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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (82 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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»Pero entonces vinieron los califas, los sultanes, las divisiones, las guerras, los clérigos y la hadith. La hadith creció por encima del propio Corán; se valieron de cada trozo de misoginia que estuviera disperso en el trabajo esencialmente feminista de Mahoma, y los cosieron a la mortaja con la que envolvieron al Corán, por ser demasiado radical para ser promulgado. Generaciones y generaciones de clérigos patriarcales fomentaron una masa de hadith que no contiene autoridad coránica alguna, reconstruyendo de esta manera una tiranía injusta, utilizando frecuentemente la autoridad falsificada de la transición personal de hombre maestro a hombre alumno, como si una mentira pasada a través de tres o diez generaciones de hombres sufriera de alguna manera una metamorfosis hasta convertirse en una verdad. Pero no es así.

»Y entonces el islamismo, como el cristianismo y el judaismo anteriormente, se estancó y degeneró. Debido a que su expansión fue tan grande, costó más ver aquel fallo y aquel derrumbe; de hecho, no quedó claro sino hasta la mismísima Nakba. Pero esta perversión del islamismo hizo que perdiéramos la guerra. Fueron los derechos de las mujeres, y nada más, los que dieron la victoria a China, a Travancore y a Yingzhou. Fue la ausencia de los derechos de las mujeres en el islam lo que llevó a la mitad de la población a convertirse en un ganado analfabeto e improductivo, y nos hizo perder la guerra. El tremendo progreso intelectual y mecánico que había sido iniciado por los científicos islámicos fue captado y recogido por los monjes budistas de Travancore y por la diáspora japonesa y llevado a alturas insospechables hasta entonces, y esta revolución de la capacidad mecánica fue rápidamente desarrollada por China y por los estados libres del Nuevo Mundo; de hecho, por todos, excepto por Dar al-Islam. Incluso nuestra dependencia respecto de los camellos no llegó a su fin sino hasta que estuvimos en la mitad de la Larga Guerra. Sin un camino más ancho que dos camellos, con todas las ciudades construidas como una kasbah o una medina, todos bien apretados como en un zoco, no pudo hacerse nada en pos de la modernización. Lo único que nos permitía reconstruir de manera moderna era la destrucción del corazón de las ciudades durante la guerra, y lo único que trajo cierto progreso industrial del que valga la pena hablar fue nuestro intento desesperado de defendernos. Pero para entonces, ese progreso era demasiado pequeño y llegaba demasiado tarde.

En este momento, el salón estaba un poco más vacío que cuando Kirana Fawwaz había comenzado su clase, y dos muchachas se habían marchado echando pestes y diciendo que informarían de aquellas blasfemias a los clérigos y a la policía. Pero Kirana Fawwaz se limitó a hacer una pausa para enceder un pitillo y a mover la mano para que se dieran prisa, antes de continuar.

—Pues bien —prosiguió, tranquila, inexorable, implacablemente—, en el período posterior a la Nakba, todo tiene que ser reconsiderado, todo. El islamismo debe ser examinado desde la raíz, incluyendo sus ramas y sus hojas, con un gran esfuerzo para hacerlo bien, si es que tal cosa es posible; con un gran esfuerzo para hacer que nuestra civilización sea capaz de sobrevivir. Pero a pesar de esta evidente necesidad, los regresivos repiten como niños su vieja y estropeada hadith, como si se tratara de hechizos mágicos para hacer aparecer jinns, y en estados como Afganistán o Sudán, o incluso en rincones de la propia Firanja, en los emiratos alpinos y en Skandistán, por ejemplo, la norma hezbollah, y las mujeres son obligadas a usar el chador y a aceptar el hijab y el harén, y los hombres que están en el poder en estos estados intentan simular que aún se vive en el año 300 en Bagdad o en Damasco y que Harón al-Rashid entrará por la puerta para arreglarlo todo. También podrían simular ser cristianos y esperar que vuelvan las catedrales y que Jesús baje del cielo volando.

4

Mientras Kirana hablaba, Budur veía en su mente a los ciegos del hospital; las calles residenciales amuralladas de Turi; el rostro de su padre cuando le leía a su madre; la vista del océano; una tumba blanca en la selva; de hecho toda su vida y muchas otras cosas en las que nunca había pensado antes. Se había quedado con la boca abierta, estaba aturdida, asustada, pero también eufórica, después de aquellas escandalosas palabras, unas palabras que confirmaban todo lo que ella había sospechado en su ignorante, rebelde y furiosa adolescencia, cuando estaba atrapada en la casa de su padre. Se había pasado toda la vida pensando que había algo que estaba seriamente mal en ella, o en el mundo, o en ambos. Ahora parecía que la realidad se había abierto debajo de ella como si fuera una escotilla, mientras todas sus sospechas se confirmaban luminosamente. Budur se quedó sentada, tranquila, y miró fijamente a la mujer que les daba la clase; los que no se habían marchado estaban hipnotizados como si un gran halcón volara sobre sus cabezas formando círculos, hipnotizados no solamente por el furioso análisis de todo lo que había salido mal, sino por la imagen de la historia que Kirana había evocado, la extensa sucesión de acontecimientos que habían conducido a la historia hasta este momento, aquí y ahora en esta ciudad portuaria occidental azotada por la lluvia; hipnotizados por el oráculo del tiempo en sí, hablando con su apremiante, áspera y estridente voz de grajo. Ya habían pasado tantas cosas, nahdas y nakbas, una y otra vez; ¿qué podía decirse después de tanto horror? Era necesario tener valor incluso para intentar hablar de esas cuestiones.

Pero estaba muy claro que a esta Kirana Fawwaz no le faltaba valor. En ese momento se detuvo, y miró a su alrededor: la sala estaba medio vacía.

—Muy bien —dijo con entusiasmo, dibujando una breve sonrisa sardónica a la asombrada mirada de Budur, de alguna manera como la de los peces que vendían en el mercado—. Parece que hemos quitado de aquí a todos los que podíamos. Se han quedado los de corazón valiente, los que están dispuestos a lanzarse a ese país oscuro que es nuestro pasado.

Los de corazón valiente o los de miembros débiles, pensó Budur, echando un vistazo a su alrededor. Un viejo soldado manco observaba imperturbablemente. El otro, al que le faltaba un ojo, aún seguía a su lado. Varias mujeres de diferentes edades estaban sentadas mirando a su alrededor un tanto intranquilas, moviéndose nerviosamente en su asiento. A Budur, algunas le parecieron mujeres de la calle, y una de ellas sonreía. Aquello no era lo que Budur había imaginado cuando Idelba le había hablado de la madraza de Nsara y del Instituto de Estudios Superiores; los restos de Dar al-Islam, de hecho, los penosos supervivientes de la Nakba, los cisnes en invierno; mujeres que habían perdido a sus esposos, a sus prometidos, a sus padres, a sus hermanos; mujeres que se habían quedado huérfanas y ya no habían tenido posibilidad de conocer a un hombre; y los propios heridos de guerra, incluyendo a un veterano ciego como los oyentes de Budur, el manco y el del parche en el ojo que estaban en la sala; también una madre y una hija hodenosauníes, muy dignas y seguras de sí mismas, tranquilas, interesadas, pero sin nada que perder; también un estibador con la espalda rota, que parecía estar allí sobre todo para no tener que soportar la lluvia al menos durante seis horas a la semana. Ésos eran los que se habían quedado: almas perdidas de la ciudad que buscaban un techo donde hubiera algo que ocupara su tiempo, no estaban seguros de qué. Pero tal vez, al menos de momento, bastaría con quedarse allí y escuchar la dura clase de Kirana Fawwaz.

—Lo que quiero hacer —dijo entonces— es cortar todas las historias, los millones de historias que hemos construido para defendernos de la realidad de la Nakba, para conseguir alguna explicación. Para poder entender el significado de lo que ha ocurrido, ¿lo entendéis? Ésta es una introducción a la historia, como Khaldun, sólo que hablado entre nosotros, conversando entre nosotros. Os sugeriré varios proyectos para que investiguemos más a medida que vayamos avanzando. Ahora, ¿qué os parece si vamos a tomar algo?

Los condujo afuera, en el ocaso de la larga tarde norteña, hasta un café detrás de los muelles, donde encontraron a alguna gente conocida de Kirana que ya estaba allí comiendo algo o fumando o aspirando de un narguile comunal o bebiendo pequeñas tazas de espeso café. Se sentaron y hablaron durante el largo crepúsculo, y más tarde toda la noche, los muelles detrás de las ventanas desiertos y tranquilos, las luces del otro lado del puerto garabateando sobre el agua negra. Resultó ser que el hombre con el parche en el ojo era amigo de Kirana; se llamaba Hasán y él mismo se presentó a Budur y la invitó a sentarse en el banco que estaba junto a él y su grupo de amigos, entre los que había cantantes y actores del instituto y de los teatros de la ciudad.

—Mi compañera de clase, me atrevo a decir —dijo Hasán a los demás —, se quedó bastante sorprendida con las primeras palabras de nuestra profesora.

Budur asintió tímidamente con la cabeza, y todos rieron. Luego pidió una taza de café.

La conversación alrededor de las sucias mesas de mármol era generalizada, tal como sucedía siempre en aquellos lugares, incluso en Turi. Las noticias en los periódicos. Interpretaciones de la guerra. Cotilleos acerca de los oficiales de la ciudad. Comentarios sobre obras de teatro y de cine. A veces Kirana callaba y escuchaba, a veces seguía hablando como si aún estuviera en la clase.

—Irán es la uva de la historia, siempre la están pisando.

—Algunas cosechas son mejores que otras...

—... así que para ellos todas las grandes civilizaciones tienen que ser finalmente pisoteadas.

—Esto no es más que la repetición de al-Katalan. Es demasiado sencillo.

—La historia del mundo debe ser algo sencillo —dijo el viejo soldado manco. Budur se enteró de que su nombre era Naser Shah; cuando hablaba firanjic, el acento revelaba su origen iraní—. El truco es llegar hasta las causas de las cosas, para encontrarle un sentido general a la historia.

—Pero, ¿y si no lo tiene? —preguntó Kirana.

—Desde luego que lo tiene —dijo Naser con tranquilidad—. Todas las personas que han vivido alguna vez en la Tierra han actuado juntas para crear la historia del mundo. Es una sola historia. Algunas pautas en ella son evidentes. Las teorías colisionarias de Ibrahim al-Lanzhou, por ejemplo. No cabe duda de que son sólo yin y yang otra vez, pero hacen que resulte bastante claro que mucho de lo que nosotros llamamos progreso viene del choque entre dos culturas.

—Progreso por colisión, ¿qué clase de progreso es éste, habéis visto el otro día los tranvías después de que uno de ellos se saliera de las vías?

—Las civilizaciones centrales de al-Lanzhou representan a las tres religiones lógicamentre posibles —dijo Kirana—, con el islam que cree en un dios único, la India en muchos dioses y China en ninguno.

—Por eso ganó China —dijo Hasán, su único ojo brillando con picardía—. Resultó ser que tenían razón. La Tierra se coaguló a partir del polvo cósmico, la vida apareció y evolucionó hasta que cierto simio hizo más y más sonidos, y ahí comenzó todo. Allí nunca tuvo nada que ver un dios, ni nada sobrenatural, ni almas eternas que se reencarnan una y otra vez. Los chinos son los únicos que realmente se enfrentan a eso y nos enseñan el camino con su ciencia, honrando únicamente a sus ancestros, trabajando exclusivamente para sus descendientes. ¡Y así nos dominan a todos!

—Lo que pasa sencillamente es que ellos son más —dijo una de las mujeres de dudoso vivir.

—Pero pueden mantener a más gente en menos tierra. ¡Esto prueba que tienen razón!

—El punto fuerte de cada cultura también puede ser su punto débil — dijo Naser—. Eso lo vimos en la guerra. La irreligiosidad de los chinos los hizo espantosamente crueles.

Aparecieron las mujeres hodenosauníes de la clase y se unieron a ellos; ellas también eran conocidas de Kirana. Kirana les dio la bienvenida.

—¡Aquí están nuestras conquistadoras —les dijo—, una cultura en la que las mujeres tienen poder! Me pregunto si podríamos juzgar a las civilizaciones por el comportamiento de sus mujeres.

—Ellas las han construido todas —proclamó la mayor de las mujeres que estaban allí, que hasta ahora se había limitado a hacer punto. Tenía por los menos ochenta años, por lo tanto había vivido gran parte de la guerra, prácticamente toda ella—. No existen civilizaciones sin el hogar que cada mujer construye desde dentro.

—Bueno, ¿entonces cuánto poder político han tenido las mujeres? ¿Acaso sus hombres se sienten cómodos con la idea de que las mujeres tengan ese poder?

—Eso vendría a ser China.

—No, en el caso de los hodenosauníes.

—¿Y los de Travancore?

Nadie se atrevía a decirlo.

—¡Esto tendría que ser investigado! —dijo Kirana—. Éste será uno de vuestros proyectos. Una historia de las mujeres en las culturas del mundo: qué han hecho como criaturas políticas, cómo les ha ido. El hecho de que esto haya faltado en el análisis de la historia tal y como la hemos visto hasta ahora, es señal de que aún vivimos en las ruinas del patriarcado. Y en ningún sitio esto es más cierto que en el islam.

5

Por supuesto, Budur contó a Idelba todo acerca de la clase de Kirana y de la reunión en el café después de la clase, describiéndolos a todos llena de entusiasmo mientras lavaban los platos y hacían la colada. Idelba asentía con la cabeza y hacía preguntas, interesada; pero al final dijo:

—Espero que sigas trabajando mucho en el curso de estadística. Uno se puede pasar la vida hablando de esas cosas, pero los números son lo único que te llevará a alguna parte.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que el mundo funciona con números, con leyes físicas que se expresan matemáticamente. Si las conoces, comprenderás mejor todas las cosas. Y también poseerás alguna habilidad para trabajar. Por cierto, creo que puedo conseguirte un empleo: hay que lavar la cristalería en el laboratorio. Te vendrá bien, te dejará un poco más de dinero y te enseñará que se necesitan ciertas habilidades para trabajar. No te dejes absorber por el remolino de las charlas de café.

—¡Pero eso puede ser bueno! Aprendo tanto, no solamente sobre la historia, sino también sobre el significado de las cosas. Ayuda a aclararlas, como soliamos hacer en el harén.

—¡Exactamente! ¡En el harén puedes hablar todo lo que quieras! Pero el instituto es el único sitio donde puedes aprender ciencias. Ya que te has tomado la molestia de venir aquí, bien podrías aprovechar lo que se te ofrece.

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