—Oh, eh, me enteré de lo que le pasó a tu amigo. —Sus ojos castaños se llenaron de compasión—. El que había desapareado, y quería ofrecerte mis condolencias.
—Oh, gracias —dijo Harper con una ligera sonrisa.
—Pasé por la biblioteca para ver si estabas en el trabajo —le explicó Daniel—. Quería saber cómo lo estabas sobrellevando, porque parecías bastante angustiada el día que te enteraste de que había desaparecido.
—Los sábados no trabajo —le dijo Harper, evitando así decirle cómo estaba.
—Eso es lo que me dijo la chica que estaba allí. Una chica bastante antipática con flequillo liso hasta aquí. —Daniel se llevó la mano a la frente, justo por encima de las cejas, para mostrarle hasta dónde le llegaba el flequillo.
—Ésa es Marcy.
—¿Tu compañera a la que no puedes dejar sola? —preguntó Daniel.
—Sí —dijo y rió un poco, sorprendida de que Daniel le hubiese prestado atención y lo recordase—. La misma.
—Me dijo dónde vivías y espero que no te parezca muy raro que haya pasado. Puedo irme, si quieres. —Daniel se volvió hada la puerta que tenía a su lado.
—No, no —dijo Harper decidida—. Está bien. Yo sé dónde vives tú, de modo que parece justo, ¿no es cierto?
—Supongo que sí. —Daniel sonrió, en apariencia aliviado—. ¿Cómo estás?
—Bien —dijo ella encogiéndose de hombros.
—¿Harper? —preguntó Brian que llegaba desde la cocina—. ¿Quién es este joven?
—Papá, éste es, hum, Daniel —dijo Harper señalándolo—. Daniel, éste es mi padre, Brian.
—Encantado, señor. —Daniel le tendió la mano y Brian lo miró pensativo, mientras se la estrechaba.
—Me suena tu cara —dijo Brian—. ¿Te conozco de alguna parte?
—Probablemente me haya visto en mi yate. —Daniel metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón—.
La gaviota sucia
. Está amarrado en el puerto.
—Oh. —Brian lo miró tratando de recordar por qué lo conocía—. ¿Tu abuelo era Darryl Morgan?
—Ese era mi abuelo —dijo Daniel asintiendo con la cabeza.
—Era capataz en el puerto —dijo Brian—. Perdimos a un buen hombre el día que se fue.
—Sí que fue una pérdida, señor —respondió Daniel.
—Solías venir al puerto con él, ¿verdad? Pero entonces eras apenas así…
—Brian sostuvo la mano en el aire a la altura de su cadera, demostrando lo pequeño que era el joven Daniel cuando iba al puerto, pero ahora era unos centímetros más alto que Brian—. Y te has convertido en todo un hombre. —Brian miró a Harper—. ¿Y vienes a visitar a mi hija?
—Papá —dijo Harper en voz baja, y le lanzó una mirada.
—De acuerdo. Bueno, encantado de verte —dijo Brian—. Pero creo que será mejor que me vaya al garaje a arreglar el coche de Gemma. —Dio la vuelta alrededor de ellos para ir hasta la puerta de la entrada, pero después de abrirla se detuvo un segundo—. Estaré aquí afuera por si me necesitas. Con herramientas pesadas.
—¡Papá! —le gritó Harper.
—Diviértanse, chicos —dijo Brian, mientras desaparecía por la puerta.
—Lo siento —dijo Harper una vez que su padre se fue.
—No hay problema. —Daniel dibujó una sonrisa burlona en su rostro—. Adivino que es por eso que no tienes muchos pretendientes.
—¿Estás dando a entender que tú eres un pretendiente? —Harper alzó una ceja y lo miró.
—No estoy dando a entender nada —dijo él, pero le sonrió de una manera que le hizo apartar los ojos.
—¿Quieres beber algo? —preguntó Harper, yendo hacia la cocina—. Preparé café hace un ratito.
—Un café sería fantástico.
Daniel la siguió hasta la cocina. Harper tomó dos tazas de la alacena y las llenó de café. Cuando le dio a Daniel el suyo, él se sentó a la mesa, pero ella prefirió quedarse de pie, bebiendo su café apoyada contra la mesada.
—Este café está muy bueno —dijo Daniel después del primer sorbo.
—Gracias. Es Folgers.
—¿Entonces? —Daniel apoyó su taza sobre la mesa—. Todavía no me has dicho cómo estás.
—Sí, te lo he dicho. Te he dicho que estoy bien.
—Sí, pero eso es una mentira. —Daniel inclinó la cabeza y la observó—.
¿Cómo estás realmente?
Harper se burló de él, después miró hacia otro lado y sonrió con nerviosismo.
—¿Cómo sabes que es mentira? ¿Por qué tendría que mentir? —Harper sacudió la cabeza—. ¿Por qué no debería estar bien? Sólo conocía a uno de ellos y ni siquiera lo conocía muy bien.
—Eres una mentirosa pésima —dijo Daniel moviendo la cabeza—. En serio eres la peor mentirosa que he visto jamás. Cada vez que dices algo que no es verdad, no puedes quedarte quieta y esquivas la mirada.
—Yo… —empezó a protestar Harper, y después suspiró.
—¿Por qué no quieres admitir cómo te sientes en realidad? —preguntó Daniel.
—No es que no quiera. —Harper bajó la vista y se quedó mirando el café que tenía en la mano—. Es que… no siento que tenga derecho a sentirme mal.
—¿Cómo que no tienes derecho a sentirte mal? Estás en todo tu derecho de sentirte como quieras.
—No, no es verdad. —De pronto Harper tuvo ganas de llorar—. Luke era… yo apenas le conocía. Sus padres perdieron a un hijo. Lo amaban. Ellos perdieron algo. Ellos tienen derecho a sentirse desconsolados. —Meneó la cabeza a un lado y a otro, como si no fuese para nada eso lo que quería decir—. El otoño pasado compartimos un par de besos babosos y torpes y después se podría decir que lo dejé. —Harper se mordisqueó el labio tratando de contener el llanto—. Quiero decir que era un tipo agradable. Sólo que no era eso lo que yo sentía por él.
—¿Porque saliste con él y se terminó no tienes derecho a sentirte mal? — preguntó Daniel.
—Puede ser. —Harper negó con un gesto de la cabeza—. No lo sé.
—De acuerdo, probemos de esta manera. Olvídate de cómo deberías o no deberías sentirte. ¿Por qué no me dices exactamente lo que sientes y piensas en este momento?
—No es… —Harper tragó con fuerza, dispuesta a descartar la pregunta de
Daniel, pero después cambió de opinión—. No puedo parar de pensar en su cara cuando lo encontramos. Tenía un gusano caminándole por el labio. —Inconscientemente se pasó la mano por el suyo—. Por unos labios que yo había besado.
—Y no soy capaz de sacarme de la nariz el olor de esos cuerpos. Por más que me duche y me perfume, no puedo dejar de olerlo. —Su voz se cargó de congoja y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Es la imagen de sus labios y de su rostro la que me viene todo el tiempo a la mente, pero su cuerpo estaba todo deshecho. —Harper señaló su propio torso—. Lo habían abierto en canal y… no puedo dejar de pensar en lo asustado que debió de estar. Las lágrimas le rodaban ahora por las mejillas—. Debía de estar aterrado cuando le hicieron eso. Todos debían de estarlo.
Daniel se levantó de la silla y fue hasta donde estaba ella. Se quedó enfrente de Harper y apoyó las manos sobre sus brazos, pero ella no lo miraba. Tenía los ojos fijos en un punto del suelo y lloraba.
—Lo vimos ese día —siguió diciendo Harper—. El día que desapareció, en el picnic. Y no puedo dejar de pensar que si lo hubiésemos invitado a ir con nosotros, todavía estaría vivo. Cuando lo vi estaba molesta, porque ahora todo era tan raro y poco natural entre nosotros. Y él era un buen tipo. Si yo le…
En ese momento Harper empezó a sollozar y sus palabras se ahogaron entre las lágrimas. Daniel le quitó la taza de café de las manos y la puso en la mesada, detrás de ella. Después, estiró las manos y, con mucho cuidado, la acercó hacia él y la abrazó.
—No es culpa tuya —le dijo Daniel mientras ella lloraba sobre su hombro—. No puedes salvarlos a todos, Harper.
—¿Por qué no? —preguntó ella, con la voz apagada contra el hombro de Daniel.
—Porque así es como funciona el mundo.
Harper se permitió seguir llorando unos minutos más, sintiéndose a la vez agradecida y avergonzada por estar en brazos de Daniel. Cuando se tranquilizó lo suficiente, se apartó de él y se secó los ojos. Daniel se separó un poco, pero se quedó justo enfrente de ella, por si lo necesitaba.
—Lo lamento —dijo ella, presionando las manos contra sus mejillas para secarse las lágrimas.
—No lo lamentes. Yo no lo lamento.
—Bueno, tú no tienes nada que lamentar. No estás haciendo el ridículo como yo.
—Tú tampoco. —Daniel le quitó un mechón de la frente y ella se lo permitió, pero se negaba a levantar la vista para mirarlo.
—Y sé que tienes razón. En eso de que no es culpa mía —dijo ella, moqueando—. Pero no puedo dejar de pensar en el día del picnic. Quiero decir que lo vimos esa tarde, y esa misma noche desapareció. Si le hubiese dicho, «Eh, ¿por qué no vienes con nosotros?», en vez de dejar que se fuera con esa chica…
—No puedes castigarte de esa manera. —Daniel sacudió la cabeza—. No había manera de que pudieras saber qué pasaría.
—Sí, debería haberlo sabido. —Harper abrió los ojos de par en par al darse cuenta de algo, y alzó la mirada hacia él—. La última vez que lo vi se fue con Lexi…
—¿Quién es Lexi? —preguntó Daniel.
—Una de esas siniestras chicas.
—¿De modo que se fue del picnic con esa Lexi y después desapareció? — preguntó Daniel—. ¿Se lo dijiste a la policía?
—No, quiero decir, sí. —Harper meneó la cabeza—. Les dije lo que sabía, pero eso no me pareció importante. Después del picnic fue a su casa y cenó con sus padres. Luego volvió a salir y fue entonces cuando desapareció. Pero sí estuvo con Lexi un rato.
—¿Crees que Lexi y Penn y esa otra chica están de algún modo involucradas en los asesinatos?
—No sé —dijo Harper, y después cambió de opinión—. Sí, creo que podrían estarlo.
—A riesgo de parecer un cerdo machista, voy a decir algo: son sólo chicas.
—Daniel retrocedió un paso, como si esperase que ella le golpeara, pero se equivocó—. Entiendo que estamos en un nuevo milenio con igualdad de derechos y que las chicas pueden ser asesinas en serie igual que los hombres. Pero esas chicas no parecen tener la fuerza suficiente como para, ya sabes sacarle las vísceras a alguien.
—Lo sé… —Harper frunció el entrecejo—. Pero esas chicas son diabólicas, y seguro que tuvieron algo que ver con los asesinatos. Tal vez no entienda bien de qué manera, pero sé que están involucradas.
Daniel se quedó observándola unos segundos, pensando; después asintió con la cabeza. —Te creo. ¿Y ahora qué?
—No sé —dijo Harper con un suspiro—. Pero no pienso dejar que Gemma se acerque a ellas de nuevo por nada del mundo. La ataré a la cama si es necesario. —Eso suena muy razonable.
—Las situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas.
—¿Dónde está Gemma? —preguntó Daniel.
—Está con Álex. —Harper señaló hacia la casa de al lado—. Lo está consolando.
—¿De modo que sabemos que está a salvo y bien cuidada? —preguntó Daniel, y ella asintió con la cabeza—. Bien. Entonces ¿por qué no hacemos algo que quieras hacer?
—¿Como qué?
—No sé. ¿Qué te gustaría hacer?
—Hummm… —Su estómago rugió, ya que llorar siempre le provocaba hambre—. Me gustaría desayunar algo.
—Qué casualidad —dijo Daniel con una sonrisa—. Porque me gusta preparar tostadas. —Buena combinación, ¿no es cierto?
Harper y Daniel prepararon el desayuno. Su padre entró cuando olió el aroma a tostadas y desayunaron los tres juntos. Podría haber sido un poco raro, pero no lo fue. Daniel era respetuoso y divertido, y a Brian parecía agradarle.
Sabía que cuando Daniel se fuera, su padre le haría mil preguntas sobre la naturaleza de su relación, preguntas que ella no estaba preparada para responder. Pero aun así valió la pena.
ESTAR de nuevo en la isla le trajo muchos recuerdos. Hacía muchísimo tiempo que ni Harper ni su padre visitaban a Bernie McAllister, por lo que Harper aceptó alegremente cuando Brian la invitó a ir a verlo esa misma tarde.
Como Gemma todavía estaba en casa de Álex, fueron los dos solos, lo que era una lástima, ya que Gemma también siempre había querido mucho a Bernie. Aunque, para ser sincera, Harper nunca había estado del todo segura de si era al viejo o a la isla lo que Gemma realmente quería.
Brian le había pedido prestada una lancha a un amigo para ir hasta allí, y paró en el muelle de Bernie, casi oculto entre unos cipreses que crecían en el agua. Salvo por un angosto sendero que llevaba hasta el amarradero, la isla estaba casi completamente cubierta de cipreses y pinos. Los árboles que se elevaban Por encima de ellos eran casi más altos de lo que medía el ancho de la isla.
—¡Eh! —gritó Bernie.
Harper se llevó una mano a los ojos para cubrirse del resplandor del sol que lograba penetrar a través del follaje, pero, no podía ver a Bernie por ningún lado.
—¿Bernie? —preguntó Brian, tras bajar primero al muelle y ayudar después a Harper a hacer lo mismo.
—No estaba seguro de que fueras tú el que veía allí a lo lejos —dijo Bernie, y Harper finalmente lo vio trotando por el sendero saludando con la mano—. No esperaba visitas hoy, pero es una sorpresa.
—Traté de llamarte —dijo Brian—. Pero el teléfono no funciona. ¿Todavía tienes línea aquí?
Bernie despachó el tema con un gesto de la mano.
—Las tormentas siempre cortaban los cables, así que me lo saqué de encima.
—No molestamos, ¿verdad? —preguntó Harper.
—¿Malestar? Ja —bromeó Bernie con su acento cockney—. La visita de una chica bonita como tú nunca es una molestia. — Luego le guiñó el ojo a Harper, haciéndola reír—. Y tu viejo tampoco está mal.
—¿Cómo van las cosas entonces, Bernie? —preguntó Brian.
—No me puedo quejar aunque lo hago. —Bernie se volvió para empezar a guiarlos de vuelta por el muelle y señaló los árboles que los rodeaban—. Vamos, les mostraré lo que he hecho con el lugar. Ha habido muchos cambios desde la última vez que vinieron.
Nada le pareció demasiado distinto a Harper mientras seguía a Berrnie por el trillado sendero hacia su casa. Todo olía a pino y a hiedra., tal como lo recordaba. Mientras Bernie y su padre hablaban de todas las cosas que habían pasado durante el último año más o menos, Harper iba detrás de ellos, más despacio, admirando el escenario de su infancia.
Desde que ella cumplió los doce años aproximadamente la edad en la que su padre empezó a sentirse más tranquilo para dejarla sola en casa a cargo de Gemma— empezaron a ir cada vez menos a quedarse con Bernie; pero antes de eso, la isla había sido un hogar lejos del hogar.