Taiko (142 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Asano partió de inmediato. Los únicos que quedaban ahora eran Kyutaro y Yuko.

—¿Qué hora es, Yuko?

—¿Es la segunda hora del jabalí?

—Hoy es el tercer día del mes, ¿verdad?

—En efecto.

—Mañana estaremos a cuatro —musitó para sí mismo—. Luego a cinco.

Entrecerró los ojos y movió los dedos sobre la rodilla, como si estuviera contando.

—Me resulta difícil quedarme aquí sentado —le dijo Kyutaro—. ¿Por qué no me dais alguna orden?

—No, quiero que te quedes aquí un poco más —le dijo Hideyoshi, procurando aliviar su impaciencia—. Kanbei no tardará en llegar. Sé que Hikoemon ha ido a ocuparse del correo, pero mientras tenemos unos momentos libres, ¿por qué no vas a comprobarlo?

Kyutaro se levantó en seguida y fue a la cocina del templo. El correo estaba en una pequeña habitación, comiendo ávidamente lo que le habían servido. El hombre no había comido ni bebido nada desde el mediodía del día anterior, y se dio un atracón hasta saciarse.

Cuando Hikoemon vio que el hombre había terminado, le hizo una seña y le acompañó a una habitación en los aposentos de los sacerdotes, el almacén de los sutras. Le deseó que durmiera bien y, tras dejarle dentro, dejó bien cerrada la puerta desde el exterior. En aquel momento Kyutaro se acercó sigilosamente a Hikoemon y le susurró al oído.

—A Su Señoría le preocupa que la noticia del incidente de Kyoto pueda filtrarse a los hombres.

Los ojos de Kyutaro revelaban su intención de matar al mensajero, pero Hikoemon sacudió la cabeza. Tras caminar unos pasos, dijo a su compañero:

—Probablemente morirá donde está a causa de un exceso de comida. Dejémosle morir inocentemente.

Mirando hacia la sala de los sutras, Hikoemon extendió una palma ante su pecho, en actitud de plegaria.

LIBRO OCHO

DÉCIMO AÑO DE TENSHO

1582

VERANO

Personajes y lugares

Hori Kyutaro
, servidor de alto rango de Oda

Oda Nobutaka
, tercer hijo de Nobunaga

Oda Nobuo
, segundo hijo de Nobunaga

Niwa Nagahide
, servidor de alto rango de Oda

Tsutsui Junkei
, servidor de alto rango de Oda

Matsuda Tarozaemon
, servidor de alto rango de Akechi

Ishida Sakichi
, servidor de Hideyoshi

Samboshi
, nieto y heredero de Nobunaga

Takigawa Kazumasu
, servidor de alto rango de Oda

Maeda Geni
, servidor de alto rango de Oda

Sakuma Genba
, sobrino de Shibata Katsuie

Shibata Katsutoyo
, hijo adoptivo de Katsuie

Un mensajero malhadado

Hideyoshi no se había movido. Tenues partículas de ceniza caían alrededor de la base de la lámpara, probablemente los restos de la carta de Hasegawa.

Kanbei entró renqueando y Hideyoshi le saludó con un gesto de cabeza. Kanbei dobló su pierna lisiada y se sentó en el suelo. Durante su cautividad en el castillo de Itami había contraído una afección crónica del cuero cabelludo que nunca había desaparecido por completo. Cuando se sentó cerca de la lámpara, su cabello ralo parecía casi transparente y le daba un aspecto grotesco.

—He recibido vuestra llamada, mi señor. ¿Qué puede ser tan urgente a esta hora de la noche?

—Hikoemon te lo dirá —le dijo Hideyoshi. Entonces se cruzó de brazos e inclinó la cabeza, exhalando un largo suspiro.

—Esto va a ser muy fuerte, Kanbei —empezó a decir Hikoemon.

Kanbei era famoso por su valor, pero mientras escuchaba fue palideciendo. Sin decir nada, suspiró hondamente, se cruzó de brazos y miró con fijeza a Hideyoshi.

Kyutaro se le acercó entonces de rodillas.

—No hay tiempo para pensar en lo que ya pertenece al pasado. El viento del cambio sopla en el mundo y es un buen viento para ti. Es hora de que alces tus velas y partas.

Kanbei se dio una palmada en la rodilla.

—¡Bien dicho! El cielo y la tierra son eternos, pero la vida sólo progresa porque todas las cosas cambian con las estaciones. Desde una perspectiva más amplia, este acontecimiento es favorable.

Las opiniones de los dos hombres hicieron sonreír de satisfacción a Hideyoshi, porque reflejaban sus propios pensamientos. Sin embargo, no podría admitir tales sentimientos en público sin correr el riesgo de ser malinterpretado. Para un vasallo, la muerte de su señor era una tragedia que debía ser vengada.

—Kanbei, Kyutaro, me habéis dado un gran estímulo, y ahora hay una sola cosa que podemos hacer —dijo Hideyoshi con convicción—. Llegar a un acuerdo de paz con los Mori lo más rápida y secretamente posible.

El monje Ekei había llegado al campamento de Hideyoshi como el enviado de los Mori para negociar un tratado de paz. Ekei había entrado en contacto primero con Hikoemon, porque se conocían desde hacía mucho tiempo, y luego se había reunido con Kanbei. Hasta entonces Hideyoshi se había negado a reconciliarse con los Mori, al margen de lo que ofrecieran. Aquel mismo día, tras celebrar una reunión, Ekei y Hikoemon se habían separado sin llegar a un acuerdo.

Hideyoshi se volvió hacia Hikoemon.

—Hoy te has reunido con Ekei. ¿Qué planean hacer los Mori?

—Podríamos concertar un tratado con rapidez, si accedemos a sus condiciones —replicó Hikoemon.

—¡De ninguna manera! —dijo tajantemente Hideyoshi—. Si mantienen su postura no podemos acceder en absoluto. ¿Y qué te ha ofrecido, Kanbei?

—Las cinco provincias de Bitchu, Bingo, Mimasaka, Inaba y Hoki si levantamos el cerco del castillo de Takamatsu y respetamos las vidas del general Muneharu y sus hombres.

—Una oferta tentadora, superficialmente. Pero, aparte de Bingo, las otras cuatro provincias que nos ofrecen los Mori ya no están bajo su dominio. Ahora no podemos aceptar esas condiciones sin despertar sus sospechas, pero si los Mori han descubierto lo sucedido en Kyoto, nunca accederán a la paz. Con suerte, todavía no saben nada. El cielo me ha concedido unas horas de plazo, pero serán escasas.

—Todavía estamos a día tres —dijo Hikoemon, y sugirió—: Si mañana solicitamos una conferencia de paz, se podría celebrar dentro de dos o tres días.

—No, eso es demasiado lento —replicó Hideyoshi—. Tenemos que empezar de inmediato, sin esperar siquiera al alba. Hikoemon, dile a Ekei que vuelva aquí.

—¿Envío un mensajero ahora mismo? —le preguntó Hikoemon.

—No, espera un poco. Un mensajero que llegara en plena noche le haría entrar en sospechas. Debemos pensar minuciosamente lo que vamos a decir.

***

Siguiendo las órdenes de Hideyoshi, los hombres de Asano Yahei iniciaron una inspección rigurosa de todos los viajeros que iban y venían por la zona. Alrededor de medianoche, los guardianes detuvieron a un hombre ciego que caminaba valiéndose de un pesado bastón de bambú y le preguntaron adonde iba.

Rodeado por los soldados, el hombre se apoyó en el bastón.

—Voy a casa de un pariente en la aldea de Niwase —dijo con extrema humildad.

—Si vas a Niwase, ¿qué estás haciendo en esta trocha de montaña en plena noche? —le preguntó el oficial.

—No he podido encontrar una posada, así que he seguido andando —replicó el ciego, bajando la cabeza para que los soldados se compadecieran—. A lo mejor seréis tan amable de decirme dónde puedo encontrar un pueblo con una posada.

—¡Es un impostor! —gritó de repente el oficial—. ¡Atadle!

—¡No soy un impostor! —protestó el hombre—. Soy un músico ciego con licencia, procedente de Kyoto, donde he vivido muchos años. Pero ahora mi anciana tía de Niwase se está muriendo.

Juntó las palmas en actitud de súplica.

—¡Estás mintiendo! —dijo el oficial—. ¡Puede que tengas los ojos cerrados, pero dudo de que necesites esto!

El oficial arrebató bruscamente al hombre el bastón de bambú y lo cortó por la mitad con su espada. Una carta muy enrollada cayó del interior hueco.

El hombre miró entonces a los soldados, con los ojos destellantes como espejos. Buscó el punto más débil en el círculo que le rodeaba e intentó echar a correr, pero eran más de veinte soldados a su alrededor y ni siquiera aquel hombre listo como un zorro podía escapar. Los soldados le tumbaron en el suelo, le ataron de manera que apenas podía moverse y lo pusieron sobre un caballo como una pieza de equipaje.

El hombre lanzaba insultos y maldiciones a sus captores. El oficial le metió un puñado de tierra en la boca. Fustigando el vientre del caballo, los soldados se dirigieron velozmente al campamento de Hideyoshi con su prisionero.

Aquella misma noche un asceta de montaña fue sorprendido por otra patrulla. En contraste con los modales rastreros del falso músico ciego, el monje se mostraba altivo.

—Soy un discípulo del templo Shogo —anunció con arrogancia—. Nosotros, los ascetas de montaña, a menudo caminamos durante toda la noche sin descansar. Deambulo por donde me place, tanto si hay sendero como si no. ¿Por qué me hacéis una pregunta trivial como la de mi destino? Quien tiene un cuerpo como las nubes viajeras y los arroyos no necesita un destino.

El asceta siguió hablando así durante un rato, y entonces trató de huir. Un soldado le alcanzó en las espinillas con el asta de su lanza y el hombre cayó gritando al suelo.

Los soldados le desvistieron hasta dejarle semidesnudo y descubrieron que no era un asceta de montaña sino un monje guerrero del Honganji, el cual trasladaba un informe secreto a los Mori acerca de los acontecimientos en el templo Honno. También le enviaron de inmediato como una pieza de equipaje al campamento de Hideyoshi.

Aquella noche hubo sólo dos cautivos, pero si cualquiera de ellos hubiera conseguido deslizarse a través del cordón de vigilancia y llevar a cabo su misión, a la mañana siguiente los Mori habrían conocido la muerte de Nobunaga.

El falso asceta no había sido enviado por Mitsuhide, pero el hombre que se hacía pasar por músico ciego era un samurai de Akechi con una carta de Mitsuhide para Mori Terumoto. Había salido de Kyoto por la mañana del segundo día. Mitsuhide había enviado otro mensajero aquella misma mañana, por mar desde Osaka, pero las tormentas le habían retrasado y llegó a los Mori demasiado tarde.

***

—Creía que nos reuniríamos por la mañana —dijo Ekei después de saludar a Hikoemon—, pero tu carta decía que viniera aquí lo antes posible, así que he venido de inmediato.

—Siento haberte sacado de la cama —replicó Hikoemon con aplomo—. Mañana habría estado bien, y lamento que mi carta tan mal redactada te haya privado del sueño.

Kanbei condujo a Ekei a un lugar aislado conocido vulgarmente como el Morro de la Rana, y desde allí a la casa de campo vacía donde habían celebrado sus reuniones anteriores.

Sentado frente a Ekei, Hikoemon dijo con profundo sentimiento:

—Cuando pienso en ello, me parece que los dos estamos unidos por un karma común.

Ekei asintió con solemnidad. Los dos hombres recordaron en silencio su encuentro en Hachisuka unos veinte años antes, cuando Hikoemon era el dirigente de una banda de ronin y se llamaba Koroku. Durante su estancia en la mansión de Hikoemon, Ekei oyó hablar por primera vez de un joven samurai llamado Kinoshita Tokichiro, el cual había entrado reciente mente al servicio de Nobunaga en el castillo de Kiyosu. En aquellos tiempos, cuando la categoría de Hideyoshi estaba todavía muy por debajo de los generales de Nobunaga, Ekei había escrito a Kikkawa Motoharu: «El dominio de Nobunaga durará unos cuantos años más. Cuando él caiga, Kinoshita Tokichiro será el siguiente hombre a tener en cuenta».

Las predicciones de Ekei fueron asombrosamente precisas: Veinte años antes había percibido la capacidad de Hideyoshi; diez años atrás había previsto la caída de Nobunaga. Sin embargo, aquella noche no podía saber de ninguna manera hasta qué punto había acertado.

Ekei no era un monje ordinario. Cuando era todavía un joven acólito que estudiaba en un templo, Motonari, el antiguo señor de los Mori, le ordenó que entrara a su servicio. En vida de Motonari, su «pequeño monje», como llamaba afectuosamente a Ekei, le había acompañado en todas sus campañas militares.

Después de la muerte de Motonari, Ekei había abandonado a los Mori y viajado por todo el imperio. A su regreso fue nombrado abad del templo Ankokuji y sirvió a Terumoto, el nuevo señor de los Mori, como leal consejero.

Durante la guerra con Hideyoshi, Ekei había argumentado constantemente en favor de la paz. Conocía bien a Hideyoshi y no creía que el oeste pudiera resistir su ataque. Otro factor que le influía era su larga amistad con Hikoemon.

Ekei y Hikoemon se habían reunido ya numerosas veces, pero en cada ocasión se habían separado estancados en el mismo punto muerto: el destino de Muneharu. Hikoemon se dirigió así a Ekei:

—Anteriormente, cuando hablé con el señor Kanbei, me dijo que el señor Hideyoshi es mucho más generoso de lo que él cree. Sugirió que si los Mori hacían una sola concesión más, sin duda la paz estaría asegurada. El señor Kanbei dijo que si levantábamos el asedio y respetábamos la vida del señor Muneharu, la gente lo interpretaría como si el ejército de Oda se hubiera visto obligado a firmar un tratado de paz. El señor Hideyoshi no podría presentar tales condiciones al señor Nobunaga. Nuestra única condición es la cabeza de Muneharu. No creo que tengas dificultades para llevar este asunto a su desenlace.

Las condiciones de Hikoemon no habían cambiado, pero él mismo parecía un hombre diferente desde su último encuentro.

—No puedo hacer más que reafirmar mi posición —replicó Ekei—. Si el clan Mori cede cinco de sus diez provincias y no se respeta la vida de Muneharu, no habrán obrado de acuerdo con el Camino del Samurai.

—De todos modos, ¿has verificado sus intenciones después de nuestro último encuentro?

—No había necesidad de hacerlo. Los Mori nunca aceptarán la muerte de Muneharu. Valoran la lealtad por encima de todo lo demás, y nadie, desde el señor Terumoto hasta su vasallo de menor categoría, lamentaría el sacrificio, aun cuando suponga la pérdida de todas las provincias occidentales.

El cielo estaba empezando a palidecer. Se oyó el canto de un gallo a lo lejos. La noche cedía el paso al cuarto día del mes.

Ekei no accedía y Hikoemon no estaba dispuesto a ceder. Volvían a estar en un punto muerto.

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