—¡Eres tan desagradecida! —dijo Penn indignada, moviendo su larga cabellera negra—. ¿Una maldición? Esto es todo lo que siempre quisiste, Gemma. Yo te vi. El agua te llama desde siempre. —Penn se acercó unos pasos y se paró justo delante de ella—. Te di todo lo que querías. Deberías agradecérmelo.
—¡Yo no pedí esto! —le replicó Gemma—. ¡Y no lo quiero!
—Demasiado tarde. —Penn dio media vuelta y fue a apoyarse de nuevo en la piedra—. ¡No puedes deshacerlo! Bebiste la poción y ahora serás una sirena hasta el día de tu muerte.
—¿Poción? —Gemma negó con la cabeza—. ¿Qué poción? ¿Qué era esa bebida?
—La sangre de una sirena, la sangre de un mortal y la sangre del mar — recitó Penn.
—¿La sangre del mar?
—No es más que agua —dijo Penn—. Deméter tenía un don especial para el dramatismo, en especial cuando se trataba de componer las reglas de cualquier maldición.
—Entonces ¿qué es la sangre de un mortal? —preguntó Gemma—. ¿Algo así como lágrimas?
—No, sangre común y corriente. —Penn la miró como si fuese estúpida—. Era una mezcla de sangre de Agláope y de un humano.
—¿Yo bebí sangre? —El estómago de Gemma se endureció como una piedra y se llevó la mano al vientre—. ¿Me hiciste beber sangre sin decirme nada? ¿Qué clase de horrible monstruo eres?
—Una sirena, ¿lo has olvidado? —Penn alzó la mirada al cielo—. Eres mucho más tonta de lo que pensaba. Tal vez me equivoqué contigo. Tal vez tengas razón, y debería dejar simplemente que sigas tu camino y mueras.
—¿La sangre de quién? —preguntó Gemma, haciendo todo lo posible por no vomitar.
—La de Agláope, ya te lo dije.
—No, me refiero a la de humano.
—Oh, ¿qué más da? —Penn se encogió de hombros—. De algún humano que otro.
—¿Y cómo la conseguiste? —preguntó Gemma.
—Esto es tan aburrido. —Penn miró hacia el cielo y sacudió la cabeza—. Detesto tener que formar «nuevas» sirenas. En especial a las desagradecidas como tú. Es una pérdida de tiempo.
—Si lo detestas, ¿por qué lo hiciste? —preguntó Gemma.
—No tenía otra opción. Tenemos que ser cuatro.
Gemma no pudo contener más tiempo las arcadas. La idea de haber bebido sangre combinada con todo lo demás que le había dicho Penn era demasiado para ella, sin mencionar la migraña que estaba empezando a sentir por tratar de resistirse a la canción del mar.
—Oh, Dios mío —dijo Penn, suspirando al observar a Gemma doblada en dos tratando de vomitar—. Ya digeriste la sangre y, encima, te convertiste en sirena. ¿Qué crees que estás vomitando?
—No estoy tratando de vomitar nada. De sólo pensar que soy como tú me dan náuseas. —Gemma se enderezó y se limpió la boca.
Penn la miró entrecerrando los ojos.
—Qué error tan grande cometí contigo.
—¡Entonces dime cómo salir de esto! ¡Dime qué tengo que hacer para convertirme de nuevo en un ser humano!
—¡Ya te lo he dicho! —dijo Penn con un gruñido—. ¡Tienes que morir! ¡Ésa es la salida! ¡Y si no dejas de ser una perra desagradecida, me encantará liberarte yo misma de tu desgracia!
Gemina la miró sacudiendo la cabeza con lágrimas de frustración en los ojos. Luego se quitó el cabello de la frente y miró hacia el mar. De vez en cuando las cabezas de Thea y de Lexi asomaban fuera del agua mientras nadaban entre las olas.
—Entonces dime cómo vivir con esto. —Gemma respiró hondo y volvió a mirar a Penn—. Tienen que ser cuatro y yo no quiero morir. Así que dime qué tengo que hacer.
—Primero, abandona esa actitud. Después, deja este lugar y ven con nosotras. Te mostraremos lo que necesitas hacer.
—¿Por qué tengo que irme de aquí? —preguntó Gemma.
—Es mejor no quedarse demasiado tiempo en un mismo lugar —dijo Penn—. Las cosas suelen complicarse.
—¿Y mi familia? ¿Y Álex?
—Nosotras somos ahora tu familia —le dijo Penn, con un tono de voz parecido a la amabilidad—. Y Álex no te ama y nunca te amará.
—Pero… —Una lágrima rodó por las mejillas de Gemma pero en seguida se pasó la mano por encima para secarla.
—No es culpa suya, ni tuya. No puede, Gemma. Un mortal no puede amar a una sirena. Lo siento. —Penn exhaló un largo suspiro—. Pero la verdad es que cuando vivas lo suficiente y veas todo lo que hemos visto nosotras, te darás cuenta de que los mortales no pueden amar a nadie. Saberlo te ahorrará mucho sufrimiento.
—¿Cómo voy a creerte? —preguntó Gemma, mirándola—. Me engañaste e hiciste que me convirtiera en esto. ¿Cómo puedo saber si algo de lo que dices es verdad?
—No puedes —admitió Penn encogiéndose de hombros—. Pero ¿a quién más vas a creer? ¿Quién más sabe lo que es ser una sirena?
Gemma se dio cuenta con amargura de que estaba en una situación que no le dejaba demasiadas opciones. No había elegido estar donde estaba. No era lo que ella quería. Pero tenía que encontrarle el lado positivo. Todavía podía hacer lo correcto, aunque Penn la hubiese acorralado.
Una conmoción en la arboleda de cipreses, a pocos metros de allí, las
distrajo. Se oían gritos pidiendo auxilio entre los árboles, junto con el ruido de una radio. Era demasiado lejos como para que Gemma pudiese ver con claridad, pero pudo distinguir el movimiento de gente y los uniformes azules de la policía.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Thea, a quien los ruidos habían atraído hacia la costa.
—¿Es la policía? —preguntó Lexi, flotando al lado de Thea.
—Debemos irnos —dijo Penn bruscamente, caminando hacia el mar—. Y tú deberías venir con nosotras, Gemma.
—Eh… —Gemma apartó los ojos de lo que estaba ocurriendo en el bosque y volvió a mirar hacia donde se había detenido Penn, a escasos pasos del agua—. No, todavía no.
Penn frunció los labios.
—Haz lo que quieras. Pero sólo nos quedaremos aquí un par de días más. Después, nos iremos.
—Vamos, Penn —le dijo Thea, mientras se alejaba de nuevo de la costa—. Tenemos que salir de aquí.
—¡Hasta luego, Gemma! —gritó Lexi, saludándola con la mano.
—¡Hasta luego! —Gemma le devolvió el saludo, pero Lexi ya se había sumergido en el mar.
Gemma observó a Penn adentrarse en el mar. Cuando el agua le llegó hasta la cintura, se detuvo, y Gemma pudo ver cómo su piel bronceada iba transformándose en escamas iridiscentes que resplandecían hasta por encima de su cadera.
—No sé qué valor puede tener para ti, pero te dije la verdad —dijo Penn y después se zambulló en el agua y se alejó.
Gemma permaneció unos minutos más en la playa, contemplando las olas, pero las sirenas no volvieron a salir a la superficie. La canción del mar casi ahogaba el ruido de los hombres en el bosque, algo que Gemma de todos modos prefería no oír.
Finalmente, logró dejar la bahía con mucho esfuerzo y volver a su casa. Todavía no estaba muy segura de lo que debía hacer. Morir o unirse a ellas. Ninguna de las dos opciones le parecía aceptable.
Justo cuando llegó a su casa, un coche de la policía paró delante de la puerta. Los latidos de su corazón se aceleraron, y se quedó mirando la escena con los ojos bien abiertos, cuando un oficial bajó del automóvil y abrió la puerta de atrás. Al ver quiénes bajaban, se quedó completamente muda.
Harper tenía una mano apoyada sobre el hombro de Álex, que estaba pálido como una hoja.
—¿Qué pasó? —preguntó Gemma, corriendo hacia ellos.
—Encontramos a Luke —dijo Harper con voz queda.
—Está muerto. —Álex se apartó de Harper y abrazó a Gemma que lo envolvió en sus brazos, sujetándolo fuerte contra ella, mientras sentía caer sus lágrimas sobre el hombro.
HARPER estaba apoyada contra la mesa de la cocina mirando por la ventana hacia la casa de Álex. Desde que habían encontrado los cuerpos, Álex estaba en un profundo estado de conmoción, y
Gemma había pasado casi todo el tiempo en su casa.
Tanto a Harper como a Brian les parecía mejor que Gemma estuviera con él que arriba en su cuarto castigada. Alex la necesitaba.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Brian mientras se sentaba a la mesa, detrás de Harper, a beber una taza de café.
—Bien —le mintió Harper.
Las pesadillas la habían despertado tres veces antes de que desistiera por completo de tratar de dormir. Para mantenerse ocupada, ya había lavado toda la ropa sucia y ordenado la despensa para cuando Brian se levantó a las ocho.
—¿Estás segura? —preguntó Brian.
—Sí. —Harper se volvió hacia su padre y se obligó a son reírle para tranquilizarlo—. No conocía tanto a Luke.
—Eso no importa. Ver algo así puede ser muy traumático
—Estaré bien. —Sacó el banco que estaba frente a él de debajo de la mesa y se sentó.
Al igual que todos los sábados por la mañana, Brian tenía el periódico abierto sobre la mesa. La foto de los cuerpos había aparecido en primera plana, pero Brian había tenido la precaución de quitarla y tirarla a la basura para que su hija no la viera.
Harper estiró el brazo y tomó la página de los crucigramas. Su padre siempre empezaba a llenarlos, pero los abandonaba después de la primera o la segunda palabra. Brian le alcanzó el lápiz haciéndolo rodar por la mesa y Harper le dio las gracias.
—Entonces, ¿vamos a hacer como que no pasó nada? —preguntó Brian, tras beber un sorbo de café.
—No estoy fingiendo. —Harper acercó una rodilla al pecho para apoyarse en ella mientras llenaba el crucigrama—. Sé que pasó algo espantoso, pero no tengo mucho más que decir.
—¿Te conté alguna vez cómo murió Terry Connelly? —preguntó Brian.
—No sé. —Harper se detuvo a pensar—. Me acuerdo de cuando pasó, pero yo no tenía más de cinco o seis años en esa época.
—Sí —dijo Brian, asintiendo con la cabeza—. Se le vino encima una tabla que cayó de una grúa. Lo tumbó y la tabla acabó encima de su estómago. Yo estaba justo al lado de él cuando pasó y todavía estaba con vida. Me quedé con él hasta que llegó la ambulancia.
—No lo sabía. —Harper apoyó el mentón sobre la rodilla y se quedó mirándolo mientras hablaba.
—No éramos amigos, pero habíamos trabajado muchos años juntos y no quería dejarlo solo —dijo Brian—. Cuando finalmente llegó el equipo de rescate, tuvieron que levantar la tabla para poder sacarlo. Tenía todos los órganos aplastados. Hasta podías ver los intestinos aplastados debajo del tablón, colgando como un gusano pisoteado.
—Oh, Dios mío, papá. —Harper hizo una mueca de espanto—. ¿Para qué me cuentas eso?
—No te lo estoy contando para impresionarte —le aseguró—. Lo que estoy tratando de decirte es que fue horrendo. De algún modo, la madera que tenía encima lo mantuvo vivo, porque murió en cuanto la levantaron.
—Lo siento —dijo Harper, que no sabía qué otra cosa decir.
—Las pesadillas me persiguieron varias semanas. Tu madre te lo podría confirmar si no hubiese perdido la memoria. —Brian se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la mesa—. Yo ya era un hombre cuando ocurrió, y fue un accidente. No habían asesinado a nadie ni lo habían arrojado entre los árboles para que se pudriera, y aun así me torturó durante un tiempo.
—Papá. —Harper soltó un suspiro y se reclinó en la silla.
—No puedo imaginarme por lo que estás pasando, cariño —dijo Brian con dulzura—. Pero sé que es imposible que no te afecte de algún modo. Y está bien admitirlo. Está bien estar dolido y asustado a veces.
—Lo sé. Pero estoy bien.
—Sé que no siempre quieres hablar conmigo, pero espero que lo hagas con alguien. —Bebió un sorbo de café—. ¿Vas a ir a ver a Álex hoy?
—No, Gemma está con él —respondió Harper.
—¿Y? También es tu amigo. Pueden estar los tres juntos.
—Lo sé, pero… —Harper se encogió de hombros.
—Puedes seguir siendo su amiga, aunque él ahora tenga novia. —Brian hizo una pausa—. ¿Gemma es su novia?
—No sé —dijo Harper, meneando la cabeza—. Algo así, supongo.
—Hum. —Brian frunció el entrecejo—. Supongo que podría haber chicos peores que Álex.
—Sí, papá, podría —le confirmó Harper.
—¿Y tú?
—¿Y yo qué?
—¿Estás saliendo con alguien?
—¡Papá! —Harper lanzó un gruñido y se levantó de la mesa.
—¡Harper! —le gruñó a su vez Brian.
—¿Por qué de golpe todo el mundo está tan interesado en mi vida amorosa? —Fue hasta la heladera y sacó el jugo de naranja—. Bueno, no es que tenga ninguna. Porque de hecho no la tengo. —Luego, mientras se servía un vaso de jugo, dijo en voz baja:
—No me gusta nadie.
—¿Todo el mundo está interesado en tu vida amorosa? —preguntó Brian—
. ¿Quién es todo el mundo?
—No sé. Tú. Álex. —Harper pareció incomodarse y se bebió el jugo para no tener que decir nada más—. Sé que es sábado, pero no creo que hoy vaya a ver a mamá.
—De acuerdo.
—Gemma está ya bastante ocupada hoy, pero tal vez mañana quiera ir a verla. —Harper miró hacia la casa de Álex—. No sé. O tal vez no. Es probable que yo vaya mañana, aunque ella no quiera ir.
—De acuerdo —asintió Brian—. Me parece bien. Les hace bien ir a ver a su madre.
—¿Sabes qué? Quizá también a ti te haría bien verla —le dijo Harper con cuidado, y Brian se incomodó ante la sugerencia
Justo entonces sonó el timbre de la puerta, ahorrándoles otra tensa conversación sobre la madre de Harper. En realidad a ninguno de los dos le gustaba hablar de ella, al menos entre ellos, pero una vez que salía el tema, se sentían obligados a hacerlo.
—Voy yo —dijo Harper, aunque todavía estaba en piyama y Brian ya estaba vestido.
Pensó que podía ser la policía. Dijeron que pasarían si tenían más preguntas, pero en realidad Álex y Harper no habían podido decirles mucho. En el fondo no sabían nada salvo el lugar en el que habían encontrado los cuerpos.
En lugar de la policía, encontró a Daniel de pie en el umbral de la puerta.
Él le sonrió y al principio Harper se quedó mirándolo, ahí parada, con la puerta abierta, sin poder decir una palabra.
—Disculpa. ¿Te desperté? —preguntó Daniel—. Si molesto, me voy…
—No, eh, está bien. —Harper negó con la cabeza, pero de golpe se dio cuenta de que sólo tenía puesto un top y un short de piyama. Instintivamente se cruzó de brazos—. Ya estaba despierta.
—Bien. —Daniel se rascó el brazo y luego la miró—. ¿Puedo pasar?
—Oh, sí, por supuesto. —Harper se hizo a un lado para dejarlo pasar, de modo que ahora los dos se quedaron inmóviles, mirándose sin saber qué decir, pero ahora en el hall de la entrada, en lugar de en el umbral—. ¿Qué haces aquí? —le soltó ella finalmente.