Las enfermeras se sorprendieron al vernos, pero cooperaron, quizá motivadas por la presencia del senador y la cámara. Parecía que algunos de los arrendatarios habían estado allí hasta dos meses, a juzgar por lo crecido de sus barbas y su pelo.
Su edad abarcaba desde los ochenta hasta los ciento cincuenta años.
Madison, con sus largas piernas, se acercó contoneándose hasta una fornida mujer de ciento veinticinco años que estaba recostada con los ojos cerrados. Como los otros arrendatarios, llevaba un camisón de hospital y una manta la cubría hasta la cintura.
Madison señaló a la enorme senior y le dijo a Trax:
—Ahora sé buen chico y devuélveme a mi viejo y gordo cuerpo. Puede que no sea mucho, pero es mío.
Trax sacó una silla para que Madison se sentara. Se dirigió al centro de enfermeras y puso sus manos en un teclado vertical. Pulsó una serie de claves que generaron unos débiles sonidos. Le seguí la mirada y vi un módulo informático circular que colgaba directamente sobre él, cerca del techo. Las luces centellearon durante unos momentos siguiendo una frecuencia determinada. Y después, las luces y los sonidos cesaron.
Todo el mundo parecía estar conteniendo el aliento, así de silenciosa estaba la sala. Después, la enorme mujer del sillón abatible abrió los ojos. Trax fue hacia ella y le puso una mano en el hombro.
—¿Todo bien? —le preguntó. Ella sacudió la cabeza, como intentando despertarse.
—Mejor que nunca. —Esperó a que le retirara los tubos y entonces se incorporó—. Hola, Callie, chica. Éste es mi verdadero yo, Rhiannon.
Le sonreí.
La Madison real, la donante adolescente, se había desplomado en la silla con los ojos cerrados. Se retorcía como un gato en medio de una pesadilla. Entonces abrió los ojos. Estaba desorientada. Su media melena rubia le colgaba sobre la cara. Se incorporó.
—¿Dónde estoy? —preguntó con una voz suave, tranquila. Miró a su alrededor—. ¿Quién es toda esta gente? —Su voz era reconocible pero distinta.
Rhiannon se inclinó hacia delante y puso una mano en el hombro de Madison.
—Todo va bien, cielo, has regresado a Plenitud. Tu alquiler ha acabado.
Algunos de los arrendatarios no estaban muy felices con la idea de que los hubieran engañado con el plazo del alquiler. Estaban empezando a poner dificultades. El senador, el ex policía, el abogado y Trax formaron un corrillo.
Decidieron que la mejor solución y más rápida era, simplemente, desconectar el enchufe.
—Está bien, que todo el mundo se siente en el suelo. Ahora —dijo el senador.
Sólo unos pocos de los malhumorados seniors que ocupaban los cuerpos de los adolescentes reales obedecieron. Trax repitió la misma secuencia que había usado un momento antes para desconectar a Madison. Todos los adolescentes que no estaban aún en el suelo pronto lo estuvieron y los cuerpos de los seniors empezaron a moverse en los sillones abatibles. El resto de nosotros fuimos a ayudar a los pobres donantes adolescentes, que no tenían ni idea de por qué se estaban despertando en el suelo.
Escudriñé la multitud. Alguien a quien conocía estaba allí, cerca del fondo de la sala.
Michael.
Estaba a salvo.
—¿Michael? —Me arrodillé a su lado.
Me miró aturdido.
—¿Cal? —Se apoyó en un brazo—. ¿Qué te ha pasado en la cara?
—Algunos enemigos que se pusieron serios. —Me toqué la mandíbula.
—¿Te duele mucho?
—Me recuperaré.
—¿Dónde estoy? —Se sentó y se frotó la cabeza.
—En el banco de cuerpos.
—El banco de cuerpos. —Asintió con la cabeza—. ¿Ha acabado mi alquiler?
—Del todo. —Lo rodeé con los brazos y lo estreché contra mí.
Me abrazó, y recordé lo muy segura que me hacía sentir. Enterré mi nariz en su camisa por un momento. Podría haberme quedado así toda la vida, pero mi mente estaba con mi hermano. Si estaba allí, lo encontraría.
Ayudé a Michael a levantarse. Ahora todos los donantes estaban de pie, intentando orientarse.
Lauren se acercó a mí junto con el senador Bohn. Ambos parecían tensos.
—No estamos del todo seguros, así que no te hagas ilusiones, pero puede que tengamos una pista sobre tu hermano —afirmó el senador.
El senador y yo corrimos con Trax y un policía por un largo pasillo.
—No sabía que era tu hermano. —Trax negó con la cabeza.
—¿Y qué hay de Florina? —pregunté— ¿Hay una chica con él?
—No, sólo el chico —respondió Trax.
Mientras nos dirigíamos allí a toda prisa, explicó cómo el Viejo le había hecho una consulta a primera hora de la mañana. Quería saber si la operación funcionaría con un cerebro preadolescente. La discusión había conducido a la cuestión del tamaño del cerebro concreto, y Trax había examinado a Tyler.
—Pero no sé si todavía está aquí. —Trax frunció el ceño—. La última vez que le vi eran las siete y media de la mañana. El Viejo lo cambió de sitio muchas veces.
—¿Quién ha estado cuidando de él? —pregunté.
Trax se encogió de hombros. No tenía la menor idea.
—Vamos. Adelante. —Agarré a Trax del brazo y lo obligué a correr.
Atravesamos una puerta en la que se leía «PROHIBIDA LA ENTRADA» y giramos dos veces más hasta llegar a un corto pasillo que acababa en una puerta cerrada en la que no había ninguna indicación.
Trax pasó la mano ante un panel lector y la puerta se abrió. Prácticamente lo tiré al suelo cuando entré corriendo.
Era un oficina sin ventanas, con poco mobiliario excepto un archivador y algunas mesas de trabajo. Había un pequeño catre junto a la pared y un montón de mantas revueltas encima. Las aparté.
Estaba vacío.
Me arrodillé sobre el catre y olí las sábanas. Tyler había estado allí. Su huella aún era perceptible en la sábana bajera.
—Se ha ido —dije—. Se lo ha llevado. El Viejo se lo ha llevado.
El policía llevó a cabo una inspección, revisando los aseos y el baño, abriendo los cajones del archivador. Era inútil y todos los sabíamos.
Empecé a llorar. No pude evitarlo. Las lágrimas corrieron por mis mejillas.
Había hecho todo lo que había podido. Y se había ido. Sabía dónde estaba. Estaba en aquel heli con el Viejo. Había estado muy cerca. Y lo había perdido.
—Estaba aquí antes. Te lo prometo —afirmó Trax.
Él y el senador Bohn se quedaron allí de pie, mirando en distintas direcciones.
Me senté al borde del pequeño catre. No me importaba lo que nadie pensara o lo estúpida que pudiera parecer sorbiéndome la nariz. Estaba completamente desesperada. Me había arrastrado por el barro, había hecho todo lo que había podido, y aun así no había podido encontrar a mi hermano.
«Papá, sé que te lo prometí. Lo intenté. De verdad que lo intenté.» Un vacío desgarraba mis entrañas. Estaba solo y asustado, metido en una bolsa.
Con el Viejo. Mi cuerpo empezó a temblar mientras mis sollozos se hacían más fuertes.
—Lo siento mucho. —Trax se acercó para consolarme.
—Déjame en paz —dije, apartándolo de un empujón. Me levanté y luché por respirar—. No hay nada que puedas decir que me ayude. Toda la gente del banco de cuerpos sois responsables. ¿Cómo pudisteis hacerle esto? Es sólo un niño. Un niño que nunca ha tenido la oportunidad de ser un niño. —Me di la vuelta mirando al senador Bohn—. Vosotros, los enders, es todo culpa vuestra. ¿Por qué no vacunasteis a todo el mundo? No nos habríamos metido en todo este lío si no hubierais sido tan tacaños.
El senador parecía dolido. Puso las manos alrededor de la nuca.
El policía apareció en mi campo de visión tras acabar con su pequeña inspección de las habitaciones. Negó con la cabeza mirando al senador Bohn.
—No está aquí.
Había algo en aquellas palabras, surgidas de la boca de un policía… Me había escondido muchas veces de los policías, vigilando, esperando que no me encontraran ni a mí ni a mis amigos ni a ningún otro starter. Pero esta vez estaba deseando que encontrara a mi hermano.
El problema era, caí en la cuenta, que si mi hermano lo veía no saldría. Estaría muerto de miedo. Se escondería.
Siempre nos escondíamos en lugares donde la policía no pensaría en mirar.
Examiné la habitación.
Los enders me contemplaron con desconfianza, como si tuvieran miedo de lo que pudiera hacer. Si mi hermano veía al policía pero no a mí… y no me oía…
Fui al baño y miré hacia arriba. Los enders me siguieron, congregándose en el umbral. La tapa del retrete estaba bajada. Ésa era mi primera pista.
Me subí encima. Los hombres se adelantaron rápidamente, con los brazos extendidos, como para cogerme si me caía. Me subí al lavabo. Vi huellas en el panel del techo y lo empujé.
—¡Está bien, Tyler! —grité—. ¡Soy yo! —Levanté el panel y lo deslicé a un lado.
Tyler se asomó como un zorro tímido.
—¿Callie?
—Tyler. Ven aquí. —Se me subió el corazón a la garganta.
Lo cogí entre mis brazos para sacarlo de su escondite y se lo entregué al policía.
Bajé del lavabo, y después estreché a mi hermano entre mis brazos tan fuerte como pude. Le besé la cabeza, aspirando el dulce aroma de su pelo suave como el de un bebé. Sentí mi pecho tan ligero que era como si me hubiera quitado de encima el peso de un camión.
Él lloraba. Yo lloraba. Los hombres lloraban.
Y no iba a dejarlo.
Después de muchos abrazos y besos, y tras determinar que Tyler estaba en buenas condiciones, los enders nos llevaron al vestíbulo, donde el nivel de ruido se había reducido a la mitad. Le presenté a Tyler a Lauren. El senador Bohn cogió una manta y envolvió con ella a mi hermano.
—¿Está bien? —me preguntó Lauren.
—El Viejo me alimentó, y me dio medicinas —respondió Tyler por mí.
Dudé que hubiera sido con propósitos altruistas, pero no le dije nada. Entonces me acordé de Florina. Estaba con Tyler cuando se los habían llevado del hotel.
—Tyler, ¿qué le ha pasado a Florina? —pregunté.
—La tiraron del coche.
—¿Qué?
—Cuando nos cogieron, condujeron un par de manzanas. Después la echaron.
—Espero que esté bien.
—Vi como se levantaba —asintió. Reflexionó un instante—. ¿Sabías que tiene una tía abuela en Santa Rosa?
Negué con la cabeza.
—Me habló de ella. Quizá se ha ido allí —sugirió.
El senador frotó la cabeza de Tyler. Un policía le enseñó una lista que emparejaba arrendatarios y donantes, quienes habían empezado a entrar en la sala.
Indicó un lateral e hicieron que cada arrendatario se quedara de pie junto a su donante. Madison estaba junto a Rhiannon. Tinnebaum junto a Lee, Rodney junto a Raj y Doris junto a Briona. Michael estaba de pie al lado de un decrépito ender con una gran nariz y un voluminoso vientre. Debía de tener doscientos años. ¿Era ése el tipo que me había manoseado cuando estaba en el cuerpo de Michael? Quería vomitar.
La fila de starters donantes y enders arrendatarios serpenteaba por el pasillo.
Lauren, Tyler y yo la recorrimos, examinando todas las caras, pero no vi a nadie que se pareciera a Emma. Lauren no encontró a su nieto Kevin.
—Sabía que era una posibilidad remota —reconoció Lauren—. Pero la esperanza es lo último que se pierde.
—Seguiremos buscando. —Le puse la mano en el hombro—. Esto no acabará hasta que los encontremos.
Cuando todo concluyó, la larga noche dejó paso a la mañana. Vinieron abuelos a reclamar a sus nietos. Se sorprendieron al ver a los menores sin reclamar que habían sido alquilados desaparecer en la oscuridad de la madrugada, pero yo lo entendía. No confiaban en los enders. Tyler estaba dormido en un sofá en el despacho de Doris. Michael y yo nos habíamos desplomado en unas sillas alrededor de su escritorio. También nosotros estábamos agotados y medio dormidos.
Seguramente, me dije a mí misma, ésa era la razón por la que Michael parecía distante.
—Así que Florina tiene una tía abuela en Santa Rosa —dije.
—Sí. Dijo que podría reclamar a Florina.
—Una chica con suerte.
—Florina dijo que podía ir con ella. No como reclamado, por supuesto.
—¿Por qué no fuiste?
—Hace demasiado frío allí. —Se encogió de hombros.
Asentí con la cabeza.
—Bueno, supongo que no nos van a pagar —dijo.
—Yo no contaría con ello.
—Todo esto… —Negó con la cabeza—. Arriesgamos nuestras vidas… para nada.
—Eh, no ha sido para nada. Tenemos estos chips de tecnología punta en nuestras cabezas que no entraban en la oferta. —Reí. ¿Qué más podía hacer? Estaba contenta por volver a tener reunida mi pequeña tribu, aunque no tuviéramos ningún sitio adonde ir. Adiós, colchones y duchas; hola, suelos de cemento y cubos de agua.
—Callie, ¿puedo hablar contigo un momento? —Lauren asomó la cabeza por la puerta.
Miré a Tyler dormido. Michael hizo un gesto de asentimiento y dijo que lo vigilaría.
—Creo que vas a querer oír esto —declaró con una sonrisa. Me condujo al antiguo despacho de Tinnenbaum, donde su abogado estaba sentado a la mesa. Me dio escalofríos ver la fuente que tiempo atrás me había impresionado tanto.
—La señora Winterhill dejó testamento. Te incluye en él.
Miré a Lauren. Me indicó que me sentara en una de las sillas que estaban frente al escritorio. Ella cogió la otra.
—Pero ¿cuándo…? —pregunté.
—Lo hizo antes de empezar el alquiler. Sintió que le debía algo a la chica cuyo cuerpo estaba poniendo en peligro —dijo el abogado.
—Te ha legado la mitad de sus bienes —continuó Lauren—, incluyendo la mansión y su casa de vacaciones.
Un hogar.
No podía hablar.
El abogado leyó un papel.
—Dice: «No te conozco, pero lamento haberte usado de este modo. Y siento mucho el mundo que os hemos dejado».
¿Un hogar? Estaba exhausta. Tenía que estar soñando. Me palpé la mejilla y sentí los puntos, que eran muy reales. Adivinaron que no me lo creía, así que me lo repitieron. Y me explicaron los detalles. Pero todo lo que oí fue una palabra: «casa».
Así que Helena había cumplido su promesa.
Miré a Lauren. Asintió; sí, todo era verdad. Sus ojos brillaron cuando las lágrimas se agolparon en ellos. Yo cerré los míos, y de algún modo las lágrimas brotaron igualmente.
Un hogar.
Aquella mañana llevé a Tyler a vivir a su nueva casa. Supe que nunca olvidaría la expresión de su cara cuando entramos en la mansión, escoltados por Lauren y su abogado. Mientras se llevaban aparte a Eugenia para explicarle las condiciones del testamento, Tyler se quedó mirando todos y cada uno de los muebles y de los objetos decorativos con los ojos como platos.