—¿Qué es eso? —preguntó Harper yendo hasta él.
Álex le quitó la tierra para que Harper pudiera verlo. Todavía no entendía qué era exactamente, salvo que parecía algún tipo de anillo; pero las manos de Álex habían empezado a temblar.
—Es un anillo de linterna verde. —Álex lo giró hacia la luz—. Luke les pidió a sus padres que se lo regalaran en vez de un anillo de graduación. Nunca se lo quita.
—Tal vez se le cayó un día mientras caminaba por aquí —sugirió Harper, tratando de calmar sus temores.
—Nunca se lo quita —repitió Álex y empezó a mirar hacia todos lados—. Estuvo aquí. Algo le pasó aquí.
—Deberíamos llamar a la policía —dijo Harper espantando otra mosca, pero Álex no las percibía.
Sus ojos estaban clavados en una nube de moscas a unos pocos metros del sendero. Dio media vuelta y fue hacia ellas, sin preocuparse por la hiedra venenosa ni las zarzas que cubrían el suelo del bosquecito.
A pesar de sus reservas —o más probablemente debido a ellas—, Harper lo siguió. En cuanto Álex encontró el anillo, ella sintió un nudo en la boca del estómago, duro como una piedra. Al igual que Álex, supo al instante que algo estaba mal, que a Luke le había pasado algo.
Álex se detuvo al verlo pero, por razones que ella no comprendía, Harper avanzó unos pasos más, como si quisiera verlo con más claridad. En realidad, no quería mirar en absoluto. Quiso olvidarlo en cuanto lo vio, pero ya había quedado grabado a fuego en su memoria, y con seguridad la acosaría en sus sueños durante años.
El cuerpo de Luke estaba tirado a unos metros, o al menos Harper creyó que era Luke, basándose en la mata de cabello pelirrojo que cubría la cabeza. Su ropa estaba manchada de sangre. Había tanta que en algunas partes se había coagulado y parecía más bien jalea reseca en lugar de sangre.
El rostro y las extremidades parecían estar intactos, salvo por los insectos que los cubrían. Una baba espesa y blanca le sobresalía de la boca, y sus párpados cerrados se movían por los bichos que bullían debajo.
Tenía todo el torso abierto. Lo primero que se le ocurrió a Harper fue que parecía como si le hubiese explotado una granada dentro del cuerpo. Debido a las larvas, no podía verlo lo bastante bien como para estar segura, pero daba la impresión de que le faltaban los órganos internos.
Había otro cuerpo casi al lado del suyo, pero estaba aún en peor estado, al parecer llevaba allí más tiempo. Los animales y los bichos se habían ensañado con él, pero por lo que Harper podía ver parecía haber sufrido el mismo daño que Luke: tenía todo el torso abierto por la mitad.
A unos metros de distancia, Harper pudo ver una pierna que sobresalía de entre las hierbas. De no haber sido por la vieja Reebok que cubría el pie, en realidad no habría estado para nada segura de que era una pierna. Habría creído que se trataba de una rama a medio pudrir.
Lo más inquietante era que Harper habría podido quedarse ahí todo el día, mirando esos cuerpos, si Álex no hubiese dado media vuelta y empezado a correr de regreso hacia el sendero.
—¡Álex! —gritó, corriendo detrás de él.
En cuanto llegó al claro, Álex se dobló por la mitad y vomitó. Harper también tenía arcadas, pero logró contenerse. Permaneció al lado de Álex frotándole la espalda. Aunque ya había dejado de vomitar, el chico siguió inclinado durante varios segundos.
—Lo siento. —Álex se limpió la boca con el dorso de la mano, y después se incorporó—. Corrí porque no quería contaminar la escena del crimen.
—Creo que hiciste bien —asintió Harper—. Deberíamos ir a buscar ayuda. Comenzaron a caminar por el sendero, pero antes de darse cuenta, la
caminata se había convertido en una verdadera carrera. Corrieron sin parar hasta la estación de policía del centro del pueblo, como si pudiesen ganarle a la muerte.
GEMMA había ido al entrenamiento porque había decidido intentar seguir con su vida normal. El hecho de haber pasado toda la tarde con Álex el día anterior había afianzado su creencia de que aún no podía despedirse de todo. Al menos tenía que tratar de encontrar una manera de que funcionara.
Pero le había costado mucho dormir. Estuvo despierta toda la noche, dando vueltas en la cama sin poder pegar un ojo. El mar la llamaba, era casi como si le cantara una canción. Las olas la convocaban, y tenía que hacer un esfuerzo tremendo para ignorar su atracción.
Por la mañana, el entrenador Levi la había amonestado por haber faltado a varios entrenamientos esa semana, pero sus tiempos eran tan increíbles que no podía culparla mucho. Aunque nadar en la piscina no era tan divertido como antes.
El cloro le irritaba la piel. No era que le provocara ningún tipo de sarpullido, pero sentía casi como si le rozara la carne, como si una especie de arpillera le raspara el cuerpo. No veía la hora de que terminara el entrenamiento.
Gracias a su fabulosa velocidad, pudo convencer a su entrenador de que la dejara irse antes. Como Harper la había llevado por la mañana, era probable que también planeara ir a buscarla. Pero Gemma no quería irse con ella a casa. Necesitaba ver a las sirenas.
El problema era que no sabía exactamente dónde encontrarlas. Gemma imaginaba que el mar las llamaba de la misma manera que a ella, de modo que probablemente no andarían muy lejos de la bahía.
Harper tenía el día libre, y a Gemma no se le ocurría lo que debía de estar haciendo, por lo que atravesó el pueblo procurando no encontrarse con ella. Era difícil pasar inadvertida, pero trató de evitar los lugares que generalmente frecuentaba Harper, como la biblioteca o el puerto.
De camino al mar, Gemma se topó con las sirenas. Había planeado ir al bosquecito de cipreses en la costa rocosa, donde no había tanta gente, para poder nadar hasta la caleta. Pero no llegó más allá de la playa.
Hacía calor, por lo que la playa estaba repleta de gente, tanto turistas como lugareños. Aun así no fue difícil ubicar a las sirenas. Gemma estaba sobre la colina de hierba detrás de la playa, mirando hacia la bahía, y desde allí pudo ver fácilmente a las tres jóvenes en medio de la multitud.
Las tres usaban biquini, que resaltaba sus exuberantes cuerpos. Penn estaba recostada boca abajo sobre una toalla de playa. Lexi estaba sentada apoyada sobre los codos, coqueteando con un hombre bastante mayor que ella que estaba sentado a su lado. Como era típico en ella, a Thea parecía aburrirle todo eso y leía un ejemplar bastante gastado de
El misterio de Salem's Lot
, cómodamente recostada en la playa.
Gemma comenzó a abrirse paso a empujones entre la gente para poder llegar hasta ellas, aunque pronto se dio cuenta de que no hacía falta. Todos empezaron a hacerse a un lado para dejarla pasar, tal como parecían hacer siempre con Penn y sus amigas.
La gente había empezado a tratarla como a las sirenas, como si fuera una de ellas.
—Me estás tapando el sol —dijo Penn sin levantar la vista. Gemma estaba delante de ella, proyectando una sombra sobre su espalda.
—Necesito hablar contigo. —Gemma se cruzó de brazos y se quedó mirándola.
—Eh, Gemma. —Lexi se volvió para verla, cubriéndose con una mano para que el sol no le diera en la cara—. Hoy estás espléndida.
—Gracias, Lexi —dijo Gemma bruscamente, pero siguió concentrada en
Penn—. ¿Me oíste?
—Sí, necesitas hablar. —Penn ni se había movido de la toalla—. Así que adelante, habla.
Gemma echó un vistazo alrededor. La gente estaba ocupada en sus cosas, como tomar el sol, leer o construir castillos de arena, de modo que no era que estuvieran ahí sentados sin hacer nada contemplándolas a ellas. No obstante, estaban demasiado cerca, demasiado apiñados, y seguían mirándolas de vez en cuando, incapaces de ignorarlas mucho tiempo.
—Aquí no —dijo Gemma, bajando la voz.
—Entonces me parece que hablaremos más tarde —respondió Penn.
—No. Necesito hablar ahora.
—Bueno, ahora estoy ocupada. —Penn finalmente levantó la cabeza y le lanzó una mirada fulminante—. Así que la charla tendrá que esperar, ¿de acuerdo?
—No —respondió Gemma—. No pienso irme de aquí hasta que vengas conmigo.
Thea dio un fuerte suspiro.
—Penn, ve a hablar con ella. No tendremos un minuto de paz hasta que vayas.
—Si voy yo, vamos todas. —Penn le lanzó una mirada a Thea, que con una expresión de burla alzó la vista al cielo.
—Bueno, creo que entonces ya no tenemos nada más que hacer aquí. — Cerró el libro y lo metió bruscamente en su bolso de playa—. Vamos, Lexi, recojamos las cosas.
—¿Qué? —Lexi parecía confundida—. Pero volveremos, ¿no? —Cuando Thea se levantó, le hizo señas con la mano—. Claro que vamos a volver. Alguien puede cuidarnos las cosas. —Se volvió hacia el hombre que estaba sentado cerca de ella—. ¿Serías tan amable de vigilar nuestras cosas hasta que regresemos? No vamos a tardar mucho.
—Sí, claro, no hay problema —le respondió con una sonrisa, ansioso por
complacerla.
—Gracias. —Lexi le devolvió la sonrisa, después se incorporó y se sacudió la arena de las piernas—. De acuerdo, estoy lista.
Penn y Thea se levantaron con más parsimonia que Lexi, y echaron a andar delante de ella hacia fuera de la playa. Varios jóvenes las saludaron mientras se alejaban, pero sólo Lexi respondía. Gemma, que también cosechaba la atención masculina, no estaba acostumbrada a que la miraran de esa manera y se dio cuenta de que no lo disfrutaba.
Fueron hasta la zona rocosa que penetraba en la bahía, no hasta la arboleda de cipreses, pero sí lo bastante lejos como para quedar fuera de la vista de la multitud de bañistas. En cuanto llegaron allí, Thea se quitó la parte de abajo del biquini y se metió en el agua. Desde donde estaba, Gemma no pudo ver cómo sus piernas se convertían en cola, pero de todas maneras sabía que había ocurrido.
—Vayamos a nadar —sugirió Lexi, quitándose también su biquini.
—No, no quiero nadar —mintió Gemma—. Sólo quiero hablar.
Lexi tenía ya el biquini por debajo de las caderas y se detuvo, alternando la mirada de Gemma a Penn, quien se quedó mirando fijamente a Gemma durante varios segundos, debatiéndose sobre qué hacer.
—Tú ve a nadar —le dijo finalmente a Lexi sin mirarla—. Yo me quedaré hablando con Gemma.
—De acuerdo. —Por el tono de su voz, Lexi pareció dudar, pero se quitó el biquini y entró en el agua. Segundos después, había desaparecido en la bahía, en compañía de Thea.
Gemma las espió con el rabillo del ojo, pero trató de no mirarlas directamente. Le era difícil estar cerca del mar y no nadar. Las olas que golpeaban contra las rocas eran como música para ella. Parecían llamarla desde lo más profundo de su ser, casi a nivel celular. Anhelaba estar en el agua, pero necesitaba hablar con Penn. No creía poder hacerlo jugueteando en la bahía como un delfín.
—¿De qué querías hablar? —preguntó Penn, reclinándose contra una gran roca detrás de ella.
—Para empezar, ¿qué hacen para sobrellevar todo eso? —Gemma señaló el mar a sus espaldas, y luego su oído—. Me está volviendo loca.
—¿Te refieres a la canción del mar? —Penn sonrió con suficiencia ante la evidente angustia de Gemma.
—¿La canción del mar?
—¿Esa música que estás oyendo ahora, la manera en que el mar te canta? Ésa es la canción del mar. Te llama de vuelta a tu hogar y es por ella por lo que nunca podemos alejarnos mucho de él
—Entonces ¿no para nunca? —Gemma enrollaba, nerviosa, un mechón de pelo en su dedo, mientras miraba las olas fijamente.
—No, nunca —admitió Penn con un dejo de tristeza—. Pero es más fácil de ignorar cuando no tienes hambre.
—No tengo hambre —respondió Gemma de inmediato—. Desayuné esta mañana.
Penn se encogió de hombros y miró hacia el mar.
—Hay diferentes tipos de hambre —dijo luego.
—Escucha. Quiero hablar de algo que dijiste —la interrumpió Gemma.
—Era de esperar. —Penn observó a Thea y a Lexi saltando entre las olas lejos de la costa, y después se volvió de nuevo hacia ella—. ¿Estás lista para unirte a nosotras?
—De eso quería hablarte. —Gemma negó con la cabeza—. No quiero unirme a su grupo.
—Entonces ¿quieres morir? —Penn alzó fríamente una ceja.
—No, por supuesto que no. Pero debe de haber una alternativa. Debe de haber alguna otra cosa que pueda hacer.
—No. No la hay —dijo Penn—. Una vez que bebes la poción y te transformas, estás atrapada. Eres una sirena y la única salida es la muerte.
—Pero eso no es justo. —Gemma apretó los puños porque no podía hacer otra cosa para aliviar su frustración—. ¿Cómo pudiste hacerme esto?
¿Cómo pudiste transformarme en esto sin ni siquiera preguntarme si yo lo quería? No puedes simplemente forzarme a ser esto… esta cosa.
—Oh, sí que puedo, y lo hice. —Penn se enderezó y dio un paso hacia Gemma—. Ya es demasiado tarde. Ahora eres una sirena te guste o no.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Gemma con lágrimas de furia en los ojos.
—Porque quería. —La voz de Penn era fría y dura—. Y yo hago siempre lo que quiero.
—No. —Gemma sacudió la cabeza—. No puedes hacer esto. No puedes hacer conmigo lo que quieras. Soy una persona y no puedes obligarme así como si nada a ser otra cosa, sólo porque tú lo desees.
—Cariño —dijo Penn con una sonrisa—, ya lo he hecho.
Gemma quería golpearla, pero mantuvo las manos pegadas a ambos lados del cuerpo. Tenía la sensación de que Penn era mucho más peligrosa de lo que parecía, y no quería encender su ira. Al menos no por ahora.
—No creo que sepas tanto como crees saber.
—¿Sobre qué? —preguntó Penn con sarcasmo.
—Dijiste que era imposible para los hombres poder amar realmente a una sirena —dijo Gemma—. Pero Álex me quiere, me quiere a mí, a la Gemma real.
Los ojos de Penn se encendieron con dureza y su sonrisa se esfumó.
—Eso sólo demuestra lo joven y estúpida que eres —dijo Penn entre dientes—. ¿Qué edad tiene Álex? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? Es un adolescente con las hormonas enloquecidas. ¿Crees que le importas algo?
—Penn rió de un modo siniestro y sacudió la cabeza—. ¡Mírate! Eres la bomba, y eso es lo único que le importa.
—No le conoces y no me conoces a mí. —Gemma le lanzó una mirada fulminante—. Te equivocaste de chica. Voy a encontrar el modo de salir de esto. Voy a deshacer tu estúpida maldición y me liberaré.