En el fondo, detrás de la casa, Harper estaba segura de que si lo buscaba, todavía encontraría el fuerte que ella y Gemma habían construido con ramas y viejas maderas. Lo habían asegurado con clavos y tablas y Bernie les había prometido que lo dejaría ahí para siempre.
Cuando llegaron a la cabaña, Harper notó que parecía más decaída de lo que la recordaba, pero se mantenía fantásticamente bien para lo vieja que era. Unas enredaderas que Bernie sólo podaba alrededor de las ventanas cubrían uno de los lados.
Cuando Bernie los llevó al patio de la casa, Harper finalmente descubrió cuáles eran los cambios: había empezado a cultivar un huerto. Un rosal gigante, cubierto de grandes flores violeta, crecía en el centro. Lo había plantado su esposa antes de morir y, hasta que empezó el huerto, era la única planta que Bernie cuidaba.
—¡Guau, Bernie! —dijo Brian, un poco sorprendido por la cantidad de tomates, alubias verdes, pepinos, rábanos y lechuga que tenía el hombre en su huerto.
—Hay un montón, ¿no es cierto? —dijo Bernie con una profunda sonrisa—
. Las venderé en el Mercado del Granjero. Ayuda a complementar la pensión. Ya saben los gastos que tengo con esta vida lujosa que llevo.
—Es impresionante —admitió Brian—. Pero si andas justo de dinero, ya sabes que…
Bernie alzó la mano, deteniéndolo para que no siguiera hadando.
—Tú tienes dos hijas que cuidar y yo nunca he aceptado caridad en toda mi vida.
—Lo sé —dijo Brian—. Pero si alguna vez necesitas algo, puedes recurrir a mí.
—Bah. —Bernie sacudió la cabeza; luego entró en su huerto, frotándose las manos—. ¿Qué tal unos rábanos?
Mientras Brian y Bernie hablaban de las verduras que Brian querría llevarse, Harper se dirigió hacia los árboles, con la esperanza de poder echar un vistazo a su fuerte. Entrar allí era como entrar en Terabithia.
Algunos de sus mejores recuerdos de infancia consistían en ella y Gemma corriendo por entre aquellos árboles, por lo general porque las perseguía algún monstruo u otro ser fruto de su imaginación. Casi siempre era Gemma la que se plantaba y se enfrentaba a él.
Harper era la que inventaba los juegos, explicando a Gemma con vividos
detalles cómo era el horrendo ogro que las quería atrapar para aplastarlas y hacer pan con ellas.
Pero Gemma era la que siempre derrotaba al monstruo, con un palo que era en realidad una espada mágica o arrojándole piedras. Gemma corría un rato pero después siempre terminaba por parar y luchar para defenderse.
Mientras Harper pasaba entre los árboles, se levantó una brisa, que mezcló el olor a mar con la fragancia que desprendían los pinos. También hizo volar una pluma que había estado oculta entre los árboles. Al caer cerca de ella, Harper se inclinó y la recogió.
La pluma era sorprendentemente grande; tenía varios centímetros de ancho y fácilmente más de medio metro de larga Era de un negro muy oscuro en toda su extensión, incluyendo la varilla.
—¡Ah, has encontrado una pluma! —dijo Bernie unos metros detrás de ella, y Harper se volvió para mirarlo.
—¿Sabes de qué es? —preguntó Harper, alzándola en el aire que Bernie pudiera verla mejor.
—De un pájaro endemoniadamente grande. —Bernie avanzó cuidadosamente por el huerto hasta ella—. Pero no sé de qué tipo de pájaro. No se parece a ningún otro que haya visto en mi vida.
—¿Cómo es? —preguntó Harper.
—No lo pude ver muy bien, pero te puedo asegurar que es enorme. — Bernie extendió los brazos lo más ampliamente que pudo para mostrárselo—. El ancho de las alas es el doble de lo normal. Lo vi pasar volando sobre la casa. El sol se estaba poniendo y al principio pensé que era un avión, pero agitaba las alas y se le cayó una pluma.
—No sabía que tuviéramos pájaros tan grandes por aquí —dijo Brian observando a Bernie mientras explicaba lo que había visto—. Parece un cóndor.
—Mi vista no es lo que era, lo admito, pero incluso los ruidos que hace no son normales —dijo Bernie—. Lo he oído por la isla, haciendo todo tipo de
extraños cacareos. Al principio pensé que las gaviotas habían aprendido a reír, pero pronto me di cuenta de que eso era absurdo.
—Tal vez has descubierto una especie nueva de pájaro —dijo Brian con una sonrisa—. Lo podrían llamar «Ave de Bernie» en tu nombre.
—Todo es posible —dijo Bernie riendo. Se olvidó de la pluma y volvió al huerto a seguir recogiendo verduras, y Harper fue con él para ayudarlo. Para cuando terminaron, Bernie le había hecho llenar toda una carretilla de Productos del huerto que luego él vendería en el mercado. Brian y Harper se quedaron un rato más, sentados en el jardín, rememorando el pasado. Pero al final, Bernie pareció cansarse, de modo que se levantaron para irse.
Bernie los acompañó hasta el muelle y cuando subieron a la lancha, se quedó ahí de pie, despidiéndolos con la mano hasta que se alejaron.
EN cuanto Álex le dijo que Luke estaba muerto, Gemma supo que las sirenas tenían algo que ver con el asesinato. La primera hora que pasó con él después de enterarse, le costó mucho no vomitar. Tenía que ser la sangre de Luke la que había bebido, la sangre del mortal que Penn utilizó en la poción para transformarla en una sirena.
Cuando Álex le explicó dónde habían encontrado el cuerpo, sus temores se confirmaron aún más. Era por eso que Thea había insistido en que se fueran de allí cuando la policía empezó a inspeccionar el bosque de la bahía.
Álex no tenía las mismas sospechas que Gemma. Trataba de especular sobre lo que les había ocurrido a Luke y a los otros muchachos, pero estaba muy lejos de poder adivinarlo. Una y otra vez se quedaba perplejo y preguntaba por qué alguien querría hacerle eso a otro ser humano.
Gemma se limitaba a sacudir la cabeza, porque en realidad la respuesta era que no había sido un ser humano el que lo había hecho, sino un monstruo. Todavía no comprendía por completo qué era una sirena, pero, sin lugar a dudas, era algo maléfico.
Lo bueno de tener que consolar a Álex era que no le dejaba mucho tiempo para pensar en sí misma o preocuparse de si ella era también un monstruo o no. Gastaba toda su energía en lograr que Álex se sintiera mejor.
Salvo cuando en un primer momento le contó que habían encontrado el cuerpo de Luke, Álex no volvió a llorar. La mayor parte del tiempo se quedaba ahí sentado, con la mandíbula tensa y la mirada perdida. Gemma
estuvo con él hasta muy tarde el viernes y todo el sábado. Hacia el final de la tarde de ese día, Álex tenía la cabeza apoyada en el regazo de Gemma, mientras ella le acariciaba la espalda, cuando de repente murmuró:
—No puedo dejar de verlo. Cada vez que cierro los ojos, lo vuelvo a ver.
—¿Qué? —preguntó Gemma—. ¿Qué ves?
Además de decirle que habían encontrado los cuerpos, Álex no le había contado mucho más sobre el tema. Se negaba a relatarle cualquier detalle, limitándose a sacudir la cabeza cada vez que ella lo presionaba pidiéndole un poco más de información. Gemma ni siquiera sabía cómo había muerto Luke o qué le había pasado.
—No puedo —dijo con voz tensa—. Ni siquiera lo puedo poner en palabras. Ha sido la cosa más horrorosa que haya visto en mi vida.
Álex alzó la vista hacia ella, buscando con sus ojos el rostro de Gemma. Le quitó el cabello de la cara y se obligó a sonreír.
—Es mejor que no lo sepas —le dijo—. No hay ninguna necesidad de que tú también tengas esa imagen grabada a fuego en tu mente. Eres demasiado dulce para tener que vértelas con algo tan espantoso.
—Me idealizas.
—No te idealizo —insistió él—. Y ésa es una de las razones por las que yo…
—Álex se lamió los labios y la miró a los ojos—, por la que siento que cada vez estoy más enamorado de ti.
Gemma se inclinó hacia él y lo besó, en parte para evitar el llanto. Era lo que ella quería, lo que había esperado con todo su corazón, pero… ahora no podía tenerlo. No lo merecía.
Ella misma formaba parte de la maldad que había traumatizado a Álex de esa manera. Quizá no por completo todavía, pero se estaba convirtiendo en un monstruo.
Un par de veces, pensó en contarles a Harper y a Álex lo que había ocurrido, hablarles sobre las sirenas. Antes de que Penn le dijera la verdad, había estado a punto de contarle a Harper las extrañas cosas que le estaban ocurriendo.
Ahora, con los asesinatos, y sabiendo que de algún modo ella también estaba relacionada con ellos, jamás podría hablar con Harper, Álex o su padre.
Pero había una única persona con la que sí podría hablar, alguien cuyo discernimiento de la realidad se había vuelto tan tenue que jamás dudaría de su historia: su madre.
—¿Cómo van las cosas con Álex? —preguntó Harper el domingo por la mañana mientras se dirigían a visitar a su madre.
—¿Te refieres a nuestra relación o a cómo lo está llevando en general? — preguntó Gemma que, acurrucada en el asiento del acompañante, miraba a través de los anteojos de sol por la ventanilla.
—Hummm, a ambas cosas. —Harper la miró como sorprendida de que su hermana hubiese estado tan locuaz.
Apenas habían intercambiado un par de palabras en los veinte minutos de viaje hasta Briar Ridge, a pesar de los muchos intentos de Harper por iniciar una conversación. Ahora que ya casi habían llegado, Gemma comenzaba a responder con frases completas.
—Bien, considerando la situación. En ambas cuestiones. —Gemma se tiró de las orejas tratando de aliviar la presión que producía en sus oídos la canción del mar. Pero, hiciera lo que hiciese, sólo parecía sonar más fuerte, y era enloquecedor.
—Bueno, me alegro de que hayas venido conmigo a ver a mamá —dijo Harper—. Sé lo difícil que debe de haber sido separarte de Álex, pero a mamá le encanta verte.
—Hablando de eso. —Gemma se volvió hacia su hermana cuando pararon delante de la residencia—. Quiero ver a mamá un rato a solas.
—¿Qué quieres decir? —Harper apagó el motor y la miró entornando los ojos.
—Necesito hablar con ella.
—¿Por qué? ¿De qué quieres hablarle?
—Si quisiera hablar de eso contigo, no necesitaría verla a solas —dijo Gemma.
—Bueno… —Harper suspiró y miró por encima del parabrisas—. ¿Por qué esperaste hasta ahora para decírmelo? ¿Por qué no viniste sola?
—Mi coche está estropeado y sabía que no me ibas a dejar ir sola a ninguna parte —dijo Gemma—. Al menos no en tu coche. De hecho, me sorprende un poco que me dejes ir sola hasta la casa de Álex.
—No seas así. —Harper sacudió la cabeza, molesta—. No me hagas quedar como la mala de la película. ¡Eres tú la que ha ido por ahí haciendo no sé muy bien qué con esas chicas terribles! Es culpa tuya que no confiemos en ti.
—Harper. —Gemma lanzó un gruñido contra el asiento del coche—. Nunca he dicho que no fuera culpa mía.
—Últimamente te estás comportando como una desquiciada. —Harper continuó como si no hubiese oído ni una palabra de lo que había dicho Gemma—. Y encima hay un asesino en serie suelo. ¿Qué se supone que debería hacer? ¿Dejar que vallas por ahí haciendo locuras?
—¡Dios! ¡No eres mi madre, Harper! —gritó Gamma.
—¿Y ella sí? —Harper señaló hacia la residencia delante de ellas. Gemma la miró como si fuese una idiota.
—Pues, sí, ella sí es mi madre.
Tal vez lo fuera, y aunque no por culpa suya, tuvo que dejar de serlo. Pero
¿quién te ha criado los últimos nueve años? ¿Quién te ayuda con tus tareas? ¿Quién se preocupa como una desgraciada si no vuelves a casa en toda la noche y te cuida si tienes resaca y estás llena de moretones? — preguntó Harper.
—¡Nunca te pedí que hicieras nada de todo eso! —le respondió Gemma a gritos.—. ¡Yo jamás te pedí que cuidaras de mí!
—Sé que no me lo pediste —gritó Harper enfadada, como si con eso
demostrara algo. Después dejó escapar un suspiro tembloroso y, al volver a hablar, su tono fue mucho más suave—. ¿Cómo es que puedes contarle a ella lo que está pasando y a mí no?
Gemma bajó la mirada y se puso a tirar de las hebras deshilachadas de su short sin decir nada. No podía contestar a esa pregunta sin revelar algo de lo que estaba pasando. No podía dejar que Harper supiera en que se había convertido.
—De acuerdo. —Harper se reclinó en su asiento y encendió el coche para poder escuchar la radio—. Ve tú. Dale un beso a mamá de mi parte. Te estaré esperando aquí afuera.
—Gracias —dijo Gemma con suavidad antes de salir del coche.
Con frecuencia, Nathalie llegaba corriendo para recibirlas cuando la visitaban, pero ese día no, lo que probablemente fuera una mala señal. Pero Gemma necesitaba hablar con alguien, y su madre era la única persona que la entendería.
Cuando Gemma llegó a la puerta principal, pudo oír los gritos desde afuera. Armándose de coraje, llamó a la puerta y esperó.
—¡Nunca me dejan hacer nada! —Se oyeron los gritos de Nathalie de fondo, cuando una de las empleadas abrió—. Esto es una maldita prisión.
—Oh, hola, Gemma. —Becky la recibió con una sonrisa cansada. Becky no era mucho mayor que Harper, pero ya hacía dos años que trabajaba allí, por lo que tenía una relación bastante familiar con las chicas y su madre.
—¿Qué tal está hoy? —preguntó Gemma, aunque podía oír muy bien cómo estaba. Desde la otra habitación Nathalie seguía maldiciendo mientras golpeaba algo ruidosamente.
—No muy bien. Pero tal vez puedas alegrarla. —Becky se hizo a un lado para dejarla pasar—. Nathalie, tu hija está aquí. Tal vez deberías tranquilizarte para poder hablar con ella.
—¡No quiero hablar con ella! —respondió Nathalie con un ladrido.
Gemma se contrajo, pero logró reponerse en seguida. Se quitó los anteojos y siguió caminando hacia el interior de 1a casa. Encontró a Nathalie en el comedor, al lado de la mesa mirando con furia al personal que estaba al otro lado. Estaba con las piernas bien separadas y los ojos enrojecidos de ira, como una fiera a punto de dar un salto.
—Nathalie —dijo Becky, manteniendo un tono tranquilizador—. Tu hija vino hasta aquí para verte. Al menos deberías decirle hola.
—Hola, mamá. —Gemma movió la mano para saludarla cuando Nathalie miró hacia ella.
—Gemma, sácame de aquí —dijo Nathalie, volviendo a mirar con furia a las empleadas que tenía enfrente. Tomó una silla que tenía delante y la sacudió con fuerza, haciéndola resonar contra el suelo—. ¡Sácame de aquí!
—¡Nathalie! —Becky se acercó a ella, con las manos levantadas y las palmas hacia fuera—. Si quieres recibir a tu hija, debes tranquilizarte. Este comportamiento es inadmisible y tú lo sabes.