Read Tras el incierto Horizonte Online
Authors: Frederik Pohl
—Me gustaría que fueras más respetuoso —suspiró la voz—, pero en fin. Veamos. En el noveno planeta de la estrella Saiph hay una antigua civilización. Sus gobernantes forman una curia de «manejadores de mierda» y ejercen el poder limpiando tan sólo los excrementos de aquellas personas que son honestas, trabajadoras e inteligentes y que no dejan de pagar sus impuestos. El día de su festividad principal, a la que denominan con el nombre de Fiesta de San Gautama, las primogénitas de cada familia que sean todavía doncellas, se bañan en aceite de flores, se ponen una avellana entre los dientes y, de modo ritual...
—Tiny Jim —le interrumpió— ¿es verdad lo que nos cuentas?
Pausa.
—Metafóricamente, sí —contestó de mal humor.
—Qué tonto eres —le reprochó Wan—. Me avergüenzas ante mis amigos. Presta atención. Ésta es Dorema Herter-Hall, pero debes llamarla Lurvy; ésa es su hermana Janine. Y Paul. Salúdales.
Larga pausa.
—¿Hay más humanos contigo, Wan? —preguntó la voz dubitativamente.
—¡Pero si te acabo de decir quién hay!
Otra larga pausa. Entonces:
—Adiós, Wan —dijo la voz tristemente.
Y no volvió a hablar, por más que Wan se lo ordenase gritando furiosamente y escupiendo a la pared.
—¡Cristo! —soltó Paul— ¿Siempre se porta así?
—No, no siempre. Pero a veces es peor. ¿Lo intento con algún otro?
—¿Será más efectivo?
—Bueno, no —admitió Wan—. Tiny Jim es el mejor de todos.
Paul cerró los ojos desesperado, y cuando volvió a abrirlos, miró a Lurvy.
—Qué asquerosamente divertido es todo esto. ¿Sabes qué estoy empezando a pensar? Pues que tu padre tenía razón. Tendríamos que habernos quedado en la Factoría.
Lurvy respiró profundamente.
—Pues no nos quedamos allí —señaló—. Estamos aquí. Concédamonos cuarenta y ocho horas más y entonces decidiremos.
Antes de que transcurrieran las cuarenta y ocho horas había decidido quedarse. Al menos, un cierto tiempo. Simplemente había demasiadas cosas de los Heechees como para abandonar el artefacto.
El factor que más influyó en la decisión fue el contactar con Payter a través de la radio MRL. A nadie se le había ocurrido preguntarle a Wan si se podía llamar a la Factoría Alimentaria desde el Paraíso Heechee, dado que sí podía hacerlo a la inversa. Resultó que no era así. Wan no había tenido nunca la oportunidad de comprobarlo, ya que cuando él no estaba allí, no había nadie en !a Factoría Alimentaria. Lurvy ayudó a Janine a acarrear comida y alguna otra cosa desde la nave a la habitación de los Difuntos, y estuvo todo el trayecto luchando contra la depresión y la preocupación; al regresar, se encentraron con un Paul orgulloso y un Wan lleno de júbilo. Habían establecido contacto.
—¿Cómo está? —preguntó de inmediato.
—¿Tu padre? Está perfectamente —contestó Paul—. Ahora que lo pienso, parecía un poco enfadado. El mal de camarote, me temo. Había una burrada de mensajes. Los despachó todos en una sola transmisión condensada y los tengo aquí grabados. Pero nos llevará una semana pasarlos uno a uno.
Revolvió entre las cosas que Lurvy y Janine habían traído hasta encontrar las herramientas que buscaba. Trataba de arreglar un transmisor de imágenes digitalizadas para utilizarlo juntamente con los circuitos audio de la radio MRL.
—Sólo podemos recibir de momento —dijo con los ojos fijos en la pantalla—, pero si nos quedamos lo suficiente, puedo construir un transmisor digitalizado. De momento, ya tenemos voz y... ah, sí, el viejo dijo que te besara de su parte.
—Entonces supongo que nos vamos a quedar por algún tiempo —dijo Janine.
—Entonces supongo que será mejor sacar más cosas de la nave —coreó su hermana—. Wan, ¿dónde dormiremos?
Así que mientras Paul trabajaba en las comunicaciones, Wan y las dos mujeres se dieron prisa por amontonar lo más necesario en unas habitaciones que había en la zona de los corredores rojos. Wan estaba orgulloso de poder hacer de guía. Las paredes ofrecían unos nichos algo mayores que los de la nave de Wan, lo suficientemente largo incluso para Paul, en caso de que no le importara dormir con las piernas ligeramente encogidas. Había una especie de cuarto de baño, de diseño no demasiado humano. Consistía en una serie de placas metálicas sobre el suelo, al modo de las letrinas del este de Europa. Hasta había una especie de bañera. Era algo a medio camino entre la ducha y la bañera, con una protuberancia que se parecía a una alcachofa de ducha, de la que salía agua tibia cuando uno se ponía debajo. Todos empezaron a oler mucho mejor. Wan, en concreto, se bañaba exageradamente a menudo, desvistiéndose a veces para bañarse de nuevo cuando tenía el cogote todavía húmedo del baño anterior. Tiny Jim le había dicho que era una costumbre que debía observarse entre la gente educada. Además, se había dado cuenta de que Janine lo hacía con cierta frecuencia. Lurvy, observándolos, recordó lo difícil que había sido conseguir que Janine se bañara de camino a la Factoría Alimentaria, y guardó silencio.
Como piloto, y por ello capitán, Lurvy se constituyó en cabeza del grupo. Le asignó a Paul la tarea de establecer y mantener comunicación con su padre, allá en la Factoría, con la ayuda de Wan cuando se trataba de comunicarse con los Difuntos. Asignó a Janine, contando con su propia ayuda y la de Wan, las tareas de una ama de casa, como lavar la ropa en el chorro de agua tibia. A Wan, con la ayuda de quien estuviera disponible, le asignó recorrer las zonas no peligrosas para grabar y fotografiar de cara a enviar una transmisión a su padre y a la Tierra. Generalmente, la compañera de Wan era Janine. Cuando se podía, alguno de los adultos hacía de carabina, pero eso sucedía raras veces.
A Janine parecía darle igual. Para ella era todavía una aventura poder disfrutar de la tan reciente compañía de Wan, y no parecía tener prisa por llevar las cosas a un plano distinto... salvo cuando se tocaban. O cuando le sorprendía mirándola. O cuando percibía aquel abultamiento en la haraposa falda que él llevaba. En aquellas ocasiones, sus fantasías y ensoñaciones se acercaban bastante a aquel otro plano, lo suficiente para ella por el momento. Jugaba con los Difuntos, comía aquellas bayas marrones por fuera, verdes por dentro, hacía sus tareas y esperaba a ser un poquito mayor.
No había demasiadas objeciones que hacer a las reglas de Lurvy, ya que ésta se había preocupado por asignarle a cada uno las tareas que prefería hacer, lo cual, además, le permitía a ella estudiar las recomendaciones grabadas que le llegaban de su padre, y a través de éste, de la lejana Tierra.
Las comunicaciones distaban de ser satisfactorias. Lurvy no había apreciado lo bastante la ayuda de Vera hasta que se encontró sin ella. No podía decidir qué mensajes eran verdaderamente prioritarios, ni agruparlos por temas a través de la computadora. No había allí computadora alguna de que servirse, a no ser la sobrecargada computadora de su cabeza. Los mensajes llegaban en desorden, y cuando los contestaba o enviaba los informes que debían pasar a la Tierra, no estaba jamás segura de que llegaran a donde debían.
Los Difuntos parecían ser básicamente memorias de lectura solamente, interactivas pero limitadas, y sus circuitos habían sido además perturbados por el esfuerzo adicional de servirse de ellos para establecer contacto con la Factoría Alimentaria, una tarea para la que no habían sido diseñados. (¿Pero para qué habían sido diseñados? ¿Quién los había programado?) Wan, que no hacía más que fanfarronear en su pose de experto, de pronto se vio obligado a reconocer tristemente que no era aquella la función que se esperaba que los Difuntos desempeñaran. A veces, conectaba a Tiny Jim y salía Henrietta, y a veces, un antiguo profesor de literatura que se llamaba Willard; en una ocasión, hasta salió una voz que no había oído nunca antes, una voz que temblaba y murmuraba casi en el límite de lo perceptible, balbuciendo presa de una vieja locura.
—Ve a los dorados —lloriqueó Henrietta, más alarmada que nunca.
Y acto seguido, se oyó la voz de tenor de Tiny Jim sobresalir por encima de la de aquélla:
—¡Te matarán! ¡No les gustan los parias!
Aquello daba miedo. Sobre todo porque Wan decía que Tiny Jim era el más sensato de todos ellos. Lurvy se sorprendió al comprobar que no podía estar más asustada de lo que ya estaba, aunque lo cierto era que había tenido que sobreponerse a demasiadas alarmas y temores, y ya se había acostumbrado a ello. También sus circuitos estaban sobrecargados.
¡Y los mensajes! Un solo minuto de grabación digital concentrada contenía catorce horas de grabación. Las órdenes del contacto de la Tierra eran: Informar de la distribución de los controles que impulsaban el artefacto. Intentar hacerse con muestras del tejido de los Heechees o Primitivos. Congelar y almacenar tallos, hojas y frutos de los arbustos de bayas. Extremar las precauciones. Había media docena de mensajes inconexos de su padre; estaba solo; no se encontraba bien; no podía recibir la adecuada atención médica puesto que se habían llevado la unidad de bioanálisis; le bombardeaban desde la Tierra con órdenes perentorias. Los mensajes de la Tierra eran: Sus primeros informes habían sido recibidos, analizados e interpretados, y en aquellos momentos se estaban efectuando sugerencias para llevar a cabo programas en consonancia con los informes. Debían interrogar a Henrietta acerca de los fenómenos astrofísicos a que se refería; la computadora de su nave, Vera, no era capaz de interpretarlos, la matriz de Vera en la Tierra no podía establecer comunicación inmediata con ella, y el viejo Peter no sabía la suficiente astrofísica como para formular las preguntas adecuadas, de forma que el interrogatorio de los Difuntos era cosa suya. Tendrían que interrogar a los Difuntos acerca de los recuerdos de las misiones de Pórtico que habían realizado, en el supuesto de que recordaran algo. Tendrían que intentar averiguar cómo los prospectores vivos eran convertidos en programas computerizados. Tendrían que... tendrían que hacerlo todo, ellos solos. Y deprisa. Y prácticamente todo lo que tenían que hacer era imposible ¡Muestras de tejido! ¡Menuda ocurrencia! Cuando llegaba un mensaje claro, de tipo personal y que nada pedía, Lurvy lo guardaba como oro en paño.
Y algunos eran auténticas sorpresas. Además de las cartas de los fans y amigos de Janine y de las constantes súplicas a propósito de cualquier información que pudiesen conseguir para el viudo de Trish Bover, llegó uno personal destinado a Lurvy, de Robinette Broadhead:
«Dorema, sé que estáis sobrecargados de trabajo. Ya antes de empezar, vuestra misión era vital y peligrosa, y ahora lo es mucho más. Sólo espero que lo hagáis lo mejor posible. No tengo el poder suficiente como para pasar por encima de las órdenes de la Corporación de Pórtico. No puedo cambiar los objetivos que os asignaron. Pero quiero que sepáis que estoy con vosotros. Averiguad todo lo que podáis. Procurad no embarcaros en nada de lo que tengáis que arrepentiros. Y yo haré todo lo que esté en mi mano para que se os recompense tanto y tan generosamente como tenéis derecho a esperar. De veras, Lurvy, te doy mi palabra.»
Era un mensaje raro, una extraña atención. Le sorprendía incluso que el propio Broadhead supiera su sobrenombre. Su relación había sido estrictamente profesional. Mientras ella y los suyos eran interrogados para obtener la misión de la Factoría Alimentaria,, habían estado con Broadhead muchas veces. Pero la relación había sido la del monarca y el súbdito, y no había habido en ningún caso una mutua amistad demasiado estrecha. Y además, no le había gustado demasiado. Era bastante amable y cándido —un multimillonario con bastante don de gentes—, pero estaba preocupadísimo por cada dólar que gastaba y por cada nuevo paso dado en cada proyecto en que sus intereses se veían afectados. No le había gustado demasiado ser el cliente de un caprichoso magnate de las finanzas.
Y, para ser sinceros, ella había acudido a cada una de sus entrevistas con un cierto prejuicio. Había oído hablar de Robinette Broadhead mucho antes de que tuviera que ver con sus vidas. En la época en que ella estuvo en Pórtico, había salido en una Tres, de cuya misión formaban parte también una mujer madura que en cierta ocasión había sido compañera de viaje de Gelle-Klara Moynlin. La mujer le contó la historia del último viaje de Broadhead, la que le había convertido en millonario. Había algo cuestionable en relación a aquella misión. Habían muerto nueve personas. Broadhead había sido el único superviviente. Y una de las víctimas había sido Klara Moylin, de quien —decía la mujer—, Broadhead había estado enamorado. Tal vez la propia experiencia de Lurvy en una misión en que casi toda la tripulación había muerto, hacía que viera las cosas de determinado modo. Pero no podía evitarlo.
Lo curioso respecto de la misión de Broadhead fue que la palabra «muerto» no era la que mejor podía aplicarse a las víctimas. La tal Klara y los demás habían quedado atrapados en un agujero negro, y quizás allí seguían, tal vez vivos, prisioneros de un tiempo más lento, a lo mejor apenas unas horas más viejos a pesar de los años transcurridos.
Así que ¿cuál era la orden oculta del mensaje de Broadhead? ¿Estaba tratando de incitarles a que encontraran un modo de penetrar en la prisión de Gelle-Klara Moynlin? ¿Era él mismo consciente de ello? Lurvy no podía asegurarlo, pero al menos se percató de que por primera vez pensaba en su jefe como en un ser humano. Semejante pensamiento era conmovedor. No la ayudaba a sentirse menos atemorizada, pero sí menos sola. Cuando le llevó a Paul la última remesa de mensajes, a la sala de los Difuntos, para que los grabara a alta velocidad y los enviara cuando pudiera, se detuvo un momento, le pasó los brazos alrededor y le abrazó, lo que a él le sorprendió muchísimo.
Algo le decía a Janine que avanzara con cautela cuando regresó a la sala de los Difuntos de una exploración con Wan. Pudo mirar adentro sin que la oyeran, y vio a su hermana y a su cuñado sentados cómodamente contra la pared, escuchando a medias la absurda charla de los Difuntos, a medias diciéndose cosas el uno al otro. Se dio la vuelta, con el índice sobre los labios y guió a Wan afuera.
—Creo que prefieren estar solos —explicó—, y además, yo estoy cansada. Vamos a descansar un poco.
Wan se encogió de hombros. Encontraron un lugar adecuado en la intersección de varios corredores, a una docena de pasos de distancia, y él se instaló, pensativo, detrás de la muchacha.
—¿Están copulando?
—¡Caramba, Wan! Es la única idea que tienes en mente —pero no estaba enfadada, y le dejó que se acercara un poco a ella, hasta que la mano de él se plantó en su pecho—. Quítala de ahí —dijo con suavidad.