Un pulso que no se aplaca lo más mínimo cuando veo que Jude se acerca a nosotros.
Se detiene un segundo para saludarme con una breve inclinación de cabeza antes de concentrarse en Damen. Los dos se ponen rígidos, yerguen la espalda, cuadran los hombros y sacan pecho… una reacción tan primitiva que me recuerda lo que Jude me dijo la otra noche… lo de la competición por mí.
Los dos son chicos guapísimos, inteligentes y con mucho talento. Y luchan por mí. Y lo único en lo que yo puedo pensar es en la habitación de al lado. En el chico que sale con mi amiga. En el que es tan diabólico como irresistible.
Damen señala los brazos vendados de Jude y dice:
—Eso debe de doler.
Y por la forma de decirlo, por su voz y la expresión de su cara… bueno, no puedo evitar preguntarme si se refiere al dolor físico o al emocional, ya que todos sabemos que la culpa de que esté así es mía.
Jude alza los hombros en un gesto de indiferencia que hace que su cabello caiga sobre sus brazos. Me mira y dice:
—Bueno, he estado mejor. Pero Ever hace todo lo que puede para enmendarse.
Miles nos mira con la frente y la nariz arrugadas.
—Espera un momento… ¿Estás diciendo que fue Ever quien te hizo eso?
Echo un vistazo a Jude. No tengo ni idea de lo que va a responder, así que suelto un suspiro de alivio al ver que niega con la cabeza y se echa a reír.
—Me está ayudando en la tienda. —Vuelve a encogerse de hombros—. Solo me refería a eso… No es nada siniestro… ni tan vergonzoso como que una chica te dé una paliza.
Y en el segundo en que lo dice, me echo a reír, en parte porque todo el mundo se ha quedado callado, atrapado en una telaraña de tensión tan gruesa que habría que cortarla con un hacha… y en parte porque me siento tan mal, tan nerviosa y atolondrada, que no se me ocurre otra cosa. Por desgracia, me sale una risa espantosa. Una risa aguda, chillona y desesperada que solo consigue incrementar la incomodidad del momento.
Damen permanece a mi lado, estoico, decidido a hacer lo mejor para nosotros… para mí… aunque no está muy seguro de qué es lo mejor. Y yo me siento tan mal por haber causado este lío, por ser una novia horrible, por desear a la persona que nos ha arruinado la vida, que cierro los ojos un segundo y le envío un ramo de tulipanes rojos telepáticos en un intento por compensárselo de algún modo. Pero en lugar de las flores que pretendía mandarle, recibe un manchurrón rojo sostenido por unos endebles tallos verdes. El ramo más desastroso que he creado en mi vida.
Damen se gira un poco para mirarme con expresión preocupada, y Jude aprovecha el momento para hablar.
—Bueno, yo me marcho ya. Así que, Miles… —Da un golpe con la escayola en la palma de Miles, un gesto a medio camino entre una palmada y un apretón de manos—. Ever…
Se gira hacia mí y me mira a los ojos durante unos segundos demasiado largos, lo bastante como para que me sienta incómoda. Lo bastante como para que todo el mundo se dé cuenta de ello. Y no puedo evitar preguntarme si lo ha hecho a propósito, para que Damen sepa que acudo a él en los momentos de necesidad, o si en realidad se le da mal mentir y se esfuerza por ocultar el secreto que compartimos. Posa los ojos en Damen, y ambos intercambian una mirada llena de significados que no logro descifrar. Jude solo se aparta cuando Miles lo empuja hacia la puerta principal. Y eso es todo lo que hace falta para convencerme de que debo hacer lo correcto. Debo dejar de alejar a Damen. Debo sincerarme con él y aceptar la ayuda que me ha ofrecido.
Me doy la vuelta, me aferró a su brazo y busco sus ojos, dispuesta a contarle la sórdida historia. Sin embargo, se me cierra tanto la garganta que las palabras se quedan atascadas y apenas puedo respirar, de modo que lo que iba a ser una confesión se convierte en un ataque de tos, balbuceos y una cara roja como un tomate.
Y cuando Damen me rodea con los brazos y me pregunta si estoy bien, estoy a punto de apartarlo de un empujón. Pero no lo hago; reúno toda mi fuerza de voluntad para contener el impulso lo mejor posible. Agacho la cabeza, cierro los ojos y espero a que pase el estallido. Sé que ya no tengo el control de mí misma ni de nada. El monstruo se ha alzado, y, despierto del todo, no va a dejar que Damen se interponga entre Roman y yo.
Miles cierra la puerta cuando Jude se marcha y se gira hacia nosotros para decir:
—Una situación de lo más rarita. —Suspira y sacude la cabeza.
Meto la mano en el bolso y empiezo a rebuscar con aire frenético hasta que encuentro lo que quiero. La pequeña parte cuerda que queda de mí sabe que debo alejarme de esta situación, entregar el regalo y largarme de allí antes de que sea demasiado tarde, antes de que esa extraña magia me controle por completo y me obligue a hacer algo de lo que a buen seguro me arrepentiré. Roman se acerca. Noto su proximidad. Necesito irme de aquí mientras aún pueda hacerlo.
—No podemos quedarnos mucho, pero quería darte esto —le digo con la esperanza de que no note el temblor de mis manos cuando le entrego el diario encuadernado en cuero que compré. Me concentro en respirar con lentitud, decidida a mantener a raya a la bestia, y contemplo cómo desliza la mano por la cubierta antes de hojear las páginas del interior—. Bueno, sé que seguramente contarás todo el viaje en el blog —le digo intentando que mi voz no suene histérica—, pero cuando no tengas acceso a internet o quieras que sea privado, podrás escribir aquí.
Miles sonríe y me mira antes de decir:
—¿Primero una fiesta y ahora un regalo? ¡Me estás mimando mucho, Ever!
Y aunque le respondo con una sonrisa, lo cierto es que apenas he prestado atención a sus palabras, que quedan eclipsadas por la presencia de Roman.
En el instante en que lo veo, el intruso se hace con el poder, aplasta sin problemas lo poco de mi persona que había logrado sobrevivir hasta ahora y lo reemplaza de inmediato con un insistente latido cada vez más fuerte.
Un latido que no se detendrá hasta que Roman y yo nos unamos en un solo ser.
Consciente del cambio de energía en mí, Damen me aprieta entre sus brazos. Es evidente que tiene los nervios a flor de piel. Permanece en calma y dispuesto a cualquier cosa mientras Misa, Marco v Rafe se despiden de Miles. Haven, ataviada con un vestido morado que resalta el brillo de su piel pálida y perfecta, es la siguiente. Sus ojos brillantes se clavan en mí mientras sus dedos llenos de anillos tabalean sobre sus caderas. Si todavía tuviera aura, sería sin duda una sólida pared de un color rojo vivo y resplandeciente.
Pero no necesito ver su energía para saber lo que siente o lo que piensa. Es exactamente igual que yo… una inmortal ciega que solo tiene un objetivo en mente: Roman. Está dispuesta a hacer lo que haga falta para dejar claros sus derechos sobre él.
Me mira de la cabeza a los pies, tan segura de sus poderes y de sus flamantes habilidades que me descarta con un despreocupado gesto de indiferencia.
Se inclina hacia Miles para darle un breve abrazo de despedida y se aparta rápidamente para que Roman pueda darle uno de esos abrazos masculinos con palmaditas en la espalda. Todavía tiene las manos sobre los hombros de mi amigo cuando dice:
—No lo olvides: en cuanto cruces el Ponte Vecchio, baja por el callejón, gira en la primera esquina a la izquierda y luego a la izquierda otra vez. Es la tercera puerta de la derecha. Una enorme puerta roja, no tiene pérdida. —Sus ojos tienen un millón de puntitos luminosos cuando mira a Damen y ve que su rostro se ha quedado pálido—. El paseo merece la pena, colega, créeme. —Se gira de nuevo hacia Miles—. Qué demonios, pregúntaselo a Damen… ¿Tú no crees que merece la pena, Damen? Seguro que conoces el lugar, ¿verdad?
Damen mira a Roman con la mandíbula apretada y los párpados entornados, luchando por conservar la calma.
—No puedo decir que sí —replica con tono sereno.
Sin embargo, Roman lo observa con suspicacia, ladea la cabeza y dice con un marcado acento londinense:
—¿Estás seguro, colega? Juraría haberte visto por allí en alguna ocasión…
—Lo dudo —asegura Damen con voz seca y el desafío pintado en la mirada.
Roman se echa a reír, levanta los brazos en un gesto de rendición y se gira hacia mí para despedirse. —Ever…
Y eso es lo único que hace falta. En el momento en que sus labios pronuncian mi nombre empiezo a derretirme.
Me convierto en un líquido ardiente.
Un líquido dispuesto a seguirlo allí donde vaya.
Avanzo hacia él, hechizada por sus ojos de color azul acero. Cada pequeño paso me acerca más a las imágenes que se desarrollan en su cabeza… las que él ha colocado para mí. Imágenes que muestran justo el tipo de cosas que antes me habrían repugnado, que me habrían hecho desear darle un puñetazo en todos los chacras y acabar con él de una vez.
Pero ahora no.
Ahora me dejan casi sin aliento y tan excitada que me muero por estar a su lado.
Damen estira el brazo hacia mí, tanto física como mentalmente, e intenta enviarme sin éxito un mensaje para que regrese a su lado. Sus pensamientos son una especie de murmullos enmarañados sin ningún sentido, una letanía de palabras que no me interesan en absoluto.
Roman es el único que me importa en estos momentos.
Es mi sol, mi luna y mis estrellas, y me haría muy feliz poder orbitar a su alrededor.
Doy un paso más. Me tiemblan las manos, me duele el cuerpo. Anhelo el contacto frío de su piel. Me da igual quién lo vea, me da igual lo que piensen… lo único que quiero es alimentar al monstruo de mi interior.
Y justo cuando estoy a punto de hacerlo, a punto de dar el salto final, él pasa a mi lado y sale al exterior en dirección a su coche, dejándome desequilibrada, insegura, jadeante y confundida…
Miles está a mi lado sin saber muy bien qué hacer. Damen me mira con preocupación.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para mantener la compostura, al menos mientras Miles esté presente, Damen retoma la conversación donde la había dejado.
—Puede decirse que el gusto de Roman en cuestión de arte es, en el mejor de los casos, chabacano. cíñete a los lugares de mi lista y no te sentirás decepcionado. —Su rostro parece tranquilo, relajado, pero sé que por dentro está de cualquier manera menos eso. La energía que emana de él me dice algo muy diferente.
Y desearía que eso me importara como se supone que debe importarme… como me importará una vez que los latidos se apaguen y empiece a asimilar lo que acabo de hacer. Pero ese aterrador momento queda reservado para el futuro. En este instante, solo puedo pensar en Roman.
Quiero saber adonde va. Si ella está a su lado.
Y qué puedo hacer para detenerlos.
Miles nos mira. Es más que evidente que desearía poder subirse al avión y dejar atrás todo esto. Se aclara la garganta con nerviosismo y dice:
—Bueno, ¿queréis uniros a la fiesta ahora que esto se ha acabado? Los miembros del reparto están en la sala de juegos, y vamos a representar las partes clave de
Hairspray
dentro de nada.
Damen está a punto de negar con la cabeza cuando se lo impido. Aunque no me apetece nada participar en un musical improvisado, si quiero tener alguna esperanza de salvación, debo quedarme aquí en esta casa, donde estoy a salvo. Si salgo, iré tras él, y no habrá vuelta atrás.
Además, necesito distraerme. No puedo soportar la mirada interrogante de Damen, la expresión dolida de su rostro. Necesito un poco de tiempo para calmarme y centrarme antes de explicarle lo que me está sucediendo.
Le cojo la mano con fuerza y lo guío escaleras arriba con la esperanza de que el velo de energía que flota entre nosotros enmascare mi piel fría y pegajosa. Me adentro en la sala de juegos con una sonrisa y saludo con un gesto de la mano.
Recuerdo el secreto que Miles me contó una vez sobre una buena actuación: lo más importante es proyectar… proyectar… proyectar… Creerse la mentira con tanta convicción que la audiencia también la crea.
D
amen… yo… —intento decirle. Trato de forzar las palabras, pero no quieren salir. Siento la garganta en carne viva, tensa, atascada de nuevo. Como si la bestia supiera lo que quiero hacer y se negara a permitirlo.
Damen me mira con semblante preocupado.
—Vamonos… vamos a Summerland —digo con voz ronca, aunque me asombra poder pronunciar siquiera eso—. Volvamos a Versalles. —Asiento con la cabeza y me giro en el asiento hasta que me encuentro de cara a él para suplicarle con los ojos que se muestre de acuerdo con el plan.
—¿Ahora? —Frena en un semáforo y me observa con los ojos entornados y la frente llena de arrugas, unas señales que indican que me está sometiendo a escrutinio.
Aprieto los labios y me encojo de hombros en un esfuerzo por parecer relajada, despreocupada, como si en realidad no me importara lo que decidiera… cuando lo cierto es que he estado de los nervios desde el momento en que llegamos a casa de Miles hasta que salimos, y lo único que me aplacará, lo único que me permitirá confiar en Damen y pedirle la ayuda que necesito es llegar a Summerland lo antes posible. Aquí, en el plano terrestre, ya no tengo el control de mi cuerpo.
—Creí que te gustaba estar allí —le dije sin mirarlo a los ojos—. Después de todo, fuiste tú quien lo creaste.
Asiente… de esa manera suya que indica que no solo intenta ser paciente, sino que también oculta lo que piensa. Y la verdad es que no puedo soportarlo. En serio, no lo aguanto. Solo quiero largarme… ya, antes de que este extraño invasor se adueñe de mí por completo.
—Y me gusta —dice con voz grave y mesurada—. Tal y como has señalado, fui yo quien lo creó. Y aunque me alegra ver que te encanta ese lugar… también estoy algo preocupado.
Doy un soplido para apartarme el pelo de la cara y me cruzo de brazos, intentando ocultar la irritación que siento. Porque lo cierto es que no puedo perder más tiempo.
—Ever, yo…
Estira el brazo hacia mí, pero me encojo para impedir que me toque. Otro de los síntomas involuntarios de mi horrible adicción. El motivo por el que necesito salir de este lugar.
Damen sacude la cabeza y me mira con tristeza antes de decir:
—¿Qué es lo que te pasa? Hace días que no eres la misma. Y hace un momento, en casa de Miles… —Echa un vistazo por encima del hombro mientras realiza un cambio rápido de carril—. Bueno, odio tener que admitirlo, pero en el instante que viste a Jude… no sé, digamos que se produjo un cambio evidente en tu energía. Y luego, cuando Roman entró en la sala… —Traga saliva con fuerza y aprieta la mandíbula. Se toma un momento para recomponerse antes de añadir— : Ever, ¿qué te ha pasado?