—¿Qué? —Harper se paró en seco y dio media vuelta hacia el yate, pero no vio a Daniel. Se volvió pensando que debía de estar en el muelle, pero no lo vio por ninguna parte. Confundida, se volvió de nuevo hacia el yate—.
¿Daniel?
—Harper —Daniel salió de debajo del sombrío umbral de la cabina y subió a cubierta—. Llevo rato observándote, y después de tanto debatirte, ¿te vas así como si nada?
—Yo… —Harper se ruborizó de vergüenza al darse cuenta de que Daniel debía de haber estado esperando justo bajo el dintel de la puerta, desde donde podía observarla sin que ella lo viera—. Si me viste, ¿por qué no me llamaste?
—Era demasiado divertido verte ir y venir —respondió Daniel con una amplia sonrisa burlona, inclinándose sobre la barandilla y con los ojos fijos en ella—. Eras como un muñequito de cuerda.
—Ya nadie tiene muñecos de cuerda —le contestó Harper sin mucha convicción.
—Bueno, ¿qué te trae por aquí entonces? —Daniel apoyó el mentón sobre su mano.
—Le llevaba el almuerzo a mi padre. —Extendió el brazo con la bolsa de papel arrugado.
Mientras caminaba de un lado a otro esperando que Daniel apareciera, había estado enrollando y desenrollando distraídamente la bolsa. Para entonces, el sándwich debía de estar hecho papilla.
—Sí, ya veo. Espero que tu padre no tenga ahí nada que realmente quiera, porque a estas alturas se debe de parecer más a comida para bebés que a otra cosa.
—Oh. —Harper bajó la vista hacia la bolsa y suspiró—. No creo que le importe. Es capaz de comerse cualquier cosa.
—O tal vez se haya comprado algo en el puerto —sugirió Daniel—. Hay un puesto de salchichas justo enfrente de los barcos. Puede comer ahí por menos de tres dólares cada vez que se olvida el almuerzo. —Hizo una pausa e inclinó la cabeza—. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad?
—Tres dólares aquí, tres dólares allá terminan sumando bastante, sobre todo con lo seguido que se lo olvida —explicó Harper.
—Sin mencionar que entonces no me verías.
—Yo no… —comenzó a decir Harper, pero luego se interrumpió, ya que era obvio que ese día lo estaba buscando—. No es por eso. Realmente le traigo el almuerzo para ahorrar dinero. De acuerdo, hoy, esta única vez, esperaba cruzarme contigo. ¿Acaso es tan terrible?
—No, no es para nada terrible. —Daniel se incorporó y le hizo un gesto para que se acercara—. ¿Quieres subir a charlar?
—¿A tu yate? —preguntó Harper.
—Sí, a mi yate. Me parece mucho más cortés que estar hablándote desde cubierta, ¿no crees?
Harper miró hacia el otro lado del muelle, donde trabajaba su Padre. De todos modos, probablemente ya era demasiado tarde, y Brian seguramente se habría comprado una salchicha. Pero no estaba segura de querer estar a solas con Daniel en el yate.
Sí quería verlo, pero entrar en su yate era como admitir algo que ella no quería reconocer.
—Dale, vamos. —Daniel se apoyó en la barandilla y le tendió la mano.
—¿No tienes una escalerilla o algo por el estilo? —preguntó Harper, mirando su mano extendida pero sin atreverse a tomarla.
—Sí, pero así es más rápido. —Le hizo un gesto con la mano para que subiera—. Agárrala y sube.
Harper tomó su mano, suspirando. Era áspera y fuerte, la mano de alguien que se pasa la vida trabajando. La subió sin ningún esfuerzo, como si no pesara nada. Para hacerla pasar por encima de la barandilla, tuvo que tomarla en brazos, y la sostuvo ahí unos segundos más de lo necesario.
—¿Acaso no tienes ninguna remera? —le preguntó Harper, al apartarse de su pecho desnudo.
Daniel sólo llevaba puesto un short y unas sandalias y, en cuanto se apartó de él, Harper rehusó mirarlo adrede. Todavía podía sentir el contacto de su piel con la suya, ambas emanaban calor por los rayos de sol que los bañaban.
—Una de mis remeras te golpeó en la cara el otro día, ¿recuerdas?
—Sí, es cierto —dijo. Luego miró alrededor de la cubierta, y como no se le ocurría nada mejor que hacer, le tendió la bolsa con el almuerzo—. Toma.
—Vaya, gracias.
Daniel tomó la bolsa y la abrió. Hurgó dentro y encontró sándwich de jamón todo aplastado, envuelto en una bolsa de plástico y unas rodajas de manzana y frutos secos.
—¿Rodajas de manzana? —preguntó Daniel mostrándoselas—. ¿Qué es esto? ¿El almuerzo de un niño de primaria?
—Tiene el colesterol alto —dijo Harper en su defensa—. El médico dijo que debía cuidar lo que comía, así que yo le preparo el almuerzo cada día.
Daniel se encogió de hombros, como si no le creyera o no le importara. Después, desenvolvió cuidadosamente las bolsitas de plástico, pero fue más difícil con el sándwich, dado que estaba completamente aplastado.
Una vez que terminó, lo arrojó todo sobre el muelle y haciendo una pelota con los envoltorios los tiró a la basura.
—¡Eh! —gritó Harper—. ¡No hacía falta que lo desperdiciaras de esa manera!
—No lo he desperdiciado —dijo él señalando hacia el muelle, que ahora se había cubierto de gaviotas que se peleaban por la comida—. Alimento a los pájaros. —Como Harper aún no parecía satisfecha, Daniel se rió.
—Sí, supongo.
—Será mejor que charlemos en la cabina —sugirió Daniel—. Está más fresco ahí abajo.
Daniel bajó sin esperar a oír sus quejas. Harper se quedó un segundo quieta, sin saber si seguirlo. Pero hacía calor afuera y al sol todavía era más insoportable.
Cuando finalmente bajó, notó que la cabina no estaba tan desordenada como pensaba, y eso la sorprendió. Había cosas desparramadas por ahí, pero se debía a que era un espacio muy pequeño y no había mucho sitio para guardar nada.
—Siéntate donde quieras —dijo Daniel con un amplio gesto de su brazo.
La cama era el lugar más despejado, pero Harper no quería prestarse a un malentendido. Prefirió apoyarse contra la mesa y quedarse de pie.
—Así estoy bien.
—Como gustes. —Daniel se sentó en la cama y se cruzó de brazos.
—¿De qué querías hablar?
—Eh… —Harper no encontraba las palabras, porque en realidad no sabía de qué quería hablar. Lo único que sabía era que quería hablar con él. No importaba de qué.
—Gemma no ha estado por aquí últimamente, si eso es lo que quieres saber —dijo Daniel, y Harper le agradeció que él hubiese sacado el tema, así no tenía que quedarse delante de él con la boca abierta como una tonta.
—Mejor. Está castigada, de modo que supuestamente no debería ir a ningún lado. Pero eso en realidad no la detiene demasiado. —Harper sacudió la cabeza.
—Entonces ¿ha vuelto a sus escapadas a la bahía? —preguntó Daniel, aunque no parecía muy sorprendido—. No se puede mantener a esa chica lejos del agua. Si creyera que es posible, diría que es mitad humana, mitad pez.
—Ojalá sólo estuviese yendo a la bahía —admitió Harper, cansada, y se apoyó aún más en la mesa—. Eso al menos sabría cómo manejarlo. Pero ya ni siquiera sé qué hace.
—¿Qué quieres decir?
—Es tan extraño. Esas chicas vinieron a casa anoche, y…
—¿Qué chicas? —preguntó Daniel—. Te refieres a Penn y compañía.
—Sí —dijo Harper, asintiendo con la cabeza—. Vinieron a buscarla, y les dije que se fueran. Pero Gemma insistió en ir con ellas. Yo me opuse, pero me hizo a un lado y se fueron todas juntas.
—¿Fue con ellas por su propia voluntad? —Daniel abrió los ojos de par en par—. Pensaba que les tenía miedo.
—¡Lo sé! ¡Yo también lo pensaba!
—Y ¿qué pasó después? —preguntó Daniel—, ¿Volvió a casa por la noche?
—Sí, llegó al cabo de unas horas. —Harper contorsionó el rostro en una expresión de confusión y sacudió la cabeza—. Pero no tiene sentido. Se fue vestida con un short y un top y volvió con un vestido que nunca antes le había visto y estaba empapada. Le pregunté qué había hecho, pero no quiso decirme nada.
—Por lo menos regresó sana y salva.
—Sí. —Harper suspiró, pensativa—. No vino directamente a casa. Pasó primero por la de Álex, nuestro vecino, con el que está saliendo, creo. Le pregunté a él si sabía qué estaba pasando y me dijo que no. Le creo, pero no sé si debería.
—Lo siento —dijo Daniel, y Harper alzó la vista, sorprendida, para ver a qué se refería—. Sé lo difícil que es ver a personas que amamos hacer cosas que pueden dañarlas. Pero no es culpa tuya.
—Lo sé. —Harper bajó la mirada—. No siento que sea culpa mía, pero… tengo que protegerla.
—Pero no puedes. —Daniel se reclinó hacia delante, apoyando los brazos en sus rodillas—. No puedes proteger a las personas de sí mismas.
—Pero tengo que intentarlo. Es mi hermana.
Daniel se lamió los labios y bajó la vista. Cuando se frotó las manos, una gruesa cinta plateada en su pulgar reflejó la luz. Se mantuvo callado unos segundos, y Harper pudo ver que se debatía internamente con algo.
—¿Has visto mi tatuaje en la espalda! —le preguntó Daniel finalmente.
—Sí. Es difícil no verlo.
—¿Has visto lo que cubre?
—¿Te refieres a tu espalda?
—No. A las cicatrices. —Daniel se dio la vuelta para que ella pudiera ver su hombro y su espalda.
Quienquiera que hubiese hecho ese tatuaje había realizado un buen trabajo. Los trazos del dibujo estaban hechos con gruesas líneas de tinta negra y sólo al mirar más detenidamente vio que las partes sombreadas que simulaban ramas retorcidas y nudosas no habían sido pintadas caprichosamente, sino siguiendo las líneas de varias cicatrices largas.
No todas las ramas cubrían cicatrices, y el tronco largo y ancho que bajaba por la espalda no parecía que ocultara ninguna. Pero había suficientes como para ver que Daniel había pasado por algo serio.
—Y aquí. —Daniel movió la cabeza hacia un costado y se apartó el pelo. Un centímetro y medio más o menos por encima de donde empezaba el cabello, enterrada debajo de su desaliñado corte de pelo, había una gruesa cicatriz rosada.
—Oh, cielos —dijo Harper espantada—. ¿Qué te pasó?
—Cuando tenía quince años, mi hermano mayor tenía veinte. —Daniel volvió a acomodarse en su asiento y miró por la ventana—. Era muy salvaje y descontrolado y se tiraba de cabeza en cuanto había peligro. Jamás tenía en cuenta las consecuencias.
—Y yo lo seguía. Al principio, porque pensaba que él era más genial y audaz y valiente que yo. Pero después, a medida que fui creciendo, lo seguía para poder salvarlo de los peligros en los que se metía.
—Mi abuelo tenía muchos barcos, éste era uno de tantos —dijo señalando el lugar en el que estaban—. Le encantaba el mar y creía que los chicos tenían que criarse navegando con total libertad. De modo que podíamos usar sus embarcaciones cuando queríamos.
—La noche que me hice esto —dijo Daniel señalando sus cicatrices—. John había ido a una fiesta y yo me pegué a él. Se emborracho, y me refiero a que estaba totalmente ebrio. No era nada porque John vivía borracho.
—Había un par de chicas a las que quería impresionar, y se le metió en la cabeza que si las llevaba a dar un paseo en lancha, lo lograría. Fui con él porque iba muy borracho, sabía que no podía navegar en ese estado. Si yo estaba con él, podría controlar las cosas y todo acabaría bien.
—Así que éramos John, estas dos chicas y yo en una pequeña lancha de carreras —suspiró y meneó la cabeza—. John iba cada vez más rápido. Le dije que aminorara la velocidad. —Hizo una pausa pira tragar—. Fue directo contra las rocas al final de la bahía.
—La lancha dio un vuelco. No sé qué pasó exactamente, pero yo terminé debajo de la lancha y el motor me golpeó. —Volvió a señalar sus cicatrices—. John perdió el conocimiento y no pude encontrarlo…
—Lo siento —dijo Harper en voz baja.
—Las dos chicas sobrevivieron, pero John… —Daniel hizo un gesto de resignación con la cabeza—. Más de una semana después, encontraron su cuerpo en la costa, a unos kilómetros del lugar del accidente.
—Y no, no estoy contento de que haya muerto. Siempre lo lamentaré. Amaba a mi hermano —Daniel miró entonces a Harper, con una seriedad mortal en los ojos—. Pero nada de lo que hice esa noche logró que dejara de beber o de subir a la lancha. Por mucho que le rogué y le supliqué y me peleé con él, no pude salvarlo. Lo único que conseguí fue casi matarme yo también.
—Gemma no es así. —Harper apartó la vista del chico—. Está pasando por algo y necesita mi ayuda.
—No te estoy diciendo que te olvides de ella y que dejes de quererla. — Daniel meneó la cabeza—. Jamás sugeriría una cosa así, en especial tratándose de Gemma. Parece una buena chica.
—Entonces, ¿qué estás diciendo?
—Me llevó años aceptar el hecho de que John no murió por mi culpa. — Daniel dejó caer los hombros—. No sé si alguna vez me perdonaré verdaderamente por lo que ocurrió. Pero eso no quiere decir que tú tengas que sentirte de la misma manera.
—Supongo que lo que estoy tratando de decir es que no puedes vivir la vida de los demás por ellos.
—Hum. —Harper liberó un largo suspiró—. Cuando venía para aquí no sabía que hoy recibiría una lección tan profunda.
—Lo siento. —Daniel pareció avergonzarse y rió un poco—. No era mi intención pintártelo todo… tan negro.
—No, está bien. —Harper se rascó la cabeza y le sonrió—. Me parece… me parece que necesitaba oír esto.
—Bien. Me alegra haber sido de ayuda —dijo él—. Ahora, cambiando de tema, ¿por qué viniste a verme?
—Yo… —Harper consideró por un segundo la posibilidad de mentirle, pero después de lo honesto que había sido con ella, no podía—. No lo sé en realidad.
—¿Tenías simplemente ganas de verme? —preguntó Daniel.
—Supongo.
—¿Tienes hambre?
No había mucho espacio para moverse en el yate, de modo que el simple hecho de ponerse de pie dejó a Daniel muy cerca de Harper. Luego se acercó un poco más. Apenas unos centímetros los separaban.
—¿Quieres algo? —le preguntó Daniel mientras Harper alzaba la vista hacia él.
—¿Qué? —preguntó Harper, sin tener idea siquiera de lo que le había preguntado. Se sentía extrañamente hipnotizada por los puntos azules que salpicaban los ojos castaños de Daniel.
Para abrir la heladera, Daniel tuvo que inclinarse hacia un lado apoyándose contra el cuerpo de Harpen Mientras la abría y sacaba unas latas de refresco, no dejó de mirarla ni un solo instante,
—¿Quieres comer o beber algo? —Daniel se incorporó y le ofreció una lata.
—Gracias —dijo Harper, con una ligera sonrisa, mientras la agarraba.