Authors: Eiji Yoshikawa
Hideyoshi alzó un momento los ojos del tablero de go y preguntó al mensajero:
—¿Se ha presentado Ieyasu?
—El señor Ieyasu no ha venido —replicó el hombre.
Hideyoshi cogió una ficha negra, la colocó en el tablero y, sin alzar la vista, dijo:
—Si Ieyasu se presenta, decídmelo. A menos que venga a la cabeza de su ejército, Kyutaro y Ujisato pueden luchar o no, como les plazca.
Más o menos por la misma época, Ii Hyobu y Sakai Tadatsugu, que estaban en el frente, en dos ocasiones enviaron mensajeros al monte Komaki, con peticiones dirigidas a Ieyasu: «Ahora es el momento de presentaros. Si lo hacéis de inmediato, no hay duda de que podremos asestar un golpe fatal al cuerpo principal de las tropas de Hideyoshi». Hideyoshi les respondió: «¿Ha hecho algún movimiento Hideyoshi? Si él sigue en el monte Komatsuji, tampoco yo tengo ninguna necesidad de salir».
Al final, Ieyasu no abandonó el monte Komaki.
Durante ese tiempo, Hideyoshi distribuyó claramente las alabanzas y las culpas por la batalla de Nagakute. Se mostró especialmente cuidadoso en la presentación de aumentos de estipendios y recompensas, pero no dijo una sola palabra a su sobrino Hidetsugu. Y, tras haber huido de Nagakute, Hidetsugu parecía sentirse incómodo ante su tío. Cuando regresó al campamento se limitó a informar de que había vuelto, y más adelante intentó explicar la razón de su derrota. Pero Hideyoshi sólo hablaba a los demás generales sentados a su alrededor y no miraba a Hidetsugu a la cara.
—Mi propio error fue lo que causó la muerte de Shonyu —dijo Hideyoshi—. Desde su juventud compartimos nuestra pobreza, las diversiones nocturnas y las salidas para ir de putas. Nunca podré olvidarle.
Cada vez que hablaba con los demás sobre su viejo amigo, los ojos se le llenaban de lágrimas.
Un día, sin revelar a nadie lo que pensaba, Hideyoshi ordenó de súbito la construcción de fortificaciones en Oura. Dos días después, el último del cuarto mes, dio más instrucciones:
—Mañana me propongo correr el riesgo de presentar la batalla de mi vida. Vamos a ver quién cae, si Ieyasu o Hideyoshi. Dormid bien, preparaos y que no os cojan desprevenidos.
El día siguiente era el primero del quinto mes. Los hombres esperaban que aquél sería el día en que iba a librarse la gran batalla decisiva, y todo el ejército se había preparado desde la noche anterior. Ahora, al ver por fin a Hideyoshi delante de ellos, los soldados escucharon sus palabras llenos de asombro, sin comprender.
—¡Regresamos a Osaka! Todas las tropas se retirarán. —Tras decir esto, siguió dando órdenes—: Los cuerpos al mando de Kuroda Kanbei y Akashi Yoshiro se coordinarán con las tropas en los fosos dobles. La posición de retaguardia será ocupada por Hosokawa Tadaoki y Gamo Ujisato.
Sesenta mil hombres se pusieron en marcha en dirección al oeste, e iniciaron su retirada cuando el sol matinal aparecía sobre el horizonte. Hori Kyutaro se quedó en Gakuden y Kato Mitsuyasu en el castillo de Inuyama. Con excepción de ellos, todas las tropas cruzaron el río Kiso y entraron en Oura.
Esta súbita retirada hizo que los generales de Hideyoshi se extrañaran de sus verdaderas intenciones. Hideyoshi daba órdenes con toda naturalidad, pero la retirada de un ejército tan enorme era incluso más difícil que dirigirlo al ataque. La responsabilidad de ocupar la retaguardia se consideraba la más difícil de todas, y se afirmaba que sólo los guerreros más valientes eran aptos para esa tarea.
Aquella mañana, cuando los hombres que estaban en el cuartel general de Ieyasu vieron que el ejército de Hideyoshi se retiraba de improviso al oeste, se sintieron llenos de dudas e informaron del acontecimiento a Ieyasu.
El acuerdo entre los generales fue total.
—No hay ninguna duda. Hemos destruido el espíritu de lucha del enemigo.
—Si les perseguimos y atacamos, las fuerzas occidentales serán totalmente derrotadas y nos haremos con una gran victoria.
Cada uno de ellos hablaba con entusiasmo de un ataque y pedía el mando, pero Ieyasu no parecía en absoluto satisfecho y se negó de plano a dar permiso para emprender la persecución.
Sabía que un hombre como Hideyoshi no retiraría un gran ejército sin un motivo. También sabía que, si bien disponía de suficientes fuerzas para la defensa, carecía del número suficiente para luchar con Hideyoshi sin obstrucciones en campo abierto.
—La guerra no es un juego. ¿Vamos a arriesgar nuestras vidas cuando no tenemos la menor idea del resultado? Sacad la mano para coger algo sólo cuando el destino os haya bendecido.
Ieyasu detestaba correr riesgos y también se conocía muy bien a sí mismo. En ese aspecto, Nobuo era todo lo contrario de Ieyasu. Nobuo vivía bajo la ilusión de que tenía la misma gran popularidad y el genio de Nobunaga. En aquellos momentos no podía guardar silencio, aun cuando todos los demás generales permanecían sentados sin abrir la boca después de que Ieyasu les hubiera dicho que no habría persecución.
—Se dice que un soldado respeta la oportunidad que le dan. ¿Cómo podemos quedarnos aquí sentados y dejar que pase por nuestro lado esta oportunidad enviada por el cielo? Os ruego que me dejéis encargarme de la persecución.
Mientras hablaba, la vehemencia de Nobuo iba en aumento.
Ieyasu le amonestó con dos o tres palabras, pero Nobuo exhibía su valor más que nunca. Al discutir con Ieyasu, actuaba como un niño mimado que no escuchaba a nadie.
—Bien, veo que no hay nada que hacer. Actuad como os plazca.
Ieyasu le dio su permiso, sabiendo perfectamente el desastre que ocurriría. Nobuo se puso en seguida al frente de su ejército y partió en persecución de Hideyoshi.
Tras la partida de Nobuo, Ieyasu puso a Honda al mando de un grupo de soldados y le envió en pos del primero. Tal como Ieyasu había pensado que haría, Nobuo entabló lucha con la retaguardia de Hideyoshi en retirada y, aunque por un momento pareció superior, fue rápidamente derrotado. Así causó la muerte en combate de gran número de sus servidores.
Si los refuerzos de Honda no hubieran llegado por detrás, el mismo Nobuo podría haberse convertido en uno de los más grandes trofeos de la retaguardia de Hideyoshi. Nobuo se retiró al monte Komaki y no se presentó en seguida ante Ieyasu, pero éste fue informado por Honda de la situación. Sin ningún cambio en su expresión, Ieyasu asintió y dijo:
—Era de esperar.
***
Cuando Hideyoshi se retiraba, era algo más que una simple retirada. Mientras su ejército avanzaba por el camino, dijo a sus servidores:
—¿No deberíamos quedarnos con algún bonito recuerdo?
El castillo de Kaganoi se alzaba en la orilla izquierda del río Kiso, en una zona al nordeste del castillo de Kiyosu. Dos de los servidores de Nobuo se habían atrincherado allí, dispuestos a actuar como una de las alas de Nobuo en caso de emergencia.
Hideyoshi dio a sus generales la orden de tomar aquel castillo como si señalara un caqui pendiente de una rama.
El ejército cruzó el río Kiso y ocupó una posición en el templo Seitoku. El día cuatro del cuarto mes Hideyoshi inició el ataque en el centro del ejército de reserva. De vez en cuando salía a caballo y contemplaba la batalla desde una colina en la vecindad de Tonda.
Al día siguiente el comandante del castillo murió luchando, pero el castillo no cayó hasta la noche del sexto día.
Hideyoshi hizo construir fortificaciones para uso posterior en un punto estratégico de Taki, y el día trece regresó hasta Ogaki. En el castillo de Ogaki se reunió con los familiares supervivientes de Shonyu y consoló a su esposa y su madre.
—Imagino lo solas que os sentís, pero no olvidéis los prometedores futuros de vuestros hijos. Debéis tratar de vivir el resto de vuestra vida en armonía, gozando con el crecimiento de los árboles jóvenes y contemplando las flores de la temporada.
Hideyoshi también visitó a los dos hijos supervivientes de Shonyu y les alentó a ser fuertes. Aquella noche se convirtió en uno más de la familia y habló durante horas de sus recuerdos de Shonyu.
—Soy bajo y Shonyu también lo era. Cuando aquel hombre bajito agasajaba a los demás generales, a menudo, si estaba bebido, practicaba el baile de la lanza. No creo que nunca se lo mostrara a los miembros de su familia, pero era algo así.
Su imitación de la danza les hizo reír a todos. Se quedó varios días en el castillo, pero finalmente, el día veintiuno, tomó la ruta de Omi para regresar al castillo de Osaka.
Osaka era ahora una gran ciudad. Había sufrido un cambio radical desde que era el pequeño puerto de Naniwa, y cuando llegó el ejército de Hideyoshi la gente que llenaba las calles y las proximidades del castillo vitoreó a los hombres hasta el anochecer.
Las obras de construcción externa del castillo de Osaka se habían completado. Al caer la noche, el escenario parecía del otro mundo. Brillaban las lámparas en las innumerables ventanas del torreón de cinco plantas en la ciudadela principal, así como en la segunda y tercera ciudadelas, adornando el cielo nocturno e iluminando los límites del castillo por los cuatro lados: al este, el río Yamato; al norte, el río Yodo; al oeste, el río Yokobori y al sur el gran foso seco.
Hideyoshi había cambiado de idea, abandonando su campamento de Gakuden y siguiendo la estrategia de un «comienzo nuevo». Pero ¿cómo había reaccionado Ieyasu a ese cambio? Había permanecido sentado, contemplando el desfile de las tropas de Hideyoshi en retirada. Y aunque había oído hablar del apuro de sus aliados en el castillo de Kaganoi, no había enviado refuerzos.
Voces de indignación se alzaban entre los subordinados de Nobuo, pero éste ya había hecho caso omiso del consejo de Ieyasu y atacado a la retaguardia de Hideyoshi, acción que terminó en una derrota ignominiosa. Salvado por Honda, finalmente había vuelto al campamento. Así pues, ahora Nobuo tenía la sensación de que no podía decir nada.
De esta manera una discordia enconada se había convertido en el punto débil del ejército aliado. Más aún, el principal partidario de aquella gran batalla había sido Nobuo, no Ieyasu. Nobuo había predicado a Ieyasu la causa del deber, y el señor de Mikawa se había alzado para ayudarle. En consecuencia, su punto de vista era el de un aliado, y por ello era tanto más difícil controlar a Nobuo. Finalmente hizo una sugerencia:
—Mientras Hideyoshi está en Osaka, más tarde o más temprano se trasladará a Ise. Ciertamente ya han aparecido algunos signos preocupantes para nuestros aliados. Creo que deberíais regresar a vuestro castillo de Nagahama lo antes posible.
Aprovechando esta oportunidad, Nobuo regresó rápidamente a Ise. Ieyasu permaneció algún tiempo en el monte Komaki, pero al final también partió hacia Kiyosu, dejando el mando a Sakai Tadatsugu. Los habitantes de Kiyosu salieron a saludar a Ieyasu con gritos de victoria, pero no eran tantos como los que habían recibido a Hideyoshi en Osaka.
Ciudadanos y soldados saludaron la batalla de Nagakute como una gran victoria para el clan Tokugawa, pero Ieyasu previno a sus servidores contra el frívolo orgullo y envió a sus tropas el siguiente mensaje:
Desde el punto de vista militar, Nagakute fue una victoria, pero por lo que respecta a los castillos y el territorio, Hideyoshi tiene la auténtica ventaja. No cometáis la alegre necedad de emborracharos para celebrar una falsa reputación.
Mientras tenía lugar el empate en el monte Komaki, en Ise, donde hacía tiempo que no se libraba ningún combate, los aliados de Hideyoshi habían tomado los castillos de Mine, Kanbe, Kokufu y Hamada, así como atacado y destruido el castillo de Nanokaichi. En un abrir y cerrar de ojos, la mayor parte de Ise había caído en poder de Hideyoshi.
Hideyoshi estuvo en Osaka cerca de un mes, ocupado en los asuntos de su administración interna, haciendo planes para regular las zonas alrededor de la capital y disfrutando de su vida privada. De momento, consideraba la crisis del monte Komaki como una preocupación ajena.
Durante el séptimo mes hizo un corto viaje a Mino. Entonces, hacia mediados del octavo mes, comentó: «Es aburrido arrastrar este asunto demasiado tiempo. Este otoño tendré que resolverlo de una vez por todas».
Una vez más, anunció que un gran ejército partiría hacia el frente. Durante dos días antes de la partida, las flautas y los tambores de las representaciones de Noh resonaron en el interior de la ciudadela principal. De vez en cuando se oían las risas y el bullicio de los moradores de la fortaleza.
Hideyoshi contrató a un grupo de actores e invitó a su madre, su esposa y demás familiares a compartir un día de asueto en el castillo.
Entre los invitados estaban las tres princesas que vivían confinadas en la tercera ciudadela. Aquel año Chacha tenía diecisiete, la hermana mediana trece y la menor de las tres pronto cumpliría once.
El año anterior, el día que cayó el castillo de Kitanosho, las muchachas vieron detrás de ellas el humo que amortajaba a su padre adoptivo, Shibata Katsuie, y su madre. Se las habían llevado del campamento en las provincias del norte y no habían visto más que desconocidos por todas partes. Pasaron algún tiempo llorando día y noche, sin que apareciera una sola sonrisa en los rostros juveniles que de ordinario habrían estado llenos de alegría. Pero finalmente las tres princesas se acostumbraron a las gentes del castillo y, divertidas por el carácter despreocupado de Hideyoshi, le cobraron afecto y empezaron a llamarle «nuestro interesante tío».
Aquel día, tras una serie de representaciones, el «interesante tío» fue al vestuario, se puso un traje de actor y salió al escenario.
—¡Mirad, es el tío! —exclamó una de las niñas.
—¡Qué aspecto tan divertido!
Haciendo caso omiso de los demás, las dos princesas más jóvenes batieron palmas y señalaron, riendo a más no poder. Como era de esperar, la hermana mayor, Chacha, las reprendió.
—No deberíais señalar. Mirad en silencio.
Hizo cuanto pudo por mantener el recato, pero las bufonadas de Hideyoshi eran tan divertidas que, al final, Chacha se ocultó la boca detrás de la manga y se rió como si los costados fueran a reventarle.
—¿Qué significa esto? Cuando nos reímos, nos regañas, pero ahora eres tú la que se ríe.
Acuciada por las bromas de sus hermanas, Chacha sólo podía reírse cada vez más.
La madre de Hideyoshi también se reía de vez en cuando mientras contemplaba la danza cómica de su hijo, pero Nene, acostumbrada a las payasadas de su marido y sus bromas constantes dentro del círculo familiar, no parecía especialmente divertida.