—Escucha… —Me giro hacia él—. Sé que las cosas están un poco… tensas… —Hago una pausa, consciente de que no estoy describiendo muy bien la situación, pero continúo de todas formas—: Bueno, cuando te marchaste, me topé con algo tan extraordinario que volví de inmediato para contártelo. Y si podemos dejar todo lo demás a un lado, al menos por el momento, creo que te interesará escuchar esto.
Damen ladea la cabeza y me observa con una mirada tan intensa, tan penetrante y profunda, que las palabras se me quedan atascadas en la garganta.
Bajo la vista al suelo y empiezo a trazar pequeños círculos en la arena con la punta del pie mientras me obligo a pronunciar lo que quiero decir:
—Sé que lo más probable es que esto te parezca una locura, una locura tan grande que seguro que al principio no te lo creas… Pero, por más inverosímil que parezca, es totalmente real. Lo he visto con mis propios ojos. —Me quedo callada un instante, lo miro de reojo y veo que asiente con un gesto paciente. Me pregunto por qué estoy tan nerviosa cuando él es la única persona que conozco que puede entenderlo. Carraspeo un poco y empiezo de nuevo—: Bueno, ya sabes que siempre me has dicho que los ojos son la ventana del alma y el espejo del pasado, y todo eso… ¿verdad? Y que es posible reconocer a alguien de tus vidas anteriores con solo mirarlo a los ojos, ¿no es así?
Hace un gesto afirmativo con la cabeza, un gesto lento, reservado , como si dispusiera de todo el tiempo del mundo para averiguar adonde quiero ir a parar.
—De cualquier forma, lo que quiero decir es que… —Respiro hondo. Espero que no piense que estoy más loca de lo que se imaginaba—. ¡Ava-es-la-tía-de-Romy-y-de-Rayne! —La frase sale de mi boca a tal velocidad que el conjunto parece una sola palabra muy larga. Pero Damen sigue tal y como estaba, tan calmado y relajado como antes—. ¿Recuerdas que te conté que tuve una visión en la que contemplé la vida de las chicas y vi a su tía? Bueno, pues por absurdo que parezca, esa tía es ahora Ava. Murió durante los juicios de Salem y ha regresado a la vida encarnada en Ava. —Me encojo de hombros, ya que no sé muy bien cómo puede asimilarse algo así.
Los labios de Damen se curvan un poco al tiempo que su mirada se ilumina. Detiene el balanceo de su columpio y me dice:
—Lo sé.
Lo miro con los ojos entornados, convencida de no haberlo escuchado bien.
Se acerca a mí hasta que nuestras rodillas están a punto de tocarse y me mira a los ojos antes de hablar de nuevo.
—Ava me lo dijo.
Salto del columpio con tal fuerza y velocidad que las cadenas chocan y giran sobre sí mismas, se enrollan hasta la parte superior antes de desenrollarse una vez más, girando en un movimiento furioso que produce un horrible ruido metálico. Me tiemblan las rodillas mientras entorno los párpados para observarlo con atención. No entiendo cómo es posible que el chico que asegura haberme querido en todas mis vidas se haya hecho amigo de esa mujer. Algo que pone en peligro a las gemelas y supone una traición contra mí.
Sin embargo, Damen se limita a mirarme sin el menor rastro de preocupación.
—Ever, por favor… —Sacude la cabeza—. No es lo que piensas.
Aprieto los labios y aparto la mirada mientras me pregunto dónde he escuchado eso antes. Ah, sí, me lo dijo Ava. A buen seguro, es su frase favorita, la que más repite. Y no me la trago.
—Ella lo descubrió durante una de sus visitas a los registros akásicos. Y hoy, cuando salí de allí sin haber encontrado una forma de ayudarte, lo confirmé. Ava ya había estado preparando el terreno, buscando una forma de elegir el momento apropiado para decírselo a las chicas y, bueno, aunque la creí, no estaba seguro de que eso fuera lo mejor para las gemelas. Hoy, cuando solicité ayuda, cuando pregunté qué sería lo mejor para ellas, la historia se reveló ante mí. De hecho, las chicas están con ella ahora.
—Vaya, así que eso es todo. —Lo miro—. Ava ya no es malvada, se ha reunido con las gemelas y nosotros hemos recuperado nuestra vida. —Intento echarme a reír, pero no me sale la carcajada que esperaba.
—¿De veras? ¿Hemos recuperado nuestra vida? —Damen me observa con la cabeza ladeada.
Suspiro, a sabiendas de que no tengo más remedio que intentar explicárselo. Es lo mínimo que puedo hacer.
Me dejo caer en el columpio y rodeo las gruesas cadenas de metal con los dedos.
—Hoy… en Summerland… —empiezo a decirle—, las cosas no eran lo que parecían. Iba a explicártelo todo, pero desapareciste tan rápido que… —Aprieto los labios y aparto la mirada.
—¿Por qué no me lo explicas ahora? —inquiere Damen, que me estudia con detenimiento—. Estoy aquí, soy todo oídos. —Su voz suena tan tensa y formal que me rompe el corazón. Me parte el corazón en un millón de pedazos verlo a mi lado, tan guapo, tan fuerte, tan bueno… Solo quiere hacer lo correcto, sin importar lo que eso suponga para él.
Me muero por tocarlo, por abrazarlo con fuerza, por encontrar una forma de explicárselo, pero no puedo. El monstruo de mi interior se ha comido las palabras, así que me limito a encogerme de hombros.
—Fue algo… —me oigo decir— total y absolutamente inocente. En serio. Lo hice por nosotros dos… a pesar de lo que pudiera parecer.
Damen me mira con una expresión tan paciente y llena de amor… que no puedo evitar sentirme culpable.
—Vale, dime pues, ¿encontraste lo que buscabas? —Es una pregunta tan cargada de significados que solo puedo imaginar la intención que lo ha llevado a formularla.
Guardo silencio un instante e intento no encogerme ante su oscura mirada indagadora. Me sudan las palmas de las manos cuando respondo:
—Sabes lo mal que me siento por haberlo atacado y… así que pensé que si lo llevaba a Summerland, tal vez se curara y…
—¿Y…? —inquiere con una voz que refleja la paciencia acumulada a lo largo de sus seiscientos años. No me extrañaría que al final se hartara de ser tan tolerante, tan sufrido, en especial conmigo.
—Y… —Intento decirlo, intento contarle lo que me ocurre, pero no puedo. La bestia está despierta, la magia oscura empieza a tomar el control, y yo apenas logro resistir. Sacudo la cabeza y empiezo a retorcer con nerviosismo los falsos botones de carey que se alinean en la parte delantera del suéter—. Y… nada. En serio, eso es todo. Solo esperaba que se curara, y al parecer eso hizo.
Damen me evalúa con expresión tranquila, serena, como si lo entendiera a la perfección. Y lo cierto es que lo entiende. Entiende mucho más de lo que dicen mis torpes palabras. Lo entiende todo demasiado bien.
—Bueno, puesto que ya estábamos allí, supuse que podía enseñarle el lugar, y en el instante en que vio el templo entró como una exhalación… y el resto, como suele decirse, es historia. —Lo miro a los ojos. Una ironía que ninguno de los dos pasamos por alto.
—¿Y entraste con él… en el templo? —Sus ojos se convierten en dos rendijas que me miran como si ya conocieran la respuesta, como si supiera que ya no soy bienvenida allí y quisiera oírmelo decir de todas formas. Quiere una confesión completa, escuchar de mis labios lo siniestra y retorcida que me he vuelto.
Respiro hondo y me aparto el pelo de la cara.
—No, yo solo… —Hago una pausa mientras me pregunto si debería hablarle de mi viaje a caballo en tierra de nadie, pero decido no hacerlo, ya que es posible que lo que vi fuera más un reflejo de mi estado interior que del lugar en sí—. Yo… esto… me di un paseo por los alrededores mientras esperaba. —Me encojo de hombros—. Estaba bastante aburrida y pensé en marcharme, pero quería asegurarme de que Jude encontraba el camino de vuelta a casa, así que… me di un paseo. —Asiento con demasiada vehemencia, de una forma que no resulta nada convincente.
Intercambiamos una mirada larga y dolorosa. Los dos sabemos que estoy mintiendo… que acabo de hacer quizá la peor actuación de mi vida. Y por alguna extraña razón desconocida, Damen me responde con un encogimiento de hombros tan indiferente, que me siento decepcionada. El pequeño resquicio de cordura que aún conservo desea que él encuentre una manera de convencerme para que hable, para acabar de una vez con todo esto. Sin embargo, Damen se limita a mirarme hasta que me giro un poco y le digo:
—Me alegra saber que aún vas a Summerland solo, a pesar de que te niegas a ir allí conmigo. —Sé que no se merece un comentario como ese, pero no puedo contenerme.
Damen agarra mi columpio y me acerca a él. Tiene la mandíbula tensa, y sus dedos aferran con fuerza las cadenas mientras empieza a hablar con los dientes apretados:
—Ever, no fui allí por mí… sino por ti.
Trago saliva. Deseo apartar la mirada, pero soy incapaz de hacerlo. Mis ojos están atados a los suyos.
—Intenté encontrar una forma de llegar hasta ti… de ayudarte. Últimamente estás muy distante… no pareces la misma, y hace días que no pasamos tiempo juntos. Está bastante claro que haces lo posible por evitarme; ya nunca quieres estar conmigo, al menos en el plano terrestre.
—¡Eso no es verdad! —Las palabras son demasiado estridentes y vacilantes como para que resulten creíbles, pero sigo adelante de todas formas—. Puede que no te hayas dado cuenta, pero últimamente trabajo mucho. Hasta ahora, mi verano ha consistido en colocar estanterías de libros, llevar registros y tirar las cartas bajo el nombre artístico de Avalon. De modo que sí, es posible que quiera pasar mi tiempo libre disfrutando de una escapada… ¿Tan malo es eso? —Aprieto los labios y lo miro a los ojos, a sabiendas de que la mayor parte de lo que he dicho es cierto y preguntándome si él resaltará las partes que no lo son.
Sin embargo, Damen se limita a sacudir la cabeza, sin dejarse engañar.
—Y ahora que Jude está mejor… ahora que ya lo has curado con un viaje a Summerland… me pregunto qué excusa buscarás la próxima vez.
Contengo el aliento y aparto la vista, atónita al escuchar esa réplica. La verdad es que no sé qué decirle, no sé qué pasará a continuación. Le doy una patada a una piedrecilla con la punta del pie, incapaz de confesar, demasiado agotada y abatida para inventarme nada más.
—¿Sabes? Antes eras tan alegre y feliz aquí en el plano terrestre como en Summerland. —Trago saliva y agacho la cabeza. Apenas puedo creer lo que oigo cuando continúa y dice—: Sé lo de la hechicería, Ever. —Su voz es casi un susurro, aunque las palabras reverberan como un grito—. Sé que se te ha escapado de las manos. Y me encantaría que me permitieras ayudarte.
Me pongo rígida. Todo mi cuerpo se agarrota y mi corazón empieza a golpear con violencia la parte interior del pecho.
—Conozco las señales: el nerviosismo, las mentiras, la pérdida de peso, el aspecto… desmejorado. Eres una adicta, Ever. Te has enganchado al lado oscuro de la magia. Jude nunca debería haberte metido en eso. —Sacude la cabeza sin apartar la mirada de mí—. Pero cuanto antes lo admitas, antes podré ayudarte.
—No se trata de… —Me esfuerzo por continuar, pero las palabras no quieren salir. El monstruo está al mando y su único objetivo es mantenernos separados—. ¿No fue por eso por lo que visitaste los Grandes Templos del Conocimiento? ¿Para poder ayudarme? —Veo que su semblante adquiere una expresión dolida. Pero eso no basta ni de lejos para detener a la bestia. Este tren acaba de salir de la estación, y aún tiene un largo trayecto por delante—. Dime, pues, ¿qué viste? ¿Qué compartieron contigo los todopoderosos registros akásicos?
—Nada —contesta con voz agotada y derrotada—. No descubrí nada. Al parecer, cuando el problema se debe a los actos de la persona en cuestión, los demás no pueden acceder a la información. Tengo prohibido interferir en forma alguna. —Se encoge de hombros—. Es parte del viaje, supongo. Aun así, hay una cosa muy clara, Ever. El jueves pasado por la noche, Roman mencionó un hechizo… y desde que Jude te dio ese libro nada ha vuelto a ser igual… ni tú ni nuestra relación. Todo ha cambiado. —Me mira a la espera de una confirmación que no va a llegar, que no puede llegar—. Vosotros dos compartís una historia muy larga y complicada… y es evidente que él aún no ha acabado contigo. Tengo la sensación de que ese chico se está interponiendo entre nosotros… de que la magia se está interponiendo entre nosotros. Y te aseguro una cosa, Ever: te destruirá si no tienes cuidado. Ya lo he visto antes.
Busco su rostro con la mirada, a sabiendas de que intenta enviarme un mensaje de algún tipo. Pero ese extraño runruneo de mi interior, ese fuego oscuro, arde con fuerza, y debilita tanto mis poderes que ya no puedo acceder a los pensamientos de Damen, a su energía, al calor y el hormigueo… No puedo percibir nada.
Se acerca a mí, me agarra por los hombros y me mira a los ojos con intensidad, con determinación. Está decidido a enfrentarse a esto de una vez por todas.
Sin embargo, aunque es mi mayor deseo, no puedo permitir que lo haga. No puedo permitir que me vea así. La repugnancia que atisbará en mis ojos no procede de mí, sino de la bestia que llevo dentro, pero él no notará la diferencia.
Y aunque me mata tener que hacerlo, aunque solo conseguiré demostrar que tiene razón, que en realidad estoy fuera de control, sacudo la cabeza y me alejo hasta el arcén donde he aparcado el coche.
—Lo siento, Damen, pero te equivocas —le digo por encima del hombro—. Te equivocas por completo. Solo estoy agotada, exhausta por el trabajo, ya te lo he dicho. Y si te sientes con ánimos de darme un respiro… bueno, ya sabes dónde encontrarme.
N
i siquiera he llegado a la puerta de la verja cuando mi coche desaparece. Aterrizo de culo sobre el asfalto con tanta fuerza y a tal velocidad que tardo un momento en darme cuenta de que el vehículo se ha desvanecido. Miro aturdida a mi alrededor para intentar averiguar qué ha ocurrido y veo un Mercedes que avanza a toda velocidad hacia mí. El conductor, que está a punto de atropellarme, toca el claxon, me enseña el dedo corazón y me insulta a gritos.
Me arrastro hacia un lado y cierro los ojos con fuerza, decidida a manifestar un coche nuevo, uno más potente y rápido. Imagino un flamante Lamborghini rojo, lo veo con tanta claridad ante mí que me quedo estupefacta al abrir los ojos y descubrir que no está. Después de respirar hondo e intentarlo de nuevo sin éxito, primero con un Porsche y luego con un Miata como el que tengo en casa, pruebo con un Prius plateado como el de Muñoz, y a continuación con un Smart… pero nada. No consigo nada en absoluto. Y a estas alturas estoy tan desesperada por conseguir algo con ruedas que me conformaría con un scooter, pero ni siquiera este logro hacer aparecer, así que pruebo con unos patines en línea. Me doy cuenta de lo mal que estoy cuando veo que lo único que he conseguido son unas botas de cuero blancas con dos bandas de metal donde deberían haber estado las ruedas. Y en ese momento decido empezar a correr. Me alegra saber que al menos aún conservo mi fuerza y mi velocidad.