Jude se reclina en la silla, apoya el pie sobre la rodilla y sigue mirándome a los ojos.
—¿Qué es lo que tramas exactamente? —pregunta con el ceño fruncido, como si de verdad estuviera preocupado—. Parece que lo único que haces estos días es trabajar. —Baja el pie al suelo y se inclina hacia mí. Apoya el brazo vendado sobre el escritorio antes de añadir—: ¿Te das cuenta de que estamos en verano? ¡Verano en Laguna Beach! La mayoría de la gente sueña con disfrutar de una oportunidad como esta, pero tú ni siquiera la aprecias. Créeme, si no estuviera vendado hasta arriba, saldría a surfear y a disfrutar de todo mi tiempo libre. Además, y corrígeme si me equivoco, ¿no es tu primer verano aquí?
Respiro hondo al recordar que el verano pasado me pilló herida, hospitalizada, convertida en una reciente huérfana cargada de nuevos poderes psíquicos que no era capaz de soportar, creyendo, ingenua de mí, que las cosas no podían ir a peor. Apenas puedo creer que haya pasado solo un año desde que mi vida cambió tanto.
—Puedo apañármelas con la tienda. Demonios, hasta puedo ir solo al médico… ¿Qué más da que llegue tarde? Pero, te lo ruego, hazte un favor y descansa un poco. Hay todo un mundo fuera esperando a que lo explores. Pasas demasiado tiempo encerrada, y eso… no es sano.
Me planto delante de él convertida en un manojo de nervios… un anuncio ambulante de la vida perjudicial para la salud, un anuncio que examina la estancia con desesperación en busca de una salida.
—¿Ever? ¿Te encuentras bien? —Se inclina hacia mí.
Niego con la cabeza, incapaz de responder, incapaz de hablar. Roman está fuera. Siento que se acerca. Acaba de salir de su tienda y pasea por las calles, cada vez más cerca de mí. Y sé que solo es cuestión de tiempo, quizá de un minuto o dos como máximo, que la antigua yo desaparezca y sucumba al monstruo de mi interior.
Me aferró al borde del escritorio con tanta fuerza que se me ponen los nudillos blancos. Intento calmarme, horrorizada ante la idea de que alguien pueda verme así. Necesito salir antes de que sea demasiado tarde.
Rodeo el escritorio en un abrir y cerrar de ojos hasta situarme al lado de Jude. Aprieto con fuerza el yeso que le rodea su brazo antes de decirle:
—Si quieres que te lleve, tenemos que irnos ya… ¡No puedo esperar!
Jude se pone en pie con cierta dificultad y me mira con expresión preocupada.
—No te ofendas, Ever, pero no sé si subirme a un coche contigo. Pareces un poco… desquiciada, por decirlo con suavidad. —Se frota los labios y sacude la cabeza mientras sus ojos verde mar se clavan en los míos en un vano intento de conexión. No puede hacerlo porque estoy perdida, ahogada, casi desaparecida…—. En serio, creo que deberías salir fuera, tomar aire fresco y respirar hondo unas cuantas veces. Te asombraría el efecto beneficioso que puede tener.
Y por bien que suene lo que dice, por buenas que sean sus intenciones, sé que se equivoca. Fuera es el último sitio donde debo estar. Ahí es donde está Roman, que se acerca más cada segundo que pasa. Además, no me refería a salir fuera cuando dije que deberíamos irnos. Y aunque no me he parado a pensarlo bien, aunque en realidad no he sopesado la lista de pros y contras desde que se me ocurrió esa idea hace unos días, no hay tiempo que perder. Nos vamos, los dos, porque sin importar lo que ocurra allí, quedarse aquí sería sin duda mucho peor.
Con el corazón en vilo, el pulso frenético y Roman cada vez más cerca… agarro el brazo de Jude con más fuerza. Tengo la esperanza de que esto, al menos, me salga bien, a pesar de que todo lo demás ha fracasado.
Espero poder llegar al único lugar en el que todavía puedo seguir siendo yo misma.
Cuando me fijo en que su expresión desprende alarma y perplejidad, comprendo que si no lo hago rápido, será demasiado tarde para mí.
Demasiado tarde para todos nosotros.
Estaré con Roman.
La magia oscura ganará la partida.
—Sé que parece una locura —le digo con voz trémula y vacilante— pero necesito que cierres los ojos e imagines un portal resplandeciente de luz dorada justo delante de ti. Concéntrate con todas tus fuerzas y no hagas preguntas. Confía en mí.
A
travesamos el portal juntos y aterrizamos sobre la maravillosa y tupida hierba antes de ponernos en pie. Y lo primero que hago es girarme hacia Jude y señalar sus brazos.
—¡Mira! —exclamo.
Jude baja la mirada y abre los ojos como platos al contemplar sus brazos desnudos. Luego me observa aturdido.
—¿En tus estudios metafísicos no has oído mencionar nunca un lugar llamado Summerland? —Sonrío mientras relajo los hombros y la cara… Todo en mí se relaja, libre del monstruo que mora en mi interior… aunque sea por poco tiempo.
Jude mira a su alrededor y entorna los párpados para contemplar, a través de la neblina resplandeciente, los árboles trémulos, con las ramas combadas por el peso de sus jugosos frutos maduros, las enormes flores de pétalos palpitantes y las rápidas aguas del arroyo irisado que pasa a nuestro lado.
—¿Es esto? —pregunta con un gesto de asombro—. ¿Existe de verdad?
Asiento. Cualquier tipo de reparo ante la idea de traerlo aquí desaparece de repente. El hecho de que fuera una equivocación traer a Ava no significa que vaya a ocurrir lo mismo con Jude. Son personas muy diferentes. Él es muy diferente. Está mucho más evolucionado de lo que Ava lo estará jamás.
—¿Que por qué te he traído aquí? —Me echo a reír al leer la pregunta de su mente que aún no ha pronunciado.
Le envío la respuesta por vía telepática:
Para curarte, ¡por supuesto!
Aunque procuro ocultar la otra razón, mucho más apremiante, que es poder curarme a mí misma.
Los pensamientos son energía
, añado al ver su expresión desconcertada.
Puedes percibirlos, oírlos, incluso crear algo con ellos. Pero si prefieres ir al hospital, no me cuesta nada volver a crear el portal…
Jude está a punto de hablar cuando en el último momento cambia de opinión y decide comunicarse con el pensamiento. Al principio cierra los ojos para concentrarse, pero pronto se da cuenta de que es muy fácil, así que me mira y deja que las palabras fluyan directamente hasta mi mente:
No puedo creer que hayas tardado tanto en traerme aquí. ¡No puedo creer que me hayas dejado sufrir así!
Suelto una carcajada y asiento con la cabeza. Sé que la mejor forma de compensárselo es mostrarle todas las cosas que se pueden hacer en este lugar.
—Cierra los ojos —le pido, y él obedece sin rechistar. Confía tanto en mí que no puedo evitar ruborizarme—. Ahora piensa en algo que desees… cualquier cosa; pero asegúrate de que lo quieres de verdad, porque en un instante será tuyo… ¿Preparado?
Apenas he acabado de hablar cuando me encuentro sentada en una playa de arenas rosadas, observando cómo mi amigo avanza en un océano formado por las aguas azules más hermosas para surfear en una serie de olas perfectas.
—¡¿Has visto esos tubos?! —pregunta a voz en grito, con la tabla sujeta bajo el brazo mientras se abre camino en el agua—. ¡Increíble! ¿Seguro que no estoy soñando?
Sonrío al recordar mi primer viaje a Summerland, lo entusiasmada que estaba. No importa cuántas veces regrese, la magia de poder manifestar cosas a semejante escala nunca se desvanece.
—No es un sueño. —Me echo a reír al ver los regueros de agua salada que los mechones de cabello dejan sobre su pecho y sobre la cinturilla del bañador negro y gris de cadera baja. De pronto me siento abrumada por esa calma lánguida que me proporciona su proximidad, y me apresuro a apartar la mirada—. Créeme, es mucho mejor que un sueño —le digo al acordarme de que, últimamente, la mayoría de mis sueños se transforman en pesadillas.
Bueno, ¿y ahora qué?
Deja la tabla en la arena y me mira.
Me encojo de hombros.
Es tu momento, así que depende de ti. Cualquier cosa que elijas me parecerá bien
. Intento parecer alentadora y agradable, pero lo cierto es que cuanto más tiempo esté aquí, más tiempo durará mi excusa para evitar el plano terrestre, donde me aguardan todos mis problemas.
Jude respira hondo, cierra los ojos y hace desaparecer la tabla y la playa para sustituirlas por el circuito de Indianápolis. Recorre la pista a una velocidad infernal mientras yo voy sentada tras él, animándolo a seguir. Y justo cuando estoy segura de que no podré soportar otra monótona vuelta, convierte el escenario en una encantadora cafetería del puerto de Sidney, con magníficas vistas sobre el puente, el agua y el palacio de la ópera.
Alza su vaso hacia el mío y dice:
—Me parece que no te gusta mucho Indianápolis.
Doy un sorbo al refresco y hago una mueca al comprobar lo dulce que está, acostumbrada como estoy al toque amargo del elixir. De pronto las aguas resplandecientes australianas desaparecen y son sustituidas por un paisaje de molinos de viento, tulipanes y canales. Un paisaje que solo puede significar una cosa.
—¿Amsterdam? —La palabra retumba en mi garganta y me recuerda el pasado que compartimos, cuando él era Bastiaan de Kool y yo su musa. Y no puedo evitar preguntarme si él también lo percibe. Como si ahora que estamos aquí, esos antiguos recuerdos pudieran volver a su lugar de algún modo… aunque a mí no me ocurrió eso.
Alza los hombros en un gesto despreocupado, sorprendido por mi reacción.
—Nunca he estado allí —asegura—. Pensé que sería una buena idea, pero si prefieres ir a algún otro sitio…
Y antes de que pueda negarme, antes de que tenga oportunidad de decirle que puede disfrutar de esa fantasía durante el tiempo que desee, me encuentro sentada en una góndola veneciana, ataviada con un elaborado vestido de colores pastel, con un collar de piedras preciosas en el cuello. Estoy apoyada sobre un montón de almohadones de terciopelo rojo mientras contemplo los magníficos edificios que flanquean nuestra ruta, aunque miro a Jude de reojo de vez en cuando. Ahora lleva pantalones negros, una camiseta a rayas y uno de los tradicionales sombreros de paja venecianos. Nos impulsa con la pértiga a través de las aguas calmadas del canal.
—Oye, esto se te da muy bien… —Me echo a reír, decidida a olvidar mi locura holandesa de un rato antes y a disfrutar del momento. Cierro los ojos para añadir un ligero toque de brisa… una brisa que hace volar su sombrero hasta el agua.
—Es algo muy natural —dice mientras hace aparecer un nuevo sombrero sobre su cabeza—. Seguro que fui un tipo de esos en una vida anterior… uno de esos que dejó un asunto pendiente sin resolver. —Deja de remar y se apoya sobre la pértiga—. Quiero decir que, si en realidad nacemos para corregir los errores del pasado y avanzar hacia el verdadero conocimiento, es posible que hace mucho tiempo llevara a una hermosa chica como tú y me distrajera tanto con su belleza y su encanto que hiciera volcar la embarcación y acabara en naufragio…
—¿Y quién se ahogó? —pregunto con voz cortante, mucho más seria de lo que pretendía.
—Yo. —Suspira con aire dramático, pero sonríe al añadir—: ¿Quién si no? La doncella, por lo visto, fue rescatada por un apuesto hombre moreno y alto que tenía un barco más grande. Y después de subirla a bordo a toda prisa, de abrigarla y secarla, probablemente la resucitó con un perfecto boca a boca, y luego le regaló no solo su atención, sino también una serie de obsequios, cada uno más impresionante que el anterior, hasta que ella por fin dejó de hacerse de rogar y accedió a casarse con él. Y ya sabes cómo termina el cuento, ¿verdad?
Niego con la cabeza. Tengo un nudo en la garganta que me imposibilita hablar. Soy consciente de lo que pasa por su cabeza, sé que ha creado un inofensivo cuento de hadas, pero no logro quitarme de encima la impresión de que este cuento en particular se acerca mucho más a la verdad de lo que él se cree.
—Bueno, ambos disfrutan de una vida larga, lujosa e increíblemente feliz… hasta que mueren de viejos y se reencarnan para poder disfrutar del placer de encontrarse el uno al otro y repetirlo todo de nuevo.
—¿Y qué pasa con el gondolero? ¿Qué le ocurre a él? ¿Qué te ocurre a ti? —pregunto, aunque en realidad no sé si quiero oírlo—. Estoy segura de que recibe alguna recompensa por reunir a dos almas gemelas, ¿o no?
Se encoge de hombros, aparta la mirada y empieza a remar una vez más.
—El gondolero está condenado a repetir la misma escena patética una y otra vez, a desear siempre lo que está destinado a otro. El mismo guión, aunque en diferentes lugares y épocas. La historia de mi vida… o de mis vidas, mejor dicho.
Y aunque se echa a reír, no me invita a unirme a él. Se trata de una risa solitaria y poco contagiosa, demasiado cargada de certidumbre como para dejar espacio al humor. Su pequeña historia se acerca tanto a la verdad de nuestra relación que ni siquiera soy capaz de mediar palabra.
Lo recorro con la mirada mientras me pregunto si debería contárselo… si debería hablarle de mí, de nosotros. Pero ¿de qué serviría? Tal vez Damen tuviera razón al decir que no estamos creados para recordar nuestras vidas pasadas, que la vida no debe ser como un libro abierto. Todos tenemos nuestro propio karma, nuestros propios obstáculos que superar, y, al parecer, me guste o no, puede que yo sea uno de los obstáculos de Jude.
Me aclaro la garganta, dispuesta a acabar con esto y a abordar la tercera razón por la que estamos aquí. Esa que en realidad no se me ha ocurrido hasta ahora. Con la esperanza de que nos beneficie a los dos y de que no sea otro de mis horribles errores, le digo:
—¿Qué te parece si nos marchamos de aquí? Hay algo que quiero que veas.
—¿Un lugar mejor que este? —Saca la pértiga del agua y señala los alrededores con ella.
Asiento con la cabeza y cierro los ojos un instante para hacernos regresar al enorme prado fragante, donde Jude recupera su ropa normal (sus vaqueros desgastados, la camiseta con el símbolo de Om y las chanclas) y yo abandono el vestido encorsetado para recobrar los pantalones cortos, la camiseta de tirantes y las sandalias. Lo conduzco a lo largo del arroyo hasta el camino; luego seguimos el callejón hasta el bulevar, donde se encuentran los Grandes Templos del Conocimiento.
Me giro hacia él y le digo:
—Tengo que hacerte una confesión.
Me mira y alza la ceja partida en un gesto expectante.
—Yo… no te he traído aquí solo para curarte. —Se detiene y me observa de una forma que hace que yo también deje de andar. Respiro hondo, a sabiendas de que esta es mi oportunidad, que estoy en el único lugar donde podré decírselo. Yergo los hombros, alzo la barbilla y continúo—: En realidad necesito que hagas algo… por mí.