Authors: Jordi Sierra i Fabra
âEn una nube.
âEs algo... SÃ, te entiendo. No pensaba...
âAhora ya está.
âAún no puedo creérmelo.
â¿Sabes lo que es más importante en una relación asÃ?
âNo.
âNo hacernos daño.
â¿Por qué habrÃamos de hacérnoslo? âFrunció el ceño.
âPorque cuando el amor no se ajusta a los cánones establecidos ni se mide por el mismo rasero, cuando uno tiene más años y más experiencia que el otro, casi siempre hay uno de los dos que acaba pasándolo mal.
Volvió a desarbolarlo aquella insólita madurez.
Tanta serenidad.
â¿Quién te ha dicho eso?
âMi padre.
«Una relación».
TenÃan «una relación.»
Era el momento de echar a correr o detenerse a pensar.
Y lo único que deseaba era no separarse de su lado.
âBeatriz... âsusurró su nombre como en un rezo.
Llegaron a la puerta del parque, la que conducÃa a la plaza San Gregorio Taumaturgo. Se trataba de un espacio abierto, sin árboles, y aun asÃ, ella se detuvo y se le colocó delante.
âNo voy a dejar que me beses en la puerta de mi casa ni en la calle, asà que será mejor que lo hagas aquÃ.
Era su tercer beso.
Y si creÃan que no podÃa ser más apasionado, más entregado y más denso que los anteriores, se equivocaban.
También fue el más largo.
Como su mirada al separarse.
CreÃan que temblaba la Tierra, pero eran ellos.
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Caminaron por Francesc Pérez i Cabrero, rodearon la plaza por la derecha, pasando por delante de la parada de taxis, y continuaron por Johann Sebastian Bach, la fruterÃa, la sucursal de La Caixa, la librerÃa Pleyade...
Cuando Beatriz se detuvo, Rogelio miró el edificio.
No habÃan vuelto a hablar.
Una burbuja los envolvÃa.
âEs aquà âdijo ella.
âVale.
âLlámame mañana por la tarde, o por la noche, o cuando quieras si es que estás liado.
âNo...
âRogelio âlo detuvoâ. Cuando quieras o puedas, sin agobios.
âBien âasintió.
No supieron cómo separarse.
No querÃan darse la mano, como extraños, aunque dos besos en las mejillas pareciesen tan poco después de lo que acababan de compartir.
â¿Puedo hacerte una pregunta?
Beatriz no le dijo ni que sà ni que no.
Se la respondió directamente.
Mirándolo a los ojos.
âCumplo dieciocho dentro de un mes.
LOS ACTOS
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Amor es todo lo que hay, lo que hace al mundo girar.
Amor y sólo amor, no puede negarse.
No importa lo que pienses,
no serás capaz de hacer nada sin él.
Te lo dice uno que lo ha intentado.
Asà que si encuentras a alguien que te da su amor,
mételo en tu corazón, no lo dejes pasar de largo,
porque una cosa es cierta,
que luego te sentirás muy mal, si lo tiras todo por la borda.
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I threw it all away
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MOMENTOS
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HabÃa salido de su casa, todavÃa adolescente, para ir a una cita en el parque con un hombre, y habÃa regresado convertida en una mujer.
Al menos, ésa era la sensación.
Como si hubiera dejado de ser virgen.
SeguÃa conmocionada, incapaz de estudiar. Le parecÃa imposible que lo que acababa de vivir le hubiera sucedido a ella. Se tocaba los labios y sentÃa la huella de aquellos tres besos. Se pasaba la lengua por ellos y percibÃa el sabor de Rogelio. Se tocaba el cuerpo y lo notaba todavÃa excitado, vivo, convertido en un ascua. SabÃa que existirÃa un antes y un después de ese momento. De un plumazo, toda su vida anterior habÃa quedado barrida por el efecto de un golpe insólito del destino.
Le dolÃan partes de su cuerpo que ni siquiera sabÃa que existÃan.
QuerÃa cantar, gritar, echar a correr, subir a contárselo a Elisabet o telefonearla, pero de lo único que fue capaz, convertida en una gelatina, fue de quedarse sentada delante del libro, con la cabeza perdida en el Turó Parc.
Miró las fotos que le habÃa tomado a él.
Una a una.
Las pasó al ordenador y las amplió.
Deslizó las yemas de los dedos por la pantalla.
Luego recordó a duras penas cada palabra, aquel largo diálogo previo al estallido de sus emociones, y los besos. HabÃan hablado de música, de cantantes, de discos o pelÃculas, pero en el fondo y durante todo aquel rato, no hicieron otra cosa que hablar de amor, ahora lo comprendÃa, porque existÃan muchas formas de hacerlo sin que lo pareciera. Vueltas y más vueltas para llegar al punto sin retorno.
Y aquella pregunta, tan tierna aunque desconcertante:
â¿Puedo besarte?
Beatriz se estremeció.
TemÃa no haber estado a la altura. QuerÃa parecer fuerte y segura. QuerÃa sentirse ella. QuerÃa que la percibiera como a una mujer.
No estaba muy convencida de haberlo conseguido.
Aunque el amor convirtiera los defectos en virtudes y las inseguridades en deliciosas gracias.
âRogelio âsusurró su nombre a media voz.
Sonaba bien. Con empaque.
âRogelio, Rogelio, Rogelio.
No iba a poder dormir, y por la mañana meterÃa la pata en el examen. SerÃa una noche en vela, con la cabeza sacudida por mil ideas, mil emociones, mil sensaciones. Descubrir que la felicidad era mágica la sobrepasaba. Pero descubrir también que dolÃa la desconcertó. Temió que le estallara el corazón. Le faltaba el aliento. Y quedaba lo peor: la cena. Era como si llevase escrito en la cara lo sucedido, o las palabras «Me he enamorado» colgadas de su cuello lo mismo que si llevase un collar de perlas. Su madre lo verÃa.
PodÃa decirle que no tenÃa hambre.
No, eso serÃa peor.
â¡Ay, Dios! âsuspiró.
Miró el libro.
Y descubrió lo mucho que odiaba estudiar.
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Al ir a la cita con Beatriz no tenÃa ni idea de lo que iba a suceder, no sabÃa cómo actuarÃa, qué le dirÃa o por qué derroteros transcurrirÃa aquel rato partiendo de la postura o las reacciones de ella, pero ahora lo veÃa todo lógico, como si, en el fondo, hubiera sabido de antemano que eso y ninguna otra cosa fuera posible.
Sólo la verdad desnuda de sus emociones.
Llevaba un buen rato mirando por la ventana hacia una Barcelona que se oscurecÃa gradualmente. Los últimos dÃas de la primavera y los primeros del verano son los más hermosos. Pasadas las nueve de la noche, todavÃa hay luz. Y la luz es magia. Ãl odiaba la llegada del otoño, cuando a las cinco y media o las seis de la tarde ya es de noche, aunque la noche formara parte de su vida.
Pilar habÃa muerto en uno de esos anocheceres rápidos.
Abandonó la ventana y se enfrentó a su fotografÃa.
La miró largo rato.
âElla es diferente âle dijo.
Pilar siguió sonriéndole desde aquella instantánea en la que habÃa quedado atrapada su belleza, y también el tiempo, haciéndola eterna e inmortal.
âRezuma inocencia, frescura, y es tan luminosa...
Su voz flotó como una lluvia quieta por el aire, hasta desaparecer envuelta en aquel cadencioso silencio.
âTiene diecisiete años âsuspiró.
Y de pronto la escuchó.
Otra voz.
La de su desaparecido amor.
âSiempre te han gustado jóvenes.
âPero no tanto.
âSiempre has sido enamoradizo.
âPero no tanto.
â¿Entonces...?
âNo lo sé.
â¿Y por qué me lo cuentas? ¿Quieres mi permiso?
âNo.
Cuando Pilar le hablaba en susurros, él cerraba los ojos. Su tono era armónico, y el calor que proyectaba sobre su oÃdo o su mejilla, un balsámico masaje. SolÃa hacerlo en el cine, bailando, en la cama, cuando necesitaba que la abrazara o le hiciera el amor, y después de consumarlo, cuando lo besaba.
âEstoy loco, ¿verdad?
âDepende de tu sinceridad.
âAhora mismo...
âNo se trata de ahora, sino de mañana.
âNo habÃa sentido nada igual desde que te perdÃ, ni siquiera por Concetta.
âNo le hagas daño.
âNo pienso...
âNo le hagas daño.
Cerró los ojos y la voz desapareció, y con la voz, la imagen de Pilar, no sólo la que emanaba de aquella fotografÃa, sino la de su mente y su recuerdo.
Rogelio regresó a la ventana.
No solÃa apreciar los momentos. No tenÃa tiempo. La calle era únicamente un lugar de paso, lo que medÃa la distancia entre dos puntos. Las ventanas de las casas, ojos abiertos o cerrados que no le importaban porque al otro lado vivÃan extraños. La gente acababa siendo compradora o no de lo que él vendÃa.
Y ahora todo era distinto.
En las calles habÃa vida, detrás de las ventanas, amores secretos, y las personas eran cómplices de su propio secreto.
Extraño.
¿Cómo podÃa cambiar tanto el mundo en un abrir y cerrar de ojos?
¿O se trataba de él?
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Llegó al instituto concentrada para el examen, con el sueño pegado a los párpados y el cansancio cosido a su cuerpo. No habló con nadie, cruzó la puerta, recorrió los pasillos y se metió en el aula para dejarse caer sobre su silla. Faltaban cinco minutos para la hora. No quiso ni echar un último vistazo al libro. Esperó, quieta, rodeada de vacÃo, porque no hay nada más solitario que un aula sin gente.
Y lo esperaba todo menos aquello.
Que la directora metiera la cabeza por el hueco de la puerta y la llamara.
âBlasco, ven.
Se levantó y caminó hacia ella. Las dos se encontraron justo a la entrada del aula, fuera de los ojos y los oÃdos del pasillo. El rostro de la mujer era grave. O más que grave, expectante. Cuando tuvo que empezar a hablar se mordió el labio inferior. Luego se lo soltó.
âVas a tener que repetir el examen de lengua.
Beatriz no podÃa creerlo.
â¿Qué?
âLo del otro dÃa con el profesor BuendÃa...
âDiscutimos, sÃ, pero eso...
âÃl insiste en suspenderte por tu actitud. Yo no estoy de acuerdo. Pero de alguna forma te pasaste, y hay que hacer algo al respecto.
â¡Mi examen era para nota, y me puso un cinco por un maldito matiz personal!
âPodrÃas pedir una revisión.
â¿Con él? ¡Por Dios, ese hombre es un retrógrado inútil...!
âBlasco âla previno.
â¿Cómo puede dar clase de lengua y literatura un tipo que no lee un solo libro con la excusa de que lo que se hace hoy es malo?
â¿Quieres volver en septiembre?
â¡No!
âPues haz ese examen. Lo pasarás sin problema.
â¡No es justo!
âEl miércoles, a primera hora. âLa directora pareció dispuesta a terminar la conversación.
â¿Y si me pone un examen durÃsimo para catearme?
âNo lo hará, te lo aseguro.
Beatriz se cruzó de brazos. TenÃa ganas de llorar, pero más aún de gritar. Aquello era lo más insólito que le habÃa sucedido en la vida.
âEsto es absurdo y usted lo sabe. La gente no se examina dos veces como no sea para mejorar nota o algo parecido.
âEscucha âla mujer soltó una bocanada de aire que pareció vaciarle los pulmonesâ, eres una buena estudiante, inteligente, capaz, con un nivel intelectual alto, ya lo sabes después del test de hace un año, pero hay unas normas, una dinámica escolar, unos profesores a los que hay que respetar...
â¿Y si ellos no nos respetan a nosotros?
âDéjame hablar âvolvió a prevenirlaâ. Ni defiendo ni ataco a José MarÃa BuendÃa, pero aquà sois muchos, y si bien cada cual es único y diferente, todos juntos representáis algo que precisa del equilibrio para que funcione. Puedes negarte a hacer ese examen, aunque no te lo aconsejo. Si te niegas, BuendÃa te suspende y vuelves en septiembre. Si lo haces, te garantizo un trato justo, y yo misma me lo leeré. Sabes que he dado lengua toda la vida. Si estás para nota, tendrás nota. No quisiera tener que expedientarte por enfrentarte a un profesor, o expulsarte justo cuando acaba el curso y tus estudios. PodrÃa ser muy malo para tus notas según lo que hayas decidido estudiar en el futuro.
âNo voy a seguir estudiando. No vale la pena. Y más después de cosas asÃ.
âNo uses esto como excusa. âLa directora la miró con fijezaâ. Ni tires por la borda tu porvenir. Eres buena, tienes dos cosas indispensables: corazón y carácter, además de inteligencia. Supera este palo y superarás cualquier adversidad, como siempre has hecho, ¿de acuerdo?
Sonó el timbre de entrada a las clases.
El primer enjambre de compañeros y compañeras se dirigió hacia las aulas.
âEsto es una mierda âprotestó por última vez.
âEs tu mierda. âLa mujer le puso una mano en el hombroâ. Cómetela, digiérela, y luego sácala por donde se sacan las mierdas y tira de la cadena para limpiar, ¿vale?
Eso fue todo.
La directora dio media vuelta y se alejó pasillo abajo.
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Marcelo Novoa entró en el despacho de Rogelio sin llamar a la puerta, aprovechando que estaba entornada. El director de marketing y promoción estaba leyendo los periódicos, con las crÃticas de la actuación de Brainglobalnoise en Razzmatazz. Al notar su presencia, levantó los ojos.
âHola, Rogelio âlo saludó el recién llegado.
âHola, buenos dÃas.
âNada positivas, ¿no? âEl dueño de Discos Karma señaló los periódicos.
âLo esperado.
âCreÃa que, al menos, alguno destacarÃa el éxito de público.
âLo hacen, aunque de forma velada.
âMuy propio de ellos.
âYa los conoces.
âSÃ, ya los conozco. âMarcelo Novoa se sentó en una de las dos butacas ubicadas a la derecha de la mesa. No parecÃa muy feliz. Más bien todo lo contrario. Una vez derrengado sobre el asiento, rezongóâ: ¡Malditos hijos de puta, creÃdos y sabelotodo!
âHay cosas buenas âquiso ser positivo Rogelio.
â¿Cuáles?
âÃste dice: «Con el disco apuntando al n.º 1 y una creciente legión de fans...». Y éste âseñaló otro periódicoâ: «La contundencia del sonido del grupo hizo que la respuesta del público estuviese a la altura».
âFrases extrapoladas, no me vengas con hostias.
Rogelio ya no dijo nada más.
Esperó.
SabÃa lo que se le venÃa encima.
â¿Por qué lo hiciste? âsuspiró Marcelo Novoa moviendo la cabeza de lado a lado.
âYa lo comentamos el sábado.
âEn caliente, todos gritando, con ellos allÃ. Ahora estamos solos, tú y yo, y nos conocemos.
¿Se conocÃan?
¿Bastaban catorce años?
Si vendÃa Discos Karma a BMG Ariola y lo dejaba en la estacada, ¿de que le iba a servir esa amistad?
A la hora de la verdad primaban siempre los egoÃsmos.
âTodos sabemos que la vida media de un grupo es de cinco años, Rolling Stones aparte. âNo era un chiste aunque lo parecióâ. Comienzan con entusiasmo, son honestos, se creen su pelÃcula, pelean duro, y a partir del primer éxito se inicia una cuenta atrás degradante que acaba con ellos. Si un matrimonio de dos se mata en unos años, ¿que van a hacer cinco tipos con cinco egos? Tarde o temprano el cantante se emancipa, uno se alcoholiza, el otro se droga, el otro pasa, el otro... âHizo una pausa cargada de reflexionesâ. Cuando vi a ese niñato esnifando coca...