos los jeddaks aunque tenga que destruir el mundo para cumplir mis propósitos.
—Entonces, ¿todo nuestro trabajo ha sido para nada? —pregunté—. ¿No vamos viajar en la nave que hemos construido?
—Podemos usarla —respondió—, pero en ciertas condiciones.
—¿Por ejemplo?
—Tú puedes viajar solo hasta Jahar, pero mantendré a Nur An como rehén. Si me traicionas, morirá.
No hubo forma de convencerle; ninguna argumentación pudo cambiar lo que ya había decidido. Intenté convencerle de que un hombre solo poco podría hacer; que, en realidad, no podría hacer nada. Pero no dio su brazo a torcer. Tendría que ir solo, o desistir.
¡Dejad que el fuego queme!
Cuando me levanté aquella noche, bajo el esplendor de la noche barsoomiana bajo la luz de las estrellas, el castillo de Phor Tak parecía una joya, bañado por la suave luz de Thuria. Estaba solo: Nur An se había quedado atrás, como rehén del científico loco. Tendría que volver a Jhama; aunque Nur An no me había arrancado promesa alguna, él sabía que no le abandonaría.
Jahar y Sanoma Tora estaban a dos mil quinientas haads de distancia, hacia el este. A mil quinientas al sudoeste estaban Tjanath y Tavia. Dirigí la proa de mi nave hacia la meta de mi deber, hacia la mujer que amaba y, con el regulador abierto en todo lo que daba mi avión invisible se dirigió a toda velocidad hacia Jahar.
Pero no era capaz de controlar mis pensamientos. A pesar de todos los esfuerzos que hacía por mantenerlos concentrados en la finalidad de mi aventura, seguían dirigiéndose a la torre de la prisión, a una mata de cabellos brillantes, a un hombro redondeado que cierto día se había apretado contra el mío. Agité la cabeza para desterrar la visión mientras volaba en plena noche, pero regresaba constantemente y tras ella, los pensamientos de la suerte que podía haber corrido Tavia durante mi ausencia.
Ajusté mi brújula de control de destino a Jahar, cuya posición exacta había obtenido de Phor Tak, con lo que alivié la necesidad de mantenerme constantemente a los mandos y me ocupé en otras cosas dentro de la nave. Busqué las municiones de los fusiles de rayos desintegradores y los dispuse de acuerdo con mi punto de vista.