Agacho la cabeza, consciente del escozor que nubla mis ojos, e intento decírselo una vez más… Pero no logro hacerlo, la magia no me lo permite. Así que, en vez de eso, me giro hacia él en busca de una pelea, a sabiendas de que a la bestia no le importará. Tengo que hacer lo que haga falta para convencerlo de que me acompañe, de que venga conmigo.
—¡Esto es ridículo! —exclamo, y me odio a mí misma de inmediato, pero no tengo elección—. En serio, ¡no puedo creer que me digas eso! Por si no lo has notado, el verano que había soñado, ese en el que me pasaba el día tumbada contigo en la playa, no se va a convertir en realidad, así que perdóname por disfrutar de los pocos momentos que puedo aprovechar para ir a Summerland. —Niego con la cabeza y aparto la mirada antes de cruzar los brazos con más fuerza… sobre todo para ocultar que tiemblan tanto que apenas puedo controlarlos. Sé que no estoy siendo justa, que no me comporto de manera razonable, pero si Damen viniera conmigo, si consiguiera tenerlo allí, podría explicarle todo.
Soy consciente del peso de su mirada. Sé que se ha percatado de las sombras oscuras que hay debajo de mis ojos, del brote de acné de mi barbilla, de que ahora la ropa me queda holgada y suelta debido a la pérdida de peso. Se pregunta qué vendrá a continuación, por qué le pongo pegas a todo. Está tan preocupado por mí… me destroza el corazón.
Y al ver que entorna los párpados aún más, intuyo que intenta llegar hasta mí por vía telepática, comunicarse conmigo de una forma que ya no es posible… no aquí, al menos.
Así pues, me giro hacia la ventana, desesperada por ocultarle la horrible verdad de que ya no puedo escucharlo. Ya no tengo acceso a sus pensamientos ni a su energía. Ni siquiera noto el hormigueo cálido que solía sentir cuando me tocaba.
Todo eso ha desaparecido. La bestia me lo ha arrebatado.
Pero solo aquí en el plano terrestre. En Summerland estaré descansada y tendré la piel inmaculada como antes. Allí, los dos seremos lo que siempre hemos debido ser.
—Solo ven conmigo —le ruego con voz ronca y débil—. Puedo explicártelo… pero solo allí; aquí no. Por favor…
Me mira y suspira, debatiéndose entre el deseo de complacerme y el impulso de hacer lo que cree correcto.
—No —dice con un tono tan inequívoco, tan irrevocable, que no deja lugar a posibles malinterpretaciones.
No solo es una negativa a ir a Summerland; también es una negativa para mí. Una negativa a lo único que necesito.
Sacude la cabeza y me mira con una expresión apesadumbrada.
—Lo siento mucho, Ever, de verdad… pero no. No vamos a ir. Creo que es mejor que nos vayamos a mi casa, donde podremos sentarnos y charlar con tranquilidad para llegar al fondo de la cuestión y averiguar qué te pasa.
Permanezco sentada a su lado, con los ojos hundidos, llena de granos, nerviosa e irascible, incapaz de contenerme, incapaz de soportar su lista de preocupaciones. Me dice que últimamente no me comporto de forma normal, que ya ni siquiera me parezco a la que era antes, que he cambiado en muchas cosas, tanto por fuera como Por dentro… y que ninguno de esos cambios ha sido a mejor.
Pero lo cierto es que las palabras pasan sobre mí como si fueran un martilleo constante y lejano. Voy a irme a Summerland, con o sin él» no tengo otra elección.
—¿Sigues bebiendo el elixir? ¿Necesitas más? Ever, por favor, habla conmigo… ¿Qué pasa?
Cierro los ojos y hago un gesto negativo con la cabeza mientras procuro contener las lágrimas. Soy incapaz de explicarle que no puedo detener este tren descontrolado. Ya no soy el conductor que lo gobierna.
Damen me mira con suspicacia y hace un último intento fallido de comunicación telepática. Si me ha dicho algo, no he recibido el mensaje. Mi sistema está hecho añicos.
—Ya ni siquiera me oyes, ¿verdad?
Se detiene en el semáforo de un paso de cebra y estira el brazo hacia mí de nuevo, pero me aparto con un movimiento ágil y salto a toda prisa del coche. Me rodeo con los brazos con tanta fuerza que casi no los siento. Noto un hormigueo en los dedos y en el cuerpo. Sé que si no salgo pronto de aquí, no tendré más remedio que ir a buscar a Roman. No podré evitarlo.
—Escucha —le digo con voz trémula e indecisa. Necesito dejarle esto claro. Es mi última oportunidad, y no puedo perder el tiempo—.. Te lo explicaré cuando estemos allí… te lo juro. Pero… tiene que ser allí… aquí no. Así que ¿vienes o no? —Aprieto la mandíbula y los dientes en un intento por evitar que castañeteen, que mis labios tiemblen tanto que él llegue a darse cuenta.
Damen traga saliva con fuerza. Tiene los párpados entornados y la mirada triste. Es evidente que le cuesta un esfuerzo considerable pronunciarse.
—No —contesta en voz tan baja que apenas consigo oírlo. Y luego repite una vez más—: Preferiría que te quedaras aquí para poder ayudarte.
Lo miro durante todo el rato que puedo… aunque en realidad no es mucho. Deseo desesperadamente subirme a su coche, cálido y agradable, y abrazarlo como solía hacerlo… Sentir sus brazos a mi alrededor, relajarme al notar ese hormigueo cálido y confesarle mis pecados para que pueda perdonarme y acabar de una vez. Pero, por desgracia, ese sentimiento procede de una pequeñísima parte de mí… del resquicio ínfimo de cordura que muy pronto quedará aplastado por esa otra parte que prefiere las frutas pecaminosas y malvadas… y cuanto más prohibidas, mejor.
Así que, en lugar de regresar con él, me limito a asentir con la cabeza. Atisbo su expresión atónita justo antes de cerrar los ojos para visualizar el portal… ese glorioso portal resplandeciente. Y mientras lo atravieso, le digo:
—Está bien, supongo que tendré que ir sola.
A
terrizo de culo. Caigo justo delante de la réplica del hermoso palacio del siglo XVIII en el que vivía la realeza francesa. Pero no entro. Aunque me moría de ganas de venir a este lugar, no puedo soportar la idea de entrar sin Damen. Es nuestro lugar. El lugar que compartimos. Un lugar que alberga algunos de mis recuerdos más hermosos. Y no pienso entrar sin él.
Me pongo en pie y me sacudo el polvo de la ropa mientras miro a mi alrededor para intentar determinar dónde estoy con exactitud. Sé que podría imaginar un destino y llegar mágicamente hasta allí, pero prefiero caminar, pasear con calma y disfrutar del hecho de verme libre de la bestia… aunque lo más probable es que esté agazapada en algún sitio, esperando su oportunidad para salir. No obstante, por el momento estoy determinada a gozar de este instante de respiro.
Levanto las manos por delante de mí y las muevo a través de la neblina brillante, el resplandor calinoso que parece salir de todas partes y de ningún sitio a la vez. El aire fresco que roza mi piel me relaja. Confío en que al final llegaré a algún sitio espectacular… a algún sitio en el que me apetezca estar. Esa es la belleza de Summerland: todos los caminos llevan a sitios maravillosos.
Me detengo junto al arroyo irisado que atraviesa el prado fragante y manifiesto un espejo para contemplar mi aspecto. Me alivia ver que mis ojos han recuperado su habitual brillo azul, que mi pelo tiene de nuevo su lustroso tono rubio dorado y que mi piel… mi piel vuelve a estar inmaculada, sin rastro de los círculos oscuros que había bajo mis ojos. Desearía que Damen pudiera verme así, con el mismo aspecto de siempre… como era antes. Me entristece pensar que su último recuerdo de mí es esa monstruosa creación… la bestia a la que he dado origen. Si hubiera venido, podría haberle explicado todo.
Vagabundeo por el prado de árboles trémulos y flores palpitantes, y la esencia de sus pétalos vibrantes me sigue hasta que llego al familiar camino pavimentado que conduce a la ciudad y al Gran Templo del Conocimiento. Decido probar suerte de nuevo. Es cierto que la última vez no me sirvió de ayuda, pero hoy es un nuevo día y yo soy una persona nueva, regenerada. Tengo todos los motivos del mundo para creer que esta vez será diferente.
Paso junto a una colección de tiendas de moda, un teatro y un salón de peluquería. Cruzo la calle justo enfrente de la galería de arte y dejo atrás a un chico que vende velas, flores y juguetitos de madera mientras me abro camino entre una multitud de gente que va a lo suyo, una interesante mezcla de vivos y muertos. Giro hacia un callejón vacío que conduce al tranquilo bulevar que acaba en un tramo de escalones. Los subo a toda prisa. Clavo la vista en las impresionantes Puertas principales, a sabiendas de que todavía debo completar un Paso más.
Me detengo frente al Gran Templo y me fijo en sus intrincados grabados , en sus imponentes columnas y en su enorme tejado inclinado. Observo ese templo creado solo a base de amor, de conocimiento y cosas buenas. Me anticipo a la habitual secuencia de imágenes: el Partenón se transforma en el Taj Mahal, que a su vez se convierte en el Templo del Loto, que luego se transforma en las Pirámides de Giza… todos los lugares más hermosos y sagrados del mundo se mezclan y cambian para transformarse en el siguiente. Pero no veo nada. No veo más que el impresionante edificio de mármol que se yergue orgulloso ante mí. Las imágenes que se requieren para entrar me resultan invisibles.
Me han negado la entrada.
Me han condenado.
Me han prohibido entrar en el único lugar que puede ayudarme a salir del embrollo en que me he metido.
Aunque intento fingir, obligarme a reproducir las imágenes en el orden en que las recuerdo, no cuela. El Gran Templo del Conocimiento no se deja engañar por la gente de baja estofa como yo.
Me siento en los escalones y hundo la cara entre las manos. Apenas puedo creer que haya caído tan bajo. Me pregunto si esto es lo que se siente al tocar fondo, porque me parece que ser rechazada por Summerland es lo peor que te puede pasar.
—¿Me disculpa?
Me echo a un lado y aparto las piernas mientras me pregunto por qué doña Impertinente no se limita a esquivarme. En serio, puede que mida casi un metro setenta y cinco, pero no ocupo mucho espacio.
Sigo con la cara hundida entre las manos, no quiero que me vea ningún entrometido de Summerland con acceso al más grandioso de los edificios, cuando de repente:
—Un momento… ¿Ever?
Me quedo paralizada. Conozco muy bien esa voz.
—¿De verdad eres tú, Ever?
Levanto la cabeza muy despacio, reacia a enfrentarme a la mirada de Ava. El mero hecho de ver su abundante cabello caoba y sus enormes ojos castaños despierta algo en mi interior… algo periférico que no logro comprender del todo… algo a lo que no le encuentro sentido. Pero eso da igual, porque lo cierto es que ella es la última persona a la que querría ver hoy… En realidad, cualquier día. Maldita sea, ¿por qué tengo que encontrármela hoy aquí? ¿Acaso no he recibido bastante castigo?
—¿Intentas conseguir el acceso mediante engaños? —le pregunto con un tono lleno de sarcasmo mientras la recorro de arriba abajo con una mirada desdeñosa. En ese instante me doy cuenta de que yo he intentado eso mismo un instante antes, y me horroriza comprender que he caído tan bajo como ella.
Ava se arrodilla a mi lado, inclina la cabeza y me observa con detenimiento.
—¿Te encuentras bien? —Su mirada me recorre con mucha atención, como si le importara de verdad.
Pero sé que no es así. A Ava solo le importa una persona: ella misma. Para ella, nadie más merece la pena, tal como demostró cuando abandonó a Damen a su suerte después de prometerme que lo ayudaría.
La miro y me sorprendo al descubrir que su aspecto no es muy distinto del que tenía cuando huyó con el elixir; pero claro, ya estaba bastante bien antes, así que quizá no sufriera muchos cambios.
—¿«Te encuentras bien»? —repito imitando su tono preocupado Y meloso. Esbozo una sonrisa burlona antes de añadir—: Bueno, supongo que sí. Supongo que me encuentro fenomenal… teniendo en cuenta cómo están las cosas. Aun así, seguro que no estoy tan bien como tú. —Me encojo de hombros—. Pero, claro, ¿quién lo está?
Clavo la vista en su cuello en busca del tatuaje del uróboros o de cualquier otro signo que revele su nueva condición de inmortal renegada. Me sorprende ver que no solo no tiene ninguna marca, sino que además su despliegue habitual de deslumbrantes joyas manifestadas ha sido sustituido por una piedra de citrina colgada de una sencilla cadena de plata. Entorno los párpados mientras me esfuerzo por recordar lo que sé sobre esa piedra en particular… algo relacionado con la abundancia, la alegría y… ah, sí, la protección de los siete chacras. Bueno, no es de extrañar que la lleve.
Aprieto los labios y suelto un suspiro sonoro antes de dirigirle una mirada elocuente sobre lo que pienso de ella.
—Bueno, ahora que tienes el mundo a tus pies… nadie es mejor que tú, ¿verdad? Cuéntame, Ava, ¿qué se siente? ¿Qué siente esta versión nueva y mejorada de ti misma? ¿Mereció la pena traicionar a tus amigos? 1
Ella me mira con expresión triste y preocupada.
—Lo interpretaste todo mal… —me dice—. ¡No es en absoluto lo que piensas!
Me pongo en pie. Me siento bastante débil, pero hago todo lo que puedo por ocultárselo. Estoy decidida a alejarme de ella, no estoy dispuesta a escuchar más mentiras.
—Yo no me llevé el elixir, Ever… Yo…
Me doy la vuelta y la miro con rabia.
—¡Nadie se cree eso! ¡Por supuesto que te llevaste el elixir! Por si no lo recuerdas, regresé. ¿No me ves? —Tiro de mi camiseta al tiempo que hago un gesto negativo con la cabeza—. Por lo visto, Ava, nada salió como lo planeamos. No… mejor dicho, nada salió según mis planes, pero está claro que los tuyos sí se cumplieron. Lo dejaste allí tumbado, indefenso y moribundo, para que Roman lo encontrara. Y luego, por si eso no fuera suficiente, apareciste de nuevo esa noche con Haven y preparaste una estupenda infusión de belladona para que ella se la bebiera. —Sacudo la cabeza y me pregunto para qué me molesto, para qué pierdo el tiempo con ella, si ya me ha robado todo lo que tenía. No puedo darle nada más.
Al bajar las escaleras, siento las piernas pesadas, como si no quisieran responder a las señales que les envía mi cerebro.
Me esfuerzo por descartar esa sensación y sigo mi camino, aunque la miro por encima del hombro para decirle:
—Sí, bueno, no siempre se puede conseguir lo que uno desea… ¿recuerdas que me dijiste eso una vez?
Se queda detrás de mí, tan inmóvil que no puedo evitar mirar hacia atrás otra vez para averiguar qué trama. Mis músculos se tensan y se preparan para un posible ataque, pero, para mi sorpresa, ella une las palmas de las manos y se inclina ante mí mientras susurra: