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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (93 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Luego volaron sobre las nevadas montañas Zagros y llegaron a Ispahán, situada en la parte más alta del Zayandeh Rud, un valle alto con un río de aguas rápidas que se volcaba en una llanura de sal hacia el este. A medida que se acercaban al aeropuerto de la ciudad comenzaron a ver una inmensa extensión de ruinas alrededor de la nueva ciudad. Ispahán se encontraba en la Ruta de la Seda, y muchas ciudades consecutivas habían sido destrozadas una tras otra por Gengis Kan, Temur el Cojo, los afganos en el siglo once, y finalmente por la gente de Travancore, al final de la guerra.

No obstante, la última encarnación de la ciudad era un lugar bullicioso, con nuevas construcciones en marcha por todas partes, de manera que mientras entraban en el centro de la ciudad con el tranvía, parecía que estuvieran pasando por un bosque de grúas, cada una inclinada en un ángulo diferente sobre alguna nueva colmena de acero y hormigón. En una gran madraza que estaba en el nuevo centro de la ciudad, Abdol Zoroush y los otros científicos iraníes se reunieron con el contingente de Nsara, y los llevaron a unas habitaciones de la residencia de huéspedes más grande de su Instituto de Investigación Científica, y luego al centro de la ciudad, que recorrieron en busca de algún lugar para comer.

Las montañas Zagros dominaban la ciudad, y el río la atravesaba apenas al sur del centro, que estaba siendo construido sobre las ruinas del antiguo centro de la ciudad. La colección arqueológica del instituto, les habían contado los lugareños, se estaba llenando de antigüedades y artefactos recientemente descubiertos de diferentes épocas de la ciudad. La nueva urbe había sido diseñada con anchas calles bordeadas con hileras de árboles, que se abrían como rayos hacia el norte alejándose del río. Situada a gran altitud, debajo de montañas bastante altas, sería una ciudad muy hermosa cuando se desarrollaran los nuevos árboles. Incluso ahora era impresionante.

Evidentemente, los habitantes de Ispahán estaban orgullosos tanto de la ciudad como del instituto, y de Irán en general. Destruido repetidas veces durante la guerra, todo el país estaba ahora en reconstrucción, y con un nuevo espíritu, decían ellos, una especie de sofisticación persa, con sus ultraconservadores chiítas diluidos en la más tolerante afluencia de refugiados, inmigrantes políglotas e intelectuales del lugar que se llamaban a sí mismos ciros, por el supuesto primer rey de Irán. Esta nueva clase de patriotismo iraní resultó muy interesante a los de Nsara, puesto que parecía ser una manera de afirmar cierta independencia del islam sin renunciar a él. Los ciros que estaban en la mesa les informaron alegremente de que ahora hablaban del año no como si fuera el 1423 a.H., sino el 2561 de «la era del rey de los reyes», y uno de ellos se puso de pie para hacer un brindis recitando un poema anónimo que había sido descubierto pintado sobre las paredes de la nueva madraza:

Antiguo Irán, Eterna Persia,

atrapados en la prensa del tiempo y el mundo,

rindiéndose ante él, hermoso persa,

lengua de Hafiz, Firdusi y Jayam,

lenguaje de mi corazón, hogar de mi alma,

eres tú a quien amo si es que amo algo.

Una vez más, gran Irán, cántanos ese amor.

Y los lugareños que estaban entre ellos brindaron y bebieron, a pesar de que muchos eran claramente estudiantes de África, del Nuevo Mundo o de Aozhou.

—Éste es el aspecto que tendrá todo el mundo, a medida que la gente viaje cada vez más —dijo Abdol Zoroush a Budur y a Piali más tarde.

En ese momento, les enseñaba los jardines del instituto, muy grandes, y luego el barrio de la ribera apenas al sur de allí. Había un paseo que se estaba construyendo sobre el río, lleno de cafés y con una vista de las montañas. Zoroush decía del paseo que había sido diseñado teniendo en mente los acantilados de Nsara.

—Queríamos tener algo como en vuestra gran ciudad, a pesar de lo cercados por tierra que estamos. Queremos un poco de esa sensación de apertura.

La conferencia comenzó al día siguiente, y durante toda la semana Budur hizo poco más aparte de asistir a las sesiones sobre diferentes temas relacionados con lo que muchos allí llamaban la nueva arqueología, una ciencia que ya no era sólo una afición de anticuarios ni el brumoso punto de partida de los historiadores. Mientras tanto, Piali desaparecía en los edificios de ciencias físicas para tener reuniones con físicos. Después se juntaban otra vez los dos para cenar con grandes grupos de científicos, teniendo pocas veces la oportunidad de hablar en privado.

Para Budur las presentaciones arqueológicas, provenientes de todas partes del mundo, constituían por sí solas una enseñanza muy emocionante, dejándoles claro a ella y a todos los demás que en la reconstrucción de la posguerra, con los nuevos descubrimientos y el desarrollo de nuevas metodologías y un marco provisional de los comienzos de la historia mundial, estaban siendo testigos del nacimiento de una nueva ciencia y de una nueva comprensión de su intenso pasado. Las sesiones estaban llenas de gente y duraban hasta avanzada la tarde. Muchas de las presentaciones se hacían en los vestíbulos, con los presentadores de pie junto a carteles o pizarras, hablando y haciendo gestos y respondiendo preguntas. Había más sesiones a las que Budur hubiera querido asistir; rápidamente desarrolló el hábito de situarse en el fondo de los salones o de las multitudes que se reunían en los corredores, asimilando el tema principal de la presentación mientras leía por encima el programa y planeaba el recorrido de la hora siguiente.

En uno de los salones se detuvo a escuchar a un anciano de Yingzhou occidental, de ascendencia japonesa o china, según parecía, que hablaba en un extraño persa acerca de las culturas que existían en el Nuevo Mundo cuando había sido descubierto por el Viejo. Pero lo que en realidad le interesaba era el hecho de que fuera conocido de Hanea y de Ganagweh.

—Aunque por lo que se refiere a maquinaria, arquitectura y esa clase de cosas, los habitantes del Nuevo Mundo también existían en las épocas más antiguas, sin animales domésticos en Yingzhou, y apenas cerdos de guinea y llamas en Inca, la cultura de los incas y de los aztecas se parecía algo a lo que estamos descubriendo del antiguo Egipto. De esta manera, las tribus de Yingzhou vivieron como lo hacía la gente en el Viejo Mundo antes de que existieran las primeras ciudades, digamos alrededor de ocho mil años atrás, mientras que los imperios australes de Inca se parecían al Viejo Mundo de hace unos cuatro mil años: una diferencia notable, que sería interesante explicar si fuera posible. Tal vez Inca tenía algunas ventajas topográficas o de recursos, por ejemplo la llama, una bestia de carga que, aunque de aspecto frágil si se la mide con los valores del Viejo Mundo, era más de lo que tenía Yingzhou. Esto ponía más poder a su disposición, y como bien ha dejado claro nuestro presentador el maestro Zoroush, en las ecuaciones de energía utilizadas para juzgar a una cultura, el poder del que dispongan para ejercer presión sobre el mundo natural es un factor crucial en su desarrollo.

»De cualquier manera, el alto grado de primitivismo de Yingzhou nos da en realidad una visión de la estructura social que podría ser como la de las sociedades preagrícolas del Viejo Mundo. En algunos aspectos son curiosamente modernas. Debido a que tenían los productos básicos de la agricultura (cucurbitáceas, cereales, granos y cosas por el estilo) y una pequeña población que mantener en un bosque que proveía gran cantidad de animales de caza y frutos secos, vivían en una economía de preescasez, al igual que ahora nosotros vislumbramos un estado de abundancia creado tecnológicamente en su posibilidad teórica. En ambos, el individuo recibe más reconocimiento como poseedor o poseedora de valores, que lo que recibe un individuo en una economía de la escasez. Y hay menos dominación de una casta por otra. En estas condiciones de comodidad y abundancia material, nos encontramos con el gran igualitarismo de los hodenosauníes, el poder ejercido por las mujeres en su cultura y la ausencia de esclavitud; antes bien, la rápida incorporación de las tribus derrotadas en toda la trama del Estado.

»En la época de los Primeros Grandes Imperios, cuatro mil años más tarde, todo esto había desaparecido, reemplazado por un verticalismo autoritario, con reyes-dioses, una casta de sacerdotes con máximos poderes, permanente control militar y la esclavitud de las naciones vencidas. Estos tempranos acontecimientos, o se debería decir patologías, de la civilización (porque la agrupación de gentes en ciudades aceleró considerablemente este proceso) no han sido tratados hasta ahora, cuando han pasado unos cuatro mil años, en las sociedades más progresistas del mundo.

»Mientras tanto, por supuesto, estas dos culturas arcaicas han desaparecido de este mundo casi por completo, principalmente debido al impacto de las enfermedades del Viejo Mundo en las poblaciones que aparentemente nunca habían estado expuestas a ellas. Curiosamente, fueron los imperios australes los que se vinieron abajo más rápida y completamente, conquistados casi incidentalmente por los ejércitos de oro de los chinos, y luego rápidamente devastados por las enfermedades y el hambre, como si un cuerpo sin la cabeza debiera morir instantáneamente. Mientras que en el norte era completamente diferente, primero porque los hodenosauníes eran capaces de defenderse en las profundidades del gran bosque oriental, sin sucumbir nunca totalmente ni ante los chinos ni ante la incursión islámica desde el otro lado del Atlántico, y segundo porque eran mucho menos susceptibles a las enfermedades del Viejo Mundo, probablemente por haber estado expuestos a ellas anteriormente a través de monjes, comerciantes, cazadores y prospectores japoneses ambulantes, quienes terminaron infectando a la población local en números reducidos, sirviendo en realidad así de inóculos humanos, inmunizando o por lo menos preparando a la población de Yingzhou para una incursión más completa de asiáticos, quienes no tuvieron un efecto tan devastador, a pesar de que por supuesto murió mucha gente y desaparecieron muchas tribus.

Budur reanudó la marcha, pensando en la noción de una sociedad de la abundancia, de la cual nunca había escuchado nada en absoluto en la hambrienta Nsara. Pero era la hora de otra sesión, una asamblea plenaria que Budur no quería perderse, y que resultó ser una de las más concurridas. Trataba sobre la cuestión de los francos perdidos, y sobre por qué la peste los había atacado tan terriblemente.

En este campo, el erudito zott Istvan Romani había realizado muchos trabajos; este investigador había trabajado en toda la periferia de la zona de la peste, en Magyaristán y en Moldavia; y la peste en sí había sido estudiada en profundidad durante la Guerra Larga, cuando parecía posible que uno u otro lado la desencadenara para utilizarla a modo de arma. Ahora se entendía que en los primeros siglos había sido transmitida por pulgas que vivían en las ratas grises, que viajaban en los barcos y las caravanas. Un pueblo llamado Issyk Kul, al sur del lago Balkhash en Turquestán, había sido estudiado por Romani y por un erudito chino llamado Jiang, y habían encontrado en el cementerio de los nestorianos del pueblo pruebas de una gran muerte en masa por la peste alrededor del año 700. Éste había sido aparentemente el comienzo de la epidemia que se había trasladado hacia el oeste por la Ruta de la Seda hasta Sarai, capital en aquella época del kanato de la Horda de Oro. Uno de sus kanes, Yanibeg, había sitiado el puerto genovés de Kaffa, en Crimea, catapultando los cuerpos de las víctimas de la peste sobre los muros de la ciudad. Los genoveses habían arrojado los cuerpos al mar, pero esto no había evitado que la peste infectara a toda la red genovesa de puertos comerciales, incluyendo, finalmente, a todo el Mediterráneo. La plaga se movía de puerto en puerto, daba un respiro durante los inviernos, y luego se reanudaba en el interior la primavera siguiente; este desarrollo siguió así durante más de veinte años. Todas las penínsulas más occidentales del Viejo Mundo fueron devastadas, y la epidemia se movió hacia el norte desde el Mediterráneo y nuevamente hacia el este, hasta Moscú, Novgorod, Copenhague y los puertos bálticos. A finales de esta época la población de Firanja era tal vez el treinta por ciento de lo que había sido antes del comienzo de la epidemia. Luego, en los años cercanos a 777, fecha considerada significativa en aquella época por algunos mulás y místicos sufies, una segunda oleada de la peste —si es que fue la peste— había matado a casi todos los supervivientes de la primera oleada, de manera que los marineros a comienzos del siglo ocho informaron haber visto, generalmente desde el mar, una tierra totalmente despoblada.

Ahora había eruditos expositores que creían que la segunda peste en realidad había sido de ántrax, siguiendo a la peste bubónica; había otros que sostenían la posición opuesta, argumentando que los informes contemporáneos de la primera enfermedad coincidían con las pecas propias del ántrax más a menudo que con las bubas de la peste bubónica, mientras que el golpe final había sido la peste. En esta sesión se explicó que la peste en sí tenía formas bubónica, séptica y neumónica, y que la neumonía provocada por la forma neumónica era contagiosa, muy rápida y mortífera; y la forma séptica, más mortífera aún. Por supuesto que se habían aclarado muchas cosas acerca de estas enfermedades a partir de las desdichadas experiencias de la Guerra Larga.

¿Pero por qué la enfermedad, cualquiera que fuere, o en cualquier combinación, había sido tan mortífera en Firanja y no en otra parte? La asamblea ofreció presentación tras presentación de eruditos que sugerían una hipótesis tras otra. Al final de aquel día, durante la cena, Budur le describió a Pilai todas aquellas hipótesis ayudándose con sus apuntes, y él las escribió rápidamente en una servilleta.

  • Animálculos de la peste que mutaron en la década entre 770 y 780 adoptando una forma y una virulencia similares a las de la tuberculosis o de la fiebre tifoidea.
  • Ciudades de Toscana habían alcanzado enormes poblaciones en el siglo ocho, digamos dos millones de personas, y los sistemas higiénicos se colapsaron y los vectores de la peste quedaron sin control.
  • Despoblación de la primera peste seguida de una serie de terribles inundaciones que acabaron con la agricultura y condujeron al hambre.
  • Forma supercontagiosa del animálculo mutó en el norte de Francia al final de la primera epidemia.
  • La piel pálida de los francos y de los celtas carecía de pigmentos que ayudaran a resistir la enfermedad, de la que dan cuenta las pecas.
  • El ciclo de las manchas solares trastornó el clima y provocó epidemias cada once años, y cada vez con peores efectos...
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