Se paró frente a una estatua de bronce de un perro que estaba en una mesa auxiliar.
—¿Puedo tocarlo?
—Puedes hacer lo que quieras —asentí—. Ahora es nuestro.
Lo cogió y lo acunó en su pecho. Aunque debía de pesar un par de kilos, insistió en llevárselo con él. Cuando lo metí en la enorme cama del dormitorio principal, todavía lo agarraba, decidido a dormir con él. Lo dejé en la mesita de noche, a unos centímetros de su cara.
—¿Dónde está Michael? —Tyler acariciaba la cabeza del perro mientras se le cerraban los ojos.
—Está recogiendo sus cosas del edificio.
—Va a venir a quedarse, ¿verdad? —Sonrió.
—Sí. Va a convertir la casita de invitados en un estudio para pintar.
—Me pregunto qué dibujará ahora. Ahora que ya no estamos en las calles. —La voz de Tyler fue haciéndose lenta.
Después cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.
Durante los días siguientes, reconstruimos nuestras vidas.
Con Lauren como mi tutora legal, quedaba protegida contra cualquiera que recusara el testamento basándose en que era una menor sin reclamar. La mitad de los bienes de Helena y sus dos casas serían mías para siempre. La otra mitad se había dejado en fideicomiso a Emma una vez la encontráramos. La encontraría. Le debía eso a Helena.
El dinero estaba mucho más allá de lo que había esperado ganar cuando me inscribí en el banco de cuerpos, y le estaba profundamente agradecida. Tyler estaba recibiendo el mejor cuidado médico que el dinero podía comprar, y estaba más sano cada día que pasaba. Me había implantado un diente nuevo, y mis cortes y contusiones se curarían con el tiempo.
Michael se mudó a la casita que había en la propiedad pero se fue inmediatamente. No dio ninguna explicación, así que fui allí para ver si había cogido sus pertenencias. Supe que iba a volver cuando vi las paredes cubiertas con los dibujos que había hecho durante nuestro año de vida en las calles. Starters y renegados, tristes, malhumorados y hambrientos, todo estaba allí, con su particular estilo. Tanta emoción, y la había capturado por completo. Extendida por las cuatro paredes vi mi vida después de las guerras de las Esporas. Mi vida pasada.
Imaginé que debía de haber dejado la ciudad para ver a Florina. Estaba decepcionada, pero no tenía ningún derecho a estarlo. Perder a Blake había dejado un gran vacío en mi corazón. No fue hasta que las cosas se calmaron cuando me di cuenta de lo grande que era.
Una semana después de que nos trasladáramos a casa de Helena oí en las noticias que el senador Harrison se estaba recuperando de un «accidente de caza».
Las consecuencias del escándalo del banco de cuerpos Plenitud seguirían en los medios los meses siguientes. Tras las elecciones, sabríamos si los enders estaban dispuestos a reelegir a un hombre que no tenía reparos en condenar a los adolescentes a una muerte en vida.
El senador tenía a Blake atado corto. Intenté enviarle mensajes, intenté llamarlo.
Nunca respondía. Decidí que antes de renunciar a él para siempre, iría a verlo en persona. Sólo con que pudiera explicárselo todo, podría persuadirlo para darnos una segunda oportunidad. Si no, seguiría adelante con mi vida.
No fue difícil encontrar la casa del senador. Tuve que pasar por delante varias veces antes de encontrar el deportivo de Blake aparcado en el exterior. Cuando finalmente lo divisé, se me desbocó el corazón, y tuve que tranquilizarme a mí misma antes de salir del bólido amarillo.
Alcé los ojos para ver una majestuosa mansión estilo Tudor, y tomé el largo sendero flanqueado de rosales que ascendía desde la acera hasta la puerta de entrada. Entré en el porche y el sensor hizo que sonara el timbre antes de que pudiera decidir dar marcha atrás. La puerta se abrió.
Un gélido guardaespaldas ender vestido de uniforme sacó su arma y me apuntó a la cabeza.
—¡Llama a la policía! —gritó a alguien de la casa.
—No estoy aquí para causar problemas. —Puse las manos en alto—. Sólo quiero ver a Blake.
Éste se acercó a la puerta. El guardia se situó entre nosotros.
—Atrás.
—No pasa nada, hablaré con ella —dijo Blake.
El guardia apretó su auricular. Estaba escuchando a alguien y respondió con un «sí, señor». Blake y yo intercambiamos una mirada. Se encogió de hombros.
La actitud del guardia cambió.
—Parece que es tu día de suerte —me dijo—. Lo único es que voy a tener que registrarte, si no te importa.
Enfundó el arma y me cacheó de arriba abajo. Después sacó un detector de armas de que llevaba en una funda en la pierna y me lo pasó por todo el cuerpo. Al no encontrar nada, el guardia se retiró al interior y desapareció de la vista, dejando a Blake en el umbral.
—Hola —dijo sonriendo.
—Blake. —Le devolví la sonrisa. Era estupendo volver a ver su cara. Y sonriéndome. Esto me daba esperanzas.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—Pensé que podríamos hablar.
—¿De qué?
—De todo lo que ha pasado. Hay mucho que explicar.
—¿Es una broma?
Se me paró el corazón por un segundo.
—¿Blake?
—¿Cómo te llamas? —Ladeó la cabeza.
—No finjas que no me conoces.
—¿Uno de mis amigos te ha metido en esto? —Se frotó la nuca.
—Oh, vamos. —Me crucé de brazos—. No me has perdonado.
Se limitó a quedarse mirando. No iba a ceder ni un centímetro.
—Pensé que tal vez lo entenderías —dije—, después de que todo saliera a la luz.
—Lo siento, yo… —se encogió de hombros— no te conozco. —Su expresión se volvió seria.
Se me helaron las manos. Ver aquella cara que conocía tan bien mirándome con aquella expresión ausente… me llegó hasta lo más hondo. ¿Qué había pasado?
—¿Blake? ¿De verdad no te acuerdas? ¿De nada?
Negó con la cabeza.
—¿Montar a caballo? ¿El parque…? ¿El Centro de Música?
Siguió negando con la cabeza. Parecía que le diera pena.
—No estoy loca. Mira tu móvil. Nuestra foto está allí. —Entrecerró los ojos como si estuviera buscando en el pasado pero volviera con las manos vacías. No se acordaba de mí.
No sé si algo podría haberme herido más.
Era invisible.
El senador Harrison se aproximó a la puerta. Llevaba un brazo en cabestrillo.
—Callie —me saludó.
Di un paso atrás.
—¿La conoces? —preguntó Blake.
El senador vino hacia mí. Retrocedí. Me dio una palmadita en el hombro.
—Todo va bien, Callie. Entra. —Puso su brazo bueno alrededor de mi hombro y me condujo al enorme vestíbulo. El guardia estaba de pie, envarado, a un lado. Pude ver el salón a través de un arco. Ardía un fuego en la chimenea. El senador se volvió hacia Blake—. Necesito hablar con mi huésped a solas.
Blake asintió. Antes de irse, me lanzó una última mirada por encima del hombro.
Esperaba que mostrara algún pequeño destello de recuerdo. Nada. Por el contrario, su cara decía que yo sólo era una curiosidad.
El senador Harrison me cogió del brazo y me condujo al estudio. Me acercó una silla de cuero y cerró la puerta. Preferí quedarme detrás de la silla. No estaba segura de si podía confiar en él. Observé la estancia, que estaba decorada con antigüedades.
—Así que ya has conocido a mi nieto —dijo.
—¿Qué le ha pasado? —Sentí que mi labio empezaba a temblar.
—Ése es mi nieto real. —Señaló la puerta—. El Blake Harrison real. —Hizo una mueca de dolor cuando se sentó al escritorio y se ajustó el cabestrillo.
—¿El Blake real? —Había oído sus palabras, pero no tenían sentido.
Después, como si alguien hubiera bajado el volumen, todo quedó en silencio.
Sólo el reloj antiguo que había sobre la mesa, en su cúpula de cristal, se atrevió a hacer un sonido. Siguió haciendo tictac mientras las tres bolas doradas de su interior se movían adelante y atrás, adelante y atrás. Era vertiginoso, mareante, lo rápido que giraban.
Alguien suspiró. Había sido yo.
El senador entorno los ojos y asintió.
—Entonces, ¿nunca ha sido él? —pregunté.
Negó con la cabeza.
—Sólo su cuerpo.
Me tapé la boca con la mano.
Volvió a asentir.
Me recosté en el respaldo de la silla.
—Así que había otra persona dentro de Blake… usando su cuerpo.
—Así es. —El senador esperó a que lo asimilara.
¿Quién? ¿Quién querría usar el cuerpo de Blake todo ese tiempo? Y entonces me di cuenta. No. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. La idea era demasiado horrible como para que fuera verdad.
—El Viejo —dijo por fin el senador.
Coloqué la cabeza entre mis manos. No. Él no. ¿En Blake? Mi mente estaba girando aún más rápido que las bolas doradas del interior del reloj.
—Pero vi al Viejo cuando vino a la institución —objeté—. No puede haber estado en dos sitios a la vez.
—Fue después de que se firmara el trato con el gobierno. Dejó a Blake entonces.
—¿Y qué hay del anuncio en la pantalla holográfica? Se mostró antes de eso.
—Estaba pregrabado.
Me paré para tomar una profunda bocanada de aire.
—¿Y dejó que esto pasara?
—Tomó a mi nieto como rehén, aunque Blake nunca lo supo. Sólo su abuela y yo.
Me obligó a presentar el acuerdo entre el gobierno y Destinos de Plenitud.
—¿Blake no se inscribió en Plenitud?
El senador negó con la cabeza.
—El Viejo lo secuestró y le insertó el chip. Blake no sabe nada de esto. Cree que ha estado enfermo todas estas semanas.
Me pasé la mano por el pelo. Todo el tiempo había pensado que yo era el fraude, la campesina fingiendo ser una princesa. Pero era el príncipe el que se había disfrazado. Había sido el ogro todo el tiempo. En mi mundo, nada era lo que parecía. Y no sabía si podría volver a confiar nunca en nadie.
El senador me puso la mano en el hombro.
—Callie, quiero que sepas que he presionado al fiscal para que retire los cargos contra ti.
—Gracias. —Me había olvidado por completo de mí.
—Y tengo que pedirte un favor.
—¿Qué? —No podía imaginar qué podía hacer por él.
Acercó su rostro al mío. Su aliento olía a tabaco.
—No cuentes a mi nieto nada de todo esto, nunca.
Dejé la casa de los Harrison sin volver a ver a Blake. Descendí por el sendero mientras las brillantes rosas se burlaban de mí a cada paso. «Estúpida. ¿Por qué no te diste cuenta?» Se me doblaron las rodillas. Caí al suelo mientras un horrible y profundo abismo se formaba en mis entrañas. Me di una palmada en el estómago para detener aquella sensación. Nunca más volvería a ver a Blake. No era real. Todo lo que hicimos y sentimos no era real.
Empecé a derramar lágrimas ardientes.
Se había ido para siempre. Como papá y mamá.
Papá.
«Oh, papi, te echo tanto de menos…»
Pasé toda la noche repasando en mi mente cada pequeña cosa que Blake había dicho y hecho, pero imaginando que provenían del Viejo. El Club Runa, el rancho, la gala de entrega de premios. Tras revivir aquellos momentos una y otra vez, quería alejarme tanto como pudiera de aquellos lugares. Así que a la mañana siguiente me llevé a Tyler a nuestra nueva casa de vacaciones en las montañas de San Bernardino. Nos envolvimos con nuestras frazadas y chaquetas y nos dirigimos al norte.
La segunda casa de Helena era un gran chalet de dos plantas situado en un terreno de dos hectáreas con vistas panorámicas al lago por la parte trasera. A diferencia de la mansión, había pocas cosas que recordaran a Helena o a Emma; nada de retratos ni de marcos holográficos. No estaba intentando olvidarlas, pero no tener que ver sus caras nos hizo sentir como que la casa era realmente nuestra.
Tyler se dedicó a practicar la pesca en el lago mientras yo me quedé sentada en una roca y pensaba en cuánto había ganado y cuánto había perdido.
Había empezado con el Viejo usando al senador Harrison para impulsar el contrato de su banco de cuerpos con el gobierno. Para hacer cooperar al senador, había raptado a Blake y usado su cuerpo como rehén. Helena no sabía nada de eso, sino que había descubierto que el senador tenía planes para hacer el trato con el gobierno. Así que había alquilado mi cuerpo para matarlo. Quería que el contrato no se firmara y exponer públicamente a Plenitud por primera vez bajo la peor luz posible, mostrando cómo un cuerpo donante podía ser usado para matar. Cuando consiguió que Redmond alterara nuestro chip, eliminando el inhibidor de homicidios, el Viejo detectó el cambio de la señal y descubrió sus planes. Como el Viejo ya se había apoderado de Blake, usó su cuerpo para descubrir más cosas sobre el plan de Helena.
Fue entonces cuando la siguió al Club Runa, habló con ella en el bar, y consiguió una cita en el rancho. Pero cuando Redmond manipuló el chip, también lo hizo inestable. Eso hizo que Helena se desmayara en la discoteca, y el Viejo, en el interior de Blake, vio cómo pasaba.
Entonces lo conocí. Empezó una relación conmigo para vigilar a Helena, para asegurarse de que no mataría al senador antes de que hablara con el presidente. Y para ver cómo me adaptaba al cambio del inhibidor de homicidios. Una vez que Helena y yo establecimos contacto mental, debió de darse cuenta de lo valioso que podía ser aquel recurso, especialmente para el gobierno.
Absolutamente todo lo que había hecho era una ficción. Fingiendo ser un adolescente real que visitaba a su bisabuela, fingiendo que le gustaba para que confiara en él. El tiempo que pasamos en el rancho, en el coche: todo habían sido mentiras. Su actuación habría merecido un premio de interpretación, fingiendo que quería tocarme la mejilla, coger mi mano, besarme.
Me llevé la mano a la boca. Pero no había modo de borrar aquel recuerdo.
Me ponía enferma. Adoraba el tiempo que había pasado con Blake. Pero sentía que debía odiarlo, ahora que sabía que todo el tiempo había sido el Viejo jugando conmigo. Estaba desgarrada. En un momento quería atesorar aquellos recuerdos en una preciosa caja. Al siguiente, quería una antorcha para reducirlos a cenizas.
Me concentré en Tyler, que estaba tirando la caña al agua. Su lanzamiento estaba mejorando. Al menos, cuando se trataba de Tyler, me sentía en paz. Era un alivio saber que nunca volvería a pasar hambre, que nunca tendría que dormir en un suelo sucio y frío, que no iba a morir. Respiré el aire fresco con aroma a pino.