Sólo tú (23 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
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—Cagadita de miedo —reconoció.

—Bien, ahora todo es posible —dijo Gonzalo.

Beatriz recordó algo.

—Ya he colgado tu canción en YouTube.

—¿En serio?

—Tendría que haberte llamado. Perdona. Hice un montaje con fotos mías y ha quedado bastante aparente. Si entras en Internet y tecleas tu nombre, te sale. Si no, te mando el acceso por mail. La acabé anoche, ya tarde, cuando tenía las neuronas bizcas de tanto estudiar.

—Me gustaría que escucharas la que acabo de hacer.

—Mándamela.

—¿Quieres?

—¡No seas plasta! ¿Quién es tu fan n.º 1?

—Si algún día lo consigo, me gustaría tenerte cerca.

—¿De mánager?

—De lo que sea.

Lo pensó por un momento. Unos días antes Gonzalo estaba solo y ella estaba sola. Ahora él parecía haber hallado el camino hacia el corazón de su Carlos, y ella por su parte...

La vida cambiaba rápido.

Una caja de sorpresas.

—Hasta mañana, Gonzalo.

—
Ciao
, fan n.º 1.

 

 

El archivo de la canción de Gonzalo sonaba por quinta vez en su ordenador.

Y a cada audición le parecía más hermosa.

Más redonda.

Quizá el desamor facilitara versos desgarrados y letras apasionadamente rotas, pero el amor también daba alas a la imaginación y hacía que un corazón latiera con una armonía y una fuerza situadas más allá de la razón.

Si a ello se unía aquella delicada guitarra, y la voz llena de cadencias de su autor...

Ya se la sabía de memoria.

Le hizo el coro a su párrafo preferido:

 

Quiero que te desmayes sobre las sábanas.

Así, lánguida, estremecida,

con sabor a mí en tu boca,

mi orgasmo en tus carnes,

el tuyo en mis oídos.

 

Quiero vivir entre tus brazos,

así, siempre al límite de los sueños,

con tus susurros en mi alma,

mis suspiros en tu vientre,

cien mil noches sin mañanas.

 

Era extraño que Gonzalo fuese gay y en cambio su canción le hablase del amor a una chica.

Extraño...

El toque de los nudillos en su puerta coincidió con la voz de Carlota.

—¿Beatriz?

—¿Qué?

—¿Puedo?

—Sí, pasa.

Su hermana metió la cabeza por el hueco. Su cara era de sorpresa.

—¿Quién es? —quiso saber.

—¿Te gusta?

—Mucho.

—Ven, entra y escúchala bien.

Su hermana la obedeció. Llegó junto a la mesa y se quedó de pie, mirando el ordenador, mientras ella detenía la audición y volvía a iniciar el archivo de la canción.

—Es de mi amigo Gonzalo —le dijo con cierto orgullo—. Se llama
Plenitud
.

Capítulo 15

VIGILIAS

 

 

 

En el blog había un nuevo texto, bellísimo, sobre el amor, la conmoción que causa, los efectos que produce sobre el cuerpo y la mente. No era muy largo, pero sí tremendamente sincero y vital, con un punto de sensualidad absolutamente erótico. Tanto que le atravesó la mente y se apoderó de su ánimo. Y quizá fuera eso lo que más llamaba la atención de Beatriz, su intensidad oculta, su erotismo apenas perceptible, salvo que uno atravesara sus defensas naturales y llegara directamente al corazón de su sensibilidad. Algo fuera de lo común en una chica tan joven.

Tan joven.

¿Y si él era su primer amor?

Apenas si empezaban a conocerse, a descubrirse.

Por eso le encantó aquel pequeño poema.

 

Te conocí mañana.

Te amé ayer.

Te necesito hoy.

Cariño, juguemos con el tiempo.

Hagamos del espacio nuestra cama.

Te busqué mañana.

Te encontré ayer.

Te poseo hoy.

Cariño, vivamos en una burbuja de colores.

 

Rogelio continuó leyendo. Además de la reflexión de la mujer que acababa de cambiarle el rumbo, la vida, metiéndose en su mente lo mismo que una obsesión adolescente, el blog incluía un texto muy especial de Julio Cortázar titulado «Toco tu boca».

No lo leyó con su voz, sino que lo escuchó con la de Beatriz.

 

Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

 

Al acabar de leerlo tenía una erección.

Cerró los ojos y evocó a la causante de todas sus nuevas bendiciones y sus repentinos males. La evocó y la sintió, también, como en el texto que acababa de leer, en su boca y en sus manos. El golpe de su olor y su sabor regresó y la erección se hizo mayor, incontenible. Su despacho en Discos Karma no era el mejor lugar para ir empalmado, así que trató de recuperarse y volvió a abrirlos, pero fue incapaz de salir del blog de Beatriz.

Había algo más.

Un acceso a YouTube para ver «al mejor nuevo artista del mundo».

Entonces recordó al amigo del que le había hablado ella.

Gonzalo.

Llevó el cursor hasta el acceso y la pantalla cambió por completo. Entró en YouTube y esperó a que se cargara el vídeo. No tuvo que marcar el inicio. Él mismo se puso en marcha.

Un suave murmullo de guitarra introdujo el tema, cadencioso, limpio, bien digitado. Casi al momento las imágenes, fotografías de Beatriz tomadas en el parque, se convirtieron en una especie de juego de espejos, parejas de enamorados con la cara pixelada, el esplendor de la primavera, el Turó Parc rebosante de vida. La melodía era preciosa y el trabajo de ella montando las imágenes, muy bonito. En el momento de aparecer la voz, sin embargo, tuvo un estremecimiento.

La voz y la letra de la canción.

No quería dejar de mirar las fotografías tomadas por Beatriz, pero la fuerza, el influjo del tema, se apoderó de él.

El tal Gonzalo era bueno.

Muy bueno.

Por segunda vez cerró los ojos y lo que hizo fue concentrarse al máximo en lo que estaba escuchando. Música, letra y voz armonizaban como si se tratara de un ensamblaje perfecto. La suma de las tres partes daba como resultado una canción sugerente, fresca, contagiosa aun siendo un tema de amor. No había ningún desperdicio, ninguna palabra fuera de lugar. Estaba escuchando una de esas raras perfecciones que se daban de vez en cuando en el mundo de la música.

Y donde había una buena canción quizá hubiese más.

Cuando terminó, abrió los ojos y la escuchó una segunda vez.

Una tercera.

Descubrió que ya era capaz de tatarearla, y que el estribillo se le quedaba sin esfuerzo.

Ya no hubo una cuarta audición.

Rogelio paseó su mirada desnuda por el despacho y se sintió súbitamente frustrado, vencido. Discos Karma se moría. No del todo, porque pasaría a formar parte de una multinacional, pero sí dejaría de ser lo que durante mucho tiempo había sido, y languidecería como un sello más en un fondo editorial hasta convertirse en un recuerdo marcado por unos años de esplendor. De no ser por eso, habría salido corriendo para hacer que Marcelo Novoa escuchara al amigo de Beatriz. De no ser por eso, ya lo estaría llamando a través de ella para pedirle un
pendrive
, más canciones, y querría escucharlas personalmente para comprobar si en vivo sonaban igual y si él tenía el magnetismo que se imaginaba, capaz de ofrecer al público también una imagen para acompañar aquella maravilla sonora.

Pensó en Brainglobalnoise.

En Leo Nairo.

En la diferencia abismal entre ellos y él.

¿Cuándo habían dejado de apostar por la calidad para centrarse en la pura música de consumo rápido y beneficios inmediatos?

Beatriz se lo había dicho, con su cara de sorpresa y emoción:

—¿Vosotros descubristeis a Leo Nairo?

Sí, Discos Karma.

Pensar en grabar al amigo de Beatriz era como matarlo en vida, «suicidarlo».

No había apuestas de futuro.

No había ni siquiera futuro.

 

 

La llamada telefónica no procedía de su móvil, sino del teléfono de Discos Karma. Y cometió el error de descolgarlo sin preguntar quién era, ni verificar el número en la pantallita.

—¿Sí?

—Rogelio, soy yo.

Demasiado tarde.

—Hola, Amalia. —Contuvo todas sus emociones negativas.

—¿Cómo estás?

—Con trabajo.

—No me invitaste a lo de Razzmatazz.

—No creo que sea tu tipo de música.

—Sabes que no es por la música.

—Amalia...

—No, Amalia no —lo cortó con una enorme carga de fatiga soterrada en la voz—. ¿Qué pasa? Ni una llamada. Nada. ¿Es eso lo que soy ya para ti, nada? Pensaba...

—Debes entend...

—No, déjame hablar a mí. ¿Te imaginas lo humillante que me resulta hacer esto? Parece como si te estuviera suplicando... amor, compañía, y sabes que podría tener a los hombres que me diera la gana, ¡lo sabes!

Era cierto. Había pocas mujeres como ella, tan atractivas, tan poderosas, tan excitantes y libres en la cama.

La cama.

Ahora ese recuerdo le pesaba.

—No creí que... —intentó decir.

—¿No creías que me diera tan fuerte? ¿Es eso?

—Iba a decir que no creí que llegáramos a tanto.

—Pero ¿tú te crees que yo me acuesto con el primero que me apetece porque voy salida o falta de sexo o... qué sé yo? ¡Si lo hice contigo fue por dos razones. La primera, que me sedujiste hábilmente, y la segunda, que me enamoré.

—No digas eso.

—¿Lo de la seducción o lo del amor?

—Lo segundo.

—Es la verdad, y deberías saberlo. Bastaría una palabra tuya y dejaría a mi marido.

Se pasó una mano por los ojos.

—Lo siento —se hundió.

—¿Que lo sientes? —Parecía a punto de llorar, de quebrarse en mitad de su vértigo, pero logró contenerse—. ¿Qué es lo que sientes, haberlo hecho o que ahora el señor haya decidido unilateralmente terminarlo? La otra noche...

—La otra noche... —Iba a decir que casi fue una violación, pero no habría sido justo con ella—. No, nada.

—¿Te has cansado o hay otra?

Podía mentirle.

—Hay otra, pero antes de que apareciera ya sabía que lo nuestro no era más que un espejismo.

Les sobrevino una breve pausa.

—Eres un mierda —dijo Amalia.

—Vamos, por Dios, ¿qué esperabas?

—Que fueras un hombre y supieras valorar tu suerte, o lo que la vida te ofrece.

—Lo valoro.

—¡Te estoy diciendo que sería capaz de abandonar a mi marido!

—Vamos, Amalia, sabes que eso es una locura.

—¿Es por el sexo? ¿Algo ha ido mal?

—Sabes que no.

—Entonces... —Su tono volvió a ser suplicante.

—Creo que soy tu excusa.

—¿De qué me estás hablando?

—Soy tu excusa disfrazada de amor para dejar a tu marido, y no necesitas ninguna para hacerlo. Si ya no lo amas, si ya no sientes nada con él ni por él, déjalo, pero sin necesidad de tener a otro esperándote. Arriésgate.

—Tú no sabes nada.

—No, no sé nada, ni lo conozco. Me basta contigo. Me gustaste nada más verte, sí, de acuerdo, pero luego... Lo hacías conmigo y te ibas a casa, a dormir con él.

—No lo hacía con él.

—Da lo mismo. Dios..., ni siquiera sé por qué lo discutimos.

—Quiero verte.

—No, Amalia, no.

—¡No puedes pasar de mí de la noche a la mañana!

—No me conviertas en una obsesión, por favor.

—No te la juegues conmigo —siguió insistiendo ella—. No voy a esperarte demasiado.

No lo escuchaba. Hablaba de sí misma, nada más.

Se juró que Amalia había sido su último error.

Y de pronto necesitó más que nunca a Beatriz.

—Cuídate —le deseó sinceramente.

No hubo respuesta, sólo una respiración densa, prolongada. Un fuego que abortó colgando el teléfono sin más palabras.

 

 

¿Cuánto hacía que no sostenía diálogos de enamorado por teléfono?

Ni lo recordaba.

En el parque, ella le había dicho que se tiene la edad de la persona a la que se ama.

Beatriz era la adulta, y él, el joven.

Largos silencios, suspiros, voces apenas susurrantes, preguntas tontas como «¿Qué llevas puesto?» o peticiones del tipo «Descríbeme tu habitación». La noche era cálida e invitaba a muchas cosas. Quería decirle que mientras hablaba con ella, se estaba acariciando a sí mismo. Quería preguntarle si mientras hablaba con él, se acariciaba ella. No lo hacía porque tres besos no eran un pasado demasiado contundente, sólo una puerta. Tampoco quería parecer demasiado osado. La idea de acostarse con una menor de edad le martilleaba el cerebro.

Un mes para los dieciocho.

¿Había alguna diferencia?

Y no se trataba del aspecto legal, sino del personal.

—Estoy tumbada en la cama, viendo la noche a través de la ventana.

—Yo también.

—La luna es la misma para todos los que se aman, ¿verdad?

—Es lo único que se comparte.

—La energía también. Flota y nos acoge a todos.

—Nunca había pensado en términos energéticos.

—¿Crees en algo, Rogelio?

—¿Algo como qué?

—Dios y esas cosas.

—No.

—Yo tampoco. Yo creo sólo en la energía, aunque algunos dicen que eso es como creer en Dios, porque basta con una cosa para que Él esté representado en ella. Pienso que la vida es esto, aquí y ahora, y que tenemos una única oportunidad.

—Estoy de acuerdo.

—Me gustaría ir al cine contigo —cambió de tema sin más.

—Iremos.

—A mí me gusta sentarme en las primeras filas, para meterme en la película de lleno. A lo peor tú eres de los que se sienta al final, o por el medio.

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