Jude se encoge de hombros y se frota el vendaje de manera protectora.
—No estaba haciendo nada siniestro… Solo me dirigía a casa, eso es todo. Por si no lo recuerdas, los sábados cerramos pronto.
Lo miro con los ojos entornados. No creo nada de lo que dice. Es todo muy posible. Se diría que casi creíble. Pero no.
—Vivo al final de la calle. —Señala un lugar perdido en la distancia, un lugar que seguramente ni siquiera existe. Pero en vez de seguir la dirección que indica su mano, mis ojos permanecen clavados en los suyos. No puedo permitirme bajar la guardia ni por un segundo. Tal vez me haya engañado antes, pero ahora que lo sé todo, sé lo que es.
Se acerca un paso, muy despacio, con cautela, pero se mantiene a una distancia segura, lejos de mi alcance.
—¿Quieres que vayamos a tomar un café o algo así? Podríamos ir a un lugar tranquilo y sentarnos a hablar. Te vendría bien un descanso. ¿Qué me dices?
No dejo de observarlo. Es persistente, eso tengo que admitirlo.
—Claro. —Sonrío mientras asiento—. Me encantaría ir a algún lugar tranquilo, sentarme, tomar un café y disfrutar de una larga y amena conversación… Pero antes tendrás que demostrarme algo.
El cuerpo de Jude se tensa, y su aura (un aura falsa, por supuesto) empieza a ondear. Pero no me lo trago.
—Necesito que me demuestres que no eres uno de ellos.
Entorna los párpados y su rostro se ensombrece de preocupación.
—Ever, no tengo ni la menor idea de lo que hab…
Se interrumpe al ver el
athame
que ahora sostengo en la mano. La empuñadura llena de gemas es una réplica exacta de la que he utilizado hace unas horas, ya que necesitaré toda la suerte y la protección que las piedras puedan proporcionarme, sobre todo si las cosas salen tal y como espero.
—Solo hay una manera de demostrarlo —le digo con voz grave sin dejar de mirarlo a los ojos. Doy un pequeño paso hacia delante seguido de otro—. Y sabré si haces trampas… así que ni siquiera lo intentes. Ah, y te advierto… que no responderé de mis actos si se demuestra que estás mintiendo. Pero no te preocupes, como muy bien sabes, esto solo te dolerá un segundo…
Observa cómo me muevo, cómo me abalanzo sobre él, pero aunque hace todo lo posible por apartarse de mi camino, soy demasiado rápida y lo atrapo antes de que llegue a darse cuenta.
Sujeto su brazo sano y atravieso su piel con la hoja, a sabiendas de que la herida se cerrará y la sangre dejará de manar en apenas unos segundos.
Es cuestión de tiempo que…
—¡Ay, Dios! —susurro con los ojos desorbitados. Se me seca la garganta al ver que Jude se tambalea, tropieza y está a punto de perder el equilibrio.
Su mirada va del cuchillo al corte de su brazo, y los dos observamos la sangre que empapa su ropa y se acumula en el suelo de la calle formando un charco rojo cada vez mayor.
—¡¿Estás loca?! —me grita—. ¿Qué demonios has hecho?
—Yo… —El impacto me ha dejado atónita, incapaz de articular palabra y de apartar la mirada del corte que acabo de hacerle.
¿Por qué no se cura? ¿Por qué sigue sangrando? ¡Ay, mierda! —Lo siento mucho… muchísimo… Puedo explicártelo… Yo… Extiendo el brazo hacia Jude, pero él se aparta como puede, vacilante. No quiere saber nada de mí.
—Escucha —me dice mientras se aprieta el cabestrillo contra la herida intentando contener la hemorragia… aunque solo consigue empeorar las cosas—. No sé de qué vas ni qué narices te pasa, Ever, pero nuestra amistad termina aquí. Quiero que te largues… ¡Ya!
Niego con la cabeza.
—Deja que te lleve al hospital. Hay una sala de emergencias calle abajo… y yo…
Cierro los ojos y manifiesto una toalla esponjosa para colocársela sobre la herida hasta que podamos conseguir ayuda profesional. Noto lo pálido que se ha puesto, y sé que no hay tiempo que perder.
Paso por alto sus protestas y lo rodeo con el brazo para guiarlo hasta el coche que acabo de hacer aparecer. Las extrañas e insistentes palpitaciones siguen calmadas por el momento, pero me obligo a echar un vistazo por encima del hombro y justo entonces veo que Roman nos observa a través del cristal de la puerta. Tiene los ojos brillantes y los rasgos contorsionados por las carcajadas mientras le da la vuelta al cartel para pasar de ABIERTO a CERRADO.
—¿C
ómo está?
Dejo la revista en la mesita que hay a mi lado y me pongo en pie. Procuro dirigirme a la enfermera y no a Jude, ya que un rápido vistazo me ha servido para comprobar que ahora tiene los dos brazos vendados, que su aura se ha vuelto roja a causa de la furia y que, si la expresión cruel de sus ojos entornados sirve de alguna indicación, está claro que no quiere tener nada que ver conmigo.
La enfermera se detiene y recorre con la mirada el metro setenta y tres centímetros que hay entre mi cabeza y mis pies. Me estudia con tanto detenimiento que no puedo evitar encogerme por dentro… no puedo evitar preguntarme qué le ha contado Jude exactamente.
—Saldrá adelante —señala con voz cortante y profesional, sin el menor rastro de amabilidad—. El corte ha llegado hasta el hueso, incluso ha dejado una perforación en la materia ósea, pero ha sido limpio. Y si se toma los antibióticos, seguirá bien. Tendrá muchos dolores, incluso con la medicación que le hemos dado, pero si se lo toma con calma y descansa mucho, en unas semanas estará recuperado.
Su mirada se dirige hacia la puerta, y yo la sigo. En ese momento veo que dos miembros uniformados de la Policía de Laguna Beach se dirigen hacia nosotros, mirándonos a Jude y a mí. Se detienen cuando la enfermera les hace un gesto afirmativo con la cabeza.
Me quedo paralizada y trago saliva para intentar deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta. Echo los hombros hacia delante y me encojo ante la mirada oscura y furiosa de Jude. Sé que merezco todo su odio, que merezco que me esposen y me encierren, pero aun así… no creo que sea capaz de hacerme eso. No creo que la cosa llegue a tanto.
—Bueno, ¿hay algo que quiera decirnos? —Los agentes se quedan delante de mí, con las piernas separadas, las manos en las caderas y los ojos ocultos tras unas gafas de sol de espejo.
Miro primero a la enfermera, luego a Jude y después a los polis. Ya está. Hasta aquí hemos llegado. Y aunque sé que estoy metida en un buen lío, lo único que se me ocurre pensar es: ¿Con quién voy a utilizar mi única llamada telefónica?
No puedo pedirle a Sabine que sacuda su varita mágica de abogada y me saque de esta… Nunca me lo perdonaría. Y tampoco puedo explicárselo a Damen. Está claro que esta es una situación a la que tendré que enfrentarme sola…
Y estoy a punto de aclararme la garganta, a punto de decir algo, lo que sea, cuando Jude se pone en pie y dice:
—Ya se lo he contado a ella —señala a la enfermera con la cabeza—, una chapuza casera que salió mal. No conocía mis límites. Supongo que ahora tendré que contratar a un manitas. —Se obliga a sonreír y a mirarme a los ojos. Y aunque desearía poder devolverle la sonrisa, asentir para mostrar mi acuerdo y seguirle el juego, sus palabras en mi defensa me han dejado tan aturdida que solo puedo mirarlo boquiabierta.
Los polis suspiran, visiblemente molestos por el hecho de que alguien los haya llamado sin necesidad, pero hacen un último intento. Miran a Jude y le dicen:
—¿Estás seguro? ¿Seguro que no ha pasado nada más? Es una locura ponerse a hacer reparaciones en casa cuando uno ya tiene un brazo en cabestrillo… —Sus cabezas se mueven de un lado a otro para observarnos. Es evidente que sospechan algo, pero están dispuestos a dejarlo correr si Jude también lo está.
—No sé qué decirles… —Jude se encoge de hombros—. Tal vez sea una locura, pero la culpa es solo mía.
Los dos agentes fruncen el ceño (mirándolo a él, a la enfermera y a mí), y luego murmuran algo sobre la posibilidad de cambiar su declaración y le entregan una tarjeta. Y en el momento en que se marchan, la enfermera coloca las manos sobre sus esbeltas y contorneadas caderas, me mira con expresión ceñuda y dice:
—Le he dado algo para el dolor. —Clava los ojos en mí. Está claro que no se ha tragado nada de lo que ha dicho Jude y que me considera una novia demente, celosa y psicópata que le ha clavado un cuchillo en medio de un ataque de ira—. Le hará efecto muy pronto, así que no quiero que conduzca… aunque en su situación, no creo que pueda hacerlo, la verdad… —Señala los brazos de Jude—. Y asegúrese de que rellena esta receta. —Sostiene en alto una pequeña hoja de papel que está a punto de entregarme cuando se lo piensa mejor y la aparta antes de que la coja—. Queremos evitar cualquier Posible infección, pero lo mejor que puede hacer ahora es irse a casa y descansar. Lo más probable es que se quede dormido de inmediato, así que espero que lo deje solo y le permita descansar. —Tuerce el gesto en una expresión desafiante.
—Lo haré —le aseguro, pero me han asustado tanto sus miradas, las de los polis y las de Jude, que las palabras parecen un chillido.
Los labios de la enfermera forman una mueca. Resulta obvio que no le gusta la idea de dejar a Jude a mi cuidado y entregarme la receta, pero no tiene más remedio que hacerlo.
Sigo a Jude al exterior mientras hago aparecer un Miata, una réplica exacta del coche que suelo conducir. Me siento nerviosa, intranquila, y apenas me atrevo a mirarlo a los ojos.
—Solo tienes que salir de aquí y girar a la derecha —me dice con una voz grave y ligeramente colocada que no deja traslucir lo que piensa en realidad o lo que siente con respecto a mí. Y aunque su aura se ha suavizado un poco, todavía tiene un matiz rojo intenso en los bordes, un hecho que habla por sí solo—. Puedes dejarme en Main Beach. Me las apañaré desde allí.
—No pienso dejarte en Main Beach —le digo. Me detengo en un semáforo en rojo y aprovecho la oportunidad para estudiarlo. Aunque ya ha anochecido, no paso por alto las sombras oscuras que hay debajo de sus ojos y la fina capa de sudor de su frente, dos signos inequívocos que indican que sufre mucho dolor… por mi culpa—. En serio, esto es… ridículo. —Sacudo la cabeza—. Dime dónde vives y te prometo que te dejaré a salvo en casa.
—¿A salvo? —Se echa a reír. Es una risa irónica nacida de las entrañas. Ambos brazos descansan sobre su regazo cuando me dice—: Es curioso que hayas utilizado dos veces esa expresión en los últimos cinco minutos. Si te soy sincero, me da la impresión de que a tu lado estoy de cualquier manera menos «a salvo».
Dejo escapar un suspiro y contemplo el cielo sin estrellas mientras aprieto con suavidad el acelerador para no avanzar a mucha velocidad, ya que no quiero asustarlo más de lo que ya lo he hecho.
—Escucha… —le digo—, lo siento muchísimo, de verdad. Muchísimo. —Lo miro durante tanto rato que al final hace un gesto nervioso con la cabeza para señalar la calle.
—¿Te importaría prestar atención al tráfico? —Hace un gesto exasperado—. ¿O eso también lo controlas?
Aparto la mirada e intento buscar algo que decir.
—Es por aquí, a la izquierda. El edificio con la verja verde. Para el coche en la entrada y ya está.
Hago lo que me ha dicho y piso el freno al lado de la puerta de un garaje que tiene justo el mismo color verde que la verja. Apago el motor de inmediato.
—Ah, no —dice Jude al instante mirándome—. No es necesario. Créeme, no vas a venir conmigo.
Me encojo de hombros y estiro el brazo por encima de él para abrir la puerta del coche a la manera tradicional, sin utilizar la telequinesis. Noto que él se encoge al ver que mi brazo se acerca demasiado al suyo.
—Oye… —le digo mientras vuelvo a acomodarme en el asiento—, sé que estás cansado y que lo más probable es que me quieras lo más lejos posible de ti, y cuanto antes, mejor… y lo cierto es que no te culpo. Si estuviera en tu lugar, a mí me pasaría lo mismo. Pero si me concedieras unos minutos de tu tiempo, podría explicártelo.
Jude masculla algo entre dientes mientras mira por la ventanilla. Un momento después, se gira hacia mí dispuesto a prestarme toda su atención.
Sé que debo actuar con rapidez, ya que me concederá unos segundos, nada más.
—Escucha —empiezo—, esto es como… Bueno, sé que parece una locura y lo cierto es que no puedo contarte todos los detalles, pero confía en mí cuando te digo que existe una razón de peso para que creyera que eras uno de ellos.
Él cierra los ojos durante un instante y sus cejas se unen a causa del dolor.
—Un renegado —dice mirándome a los ojos—. Claro. Lo has dejado muy claro, Ever. Clarísimo, ¿lo recuerdas? —Observa su brazo vendado.
Arrugo la nariz y me muerdo los labios, porque aunque sé que lo que viene a continuación no mejorará las cosas, creo que debo contárselo.
—Sí, bueno, verás… la cosa es que… Creí que eras malvado. En serio. Por eso hice lo que hice. Vi tu tatuaje… y… debo admitir que me resultó bastante convincente… bueno, salvo por el hecho de que no fluctúa ni nada de eso… pero aun así, si se suma al hecho de que Ava llamó ya… otras cosas de las que no puedo hablar… todo me hizo pensar que tú… —Sacudo la cabeza, a sabiendas de que así no voy a llegar a ningún sitio. Decido cambiar de tema y abordar otro que me intriga desde que hemos abandonado el hospital—. Oye, si tan cabreado estás conmigo y si tanto me odias, ¿por qué me has ayudado? ¿Por qué has mentido a los polis y te has echado la culpa de todo? Los dos sabemos que fui yo… Mierda, creo que hasta los polis lo sabían. Y aun así, al mentir desaprovechaste la oportunidad de que me esposaran, me arrestaran y me metieran en una celda. Si te digo la verdad, no lo entiendo.
Jude cierra los ojos una vez más y echa la cabeza hacia atrás. Su dolor y su agotamiento son tan evidentes que estoy a punto de decirle que lo olvide, que da igual, para que pueda entrar y descansar cuando justo en ese momento posa sus increíbles ojos verdes en los míos y dice:
—Escucha, Ever, la cuestión es que… aunque parezca una locura… no me interesa saber por qué lo hiciste, sino cómo lo hiciste.
Lo miro mientras aferró el volante con fuerza, incapaz de hablar.
—Cómo me lanzaste como si fuera un disco volador por tu jardín…
Trago saliva y clavo la mirada en el parabrisas sin decir una palabra.
—Cómo es posible que en un momento dado estuvieras delante de mí con las manos vacías y al siguiente… empuñaras una daga de doble hoja con el mango lleno de gemas… que, por cierto, desapareció justo después de que me atacaras, ¿no es así?