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Authors: Laura Gallego García

Tríada (48 page)

BOOK: Tríada
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—Victoria puede protegernos con la magia del báculo.

Ella asintió con la cabeza.

Aún tardaron dos días más en alcanzar la falda de la cordillera. Christian los guió a través de un estrecho paso entre dos volcanes. Les explicó que la enorme sima que partía en dos la cordillera comenzaba un poco más al norte, de forma que no tendrían que atravesarla.

Pero de todas formas, hacía calor, mucho calor. Christian avanzaba el primero, con Haiass desenvainada, y se esforzaba por transmitirle todo su poder a la espada, para que enfriara el ambiente en torno a ellos. La cría de shek estaba siempre con él, lo más cerca posible de la espada, y parecía claro que no lo estaba pasando bien. Pero había preferido seguir junto a Christian en lugar de abandonarlo al pie de las montañas, como él le había sugerido mentalmente. Tanto él como Victoria estaban aguantando el trayecto bastante bien.

Sin embargo, Jack se sentía cada vez más inquieto.

—Tengo una extraña sensación —dijo en un par de ocasiones—. Es como si estuviera rodeado de sheks por todas partes.

—Aquí sólo estamos nosotros dos —repuso Christian con calma, refiriéndose a él y a la pequeña serpiente que había «adoptado».

—No, es mucho más que eso —insistió Jack—. ¿No lo notas?

Christian sacudió la cabeza.

—Sí, un poco, pero no le des importancia. Es el calor, que nubla nuestros sentidos. Si te concentras te darás cuenta de que no hay serpientes aquí.

—No, es verdad —concedió Jack.

Pero, según fueron pasando las horas, se volvió cada vez más arisco y agresivo. Christian percibía su odio, sentía que crecía en su interior, como lo haría la lava de un volcán a punto de entrar en erupción. Y sintió, no sin inquietud, que algo en él estaba deseando que el dragón lo provocara para iniciar una pelea a muerte con el más mínimo pretexto. «Es el calor», se dijo a sí mismo. Pero era verdad que se percibía algo extraño en el ambiente, algo que le recordaba a su gente, a los otros sheks. No era eso lo que le inducía a atacar a Jack, sin embargo; era su instinto, todas aquellas veces que lo había matado en sueños, todas las veces que había disfrutado con ello.

Se les hizo de noche, pero no se detuvieron porque la cordillera no les pareció un buen lugar para pernoctar. De modo que continuaron caminando, toda la noche, y al amanecer habían salido ya de las montañas.

Se sentaron a descansar. Jack se dejó caer sobre el suelo agrietado, pero respiraba entrecortadamente, y sus ojos seguían fijos en la cordillera. Victoria detectó, inquieta, que de nuevo ardía en su mirada el fuego del dragón.

—Jack, ¿estás bien? —le preguntó, con suavidad, pero él la apartó bruscamente de sí.

—No, no estoy bien —replicó de malos modos—. ¡Maldita sea! ¿Es que no sentís las serpientes? ¡Están en todas partes, o han estado aquí, o se acercan...!

Christian entrecerró los ojos y dirigió la mirada hacia las montañas. Ahora que el calor no era tan intenso, percibió que, en efecto, Jack tenía razón: había algo de la esencia shek en el ambiente, y parecía que era más acentuado un poco más al norte, donde comenzaba la sima de lava.

Pero eso no tenía sentido. Estaba convencido de que los sheks jamás se acercarían tanto a un lugar lleno de fuego. Y sin embargo, su instinto le decía...

—Es absurdo —declaró, sacudiendo la cabeza—. Hace demasiado calor para un shek.

Jack lo miró, irritado. Incluso Victoria notó cómo el fuego del dragón se hacía cada vez más intenso en su interior.

—¡Tú estás aquí! ¡Y esa repugnante serpiente en miniatura! ¿Me vas a negar que no hueles a los otros sheks? ¿O es que me tomas por idiota?

Christian le dirigió una mirada gélida.

—Siento esa presencia —admitió—.

Pero... Jack no lo dejó terminar.

—¡Lo sabía! —gritó, furioso—. ¡Maldita serpiente! ¡Entonces lo reconoces! ¡Nos has traído hasta una trampa!

Desenvainó a Domivat, que relució con una violenta llamarada.

—Estúpido —siseó Christian, con helada cólera.

También él extrajo a Haiass de su vaina. Jack se lanzó contra él, con un grito. Las dos espadas chocaron, y el aire se estremeció.

Fue Christian quien contraatacó primero. Jack acudió a su encuentro.

Pero una vara tan luminosa como el alba se interpuso entre ambos. Se produjo un intenso chispazo cuando los filos de las dos espadas toparon con el Báculo de Ayshel. Los dos chicos retrocedieron sólo un poco.

—¿Os habéis vuelto locos? —estalló Victoria—. ¡Guardad eso inmediatamente! ¡No tenemos tiempo para...!

Jack no la escuchó. La furia del dragón latía en sus sienes, el instinto asesino dominaba sus actos y lo empujaba hacia el shek. Para él no existía nada más en aquel momento.

Ni siquiera Victoria. La apartó de su camino, sin ceremonias, para volver a embestir a Christian. El shek respondió a su estocada con siniestra determinación.

—¡¡Basta!! —gritó Victoria.

Se interpuso entre los dos; sabía que se jugaba la vida, pero no le importó. Jack apartó el báculo con la espada, impaciente, dejando escapar un rugido de furia. Pero Victoria seguía allí, entre ambos, serena y segura de sí misma. Jack entrecerró los ojos, retrocedió unos pasos y arrojó la espada a un lado. Victoria respiró hondo...

... Pero su alivio duró poco. Porque los ojos de Jack seguían sin verla, seguían sin ver otra cosa que el shek al que debía matar. El muchacho rugió de nuevo, y su poder se desató de pronto, transformándolo en dragón. Echó la cabeza atrás para lanzar un poderoso rugido, extendió las alas, batió la cola contra el suelo y se lanzó sobre Christian, saltando por encima de Victoria, con las garras por delante.

—¡¡JACK!! —gritó Victoria—. ¡Jack, NO!

Christian tampoco lo dudó un solo momento, y llevó a cabo su propia metamorfosis, con oscuro placer. No se acordó de Victoria, no pensó en nada más que en matar al dragón cuando arremetió contra él, con un siseo amenazador, los colmillos destilando su mortífero veneno.

Victoria gritó, corrió hacia ellos, les suplicó que pararan, pero las dos formidables criaturas no la escucharon. Era demasiado pequeña, demasiado insignificante, comparada con el odio ancestral que los devoraba por dentro. Una parte de Christian sabía que había sucumbido a los planes de su padre, pero en aquel momento no le importaba.

El dragón alzó el vuelo, y la serpiente lo siguió. Se encontraron en el aire. El dragón trató de atraparlo entre sus garras, pero el sinuoso cuerpo del shek era demasiado escurridizo, y no lo consiguió. Kirtash se revolvió e hincó los colmillos en el cuerpo dorado de Yandrak; éste rugió, furioso, y le lanzó una bocanada de fuego. La serpiente chilló cuando, a pesar de su intento por esquivarla, la llamarada le alcanzó en un ala. Yandrak trató de morder a Kirtash, que voló en torno a él, rodeándolo, Cuando el dragón quiso darse cuenta, la serpiente lo asfixiaba entre sus anillos.

Yandrak perdió el equilibrio. Kirtash batió las alas, pero no podía sostener el peso de ambos.

Los dos cayeron al suelo, sus cuerpos enredados, mordiéndose, destrozándose al uno al otro, con siniestro placer, como si hubieran nacido para aquel enfrentamiento y su vida no tuviera ningún sentido sin él.

Victoria creía estar en medio de una pesadilla. Seguía llamándolos por sus nombres, tratando de hacerse escuchar. Pero los bramidos del dragón y los silbidos de la serpiente ahogaban su voz. Victoria no se dio cuenta, pero estaba llorando. Ver en aquella situación a los dos seres que más amaba en el mundo le destrozaba el corazón.

Yandrak se desasió del agobiante abrazo de la serpiente y levantó el vuelo de nuevo. Y Kirtash fue tras él.

Victoria supo que no podría alcanzarlos. Ahora sobrevolaban los volcanes, persiguiéndose el uno al otro, atacándose, hiriéndose... matándose.

—¡Victoria! ¡Vic!

Entre un velo de lágrimas, Victoria vio dos formas doradas que descendían hacia ella desde el cielo anaranjado. Apenas les prestó atención. Su corazón, todo su ser, estaba pendiente de la pelea que mantenían Yandrak y Kirtash, el dragón y la serpiente, sobre los Picos de Fuego.

Por eso apenas se percató de que los dos pájaros haai aterrizaban junto a ella. Apenas fue consciente de la voz de Shail, que le decía:

—¡Vic! Gracias a los dioses que estás bien. ¿Qué ha pasado? — Victoria volvió a la realidad.

—¡Se van a matar, Shail, se van a matar! ¡Tenemos que detenerlos!

—¡Sube a uno de los pájaros, vamos!

Zaisei desmontó para cederle su lugar, y Victoria trepó al lomo del ave de un salto, agradecida.

Pronto, los dos sobrevolaban los Picos de Fuego, el extremo del báculo de Victoria encendido como una estrella, en dirección a las dos criaturas que, ajenas a todo, seguían tratando de matarse mutuamente.

A sus pies, la sima serpenteaba como una culebra de fuego; era un espectáculo sobrecogedor, pero Victoria apenas se percató de su existencia. Sólo tenía ojos para los dos seres que, momentos antes, habían sido Jack y Christian.

Kirtash logró, por fin, hincar sus colmillos en el cuello del dragón, que lanzó un bramido de dolor. Sintió entonces una lejana llamada.

Ah, Haiass, pensó.

Se separó del dragón y allí mismo, sobre el abismo de lava que se abría a lo lejos, a sus pies, se transformó en humano de nuevo.

La espada se materializó en su mano en cuanto la llamó. Con una sonrisa de satisfacción, Kirtash la hundió en el pecho del dragón, que dejó escapar un rugido de sorpresa y de dolor.

Brotó sangre. Roja, brillante, que envolvió el filo de Haiass. La espada de hielo bebió, ávida.

Kirtash la extrajo del cuerpo del dragón....

... que ahora era el cuerpo de un sorprendido muchacho de quince años...

Kirtash vio cómo Jack, herido de muerte, se precipitaba a la sima, cómo caía, con un pesado chapoteo, al río de lava, que sepultó su cuerpo en su abismo de fuego.

Oyó el grito de infinito dolor de Victoria, y sólo entonces fue consciente de lo que había hecho.

Todo había sucedido muy rápido; la transformación, el golpe de gracia... pero el poder de Christian sólo podría mantenerlo unos segundos en el aire bajo forma humana, de modo que, cuando empezó a caer, se transformó otra vez en shek.

Una sola idea martilleaba en su cabeza.

«He matado al dragón. He matado al último dragón que quedaba en el mundo.»

En el fondo de su mente oía las voces de todos los sheks del mundo, que celebraban, ahora sí, la extinción de todos los dragones.

«Por fin», dijo Zeshak.

Ashran sonrió, satisfecho.

—Hemos derrotado a la profecía. Hemos vencido a los dioses, amigo mío.

El rey de las serpientes respondió con una media sonrisa de triunfo.

Christian aterrizó, todavía aturdido, y se metamorfoseó de nuevo en humano. Haiass había caído al suelo, cerca de él. La recogió. Su filo había recuperado aquel suave resplandor blanco-azulado, que ahora no vacilaba, sino que se había vuelto más firme y seguro que nunca. Cerró los ojos. A pesar de estar herido de gravedad, se sentía poderoso, muy poderoso. Jamás se había sentido así, y disfrutó de su triunfo.

Pero entonces percibió que alguien lo miraba. Y era una mirada tan intensa que Christian la notó con tanta claridad como si le quemara en la nuca. Abrió los ojos y se volvió.

Era Victoria.

Pocas cosas podían impresionar a Christian, pero el rostro de Victoria en aquel momento, sus ojos, le estremecieron el alma.

La muchacha había bajado del pájaro dorado, tambaleándose, y ahora estaba de rodillas sobre el suelo, incapaz de ponerse en pie. Se había llevado las manos al pecho, como si le costara respirar... o como si le hubieran arrancado el corazón. Su rostro mostraba una grotesca mezcla del sufrimiento más profundo con el más patente desconcierto, como si no acabara de creerse lo que había sucedido.

Jack había muerto, lo sabía. Estaba tan unida a él que sabía cuándo estaba bien y cuándo estaba en peligro, cuándo se sentía feliz y cuándo, simplemente, había dejado de existir en el mundo. Lo sabía sin necesidad de anillos mágicos que la vincularan a él.

Y Jack ya no estaba. Se había ido. Para siempre.

Christian fue entonces consciente de que si la hubiera matado, si la hubiera torturado hasta la muerte, no le habría hecho más daño del que acababa de hacerle ahora. Se odió a sí mismo por no haber podido controlar su instinto, se le rompió el corazón, quiso correr junto a ella y abrazarla, y pedirle perdón, y hacer lo que fuera para compensarla, para borrar aquel dolor tan profundo de su mirada, que estremecía hasta la última fibra de su ser.

Pero no había nada, absolutamente nada, que pudiera hacer para arreglar aquello.

La había perdido para siempre, igual que ella había perdido a Jack.

Sintió un siseo cerca de él, y se volvió. Allí estaba la cría de shek. Parecía contenta y satisfecha, y lo miraba con una expresión taimada que lo sorprendió en una serpiente tan joven. Entonces, de pronto, se dio cuenta de a quién le recordaba aquella mirada, quién le había estado hablando en sueños todo aquel tiempo a través de aquella criatura.

—Zeshak —murmuró.

Sin una palabra más, sin una sola vacilación, descargó su espada sobre el pequeño shek, que se encogió sobre sí mismo con un siseo aterrorizado. Pero la punta de Haiass se clavó en el suelo, cerca de él, congelando la tierra de alrededor bajo una fría capa de escarcha que era un reflejo de la ira y la impotencia que sentía su propietario.

«Vete —dijo el joven solamente—. Vete, antes de que te mate por atreverte a manipularme.»

Sabía que había sido Zeshak quien le había hablado en sueños a través de la mente de aquella cría, que no tenía la culpa de lo que había sucedido. Pero no pudo evitarlo.

La pequeña serpiente entornó los ojos y se alejó de él, reptando a toda velocidad. Pronto la vieron desaparecer entre las rocas.

Victoria contempló la huida de la cría (le shek sin que variara lo más mínimo la expresión de su rostro. Estaba ida, incapaz de moverse, de hablar, (le reaccionar. Christian la miró. Había dolor en los ojos de él, un dolor profundo, pero Victoria no lo notó. Le devolvió una mirada ausente.

Christian comprendió, en aquel preciso instante, que matando a Jack la había matado a ella también. Cerró los ojos, pero no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas.

No era capaz de recordar la última vez que había llorado. Le resultó una sensación muy extraña, pero no alivió su dolor.

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