Taiko (171 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Osaki regresó en seguida. Había cabalgado a Shimizudani, luego a Hachigamine y, desde el monte Chausu, a Kannonzaka, a fin de comprobar los hechos.

—No sólo se ven las antorchas y hogueras, sino que, si uno escucha con atención, puede oír los relinchos de los caballos y el sonido de sus cascos. No es cosa de broma. Tendréis que planear una contraestrategia lo antes posible.

—Bien, ¿y qué hay de Hideyoshi?

—Se cree que Hideyoshi va en la vanguardia.

Genba se quedó tan desconcertado que apenas encontró las palabras para hablar. Se mordió el labio y permaneció en silencio, con el semblante pálido.

—Nos retiraremos —dijo al cabo de un rato—. No podemos hacer otra cosa, ¿no es cierto? Se acerca un gran ejército y nuestras tropas están aquí aisladas.

Genba se había negado testarudamente a obedecer las órdenes de Katsuie la noche anterior. Ahora él mismo ordenaba a sus tropas presas del pánico que hicieran los preparativos para levantar el campamento y apresuraba a sus servidores y pajes.

—¿Aún está aquí el mensajero de Hachigamine? —preguntó Genba a los servidores que le rodeaban mientras montaba.

La respuesta fue afirmativa, y llamó al mensajero.

—Regresa de inmediato y dile a Hikojiro que nuestro cuerpo principal empieza ahora a retirarse, pasando por Shimizudani, Iiurazaka, Kawanami y Moyama. Las fuerzas de Hikojiro nos seguirán como retaguardia.

En cuanto terminó de dar la orden, Genba reunió a sus servidores y echó a andar por el sendero de montaña envuelto en la más profunda oscuridad.

De esta manera el ejército principal de Sakuma inició su retirada general durante la segunda mitad de la hora del jabalí. La luna no había salido cuando emprendieron el camino. Durante una media hora no encendieron antorchas, a fin de impedir que el enemigo descubriera su paradero. Bajaron precariamente por los estrechos senderos, a la luz de sus mechas y de las estrellas.

Comparando los tiempos empleados en sus movimientos, Genba debía de haber empezado a levantar su campamento cuando Hideyoshi había subido al monte Chausu desde la aldea de Kuroda y estaba descansando.

Era allí donde Hideyoshi habló con Niwa Nagahide, quien había llegado a toda prisa desde Shizugatake para entrevistarse con él. Nagahide era un invitado de honor, y Hideyoshi le daba un trato muy cortés.

—Apenas sé qué deciros ahora —le dijo—. Habéis sufrido grandes molestias desde esta mañana.

Dicho esto, compartió el asiento de mando con Nagahide, y más tarde le preguntó sobre cuestiones como la situación del enemigo y la disposición del terreno. De vez en cuando el viento que soplaba en la cima de la montaña acarreaba las voces risueñas de los dos hombres.

Durante ese tiempo, los soldados que seguían a Hideyoshi iban acudiendo al campamento en grupos de doscientos y trescientos.

—Las fuerzas de Genba ya han empezado a retirarse hacia Shimizudani y han dejado una retaguardia en la zona de Hachigamine —le informó un explorador.

Entonces Hideyoshi ordenó a Nagahide que transmitiera las órdenes y la información siguientes a todas las fortalezas de sus aliados:

A la hora del buey, emprenderé un ataque por sorpresa contra Genba. Reunid a los habitantes de la zona al alba y pedidles que lancen gritos de guerra. En cuanto amanezca, oiréis disparos, lo cual indicará que ha llegado la ocasión de tener al enemigo a nuestra merced. Deberéis saber sin que os lo digan que los disparos antes del amanecer procederán de los mosquetes del enemigo. El sonido de la caracola será la señal del ataque general. No hay que perder esta oportunidad.

En cuanto Nagahide se marchó, Hideyoshi pidió que retirasen su escabel de campaña.

—Dicen que Genba huye. Seguid su ruta de retirada y perseguidle sin descanso. —Ordenó a los guerreros que le rodeaban que transmitieran esa orden a todo el ejército—. Y evitad disparar los mosquetes hasta que el cielo empiece a clarear.

No estaban en una carretera nivelada, sino en un simple sendero de montaña con infinidad de lugares peligrosos. El ataque dio comienzo con el avance de un cuerpo de ejército tras otro, pero no podían avanzar con tanta rapidez como habrían deseado.

A lo largo del camino, los hombres desmontaban y conducían a sus caballos a través de ciénagas o a lo largo de las superficies de riscos verticales donde el camino desaparecía.

Pasada la medianoche, la luna se alzó en medio del cielo y ayudó a las fuerzas de Sakuma en su camino de retirada. Sin embargo, su luz iba a ser también una bendición para los hombres de Hideyoshi que les perseguían.

Los dos ejércitos sólo estaban a tres horas de distancia. Hideyoshi había enviado un enorme ejército para librar aquella batalla, y la moral de sus guerreros era alta. El probable resultado estaba claro antes de que comenzara la lucha.

***

El sol estaba alto. Era casi la hora del dragón. Se había luchado en la orilla del lago Yogo, pero los Shibata habían vuelto a huir, reuniéndose en la zona de Moyama y el puerto de montaña de Sokkai.

Allí estaban acampados Maeda Inuchiyo y su hijo, cuyos estandartes ondeaban apaciblemente, quizá con una placidez excesiva. Sentado en su escabel de campaña, Inuchiyo había observado sin duda los disparos y las chispas que se habían extendido sobre Shizugatake, Oiwa y Shimizudani desde el amanecer.

Estaba al mando de un ala del ejército de Katsuie, lo cual le colocaba en una posición realmente delicada, pues sus sentimientos personales y su deber hacia Katsuie estaban en conflicto. Un solo error y su provincia y toda su familia perecerían. La situación estaba muy clara. Si se oponía a Katsuie, sería destruido, pero si abandonaba su larga amistad con Hideyoshi, traicionaría a sus emociones.

Katsuie... Hideyoshi...

Si comparaba a los dos hombres, muy probablemente Inuchiyo no cometería un error al elegir entre ellos. Cuando dejó su castillo en Fuchu para dirigirse al campo de batalla, a su esposa le preocuparon las intenciones de su marido y le interrogó a fondo.

—Si no peleas contra el señor Hideyoshi, no cumplirás con tu deber de guerrero —le dijo.

—¿Tú crees?

—Pero no creo que necesites mantener la palabra que le diste al señor Katsuie.

—No seas necia. ¿Me crees capaz de incumplir mi palabra de guerrero cuando la he dado?

—Bien, entonces ¿a cuál de ellos vas a apoyar?

—Eso lo dejo a la voluntad del cielo. No sé qué más puedo hacer. La sabiduría del hombre es demasiado limitada para una cosa así.

***

Los hombres de Sakuma, ensangrentados y lanzando gritos, huían hacia las posiciones de Maeda.

—¡No cedáis al pánico! ¡No actuéis de una manera deshonrosa!

Genba, que también huía en aquella dirección acompañado por un grupo de hombres montados, saltó de su silla carmesí y rechazó a sus tropas con ásperos gritos.

—¿Qué os pasa? ¿Vais a correr después de haber luchado tan poco?

Al mismo tiempo que increpaba a los guerreros, trataba de darse ánimos a sí mismo. Se sentó pesadamente en una roca. Tenía los hombros convulsos y casi parecía respirar fuego. Un sabor amargo le llenaba la boca. El esfuerzo que había hecho para no perder la dignidad como general en medio de aquella confusión era extraordinario, habida cuenta de su juventud.

Entonces le comunicaron que su hermano menor había muerto. Con patente incredulidad, escuchó los demás informes sobre la muerte de muchos de sus oficiales.

—¿Y mis demás hermanos?

Uno de los servidores respondió a esa abrupta pregunta señalando a sus espaldas.

—Dos de vuestros hermanos están ahí, mi señor.

Con los ojos inyectados en sangre, Genba distinguió a los dos hombres. Yasumasa se había tendido en el suelo y contemplaba el cielo con la mirada perdida. El menor de los hermanos dormía con la cabeza vuelta a un lado, mientras la sangre que manaba de una herida le caía en el regazo.

Genba tenía afecto a sus hermanos y le alivió verlos aún con vida, pero la misma visión de aquellos hermanos, su propia carne y sangre, también pareció encolerizarle.

—¡Levántate, Yasumasa! —gritó—. ¡Y tú domínate, Shichiroemon! Es demasiado pronto para estar tendido en el suelo. ¿Qué estáis haciendo?

Haciendo acopio de valor, Genba se levantó con cierta dificultad. También él parecía haber sufrido una herida.

—¿Dónde está el campamento del señor Inuchiyo? ¿En lo alto de esa colina?

Empezó a alejarse, arrastrando uno de los pies, pero se volvió y miró a sus hermanos menores, los cuales parecían dispuestos a seguirle.

—No es necesario que vengáis. Debéis reunir unos cuantos hombres y preparaos para la llegada del enemigo. Hideyoshi no va a perder tiempo.

Genba tomó asiento en el escabel de mando dentro del recinto y esperó. Inuchiyo no tardó en presentarse.

—Siento mucho lo sucedido —le dijo.

—No lo sintáis. —Genba forzó una amarga sonrisa—. Con un pensamiento tan mediocre, estaba condenado a perder.

Era una respuesta tan contenida que Inuchiyo miró de nuevo a Genba, el cual parecía considerarse el único culpable de la derrota. No se quejó de que Inuchiyo no hubiera enviado sus tropas al combate.

—¿Nos ayudaréis de momento refrenando a las fuerzas atacantes de Hideyoshi con vuestras tropas frescas?

—Desde luego, pero ¿queréis el cuerpo de lanceros o el de mosqueteros?

—Quisiera que el cuerpo de mosqueteros esperase escondido en el frente. Podrían disparar contra la confusión del avance enemigo y entonces nosotros actuaríamos ccomo una segunda fuerza, blandiendo nuestras lanzas ensangrentadas y luchando a muerte. ¡Id rápido! ¡Os lo ruego!

En cualquier otra ocasión Genba no habría suplicado a Inuchiyo por nada del mundo. Incluso Inuchiyo no podía evitar compadecerse de él. Comprendía que la postura humilde de Genba se debía muy probablemente a la debilidad causada por la derrota, pero también podía deberse a que Genba comprendía ya las verdaderas intenciones de Inuchiyo.

—El enemigo parece aproximarse —dijo Genba, sin relajarse ni siquiera un instante. Mientras musitaba estas palabras, se levantó—. Bien, entonces nos veremos luego. —Alzó la cortina y salió, pero entonces se volvió hacia Inuchiyo, que salía detrás de él para despedirle—. Es posible que no volvamos a encontrarnos en este mundo, pero no tengo intención de morir ignominiosamente.

Inuchiyo le acompañó hasta el lugar donde había estado descansando poco antes. Genba se despidió de él y bajó la pendiente a paso vivo. La escena que se extendía abajo y llenaba su campo de visión había cambiado por completo en unos pocos minutos.

El número de las fuerzas de Sakuma había sido de ocho mil hombres, pero parecía que sólo quedaba un tercio de ellos. Los demás estaban muertos o heridos o habían desertado. Los que quedaban eran soldados derrotados y oficiales afligidos, y sus gritos de confusión hacían que la situación pareciera incluso peor de lo que era.

Estaba claro que los hermanos menores eran incapaces de organizar el caos. La mayoría de los oficiales veteranos habían muerto. Los diversos cuerpos de ejército carecían de comandante y los soldados no sabían con seguridad a quién le correspondía el mando, mientras que el ejército de Hideyoshi era ya visible a lo lejos. Aun cuando los hermanos Sakuma hubieran podido impedir la fuga desordenada, poco podrían haber hecho para superar la vacilación del ejército.

Pero los mosqueteros del ejército de Maeda corrían silenciosos como el agua entre aquel griterío y, desplegándose con rapidez a cierta distancia fuera del campamento, se tendieron en el suelo. Cuando observó esa acción, Genba gritó una orden con voz imperiosa y la confusión remitió un poco.

Saber que tropas frescas de Maeda habían entrado en el campo de batalla fue una fuente extraordinaria de ánimo para los soldados de Genba, así como para éste y sus restantes oficiales.

—¡No os retiréis hasta que veamos esa condenada cabeza de mono en el extremo de una de nuestras lanzas! ¡No permitáis que Maeda se ría de nosotros! ¡No os deshonréis!

Genba deambulaba entre sus oficiales y soldados, espoleándolos. Como era de esperar, los soldados que le habían seguido hasta entonces conservaban vivo el sentido del honor. La sangre secada por un sol que brillaba intensamente desde las primeras horas del día manchaba las armaduras y lanzas de muchos. El polvo y los fragmentos de hierba se mezclaban con la suciedad.

Cada rostro reflejaba el anhelo de beber agua, aunque sólo fuese un pequeño trago, pero no había tiempo para eso. Grandes nubes de polvo amarillo y los sonidos de los caballos del enemigo se aproximaban ya desde la distancia.

Pero Hideyoshi, que había avanzado hasta allí desde Shizugatake con una fuerza que lo había barrido todo, se detuvo poco antes de llegar a Moyama.

—Este campamento está al mando de Maeda Inuchiyo y su hijo, Toshinaga —anunció Hideyoshi.

Con esta observación, hizo que se detuviera bruscamente el impetuoso avance de la vanguardia. Entonces reorganizó su orden de batalla y colocó a sus hombres en formación.

En aquel momento los dos ejércitos estaban fuera del alcance de tiro. Genba ordenó a los mosqueteros de Maeda que tomaran posiciones en la ruta del avance enemigo, pero el polvo cubría al ejército de Hideyoshi, el cual se negaba a avanzar y ponerse a tiro.

Tras haberse separado de Genba, Inuchiyo se quedó en el borde de la montaña y contempló la situación desde lejos. Sus intenciones eran un enigma incluso para los generales que le rodeaban. Sin embargo, dos de sus samurais conducían su caballo.

«Por fin está decidido a luchar.» Eso era lo que sus soldados parecían esperar en el fondo de sus corazones. Pero al tiempo que Inuchiyo ponía el pie en el estribo, susurraba algo a un mensajero que acababa de llegar con una respuesta desde el campamento de Toshinaga. Inuchiyo montó, pero no parecía dispuesto a moverse.

Se oyó un estrépito en la dirección del pie de la montaña. Cuando Inuchiyo y todos los demás miraron hacia allí, vieron que un caballo asustado en la retaguardia de su formación había roto su atadura y corría enloquecido por el campamento.

Ésa no habría sido una situación difícil en tiempos normales, pero en aquellas circunstancias la confusión creó más confusión y se armó un tumulto.

Inuchiyo se volvió para mirar a los dos samurais y les hizo una señal con los ojos.

—Seguid todos adelante —dijo a los servidores que le rodeaban, y azuzó a su caballo.

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