Read Siempre Unidos - La Isla de los Elfos Online
Authors: Elaine Cunningham
El torbellino blanco que se formaba durante el vertiginoso viaje mágico desapareció y fue reemplazado por una neblina color verde oscuro. A medida que la bruma verde se fue concretando, Nevarth Ahmaquissar percibió que la familiar magia del bosque de Siempre Unidos lo envolvía, como para darle la bienvenida.
Sin embargo, esta vez había algo raro. El elfo oyó un débil sonido, chillidos y gritos como de un animal herido. Nevarth los siguió hasta el borde de ún ancho hoyo.
Dentro, sangrando por una docena de heridas había un enorme jabalí, enloquecido por el dolor y el miedo.
El elfo frunció el entrecejo. Los suyos no tenían por costumbre cazar con ese tipo de trampas, pues se corría el riesgo de que un animal quedara atrapado en ella herido e indefenso. Al examinar al animal, se dio cuenta de que aún era peor. Al parecer, las heridas habían sido infligidas por flechas y lanzas elfas. Alguien había herido deliberadamente al jabalí y después lo había abandonado allí. ¿Pero por qué?
El débil sonido de unas botas elfas lo alertó. Quizá la respuesta se acercaba. Nevarth se ocultó raudo entre el denso follaje y se agachó, con las orejas bien abiertas.
—¿Está lista la trampa? —preguntó un elfo joven. La voz era melodiosa y refinada.
Nevarth trató de ver quién había hablado, pero la espesa cortina de hojas le impedía ver.
—Tal como quedamos —respondió otro elfo—. El rey Zaor vendrá solo. De eso estoy seguro. Cuando pase entre los robles gemelos, cosa que debe hacer para llegar al pabellón, las cuerdas elevarán la red situada bajo el jabalí. Al verse fuera del hoyo, el animal, enloquecido por el dolor, atacará cualquier cosa que tenga cerca. ¡Ningún elfo, ni siquiera Zaor Flor de Luna, es rival para un jabalí herido!
—Es un animal aterrador y dispuesto para luchar —comentó el primer elfo—. Buen trabajo, Fenian.
—Espero que el dolor y la rabia que siente el jabalí impida que caiga bajo el hechizo del rey —dijo con voz preocupada el llamado Fenian—. Mi padre conoció a Zaor en Cormanthyr y me dijo que no había otro guardián como él. ¿Crees que será capaz de domar a esa bestia?
—Lo dudo. —El primer elfo rió—. E incluso si consigue domarlo o matarlo, no encontrará despejado el camino de vuelta a Leuthilspar. Tengo otras trampas preparadas para él. En caso necesario, me encantará matarlo personalmente. Mi madre me pidió que no acabara yo mismo con el gris, pues siempre existe la posibilidad de ser descubierto, pero ojalá pudiera. ¿Acaso no he jurado acabar con todos y cada uno de los pretendientes grises al trono?
Nevarth no pudo soportar más. Salió de golpe de su escondite, desenvainando la espada al tiempo que se precipitaba hacia los traidores.
Ellos miraron al elfo de la luna con el desconcierto pintado en sus caras. Asombrado, Nevarth se dio cuenta de que conocía a uno de los traidores. Fenian Ni'Tessine había abandonado Siempre Unidos años atrás junto con su clan dorado para ir a instalarse en los bosques de Cormanthyr. El otro, un dorado algo más joven, también le resultaba familiar, pero no lograba recordar quién era.
Ambos dorados desenvainaron sus aceros. En un acuerdo tácito, se abrieron, obligando a Nevarth a elegir un solo rival. El elfo de la luna escogió a Fenian y arremetió con la espada en alto, listo para descargarla.
Como Nevarth esperaba, Fenian alzó su arma a fin de parar la estocada. El elfo de la luna golpeó con gran fuerza, y las espadas chocaron lanzando chispas hacia las sombras del bosque. Antes de que el traidor pudiera recuperarse y liberar la espada, Nevarth se sacó un largo cuchillo del cinto y se dispuso a clavarlo por debajo de las espadas entrelazadas.
Pero el segundo elfo dorado frustró sus planes al causarle un profundo corte en la palma de la mano que sostenía el cuchillo. El elfo de la luna trazó un amplio arco con el brazo y, de un modo u otro, logró propinar a su atacante un soberano puñetazo en pleno rostro. Entonces giró para enfrentarse cara a cara con los dos dorados, apostados con las espadas en alto como gatos al acecho.
Nevarth hizo lo que pudo, pero su espada y cuchillo no podían contrarrestar las dos espadas de los traidores. Una y otra vez éstos superaban sus defensas y le dejaban largos regueros de sangre en brazos, pecho y cara.
No obstante, Nevarth seguía luchando, no sólo por su vida sino también para salvar al rey. Tenía que sobrevivir o Zaor caería en la trampa.
Una voz femenina pronunció su nombre y, de pronto, Nevarth supo que había ganado.
—Es Amlaruil, la Gran Maga —informó a los traidores, hablando entre el rápido intercambio de estocadas—. Podéis daros por muertos.
En el rostro del elfo más joven asomó una expresión de profundo odio, pero retrocedió ágilmente ante la espada de Nevarth y gritó:
—¡Fenian, a los árboles! Dejemos que. la puta del rey encuentre a su campeón muerto. ¡La abatirás con una flecha mientras lamente su muerte!
A Nevarth le pareció un poco presuntuoso, teniendo en cuenta que seguía muy vivo. Pero apenas había acabado de formular ese pensamiento cuando el elfo dorado se volvió, blandiendo la espada en el aire con tal rapidez que dejaba una estela plateada. Nevarth no sintió el corte, pero le pareció que el suelo empapado de sangre iba a su encuentro. En un rincón de su mente, que se iba apagando, vio al dorado envainar la espada y fundirse con el bosque.
El elfo de la luna trató de avisar a Amlaruil, trató de alejarla de allí, trató de decirle que se marchara cuando se arrodilló a su lado. Pero sentía un frío glacial en el cuerpo, y sus brazos y piernas ya no le respondían. De su garganta sesgada no podían salir las palabras.
Tuvo un breve pensamiento para su Araushnee pero, extrañamente, no pudo evocar una imagen de su rostro. La luz se apagó ante sus ojos, hasta que lo único que vio fue una imagen del reluciente rubí que llevaba y una terrible sensación de profundo fracaso. Amlaruil moriría por su culpa.
«Sí, morirá, y con ella todos los hijos de Corellon.» Una voz exultante, que le era muy familiar, resonó en su mente.
Entonces oyó que Amlaruil tomaba aire, sobresaltada, y se dio cuenta de que también ella había oído esa voz oscura y aterciopelada. De pronto enmudeció y abandonó su desgarrado cuerpo.
Amlaruil contempló incrédulamente al elfo muerto, tratando desesperadamente de imaginarse qué habría ocurrido. Se había producido una encarnizada lucha, ella misma había oído el entrechocar de las espadas desde el cercano pabellón. Sus enemigos no podían andar muy lejos. ¿Y qué era esa terrible y perversa voz, esa sensación de magia oscura y maligna que envolvía al elfo como un aura?
Debía hallar las respuestas usando cualquier medio a su alcance. La maga respiró hondo y se dispuso a hacer algo que para todos los elfos era anatema: interferir con la otra vida. Demorar el paso a Arvandor, fuera por la razón que fuese, era algo terrible. Pero Amlaruil sabía que debía hacerlo.
Ella no era una sacerdotisa, pero la unía un vínculo profundo y directo con el Seldarine. Así pues, proyectó sus pensamientos al camino a Arvandor que Nevarth debía de estar recorriendo.
En la neblina gris entre el mundo mortal y el inmortal, la maga percibió el vacilante espíritu del elfo de la luna. Entonces le apremió para saber qué había ocurrido. Nevarth le respondió sin palabras, transfiriéndole sus pensamientos, sus miedos y fracasos. Le comunicó el nombre que conocía —Fenian— y le informó que había más traidores. Asimismo le reveló sus remordimientos, sus esperanzas y sus sueños más preciados. La información invadió la mente de Amlaruil y un nombre, un nombre procedente de la mitología elfa, se destacó. Una sensación de miedo y absoluto terror se apoderó de ella al darse cuenta de lo que Nevarth había traído a Siempre Unidos. No obstante, el mensaje más urgente del espíritu, que ya se alejaba, no fue sobre la diosa Araushnee sino sobre un peligro mortal más inmediato.
Actuando instintivamente, Amlaruil empujó a un lado el cuerpo de Nevarth y rodó sobre sí misma. Dos flechas se clavaron en rápida sucesión en el elfo de la luna muerto.
La Gran Maga se puso de pie de un salto. En sus ojos azules brillaba una luz guerrera, y tenía las manos extendidas. De las puntas de sus dedos brotó una pequeña descarga de energía, que chisporroteó hacia el lugar del que procedían los proyectiles. Un grito de dolor resonó en el bosque, y las hojas de los árboles crujieron cuando los enemigos ocultos huyeron.
Por un instante Amlaruil se sintió tentada de perseguirlos. Pero debía atender un asunto más urgente: Zaor se encontraba en grave peligro. Nevarth desconocía la ubicación y la naturaleza de las trampas que los traidores habían tendido al rey, por lo que ella poca cosa podía hacer para frustrarlas. Tampoco sabía dónde estaba Zaor ni contaba con los medios para comunicarse con él por medio de la magia.
Pero había alguien que sí lo sabía. Amlaruil se preparó para la confrontación que le esperaba. Nunca se había presentado ante la esposa de Zaor, ni siquiera una vez. Pero Lydi'aleera llevaba una runa sintonizada con el rey, un regalo de las Torres creado por la misma Amlaruil.
La Gran Maga se inclinó y tomó en sus brazos el cuerpo sin vida de Nevarth. Con los ojos cerrados, murmuró la frase que reuniría los hilos plateados de magia y los transportaría a ambos al mismo corazón de la corte elfa.
En el Palacio de Ópalo fue recibida por el discordante sonido de cuerdas de arpa y un grito que era una mezcla de terror y asco. La maga abrió los ojos, levantó la mirada y se encontró con la cara pálida y asustada de la reina de Zaor.
El hechizo que había tejido Amlaruil estaba pensado para llevarla a presencia de la portadora de la runa. Había sorprendido a la reina Lydi'aleera a solas y ociosa, reposando en una sala repleta de obras de arte y maravillosos instrumentos musicales. La reina se había puesto de pie de un salto, tumbando tanto el banco acolchado en el que estaba sentada como el arpa dorada que tenía delante. Tenía los ojos muy abiertos y clavados en el elfo muerto.
Amlaruil se levantó ante la esposa de Zaor con toda la dignidad de la que fue capaz. Fue perfectamente consciente del resentimiento que se reflejó en los ojos de Lydi'aleera al reconocer a su visitante, y el desdén con que miró el desaliñado aspecto de la maga y su ropa manchada de sangre.
—Pido perdón por esta intrusión, milady —dijo Amlaruil—, pero me trae un asunto de la máxima urgencia. Debéis poneros en contacto enseguida con el rey.
La reina levantó el mentón con altivez.
—¿Quién eres tú para decirme qué debo hacer? —replicó con una mezcla de odio y altanería que hubiera dejado helada a Amlaruil, de no tener preocupaciones mucho más importantes.
—Con este anillo puedes hablar con Zaor. ¡Hazlo o morirá! —exclamó la maga, agarrando con fuerza la pequeña mano blanca de la reina y dándole la vuelta, para que la runa elfa quedara bien a la vista—. Hay traidores y trampas que lo aguardan. No sé exactamente cuántas son ni dónde están. ¡Pero tiene que volver enseguida!
Finalmente la urgencia en la voz de Amlaruil empezó a traspasar la nube de resentimiento que envolvía a la reina. Una leve sonrisa taimada alzó las comisuras de sus labios.
—Muy bien, haré lo que me sugieres —accedió la reina—, pero a cambio de algo.
—¿Vas a poner precio a la vida de Zaor? —preguntó Amlaruil incrédulamente, al tiempo que retrocedía.
—¿Acaso mi propia vida no tiene valor? —repuso Lydi'aleera con voz estridente—. ¿Qué pasa conmigo? ¿Valgo tan poco que debo quedarme de brazos cruzados mientras la hija de otra mujer se convierte en la heredera de mi esposo?
—Si no haces algo ahora, Ilyrana heredará mucho antes de lo que tú o yo deseamos —señaló la maga, cambiando de táctica.
—No cargues sobre mi conciencia a esa pequeña arpía —dijo la reina entre dientes—. ¡Yo no tengo nada que ver con ella y juro que jamás subirá al trono! ¡Lo juro!
—Eso está en manos de los dioses. Pero la vida de Zaor está en tus manos. Di lo que quieres. Rápido —dijo Amlaruil, dispuesta a hacer cualquier cosa para calmar a la reina.
Lydi'aleera se dio cuenta y una débil sonrisa felina iluminó su delgado rostro.
—De acuerdo. ¡Quiero una poción que haga que Zaor sólo me quiera a mí, y otra que me haga concebir un heredero para Siempre Unidos! ¡Mi heredero!
—¿Cómo puedes pedir eso ahora? —Amlaruil no daba crédito a lo que acababa de oír—. ¿Cómo puedes pensar en algo más que en salvar la vida del rey?
—¡Daré a Zaor un heredero legítimo! —afirmó Lydi'aleera implacable—. Seguro que tú, la subdita más devota del rey, no deseas menos para él.
—¡Zaor ya tiene una heredera, y tú lo sabes! Me has quitado a mi hija. ¿Qué más quieres?
—Sólo un poco de magia —respondió Lydi'aleera, encogiéndose de hombros—. Una poción. Cualquier hechicera del bosque, cualquier vieja bruja podría mezclar algunas hierbas y obtener el mismo efecto.
—Si así lo crees, ¿por qué me lo pides a mí? ¿Acaso por despecho?
—¡Recuerda cuál es tu lugar, maga, y cuida tu lengua! —estalló Lydi'aleera, con su pálida faz encendida.
—Mi lugar está en las Torres —replicó Amlaruil con voz tensa—. Permitidme que regrese allí de inmediato.
La reina se adelantó con la mano extendida, de modo que Amlaruil viera el anillo encantado. Sus pálidos ojos tenían una mirada resuelta.
—Puedes irte. ¡Pero hazlo sabiendo que serás la culpable de que nuestro amado rey muera! Dame lo que quiero y lo avisaré del peligro. Si no prometes que me darás lo que quiero, Zaor morirá, y ambas lo perderemos. Lo prefiero a que las cosas sigan como hasta ahora.
Las miradas de ambas elfas quedaron prendidas en una silenciosa pero feroz batalla. Finalmente, Amlaruil inclinó la cabeza, vencida.
—Lo prometo. Avisa al rey y tendrás tus pociones.
Con una sonrisa de triunfo, la reina se llevó el anillo a los labios y pronunció una única palabra arcana. El anillo empezó a brillar con una suave magia. Un momento después la voz de Zaor se oyó en la sala.
—¿En qué puedo serviros, reina Lydi'aleera? —preguntó el elfo en un tono formal y distante.
—Mi señor rey, tengo graves noticias —repuso la reina, sin dejar de mirar a Amlaruil y con una leve sonrisa de suficiencia—. ¿Estáis solo?
—Sí. Podéis hablar libremente.
Al oír esas palabras la inquietud de Amlaruil se acrecentó. ¿Qué había llevado al rey a internarse solo en el bosque? ¿Dónde estaba Myronthilar Lanza de Plata, su guardia personal?