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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (192 page)

BOOK: Taiko
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Kuwana es el cuello geográfico de Nagashima. Nobuo también tomó soldados allí y los situó ante Hideyoshi, el cual había establecido su cuartel general en el pueblo de Nawabu.

Nawabu se hallaba a orillas del río Machiya, más o menos a una legua al sudoeste de Kuwana, pero las desembocaduras de los ríos Kiso e Ibi estaban cerca, y era un lugar excelente desde donde amenazar el cuartel general de Nobuo.

Era a finales de otoño. Los numerosos cañaverales de la zona ocultaban a varios centenares de miles de soldados, y el espeso humo de las fogatas se extendía sobre la orilla a todas horas. Aún no se había dado la orden de iniciar el combate. Los soldados estaban relajados y se dedicaban a pescar gobios. En tales ocasiones, cuando Hideyoshi, vestido con armadura ligera, efectuaba una gira por los campamentos y aparecía de súbito montado en su caballo, los aturdidos soldados se apresuraban a tirar al suelo sus cañas de pescar. Pero aunque Hideyoshi lo observara, se limitaba a pasar de largo sonriendo.

Lo cierto era que, de no haberse tratado de aquel sitio en particular, también a él le habría gustado pescar gobios y caminar descalzo. En ciertos aspectos era todavía un muchacho, y tales escenas le evocaban los placeres de su infancia.

Al otro lado del río estaba la tierra de Owari. Bajo el sol de otoño, el olor de la tierra de su lugar natal le atormentaba los sentidos.

Tomita Tomonobu y Tsuda Nobukatsu habían vuelto de una misión y aguardaban con impaciencia su regreso.

Hideyoshi dejó su caballo en el portal y caminó con una rapidez que era desacostumbrada en él. Acompañó a los dos hombres que habían acudido a saludarle hasta una cabaña en medio de una arboleda fuertemente protegida por guardianes.

—¿Cuál ha sido la respuesta del señor Nobuo? —les preguntó.

Hablaba en voz baja, pero sus ojos brillantes revelaban una expectación extraordinaria.

Tsuda fue el primero en hablar.

—El señor Nobuo dice que comprende muy bien vuestros sentimientos y que consiente en tener un encuentro con vos.

—¡Cómo! ¿Ha accedido?

—No sólo eso, sino que estaba satisfecho en extremo.

—¿De veras? —Hideyoshi sacó el pecho y exhaló un largo suspiro—. ¿De veras? —repitió—. ¿Ha dicho eso realmente?

Las intenciones de Hideyoshi de avanzar esta vez a lo largo de la carretera de Ise se habían basado en una apuesta desde el mismo principio. Había esperado una solución diplomática, pero si eso fallaba, atacaría Kuwana, Nagashima y Kiyosu. Así dejaría el monte Komaki abierto a un ataque por la retaguardia.

Tsuda estaba emparentado con el clan Oda y era primo segundo de Nobuo, a quien explicó las ventajas y desventajas de la situación y de quien por fin consiguió una respuesta.

—No soy la clase de persona a la que le gusta la guerra —replicó Nobuo—. Si Hideyoshi me considera así y quiere celebrar una conferencia de paz, no tendré inconveniente en reunirme con él.

Desde la primera batalla en el monte Komaki, Hideyoshi había visto que le sería muy difícil habérselas con Ieyasu. Entonces estudió el funcionamiento interno del corazón humano y manipuló desde la sombra a los hombres que le rodeaban.

En los círculos internos del clan Tokugawa, Ishikawa Kazumasa era un tanto sospechoso, debido a la influencia de Hideyoshi. Así, cuando Niwa Nagahide se presentó como arbitro del conflicto, los hombres que formaban el círculo interno de Nobuo y que anteriormente se habían relacionado con él fueron condenados en seguida al ostracismo, como una facción proclive a la paz. El mismo Nobuo estaba inquieto con respecto a las verdaderas intenciones de Ieyasu, y los Tokugawa miraban con prevención al ejército de Nobuo. Este estado de cosas había evolucionado bajo órdenes concretas desde la lejana Osaka.

Hideyoshi tenía como artículo de fe que, al margen del ardid diplomático que emplease, los sacrificios implicados eran preferibles con mucho a los de la guerra. Más aún, tras haber probado las alternativas: enfrentarse a Ieyasu directamente en el monte Komaki, llevar a cabo un plan militar inteligente e incluso intimidar con amenazas que no podría cumplir, Hideyoshi tenía la sensación de que guerrear con Ieyasu no tendría el menor efecto y que debería cambiar de política.

El encuentro con Nobuo, que tuvo lugar al día siguiente, fue la plasmación precisa de tales pensamientos y previsiones.

Hideyoshi se levantó temprano, miró el cielo y comentó que el tiempo era el adecuado. La noche anterior, los movimientos de las nubes en el cielo del otoño tardío le habían causado cierta inquietud, y había temido que si por azar lloviera y soplara el viento, el bando de Nobuo podría comunicar su deseo de posponer la fecha o cambiar de lugar, cosa que tal vez causaría las sospechas de los Tokugawa. Hideyoshi se había ido a dormir preocupado por esa indeseable posibilidad, pero por la mañana las nubes habían desaparecido y el cielo estaba más azul que de ordinario en aquella época del año. Hideyoshi lo consideró un buen augurio y, deseándose suerte a sí mismo, montó su caballo y abandonó el campamento en Nawabu.

Sus ayudantes eran sólo unos pocos servidores veteranos y pajes, así como los dos enviados anteriores, Tomita y Tsuda. Sin embargo, cuando la noche anterior el grupo cruzó por fin el río Machiya, Hideyoshi había tomado la precaución de ocultar a varios de sus soldados en los cañaverales y las granjas. Hideyoshi charlaba animadamente montado en su caballo como si no los viera, y finalmente desmontó en la orilla del río Yada, cerca de las afueras al oeste de Kuwana.

—¿Esperamos aquí a que venga el señor Nobuo? —preguntó y, sentándose en su escabel de campaña, contempló el escenario.

Poco después, Nobuo, acompañado por un grupo de servidores montados, llegó puntualmente. Nobuo debió de haber reparado en los hombres que aguardaban en la orilla del río, pues en seguida empezó a conferenciar con los generales a su derecha e izquierda mientras miraba a Hideyoshi. Detuvo su caballo a cierta distancia y desmontó, al parecer todavía muy aprensivo.

La numerosos guerreros que le acompañaban se desplegaron a derecha e izquierda. Nobuo se colocó en el centro y avanzó hacia Hideyoshi. La espléndida armadura que vestía era un exponente de su prestigio marcial.

Allí estaba Hideyoshi, el hombre que, hasta hacía muy poco, había sido denigrado ante la nación, considerándolo como un asesino de la peor especie, con una ingratitud inhumana. Allí estaba el enemigo cuyos delitos él mismo e Ieyasu habían enumerado. Aun cuando había aceptado la proposición de Hideyoshi y se reunía allí con él, Nobuo no podía sentirse tranquilo. ¿Cuáles eran las verdaderas intenciones de aquel hombre?

Cuando Hideyoshi vio a Nobuo erguido en toda su dignidad, se levantó de su escabel de campaña y, completamente solo, corrió a su encuentro.

—¡Ah, señor Nobuo!

Agitaba ambas manos, como si aquél fuese un encuentro inesperado y no planeado.

Nobuo estaba perplejo, pero los servidores que le rodeaban, los cuales parecían tan imponentes con sus lanzas y armaduras, contemplaban la escena sorprendidos y boquiabiertos.

Pero no fue aquélla su única sorpresa, pues entonces Hideyoshi se arrodilló a los pies de Nobuo, postrándose de tal manera que su cara casi tocaba las sandalias de paja de Nobuo.

Entonces, cogiendo la mano del asombrado Nobuo, le dijo:

—Mi señor, no ha habido un solo día en todo este año que no pensara en reunirme con vos, pero ante todo me satisface en extremo veros con buena salud. ¿Qué clase de espíritu maligno puede haberos confundido, mi señor, y enfrentarnos el uno al otro? A partir de ahora seréis mi señor, como antes.

—Levantaos, por favor, Hideyoshi. Vuestro arrepentimiento me enmudece. Ambos hemos tenido la culpa. Pero, ante todo, os ruego que os levantéis.

Nobuo levantó a Hideyoshi con la mano que éste le había cogido.

El encuentro que tuvieron ambos hombres el día once del undécimo mes fue sobre ruedas y firmaron un acuerdo de paz. Por supuesto, lo apropiado habría sido que Nobuo hubiera discutido primero el asunto con Ieyasu y éste hubiera estado de acuerdo antes de firmar el acuerdo, pero el caso es que respondió sin reservas a aquella bendición tan oportuna y así se estableció una paz independiente.

El pelele al que Ieyasu había utilizado para sus propios fines, le estaba siendo arrebatado por Hideyoshi. En esencia, Nobuo se había dejado embaucar.

Sólo podemos imaginar las dulces palabras que empleó Hideyoshi para ganarse el favor de Nobuo. De hecho, en todos sus años de servicio, Hideyoshi casi nunca había encolerizado al padre de Nobuo, Nobunaga, por lo que apaciguar a Nobuo debía de haberle resultado fácil. Pero las condiciones de los acuerdos de paz comunicadas primero por los dos enviados no habían sido ni dulces ni fáciles:

1: Hideyoshi adoptaría a la hija de Nobuo.

2: Los cuatro distritos al norte de Ise que Hideyoshi había ocupado serían devueltos a Nobuo.

3: Nobuo enviaría mujeres y niños de su clan como rehenes.

4: Tres distritos de Iga, siete distritos al sur de Ise, el castillo de Inuyama en Owari y la fortaleza de Kawada serían entregados a Hideyoshi.

5: Todas las fortificaciones temporales pertenecientes a los dos bandos en las dos provincias de Ise y Owari serían destruidas.

Nobuo puso su sello en el documento. Aquel día Nobuo recibió como regalos de Hideyoshi veinte piezas de oro y una espada hecha por Fudo Kuniyuki. También le entregaron treinta y cinco mil balas de arroz como despojos de guerra de la zona de Ise.

Hideyoshi se había inclinado ante Nobuo, mostrándole respeto, y le había dado regalos como prueba de su buena voluntad. Tratado de esa manera, Nobuo sólo podía sonreír de satisfacción. Sin embargo, es cierto que Nobuo no había considerado cómo se volvería contra él esa maquinación. Desde el ángulo del flujo y reflujo del violento oleaje de los tiempos, a Nobuo sólo se le podía llamar un necio imperdonable. De haberse mantenido al margen, habría estado libre de culpa. Pero se había colocado en el centro, había sido utilizado como un instrumento de guerra y había sido la causa de que gran número de hombres muriesen bajo sus estandartes.

***

El hombre que más se sorprendió cuando se conocieron estos hechos fue Ieyasu, quien se había trasladado desde Okazaki a Kiyosu para establecerse en una posición militar que le permitiera enfrentarse a Hideyoshi. Era la mañana del día doce.

Sakai Tadatsugu, que había viajado durante toda la noche desde Kuwana, fustigó de repente a su caballo hacia el castillo.

No era normal que un comandante de las líneas del frente abandonara su posición de combate y acudiera a Kiyosu sin previo aviso. Además, Tadatsugu era un veterano de sesenta años. ¿Por qué aquel hombre tan entrado en años viajaba durante toda la noche sólo con unos pocos ayudantes?

Aunque Ieyasu aún no había desayunado, salió de su dormitorio, se sentó en la cámara de audiencias y preguntó:

—¿Qué te trae por aquí, Tadatsugu?

—Ayer el señor Nobuo se entrevistó con Hideyoshi. Corre el rumor de que han firmado la paz sin consultaros, mi señor.

Tadatsugu vio la emoción contenida en el rostro de Ieyasu, y sin que pudiera evitarlo le temblaron los labios. Apenas podía refrenar sus sentimientos. Sentía deseos de gritar que Nobuo era un mentecato, y tal vez era eso lo que Ieyasu reprimía en su corazón. ¿Debía enojarse? ¿Debía reír? Sin duda reprimía todas esas cosas al mismo tiempo, casi como si no pudiera aceptar las violentas emociones desencadenadas en su interior.

Ieyasu parecía aturdido. La expresión de su semblante sólo reflejaba asombro. Los dos hombres permanecieron sentados algún tiempo sin decir nada. Finalmente, Ieyasu parpadeó dos o tres veces. Entonces se pellizcó el amplio lóbulo de la oreja con la mano izquierda y se restregó la cara. Estaba perplejo. Su espalda redondeada empezó a moverse un poco de un lado a otro. Dejó caer la mano izquierda sobre la rodilla.

—¿Estás seguro, Tadatsugu? —le preguntó.

—No habría venido a informaros de tal cosa a la ligera, pero más tarde llegarán despachos con una información más detallada.

—¿Aún no has tenido ninguna noticia del señor Nobuo?

—Nos enteramos de que había abandonado Nagashima, pasó por Kuwana y se detuvo en Yadagawara, pero pensé que sólo estaba examinando las defensas y la disposición de sus tropas. Incluso cuando regresó a su castillo, no teníamos idea de cuáles eran sus intenciones.

Informes posteriores confirmaron los rumores del acuerdo de paz independiente de Nobuo, pero éste no envió ninguna comunicación personal durante todo el día. La verdad no tardó en extenderse entre los servidores del clan Tokugawa. Cada vez que se encontraban, sus voces excitadas se alzaban para confirmarse mutuamente lo que apenas podían creer. Reunidos en Kiyosu, acusaron a Nobuo de falta de integridad y se preguntaron en voz alta cómo los Tokugawa podrían presentarse ante la nación con dignidad en la penosa situación en que les habían colocado.

—Si esto es verdad, no le dejaremos salirse con la suya aunque sea el señor Nobuo —dijo el impetuoso Honda—. Primero deberíamos sacar al señor Nobuo de Nagashima e investigar este hecho criminal —añadió con una expresión furibunda—. Luego tendríamos que librar una batalla decisiva con Hideyoshi.

—¡Estoy de acuerdo!

—¿Acaso no nos movilizamos en primer lugar por causa del señor Nobuo?

—¡Invocamos el deber y nos alzamos sólo porque el señor Nobuo vino a implorar la ayuda del señor Ieyasu, quejándose de que los descendientes del señor Nobunaga perecerían a causa de las ambiciones de Hideyoshi! Ahora el estandarte de aquella guerra inspirada por el cumplimiento del deber, la encarnación de la justicia, ha caído en el lado enemigo. ¡La estupidez de ese hombre es inexpresable!

—Tal como está ahora la situación, es una afrenta para la dignidad de Su Señoría y nos hemos convertido en el hazmerreír de la gente. También es un insulto a los espíritus de nuestros camaradas que murieron en el monte Komaki y en Nagakute.

—Sus muertes fueron trágicas y sin sentido, y no hay ninguna razón por la que los vivos debamos soportar unos pensamientos tan dolorosos. ¿Qué clase de decisión puede haber tomado nuestro señor en estos momentos?

—Se ha pasado toda la mañana en sus aposentos. Ha convocado una reunión de servidores veteranos y parece ser que han estado deliberando todo el día.

—¿Y si alguno de nosotros diera nuestra opinión a los servidores veteranos?

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