Read Tras el incierto Horizonte Online
Authors: Frederik Pohl
Las voces de la proyección se debilitaron, y la voz de mi secretaria dijo:
—¿Sí, señor Broadhead?
—¿Cuándo llegó?
—Hace diecisiete minutos y cuarenta segundos, señor Broadhead. Más el tiempo de tránsito de la Factoría Alimentaria, claro está. Janine Herter lo descubrió. Resultó que no llevaba una cámara consigo, así que sólo recibimos la voz hasta que llegó otro miembro del grupo.
Tan pronto como dejó de hablar, la voz de la figura proyectada volvió a subir; Harriet es un programa muy bueno, uno de los mejores de Essie.
—...siento haberme comportado incorrectamente —estaba diciendo el chico.
Pausa. A continuación, el viejo Peter Herter:
—Por Dios, eso no importa. ¿Hay más gente en esa «estación central»?
El muchacho apretó los labios.
—Eso —dijo filosóficamente—, dependerá, obviamente, de cómo se defina persona, ¿no? En el sentido de un organismo vivo de nuestra especie, no. Los Difuntos son lo que más se le parece.
Una voz de mujer, la de Dorema Herter-Hall:
—¿Tienes hambre? ¿Necesitas algo?
—No, ¿por qué iba a necesitar nada?
—Harriet, ¿qué quiere decir con eso de comportarse incorrectamente?
La voz de Harriet pareció vacilar.
—Esto, bueno, se... se autosatisfizo justo delante de Janine Herter, señor Broadhead.
No pude evitarlo, me eché a reír.
—Essie —le dije a mi mujer, me temo que la has hecho demasiado parecida a una damisela.
Pero no era de eso de lo que me reía. Era de la absoluta incongruencia del asunto. Había imaginado... bien, cualquier cosa. Cualquier cosa menos esto; un Heechee, un pirata del espacio, marcianos, sabe Dios qué, pero no un adolescente huesudo.
Desde detrás me alcanzó un arañar de garras de acero, y algo saltó sobre mi hombro.
—¡Abajo, Squiffy! —espeté.
—Déjale que se acurruque en tu cuello un minuto. Ya se irá.
—No es muy delicado en sus maneras, que digamos —gruñí—. ¿No podemos deshacernos de él?
—
Na, na, galubka
—me dijo en ruso tranquilizadoramente, palmeándome la cabeza mientras se incorporaba—. Quieres el Certificado Médico Completo, ¿no? Entonces necesitas a Squiffy.
Me besó y salió de la habitación, dejándome con el pensamiento puesto en el asunto que, con cierta sorpresa por mi parte, estaba provocando todo tipo de ligeras pero incordiantes agitaciones en mi interior. ¡Ver un Heechee! Bueno, no lo habíamos visto, ¿pero y qué si así hubiera sido?
Cuando los primeros exploradores de Venus descubrieron los restos que los Heechees habían dejado (túneles vacíos de luz azulada, cuevas en forma de huso) hubo una auténtica conmoción. Unos pocos artefactos, nueva conmoción; ¿de qué se trataba? Estaban los rollos de metal a los que alguien había dado el nombre de «molinetes de oraciones» (pero, ¿rezaban los Heechees? Y si lo hacían, ¿a quién?). Estaban también aquellas pequeñas cuentas brillantes llamadas «perlas de fuego», aunque ni se trataba de perlas ni ardían. Fue entonces cuando alguien descubrió el asteroide Pórtico, y con ello, la mayor de las conmociones, ya que en éste se encontraron centenares de naves espaciales en condiciones de ser usadas. Sólo que no se las podían dirigir. Se podía meter uno dentro y partir, y ahí acababa todo... y con lo que te encontrabas al llegar a destino era una nueva conmoción, sólo conmoción, conmoción, conmoción y conmoción.
Yo ya lo había experimentado. Había experimentado la conmoción en mis tres ridículas misiones. Mejor dicho, dos ridículas misiones. Y otra terriblemente poco ridícula. Con ella me había hecho rico y había perdido a alguien a quien amaba, ¿y qué es lo que tienen de ridículas ambas cosas?
Constantemente desde entonces los Heechees —desaparecidos hacía más de un millón de años atrás sin dejar una sola palabra escrita que nos indicara a qué se dedicaban— habían penetrado hasta lo más recóndito de nuestro mundo. Todo eran preguntas y muy pocas respuestas. No sabíamos siquiera qué nombre se daban a sí mismos: desde luego, Heechee no, ya que éste era simplemente un nombre que los exploradores habían inventado. No teníamos ni idea de cómo esas remotas y semidivinas criaturas se llamaban a sí mismas. Pero tampoco sabemos qué nombre se da Dios: Jehová, Júpiter, Baal, Alá, todos ellos nombres que se ha inventado la gente. ¿Cómo saber cómo le llamaban sus compañeros?
Estaba tratando de experimentar lo que hubiese debido de experimentar si el intruso de la Factoría Alimentaria hubiese sido un Heechee, cuando, en ese momento, se oyó tirar de la cadena; salió Essie y Squiffy se precipitó sobre la taza. El Certificado Médico Completo obliga a ciertas indignidades, y una unidad autónoma de bioanálisis es una de ellas.
—¡Estás malgastando el tiempo de mi programa! —me regañó Essie, y me di cuenta de que Harriet había permanecido pacientemente sentada en la imagen, esperando a que le ordenase seguir adelante con la información que ella poseía sobre los demás asuntos que requerían mi atención. De todas formas, el informe de la Factoría Alimentaria estaba siendo rebobinado y almacenado, de modo que Essie tuvo que irse a su propio despacho para ocuparse de sus cosas; yo por mi parte le dije a Harriet que empezase a preparar el almuerzo y que cumpliera entonces con sus funciones de secretaria.
—Tiene usted una citación para testificar ante el comité de Vías y Medios del Senado mañana por la mañana, señor Broadhead.
—Lo sé, allí estaré.
—Debe usted presentarse para su próximo chequeo este fin de semana, ¿confirmo su visita?
Esa es una de las penalidades del Certificado Médico Completo, y además, Essie, que es veinte años más joven que yo y no deja de recordármelo, insiste en ello.
—De acuerdo, si ha de ser, que sea.
—Ha sido usted demandado por un tal Hanson Bover, y Morton quiere hablarle al respecto. El extracto de sus cuentas para el presente cuatrimestre ya ha llegado y está en el archivador de su mesa de trabajo, a excepción de los
holdings
de minas de alimentos, que no estará listo hasta mañana. Y hay además unos cuantos mensajes de menor importancia, de los que ya me he ocupado, que esperan su visto bueno.
No necesitaba ver el extracto de cuentas; sabía de sobra lo que decía. Las emisiones estatales estaban dando excelentes resultados; la pequeña inversión en cultivos marinos estaba alcanzando unos beneficios anuales de auténtico récord. Todo funcionaba excepto las minas de alimentos. La última epidemia cuatrimestral nos había costado muy cara. No podía culpar a los muchachos que trabajaban en Codi, no eran más culpables que yo de que nos hubiera golpeado la epidemia. Pero el caso era que habían dejado que los hornos de extracción escaparan a su control, y quinientos acres de nuestro petróleo ardieron hasta consumirse bajo la superficie. Había costado tres meses que la mina fuera de nuevo totalmente operativa, y aún no sabíamos lo que nos iba a costar. No hacía falta preguntarse porqué el extracto de sus cuentas se retrasaba.
Pero todo eso era simplemente una molestia, no un desastre. Mis inversiones estaban lo suficientemente bien distribuidas como para que un solo sector que funcionase mal acabara conmigo. No me hubiese metido en lo de las minas de alimentos de no haber sido por el consejo que me diera Morton. Las desgravaciones por extracción hacían que fuera un buen negocio, interesante desde el punto de vista fiscal (pero había tenido que vender la mayor parte de mis
holdings
de cultivos marinos para comprarlo). Aun entonces se figuró Morton que necesitaba respaldo fiscal, así que dimos inicio al Instituto Broadhead para la Investigación Extra Solar. El Instituto posee todos mis fondos, pero yo lo dirijo, y lo dirijo según me conviene. Fui yo el responsable de nuestra asociación con la Corporación de
Pórtico en la financiación de sondeos en cuatro prospecciones de metal Heechee que habían sido detectadas en el sistema solar o en sus cercanías, pero que todavía no habían sido explotados, y uno de ellos había resultado ser la Factoría Alimentaria. Tan pronto como los de la Corporación tomaron contacto con las prospecciones, yo asumí la explotación de la Factoría... y a estas alturas parecía un asunto la mar de interesante.
—¿Harriet? Pásame otra vez el mensaje enviado por línea directa desde la Factoría Alimentaria.
El holograma brotó, y con él, el muchacho, hablando aún con excitación con su voz aguda y chillona. Traté de seguir el hilo de lo que decía: algo relacionado con un difunto, sólo que no era difunto, porque su nombre era Henrietta, que hablaba con él (¿pero no era una difunta?) en relación a una misión de Pórtico en la que ella había tomado parte. (¿Cuándo? ¿Por qué no había oído yo hablar de ella?) Era todo muy sorprendente, así que se me ocurrió una buena idea.
—Albert Einstein, por favor —dije, y el holograma se enturbió para dar paso a su viejo, dulce y arrugado rostro, que me miraba.
—¿Sí, Robín? —dijo mi programa científico, echando mano a su pipa y a su tabaco, como hacía siempre que hablábamos.
—Quisiera oír tus más aproximadas estimaciones acerca de la Factoría Alimentaria y del chico que han encontrado allí. ¿De dónde viene?
—Ah, eso no es más que una conjetura, Robin. Habla de una «estación central», probablemente un artefacto Heechee de algún modo similar a Pórtico, Pórtico Dos o la misma Factoría, pero sin ninguna función evidente de por sí. No parece que haya allí más seres humanos vivos. Habla de ciertos «Difuntos», que parecen ser alguna clase de programa computerizado, como yo mismo, aunque no está muy claro si son muy distintos o no en su origen. Menciona también a ciertas criaturas vivas a las que llama «Primitivos», o «bocas de rana». Mantiene con ellos pocos contactos, los rehuye de hecho, y no está muy claro de dónde vengan.
Respiré profundamente.
—¿Heechee?
—No lo sé, Robin. No puedo ni siquiera conjeturarlo. Por Júpiter que uno supondría que un ser no humano que ocupa un artefacto Heechee muy bien podría ser un Heechee, pero no hay ninguna evidencia clara. Ya sabes que ignoramos incluso cómo es un Heechee.
Sí, ya lo sabía. Era una desesperante incertidumbre que quizá pronto podríamos desentrañar.
—¿Algo más? ¿Puedes decirme qué pasa con las pruebas para traer la 'Factoría?
—Seguro que sí, Robin —dijo acercando una cerilla a su pipa—. Pero me temo que son malas noticias. El objeto parece tener programado su curso, y bajo control total. Contrarresta cualquier modificación que queramos introducir.
Había habido una pormenorizada discusión acerca de la conveniencia de dejar la Factoría en la nube Oort y tratar, de algún modo, de traer comida a la Tierra en una nave, o bien si debía tratar de traerse la Factoría. Ahora parecía que no teníamos elección.
—¿Está... crees que está bajo control Heechee?
—No hay modo de estar seguros todavía. Aproximativamente, yo diría que no. Parece tratarse de una reacción automática. No obstante —dijo dándole pitadas a la pipa—, hay algo alentador al respecto. ¿Puedo ponerte algunas imágenes de la Factoría?
—Por favor —dije, pero de hecho no había esperado mi respuesta.
Albert es un programa educado, pero también es listo. Desapareció y me encontré observando una escena en la que el chico, Wan, enseñaba a Peter Herter cómo abrir lo que parecía una escotilla en la pared del pasillo. Sacaba fuera de la escotilla unos paquetes de algo blando envueltos en rojo brillante.
—Nuestras suposiciones en lo tocante a la naturaleza del artefacto parecen confirmarse, Robin. Eso son comestibles, y según Wan, son continuamente reabastecidos. Ha vivido de eso durante la mayor parte de su vida, y como puedes ver disfruta de una excelente salud, en principio; me temo que está incubando un resfriado en estos momentos.
Miré el reloj sobre sus hombros (siempre lo mantiene en punto, de lo que me beneficio).
—Esto es todo por ahora. Manténme informado por si surgiera algo que afecte tus conclusiones.
—Seguro que sí, Robin —dijo desapareciendo.
Me fui incorporando. El haber hablado de comida me recordó que la comida debía ya de estar preparada, y no solo tenía hambre sino que tenía planes para la sobremesa. Me até la bata alrededor y entonces me acordé del mensaje acerca del pleito. Los pleitos no son nada especial en la vida de un hombre rico, pero si Morton quería hablarme, mejor sería escucharle.
Contestó inmediatamente, sentado a la mesa de su despacho, inclinado hacia delante con seriedad.
—Nos han demandado, Robín; a la Corporación para la Explotación de la Factoría Alimentaria, a la Corporación de Pórtico, además de a Paul Hall, Dorema Herter-Hall y Peter Herter: todos «in propia persona», y como representantes de la co-demandada Janine Herter. Además de a la Fundación y a ti.
—Al menos parece que voy a tener mucha compañía. ¿Tengo que preocuparme?
Pausa. Después, pensativamente:
—Creo que sí; al menos, algo. La demanda la ha puesto Hanson Bover. El marido de Trish, o su viudo, depende de como lo mires.
Morton estaba temblando ligeramente. Es un defecto de su programa, y Essie estaba queriéndolo arreglar, pero ello no afecta a su habilidad como asesor legal, y en cierto modo, me gusta que lo haga.
—Se ha hecho declarar albacea de los bienes de Trish Bover, y en base al primer aterrizaje de ésta en la Factoría quiere el reparto de lo que resulte de una misión totalmente realizada.
Aquello tenía muy poca gracia. Incluso si no podíamos mover el condenado aparato, con los nuevos métodos de explotación esa bonificación podía significar mucho.
—¿Cómo puede hacer eso? Ella firmó el contrato estándar, ¿no? Entonces todo lo que tenemos que hacer es enseñar el contrato. Ella no volvió, luego no tiene derecho al reparto.
—Ese es el modo en que hay que comportarse en el juicio, sí, Robín. Pero hay uno o dos precedentes bastante ambiguos. Quizá ni tan siquiera ambiguos. Su abogado cree que son buenos, aunque sean algo antiguos. El más importante es el de un chico que firmó un contrato de cincuenta mil dólares por andar sobre una cuerda floja por encima de las cataratas del Niágara.
Sin actuación, nada de cobrar. Se cayó a medio recorrido. La corte sostuvo que había actuado, así que tuvieron que pagarle.
—¡Eso es una locura, Morton!
—Pero ése es nuestro caso, Robín. Aunque sólo te he dicho que tendrías que preocuparte un poco. Creo que todo está
probablemente
en regla, pero no estoy seguro. Hemos de preparar nuestra comparecencia antes de dos días. Entonces veremos cómo anda la cosa.