Un caso de urgencia (23 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Un caso de urgencia
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—¡Eh, hombre! ¿Qué pasa?

—Relájate —dije.

—Bien, hombre. Suéltame.

Hice una señal de asentimiento a Marvin, que fue a desconectar los aparatos electrónicos. Los aullidos cesaron. La habitación se volvió extrañamente silenciosa.

Sam se sentó, mirándome:

—Eh, me has soltado. Realmente me has soltado. —Me miró a la cara—. Hombre —dijo, tocándome la mejilla—, eres maravilloso.

Y entonces me besó.

Cuando llegué a casa, Judith estaba echada en la cama.

—¿Qué ha sucedido?

Mientras me desnudaba, dije:

—Me besaron.

—¿Sally? —dijo divertida.

—No. Sam Archer.

—¿El compositor?

—Eso es.

—¿Por qué?

—Es una historia larga —dije.

—No tengo sueño —dijo ella.

Se lo conté; después me metí en la cama y la besé.

—Es divertido; nunca en mi vida me había besado ningún hombre.

Ella me acarició el cuello.

—¿Te gustó?

—No mucho.

—Es extraño —dijo ella—. Yo lo encuentro fantástico —y me atrajo hacia ella.

—Apuesto a que a ti te han estado besando los hombres toda la vida.

—Algunos son mejores que otros.

—¿Quién es el mejor?

—Tú eres mejor que todos.

—¿Es eso una promesa?

Ella tocó la punta de mi nariz con la lengua.

—No —dijo—, es una exigencia.

MIÉRCOLES
12 DE OCTUBRE
Uno

Una vez al mes, el Señor se apiada de la Cuna de la Libertad y deja que el sol brille sobre Boston. El miércoles era ese día: frío, brillante y claro, con un aire otoñal. Al levantarme me sentí bien, con una gran expectación por saber qué sucedería.

Tomé un buen desayuno, con dos huevos que comí con culpable apetito, saboreando su colesterol. Después fui a mi despacho para planificar mis actividades del día. Empecé haciendo una lista de todas las personas que había visto e intenté determinar si alguna de ellas era sospechosa. Nadie lo era en realidad.

La primera persona de quien se sospecha en un aborto es de la misma mujer, ya que muchos son autoinducidos. La autopsia demostró que Karen había sido anestesiada para la operación; por lo tanto, ella no lo hizo.

Su hermano conocía los procedimientos, pero estaba de servicio a aquella hora. Podía comprobar eso más tarde, pero de momento no tenía motivos para creer que había mentido.

Peter Randall y J.D. eran dos posibilidades más, hablando técnicamente. Pero no podía imaginar que lo hubiera hecho ninguno de los dos.

Sólo quedaban Art, o uno de los amigos de Karen de Beacon Hill; o alguien que todavía no había visto, o que ni siquiera sabía que existiera.

Estuve mirando la lista durante un rato, y después llamé al edificio Mallory. Alice no estaba; hablé con otra secretaria.

—¿Tiene ya el diagnóstico patológico de Karen Randall?

—¿Cuál es el número de la ficha?

—No lo sé.

Ella contestó en tono irritado:

—Sería de gran utilidad que lo supiera.

—Por favor, mírelo de todas formas.

Sabía perfectamente que la secretaria tenía un archivo frente a ella con todos los resultados de las autopsias efectuadas durante el mes en curso y ordenado por orden alfabético. Buscar el diagnóstico no suponía ninguna molestia para ella.

Después de una larga pausa, dijo:

—Aquí está. Hemorragia vaginal secundaria a causa de perforación y laceraciones uterinas, después de un intento de dilatación y raspado para un embarazo de tres meses. El diagnóstico secundario es choque anafiláctico.

—Comprendo —dije extrañado—. ¿Está usted segura?

—No hago más que leer lo que pone —dijo.

—Gracias —contesté.

Colgué, con una rara sensación. Judith me dio una taza de café y preguntó:

—¿Qué pasa?

—El informe de la autopsia dice que Karen Randall estaba embarazada.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿Y no lo estaba?

—Siempre me pareció que no —dije.

Sabía que podía estar equivocado. Quizá el examen microscópico había revelado lo que no demostró el macroscópico. Pero me parecía raro.

Llamé al laboratorio de Murphy para ver si había terminado con las pruebas de hormonas en la sangre, pero todavía no estaba; no estaría hasta el mediodía. Dije que volvería a llamar.

Después busqué el listín telefónico y di con la dirección de Ángela Harding. Vivía en Chestnut Street, un buen lugar.

Me dispuse a ir a verla.

La calle Chestnut está en Charles, cerca de Hill. Es un barrio muy silencioso lleno de apartamentos, tiendas de antigüedades, restaurantes pintorescos y pequeñas pastelerías; la mayoría de las personas que viven allí son jóvenes profesionales —médicos, abogados y banqueros—, que quieren un buen lugar para vivir pero que todavía no están en condiciones económicas de buscar una casa en Newton o en Wellesley. Las demás personas que viven en este barrio son profesionales ya entrados en los sesenta o los cincuenta, cuyos hijos han crecido y se han casado, lo que les ha permitido volver a la ciudad. Si hay que vivir en Boston, lo mejor es instalarse en Beacon Hill.

Por supuesto, había también algunos estudiantes, pero generalmente se reunían tres o cuatro en un apartamento; era la única forma en que podían pagar los alquileres. A los viejos residentes les gustaban los estudiantes; daban color y juventud al vecindario. Es decir, les gustaban los estudiantes mientras éstos fueran limpios y se comportaran como personas.

Ángela Harding vivía en un segundo piso de una casa sin ascensor. Llamé a la puerta. Respondió una muchacha esbelta, de pelo negro, que vestía una minifalda y un suéter. Llevaba una flor pintada en la mejilla y unas gafas de sol grandes de cristales azules.

—¿Ángela Harding?

—No —dijo la muchacha—, llega demasiado tarde. Ya se ha marchado. Pero quizá vuelva pronto.

—Mi nombre es Berry —dije—. Soy patólogo.

—Oh.

La muchacha se mordió los labios y me miró, llena de dudas.

—¿Es usted Bubbles?

—Sí —dijo—. ¿Cómo lo sabe usted? Ah, claro, usted fue el que vio a Superhead anoche —dijo, estrujándose las manos.

—Sí.

Retrocedió desde la puerta:

—Entre.

El apartamento casi no tenía mobiliario. Un solo diván en una salita y un par de almohadones en el suelo; a través de una puerta vi una cama sin hacer.

—Estoy intentando averiguar algo sobre Karen Randall —dije.

—Ya me lo dijeron.

—¿Es aquí donde vivieron las tres el verano pasado?

—Sí.

—¿Cuándo vio a Karen por última vez?

—No la he visto durante meses. Y tampoco Ángela —dijo.

—¿Le ha dicho eso Ángela?

—Sí. Claro.

—¿Cuándo se lo dijo?

—Anoche. Estuvimos hablando de Karen anoche. Precisamente acabábamos de enterarnos de su… mmm… accidente.

—¿Quién se lo dijo?

Ella se encogió de hombros.

—Todo el mundo habla de eso —dijo.

—¿De qué?

—¿Tuvo un raspado desafortunado?

—¿Sabe usted quién lo hizo? —pregunté.

—Han detenido a no sé qué médico. Pero usted eso ya lo debe de saber.

—Sí —dije.

—Probablemente lo hizo él —dijo, encogiéndose de hombros; se apartó el pelo oscuro de su rostro; tenía la piel muy blanca—. Pero no estoy segura.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, Karen no era tonta. Conocía el paño. Además, ya había pasado por eso anteriormente. Para no hablar del pasado verano.

—¿Un aborto?

—Sí. Eso es. Y después estuvo muy deprimida. Tuvo un par de malos viajes, verdaderas monstruosidades, y eso la perturbó. Le ocurrió eso con los bebés, y ella sabía que estaba deprimida a causa de esos espantosos viajes. Nosotras no queríamos que tomara nada después del aborto, pero ella insistió y fue peor. Mucho peor.

—¿Qué le pasaba?

—En uno de los viajes ella se convertía en un cuchillo. Daba vueltas por la habitación chillando todo el rato, diciendo que estaba todo ensangrentado, que las paredes estaban cubiertas de sangre. Y creía que las ventanas eran bebés y que se volvían negros y moribundos. Un horror.

—¿Qué hicieron ustedes?

—La cuidamos —dijo Bubbles—. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

Alargó la mano hacia una mesa donde había un pequeño jarrón con un tubo metálico. Sopló suavemente y el aire de la habitación se llenó de burbujas que se balanceaban lentamente. Ella las miró. Fueron cayendo al suelo y desapareciendo una tras otra.

—Un horror.

—¿Quién le hizo abortar el pasado verano?

Bubbles rio:

—No lo sé.

—¿Qué sucedió?

—Bueno, ella quedó en estado. De manera que nos dijo que iba a librarse de ello, y se tomó un día libre; después volvió contenta y sonriente.

—¿Ningún problema?

—Ninguno. —Lanzó otra colección de burbujas y las observó hasta que desaparecieron—. Ninguno en absoluto. Perdóneme un momento.

Se fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua y se tragó una píldora.

—Estaba empezando a tener un bajón, ¿sabe?

—¿Qué era eso?

—Bombas.

—¿Bombas?

—Claro. Ya sabe —movió la mano con impaciencia—. Cohetes, sputniks, petardos, hombre.

—¿Anfetamina?

—Metedrina.

—¿Lo toma continuamente?

—Actúa usted como todos los médicos —dijo, echándose nuevamente los cabellos hacia atrás—. Siempre haciendo preguntas.

—¿De dónde lo sacó?

Había visto la cápsula. Al menos era de cinco miligramos. La mayor parte de los productos que se venden en el mercado negro son de un miligramo.

—Olvídelo, ¿de acuerdo? Olvídelo y ya está.

—Si quiere que lo olvide, ¿por qué dejó que lo viera?

—Forma parte de la excitación —dijo—. Me estaba exhibiendo.

—Quizá fuera eso —reconocí.

—Quizá.

—¿Karen hacía lo mismo?

—Karen era adicta a cualquier cosa —dijo Bubbles suspirando—. Solía pincharse.

Debí aparentar confusión, porque ella movió los dedos sobre el codo, como si pusiera una inyección intravenosa.

—Nadie más lo hace —dijo Bubbles—. Pero Karen lo hacía siempre así.

—Sus viajes…

—Ácido. Una vez DMT.

—¿Qué tal se sintió después?

—Como en el infierno. Estaba realmente hecha un asco. Deshecha. Horrible, ¿sabe? Realmente eran viajes horribles.

—¿Se quedó mucho tiempo deprimida?

—Sí. Todo el resto del verano. No volvió a hacerlo con ningún muchacho en todo el verano. Como si estuviera asustada.

—¿Está usted segura de ello?

—Sí —dijo—. Claro.

Di una ojeada al apartamento:

—¿Dónde está Ángela?

—Fuera.

—¿A dónde fue? Me gustaría hablar con ella.

—Ella sí necesita hablar con usted ahora mismo.

—¿A dónde fue?

—Ya se lo dije. Salió.

—Me han dicho que es enfermera —dije.

—Eso es —dijo Bubbles—. Dio en…

En este momento, se abrió la puerta y una muchacha alta entró con violencia en la habitación. Dijo:

—El muy hijoputa no está en ninguna parte; se ha escondido, el muy asqueroso…

Calló al verme.

—Hola Ang —dijo Bubbles; me señaló con la cabeza—. Aquí tienes a un carroza bastante bueno que quiere verte.

Ángela Harding entró en la sala, se echó en el diván y encendió un cigarrillo. Llevaba un vestido negro muy corto, medias de malla negra y unas botas de piel negras. Tenía el pelo oscuro y largo, y un rostro duro, de una belleza clásica, con huesos que parecían cincelados; el rostro de una modelo. Me costaba imaginármela como enfermera.

—¿Es usted uno de los que quiere saber algo sobre Karen?

Asentí con la cabeza.

—Siéntese —dijo—. Desembuche.

Bubbles dijo:

—Ang, no le dije…

—Tráeme una Coca, ¿quieres Bubbles? —dijo Ángela; Bubbles asintió silenciosamente y se dirigió a la cocina—. ¿Quiere una Coca?

—No, gracias.

Ella se encogió de hombros:

—Póngase cómodo —succionó el cigarrillo y después lo aplastó. Sus movimientos eran rápidos, pero mantenía la compostura y la calma en su rostro. Bajó la voz—: No quiero hablar de Karen delante de Bubbles; está muy triste a causa de lo ocurrido.

—¿Con Karen?

—Sí. Eran íntimas.

—¿Y usted?

—No tanto.

—¿Cómo es eso?

—Al principio nos sentimos muy unidas. Una muchacha simpática, un poco salvaje, pero divertida. Intimamos mucho al principio. Así que decidimos compartir un apartamento las tres. Después Bubbles conoció a Superhead, y Karen y yo nos pasamos la mayor parte del tiempo juntas, las dos solas. Entonces ya no fue tan fácil.

—¿Por qué?

—Era una chica loca. Rara.

Bubbles volvió con la Coca-Cola.

—No lo era —dijo.

—No contigo. Ella te tenía ciertas atenciones.

—Lo que te pasa a ti es que…

—Sí. Eso. Claro. —Ángela movió la cabeza y levantó sus largas piernas. Se volvió hacia mí y dijo—: Se refiere a Jimmy. Jimmy era un residente que conocí en Tocología.

—¿Ése era el servicio en el que trabajaba?

—Sí —dijo ella—. Entre Jimmy y yo había algo, y yo estaba segura de que era bueno. Había algo bueno. Entonces apareció Karen.

Ángela encendió otro cigarrillo y evitó mirarme a los ojos. No podría decir si en realidad ella le estaba hablando a Bubbles o a mí. Obviamente, las dos muchachas no estaban de acuerdo.

—Nunca pensé que podría hacer eso —dijo Ángela—. Aunque sólo fuera porque éramos compañeras de habitación. Quiero decir, que me parece que hay reglas…

—A ella le gustaba —dijo Bubbles.

—A ella le gustaba. Sí. Eso creo. Por el espacio de setenta y dos horas.

Ángela se levantó y se paseó por la habitación. Su vestido apenas le llegada a medio muslo. Era sorprendentemente hermosa; mucho más hermosa que Karen.

—Eso no está bien —dijo Bubbles.

—A mí no me sentó bien.

—Sabes que estás mintiendo. Sabes que Jimmy…

—Yo no sé nada —dijo Ángela—. Todo lo que sé es que ahora Jimmy está en Chicago terminando su residencia, y yo no estoy con él. Quizá si yo fuera… —dejó la frase sin terminar.

—Quizá —dijo Bubbles.

—¿Quizá qué? —pregunté.

—Olvídelo —dijo Ángela. Insistí:

—¿Cuándo vio a Karen por última vez?

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