Eché una ojeada y vi los pies de Sara a unos diez metros de distancia. Por el otro lado, el número de pies arrastrándose había disminuido. Casi todos los chicos habían subido al transporte.
—¡Esperad! —Reconocí la voz de Beatty y sus pesados pasos sobre la gravilla—. Aún falta una chica.
Contuve la respiración. El conductor insistió en que tenía un horario que cumplir. El último chico subió al transporte.
Entonces se puso en marcha el motor. La vibración hizo que me resultara más difícil sujetarme. El calor emanaba del metal y el sudor me corría por los dos lados de la cara. Había pensado que era fuerte, pero esto era más duro de lo que imaginaba.
El transporte empezó a moverse. El ruido del motor, los cambios de marcha, las ruedas girando: incluso a escasa velocidad, sentí como si tuviera la cabeza metida en una picadora de carne. Me castañeteaban los dientes, los huesos me temblaban.
Estaba segura de que se me iban a soltar los puntos.
Me preocupaba no pasar de la puerta delantera. ¿En qué estábamos pensando?
¿A quién se le había ocurrido este plan tan loco? Y Box no estaría allí. Todo lo que tenía que ocurrir era que dejaran que el lujoso trasporte de Plenitud pasara sin más.
Llegamos a la puerta. Pude ver la base de la garita del guardia desde mi privilegiada posición invertida. Nuestro transporte aminoró la marcha. Deseé con todas mis fuerzas que siguiera avanzando. Siguió adelante. Me agarré fuerte al oír que las puertas se abrían para dejarnos pasar. Me dolían los brazos, pero me dije a mí misma que tenía que resistir un poco más. Por Tyler.
Entonces el transporte frenó y se detuvo. Me aferré a la barra aún más fuerte y contuve la respiración. Se acercaban unos pasos. Alguien corrió en otra dirección.
Los murmullos se convirtieron en gritos.
—¡Detened a esa chica! —Era una voz de mujer. Beatty.
¿Se refería a mí? Apreté mi cuerpo tanto como pude al tren de rodaje del transporte.
—¡Disparadle! —gritó una voz de hombre.
Un agudo crujido electrónico siseó en el aire, como la descarga de un rayo.
Un zip taser.
Pero el grito de dolor que siempre seguía a este sonido no llegó. Sólo silencio.
—¡Tú eras la que faltaba! —gritó un hombre.
No se referían a mí; ni siquiera había visto el arco de luz.
Entonces todo el mundo empezó a gritar y oí el sonido de pies que corrían. El transporte volvió a ponerse en movimiento. Apreté los dientes y me sujeté.
¡Estábamos atravesando las puertas, habíamos cruzado las puertas, nos habíamos alejado de las puertas!
Estaba circulando muy rápido para recuperar el tiempo perdido. El conductor giró bruscamente al salir de la propiedad y dobló por una calle lateral. El giro fue demasiado para mis cansados brazos. Mis músculos cedieron.
Caí. Mi espalda impactó con fuerza contra el pavimento, aunque la caída sólo había sido de unos pocos centímetros. Rápidamente recogí los brazos y las piernas y me coloqué recta como un palo mientras el transporte rugía sobre mí. Sus enormes ruedas pasaron a toda prisa tan cerca de mi cabeza que el aire alborotó mi pelo. Una vez que el transporte se hubo ido, exponiéndome a la brillante luz del día, rodé hacia la acera, me escondí tras un árbol y miré hacia atrás para observar la barrera del complejo.
En lo más alto del grueso muro de cemento, con el cielo azul y esponjosas nubes tras ella, una chica colgaba del alambre de púas, con los brazos suspendidos sobre él.
Sara.
Un guardia apareció por detrás del muro, ascendiendo por lo que debía de ser la escalera que ella había usado en el otro lado.
Sara me miraba desde arriba y vio que había conseguido salir del complejo. Se llevó la mano al pecho, colocando su puño sobre el corazón.
No había intentado escaparse. Lo había hecho para distraerlos. Para protegerme.
La imité, llevándome el puño al corazón.
«Resiste, Sara.» Su cara magullada reflejaba dolor y cansancio, pero una sonrisa la invadió. Era contagiosa, y mis labios también esbozaron una pequeña sonrisa. Me estaba tranquilizando.
Apoyó el pie contra el alambre y se impulsó para subir. Iba a pasar al otro lado de la alambrada. ¡No! ¿Adónde podía ir desde allí? Podía correr por todo el muro, pero la atraparían.
El guardia se quedó paralizado a unos pocos metros de ella. Le gritó que se parara. Ella continuó trepando.
Sacó su zip taser y apuntó. Estaba demasiado cerca. Su cara se contrajo por el sufrimiento y su torso se retorció de dolor. Su grito desgarrador tapó el chirrido metálico del zip taser. Se me encogió el estómago en lo más hondo de mis entrañas y me tapé la boca con las manos para evitar gritar.
El guardia no me vio, medio escondida tras el árbol. Se acercó a Sara. Su cuello y uno de los lados de su cara estaban ennegrecidos por la descarga. Abrió los ojos y me miró desde arriba. Una expresión de sorpresa se apoderó de ella, como si alguien le hubiera tendido una horrible trampa. Sus ojos se pusieron vidriosos.
Después se cerraron.
Se desplomó hacia delante, su cabeza se descolgó, el cuerpo quedó sólo sostenido por la alambrada de púas.
«¡Sara, no! ¡No te vayas!» Pero de repente su cuerpo parecía vacío. Hueco.
El guardia presionó su cuello con los dedos, luego miró a otro guardia, que estaba en lo alto de la escalera, y negó con la cabeza. El primer guardia se movió lentamente, la cogió cuidadosamente entre sus brazos, desenganchándola del alambre. Llevó su cuerpo hasta el segundo guardia, quien la bajó.
Permanecí escondida tras el árbol, contemplándola tanto tiempo como fue posible, hasta que desapareció de mi vista.
Una sensación de letargo irradió desde mi interior, llenando mis extremidades, mi pecho, mi cara. Sara estaba muerta. La pequeña Sara se había ido. Me quedé pegada allí, en aquel lugar, como si no fuera a moverme nunca más. Entonces un sonido ominoso vibró por todo mi cuerpo: el zumbido de las aspas del helitransporte elevándose de los terrenos de la institución. Mi pelo se alborotó cuando la máquina asomó en lo alto, emergiendo por encima del cercado, lo que me permitió ver los bajos de aquel insecto negro.
Mi instinto de supervivencia hizo acto de presencia y me volví y crucé corriendo la calle. Pasé a la carrera por delante de una casa tapiada en dirección a un callejón trasero, donde apreté mi cuerpo contra una desgastada puerta de garaje, con el pecho jadeante. El heli del Viejo reapareció, revoloteando sobre mi cabeza.
¿Me habían visto? ¿Tenía que moverme o quedarme quieta?
Sabía que el piloto no podía aterrizar en esta zona tan estrecha, pero ¿y si se comunicaba por radio con los guardias?
Decidí seguir moviéndome. Corrí por callejones y calles secundarias. Los residentes me vieron, pero al menos iba disfrazada con el uniforme de jardinero, gracias a Sara. Pobre Sara. Corrí aún más rápido, alejándome de la institución.
Mientras mis pies siguieran moviéndose, estaría viva.
El zumbido volvió, como un incordiante insecto. Seguí moviéndome, pegándome a paredes o árboles, a cualquier refugio que pudiera encontrar. Miré hacia el cielo.
No tenían intención de rendirse.
Vi unos cables que se dibujaban en el cielo, unas pocas manzanas más allá. Corrí en aquella dirección, tratando de seguir ocultándome tanto como pude. El insecto negro me seguía el rastro. Cuando llegué al punto de origen de los cables, una subestación eléctrica, me metí debajo de una furgoneta. El asfalto me raspó las manos. Sabía que el heli no podía volar por encima de la subestación, con los peligrosos cables suspendidos en el cielo.
Se dio por vencido; una avispa que no había podido encontrar a nadie para picar.
Respiré aliviada y después salí a gatas de debajo de la furgoneta. Vi como el helitransporte se perdía en la distancia.
Caminé y caminé y caminé hasta que se me rompieron las zapatillas. Me las quité y caminé un poco más, pensando en Sara a cada paso.
Me limpié los ojos con el dorso de la mano. ¿Qué había ocurrido mientras estaba en el transporte? Se me hizo un nudo en el estómago cuando intenté imaginármelo.
Sara debió de haber visto que el guardia se dirigía a inspeccionar los bajos del vehículo. Por eso había hecho el valiente gesto de distraerlos a todos. Había corrido a la escalera, a la vista de los guardias y de la propia Beatty. Lo había hecho por mí.
Se había sacrificado por mí porque sabía que tenía que encontrar a mi hermano.
Después le habían disparado.
Cuando llegué a casa de Madison, llamé una y otra vez al timbre, pero no estaba en casa. Había llegado hasta tan lejos para nada. Se había pasado el efecto del aerosol analgésico y mi cara, con puntos, palpitaba de dolor. Me dejé caer a los pies de la puerta, haciéndome un ovillo en su porche, donde me quedé dormida. Justo cuando empezaba a oscurecer, volvió a casa y me despertó.
—Callie, ¿qué estás haciendo aquí? —Madison se inclinó sobre mí, con su media melena colgando ante su cara—. No he visto tu coche. —Me ayudó a levantarme y se quedó mirando mi disfraz de jardinera—. ¿Qué llevas puesto? ¿Algún nuevo estilo adolescente?
Abrió la puerta y me quedé plantada en su reluciente vestíbulo. Finalmente vio mi maltrecha cara.
—Oh, Dios mío. ¿Qué te ha pasado?
—Madison. Tengo que decirte la verdad. No soy una arrendataria. Soy una adolescente de verdad, una donante, y tengo mucho que contarte sobre Plenitud.
—¿Eres una adolescente?
—Sí.
—¿No eres una vieja por dentro, como yo?
Negué con la cabeza. Me miró fijamente, con el pensamiento ausente por un momento.
—¿Así que todo este tiempo…?
—Desde que te conocí, aquella noche en el Club Runa —le respondí débilmente.
—No me extraña que parecieras tan joven. Eres joven. Pero ¿por qué diantres lo hiciste?
Estaba tan cansada… Todas y cada una de las partes de la cara me dolían. Tenía los pies destrozados. Sólo quería volver a dormir durante un millón de años.
—Porque tenía que hacerlo.
Pasó su brazo por el mío, ayudándome a sostenerme.
—Vamos a darte unos analgésicos y una ducha caliente. Después lo mejor será que nos sentemos y me lo cuentes todo.
Una hora más tarde, después de haber puesto rápidamente al día a Madison de lo ocurrido, estuvimos de acuerdo en que debía ponerme en contacto con Lauren.
Me duché y me puse ropa limpia que Madison me proporcionó. Seguía magullada y contusionada y me faltaba un diente, pero me sentí casi humana. No mucho después, el timbre sonó, y Madison dejó entrar a una mujer refinada y esbelta que lucía un sedoso traje pantalón y collar de perlas.
—Hola, Callie. —La mujer me tendió la mano—. Hasta ahora me has conocido como Reece, pero ésta es quien realmente soy.
—Lauren. —Estreché su mano. Tenía alrededor de ciento cincuenta años y era tan elegante como había imaginado.
Un caballero senior se unió a nosotras.
—Éste es mi abogado, el señor Crais. También lo era de Helena.
Madison inclinó ligeramente la cabeza al ser presentados y después se excusó.
—Iré a buscar algo de beber.
Nos sentamos en el salón. Lauren hizo una mueca cuando sus ojos recorrieron mi cara.
—¿Quién te ha hecho eso?
—Sólo ha sido una pelea.
—¿La institución es tan dura como dicen? —preguntó Lauren.
—No —respondí—. Es peor. —Los miré. En ese momento no podía explicarlo todo—. Es así: moriría antes que volver allí otra vez.
—No te preocupes, eso no va a pasar. Me alegro de que te pusieras en contacto con nosotros —dijo Lauren—. Estábamos intentando localizarte.
—¿En serio?
—Siento mucho lo que pasó la última vez que hablamos. Tienes que entenderme, estaba conmocionada por las noticias sobre Helena.
—Lo sé.
—Aún no estoy en disposición de explicártelo todo —intercambió una mirada con su abogado—, pero Helena era mi mejor amiga. Y quería ponerme en contacto contigo porque ahora sé que ella creía en ti.
Me pregunté qué quería decir. ¿Acaso Helena le había dejado un mensaje cuando yo estaba inconsciente?
—Así que se nos ha ocurrido un plan —anunció.
—Vamos a plantear que Lauren había iniciado el proceso de reclamarte cuando te ingresaron en la institución —intervino el abogado—. Así que no eres propiedad de la institución y, por lo tanto, no tienen la potestad de reasignarte a Destinos de Plenitud.
—Aunque te viste envuelta en un acto criminal…
—Presuntamente —interrumpió el abogado.
—Presuntamente —repitió Lauren—. Si la reclamación se hubiera tramitado a tiempo, mi asesor legal te habría asistido. Se te privó de ese beneficio.
—Esto te mantiene legalmente lejos de las garras de la institución y del banco de cuerpos —afirmó el abogado.
—¿Así que serás mi tutora legal? —le pregunté a Lauren.
—Serás tan libre como desees. Soy sólo el nombre que constará en el papel. —Sentí una punzada de decepción. Era estúpida. ¿Por qué tendría Lauren que asumir la carga de ser realmente mi tutora? Apenas me conocía. Ya era bastante para ella ser mi tutora sobre el papel.
—Lo fundamental es mantenerte alejada de la institución para que estés libre para hacer lo que quieras —recalcó el abogado.
—Lo que quiero es recuperar a mi hermano pequeño —dije—. Creo que el único modo de conseguirlo es hacer caer el banco de cuerpos.
—Esperábamos que dijeras eso —sonrió Lauren.
Nos pusimos todos a trabajar, Lauren y su abogado, Madison y yo. Tenía la idea de hacer un anuncio imitando el de Destinos de Plenitud que había visto. No queríamos tratar de hacer un doble del Viejo, pero era posible copiar digitalmente las caras de Tinnenbaum y de Doris del anuncio original. Después, pondríamos las palabras que queríamos que dijeran en sus bocas.
Madison se ofreció como voluntaria para realizar el anuncio usando sus habilidades, adquiridas hacía muchas décadas, como directora de producción. Hizo algunas llamadas y reunió un equipo de audiovisual formado por expertos enders que transformaron su garaje de cinco plazas en un estudio. Contrató además a dos técnicos enders para piratear el sistema y poder así emitir la producción de forma restringida en el canal de suscriptores de Plenitud. No iba a ser poca cosa, pero los rebosantes bolsillos de Madison podían costear la mano de obra y el equipo. Quería ayudarme para compensar todos sus alquileres en el banco de cuerpos. «Es una pequeña restitución», dijo.